domingo, 23 de junio de 2013

RÉQUIEM PARA SUSANA Por Ezequiel Feito

I

A todos nos sobró silencio cuando te despedimos.
Un silencio que depositamos
tras el cielo gris del nicho.
Un silencio tan claro y abundante
que borró las huellas y el camino.

Eso fue todo,
y la quietud y la sombra fueron
tus fieles compañeros
y últimos amigos.

II

No se apenen, amigos míos;
la hora de partir fue la más exacta;
de ella aprendí que tras la resignación y el sufrimiento
viene la victoria.

No se pongan tristes y mantengan mi recuerdo.
Mi sueño es cómodo y profundo
y no me fatiga el movimiento.

¿Lloraron por mí?
Sus lágrimas brotarán en el camino
y serán para mí un suave incienso...

¡Ahora sonrían!
¡Sonrían conmigo, porque los muertos
germinamos tardíamente en los corazones
de quienes nos han amado!
Pues, ¿qué han dejado en el cemento
mas que el mismo polvo que han pisado
mientras me traían?

III

Tanto hicieron para que esté sana...
Sana...¡Cómo suena esto aquí! ¿Tiene algún sentido todavía?
Aún no veo
las calles de oro ni el árbol de la vida.
Nada me amenaza, por eso tengo
que dejar el peso innecesario de mis armas.

A ustedes se las dejo.
Mis estantes
llenas están de ellas; cada una
tiene el perfume de mis manos,
el mismo que recuerdan
todos los objetos de mi casa.

IV

Ahora estoy comenzando a entenderlo todo:
el sufrimiento pasado y esta sombra bienhechora
tienen un sentido.

V

¿Quién habla de victorias? El resistir lo es todo.
Quizás eso sea lo que debemos aprender en esta vida
antes que se seque nuestro nombre
y un tenue vapor se aleje de nosotros
como algo inalcanzable.

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