domingo, 30 de junio de 2013

Homenaje a la revista "Nativa"

"Nativa": Revista mensual ilustrada, de tradición argentina y de difusión de las cosas y asuntos del suelo Americano” como proclamaba en cada uno de sus números, fue fundada por Julio Díaz Usandivaras, en el año 1923, apareciendo mes a mes hasta desaparecer pasados los 60'.  En ella escribieron, no sólo poetas de renombre como  Burghi, Furlong, Bidart Campos, Canal Feijoo, sino muchos cuyos nombres hoy casi se han olvidado y no por ser malos escritores. Permanentemente ignorada por los llamados círculos culturales (oficiales o no), abarcó y alentó a casi todas las expresiones artísticas Argentinas y Americanas: Pintura, danza, escultura, teatro, música, estudios sobre folklore, aves y árboles nativos. Su director, Julio Carlos Diaz Usandivaras, realizó viajes y conferencias por muchos países de América con el propósito de compartir y difundir la cultura hispano americana. También dedicó números enteros a ciudades del interior, y un sinnúmero de artículos que hoy en día nos parecen extraños al compararlos con la insistente mediocridad globalizada que nos impone el “primer mundo”. Dio impulso y reconocimiento a artistas que luego serían famosos, como así a los ya consagrados, pero siempre siguiendo la misma línea que proclamaba: ”Tradición argentina y  difusión de las cosas y asuntos del suelo Americano”. Los siguientes poemas fueron extraídos de algunas de estas publicaciones:



 El amanecer
Julio Carlos Diaz Usandivaras.

Voy caminando en el agua, pura
como las piedras que lava la eternidad.
Una flor, una voz que siembra
lámparas en la brisa
- vidalitá
llega  conmigo.

Yo soy el payador,
                      oídme, el dueño de los pájaros
y el vino.
Mi garganta amanece después de cada
                                                   sombra
como una vara de profecía,
porque traigo la sangre guardada
                                         entre la música
y esta carta fragante de la tierra
para tocar tu frente.

El trapecio del bosque defiende los espejos
del trebolar que se bebió la noche
y ahora festeja el círculo principal y encendido.
En el hombro desnudo del cielo
los colores estrenan su júbilo apremiante
- oh cuerpo azul, suave estación, bandera -
y el álamo protege su temporal
                                       vigencia de tacuara.

Voy caminando en la tierra parda
y en el espacio del chingolo.
El árbol despertó sus frutales espuelas;
la punta de una rama
va quebrando el último azufre de la niebla
y mi sangre desata sus gauchos anteriores.

Una guitarra sola, para mi voz
                                        antigua de metales.
Una guitarra sola
y herida en este pulso de ceibal circulante.
Y todo el país del viento
                                  derramado en mi boca,
porque voy libre y cantando
en el estribo entero de la patria.




Décima Nº 3: “De la Afirmación”
David Martínez  “Décimas de “El Nostalgioso”


Tengo el corazón cansado
de asombros y de pesares.
Pasan los ríos, las mares,
la esperanza
y lo esperado.
Nos deja el vivir de lado,
y sólo el morir persiste;
Pero yo no canto triste,
porque te siento a mi lado
y sé por tu amor callado
que el mundo es bello y existe.



Romance de la tardecita gaucha
Arnaldo C. Baez.

 Al filo del horizonte
arden los últimos leños
del sol, y la tardecita,
porque es gaucha, de ese fuego
recoge un tizón u en cada
esquina del ancho cielo,
va encendiendo uno por uno,
el candil de los luceros.

El campo la está aguardando
para brindarle en su seno
los halagos del reposo
junto a los árboles buenos,
la música de los grillos,
y el canto de algún cencerro
mientras en los alambrados
pulsa vidalas el viento
el rocío hace chispear
la piedra de su yesquero
y en sus chispas las luciérnagas
se queman a ras del suelo.

La tardecita ha prendido
todas las luces del cielo;
luego tiende sus fatigas
en blando jergón de trébol,
y la luna que ya asoma-
la ve dormirse sonriendo…
Desde un poste una lechuza,
inmóvil, le cuida el sueño
y sus filosos chistidos
le abren, con golpes certeros,
a todo ruido que asoma
grandes tajos de silencio.

La noche llega al tranquito
en su caballo azulejo,
luciendo toda la plata
de la luna en el apero;
desmonta y manda que reine
el más profundo sosiego;
entonces cesa de pronto
el balar de los corderos;
junta un álamo las manos
cual si implorara silencio;
las parvas arrodilladas
elevan bíblicos rezos;
el arroyo se desliza
como aguantando el resuello,
y esconden en las cañadas
su agudo grito los teros.

¡Bien puede la tardecita
gozar de plácido sueño,
ahora que en los umbrales
del campo abierto y sereno,
han detenido sus ágiles
potros del viento Pampero;
ahora que no se mueve
ni una paja en los esteros,
la luna y las estrellas
 -abrumadas de misterio-
en puntas de pié transitan
por los caminos del cielo!


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