viernes, 21 de junio de 2013

EL BUEN CIUDADANO EN EL IDEAL AMERICANO Por Teodoro Roosvelt

El buen ciudadano de una república debe darse cuenta de que le es preciso poseer dos clases de cualidades y que unas no sirven sin las otras: las que hacen de él un hombre capaz y las que canalizan su capacidad en provecho del bien público.
En la vida activa no hay sitio para el buen hombre tímido. El hombre protegido por su debilidad contra la perversidad vigorosa, está inmunizado al mismo tiempo contra las más vigorosas virtudes.
El buen ciudadano debe ser, desde el primer momento, de talla excelente como para salir bien por sí solo. No es un buen ciudadano si no tiene en sí mismo lo que hará de él un rudo trabajador y, en caso de necesidad, un rudo combatiente.
Pero si la capacidad de un hombree no ha sido reglamentada y guiada por el sentido moral, cuanto más capaz sea, más peligroso será. La valentía, la inteligencia y todas las cualidades dominadoras no sirven sino para agravar el peligro, si sólo las emplea para su provecho propio, con una brutal indiferencia de los derechos de los demás.
Poco importa en qué rama de la actividad se muestra esta capacidad perniciosa. Poco importa que la fuerza o la habilidad de tal hombre se manifiesten en una carrera de capitalista, de orador, periodista o caudillo. Si trabaja para el mal, cuanto más éxito tengas, tanto más debe ser despreciado y condenado por todas las personas honradas y sensatas.
Es un error monstruoso el de juzgar a un hombre por sus éxitos, y si el conjunto del pueblo se habitúa a juzgar así, si llega a disculpar la perversidad porque el hombre perverso triunfa, demuestra su incapacidad para comprender que las instituciones libres tiene por base el carácter del ciudadano, y que tal admiración del mal evidencia que él mismo no es digno de la libertad.

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