viernes, 21 de junio de 2013

LA ESCONDIDA Por Ezequiel Feito

Yo vivo en un pueblo donde los chicos se divierten con cualquier cosa, pero en mi barrio sólo se permiten dos juegos: la pelota y la escondida.
Todos los fines de semana jugamos al fútbol. Empezamos siendo once contra once y no paramos de patear hasta que se hace de noche o cuando nos vienen a buscar. Por eso casi siempre terminamos quedando dos contra dos o uno contra dos. Al principio contamos los goles, pero después de unas horas ya no importa si vamos ganando o perdiendo; además, tenemos nuestro campeón: el Juanchi López, que hace de goleador, arquero, medio campista, defensa, y encima es el que siempre se queda hasta el final.
Pero si a mí me dan a elegir entre el fútbol y la escondida, yo prefiero muchísimo más jugar a la escondida porque se juega en pareja y no siempre en el mismo lugar. A veces vamos a la estación de trenes que está abandonada, otras al parque que está en el cerro o elegimos la plaza que queda frente a la escuela.
Nunca se me dio por contar cuántos jugamos, pero somos toda una banda. Eso sí, tenemos todo muy organizado: cuando se forman las parejas, primero se juntan los que están de novios y después los que se quieren arreglar porque se gustan. Los demás se sortean para formar parejas de dos chicas o dos chicos.
También en la escondida tenemos un campeón que nunca falla: el flaco Julián, que se conoce todos los escondites del barrio y no sé si los de todo el pueblo. A ese nunca le ganamos y es por eso que todos quieren jugar con él: si se esconde, no lo encontramos hasta que grita “piedra libre para todos mis compañeros”. Y si cuenta, a los dos minutos nos descubre por más que estemos con los cuatro ojos abiertos y mirando para todos lados. Nunca se sabe de dónde sale ni cómo hace para verte, pero no falla un solo “piedra libre” en todo el juego.
Eso sí, es medio plomo porque le gusta encontrar primero a los que están de novios, después a las parejas de chicas y por último a los chicos.
Pero lo que yo les quiero contar es otra cosa. Tengo una compañera de año que se llama Silvana y me gusta mucho. Creo que ella también gusta de mí, porque casi siempre me busca para ir y volver juntos de la escuela. Nunca le dije nada de ponernos de novio, pero el primer día que junte coraje se lo digo.
Un día de invierno, mientras volvíamos de la escuela esquivando algunos charcos, nos pusimos a mirar por entre las rejas de una casa vieja y abandonada que estaba en la esquina. No sé por qué nos llamó tanto la atención. Siempre caminábamos por la vereda de enfrente porque nos daba mucho miedo, pero esa tarde nos paramos y la miramos como si nunca hubiera estado allí.
Todas las puertas y ventanas estaban tapiadas con gruesas maderas y casi todo el techo se había venido abajo. En casi todas las paredes se veían los ladrillos como si fueran las costillas de un enorme esqueleto. Había pedazos de tejas, hierro y revoque por todas partes. Una profunda grieta que bajaba desde el techo, corría en zig-zag por todo el frente y se perdía en un negro y corrompido estanque lleno de juncos.

- ¡Qué buen lugar para esconderse!  me dijo Silvana- Encima hoy le toca contar a Julián.

La miré y le dije que estaba loca. Que la gente del barrio decía que adentro estaba el fantasma del dueño de la casa. El tipo se había muerto ahí y hasta ahora nadie había encontrado el cuerpo. Todos dicen que está dentro del estanque, pero nadie se atreve a sacarlo.
Además, me contaron que el tipo se había convertido en un monstruo y si entrabas en la casa, te agarraba, te mataba y después te comía, y que por eso siempre había olor a podrido en todo el barrio.

- ¡Ya estás diciendo pavadas! me contestó- Lo único que puede haber ahí adentro es un gato o un perro muerto. Si nos escondemos acá, Julián nunca nos va a encontrar.

Ni le contesté, la verdad es que esa casa no me gustaba nada, y menos esconderme ahí. Yo sabía de un tipo que había aparecido muerto en el patio; cuando la policía fue a sacarlo, lo encontró con medio cuerpo dentro del estanque. Se lo escuché a doña Laura cuando se lo contó a mi mamá con todos los detalles. Además, todos los vecinos sabíamos lo que le pasó a los que habían entrado para ver qué se podía robar. Doña Laura jura que cuando vieron al monstruo quedaron medio locos y que a uno de ellos, Don Iván, el que está en silla de ruedas, le había comido una pierna y ahora tiene tanto miedo que no quiere hablar con nadie de lo que pasó esa noche.
Nos dimos vuelta y seguimos caminando y esquivando charcos hasta que nos separamos. Apenas entré en mi casa, tiré todo arriba de la cama y fui a comer. Eran casi las cuatro de la tarde cuando Silvana vino a buscarme. Fuimos a la plaza y nos sentamos en los canteros esperando que llegaran los demás. Ni bien estuvimos todos comenzaron a elegirse las parejas; como pude, me animé y le dije a Silvana si quería venir conmigo. Me dijo que sí. Nos juntamos y apenas Julián comenzó a contar, salimos corriendo sin saber adónde. De repente Silvana se me adelantó y, saltando el murito y la reja, se metió adentro de la casa abandonada. La seguí hasta que nos encontramos detrás de la puerta de la sala. Le dije que estaba loca, pero no me contestó y se puso a mirar la vereda para ver si venía Julián.
A ustedes se lo puedo decir: yo tenía muchísimo miedo y no me importaba que nos descubriera con tal de salir de allí.
Por las oxidadas rendijas de la ventana podíamos ver a Julián ir y venir por la cuadra descubriendo a todos... menos a nosotros. En una de esas, vemos que se detiene y mira atentamente hacia donde estábamos. Luego, abriendo la boca, hace un gesto y sale corriendo sin decir nada.
Nos miramos y recién ahí me atreví a preguntarle a Silvana si no tenía miedo.

- ¡Mucho!  me contestó, apretándome la mano.

Entonces me contó que en realidad sabía la historia de la casa, pero que igual se había metido porque estaba segura de que yo no tenía miedo y la iba a proteger. Además, me dijo que esa tarde quería estar un buen rato conmigo y para eso, el único lugar que se le había ocurrido era éste y que no le importaba tener miedo si yo estaba con ella, entonces puso su cabeza sobre mi hombro y me tomó de la mano. Ninguno de los dos dijo nada. Nos quedamos un buen rato abrazados en silencio y recién ahí me animé a darle un beso en la mejilla.
A medida que pasaba el tiempo fui perdiendo el miedo y entonces en voz baja le dije que la quería mucho.

- Yo también  me contestó.

De repente escuchamos unos pasos; era como si alguien caminara pisando charquitos. Nos fuimos lentamente hasta la gran chimenea del salón y nos escondimos abajo. El sol del atardecer entraba dificultosamente por entre las rendijas y el poco techo que quedaba. Los pasos, que parecían resonar en toda la casa, se fueron haciendo cada vez más nítidos hasta que por fin nos pareció que sonaban cerca de nosotros.

- Ahí viene Julián  le dije al oído.

- O el monstruo me contestó.

Entonces me dio un beso, y apoyando su cabeza en mi pecho me abrazó fuertemente.

En ese momento comprendí que Silvana iba a ser mi novia para toda la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario