viernes, 21 de junio de 2013

ROJO Por Roxana D’Auro

Globo rojo. Pelo rojo. Labios rojos. Roja manzana. Carnes rojas. Ojos rojos. Rojo pasión. Planeta rojo. Sangre roja. ¡Rojos! ¡Colorados! ¡Comunistas! Rojo punzó. ¡Federales! Rojo ladrillo. Tierra roja. Pieles rojas.
Gato rojo.
-¡No! , ése es imposible.
- Te aseguro que Clarita tuvo uno, una vez.
Fueron seis. Tres como Clarita, blancos. Dos como el padre, grises.
Y uno rojo.
Rojo con ojos verdes.
Rojo con cola corta.
Rojo de pelo suave.
-¡Es una monstruosidad de la naturaleza!, dijo la abuela Berta.
Adoraba las palabras estrepitoso, calamidad, malformación, anomalía. Decía que el sonido de esas palabras era parecido a lo que significaban, y adrede marcaba fuertemente las consonantes o modulaba moviendo la quijada de un lado a otro para que el sonido saliera ondulante, así: descuartizado.
Mal presagio. Mal agüero. Mal signo.
-Mal sería que te quedes con ese rojo gato, sentenció Berta.
-¿O acaso aceptarías un perro verde jade, un toro amarillo cromo o un potro azul cobalto?
Siempre aprovechaba para mostrar sus inverosímiles conocimientos sobre todo. Acumulados con la paciente y compulsiva compra de fascículos coleccionables De:  monedas del mundo, dedales holandeses, armas de la I Guerra Mundial y también  de la II, bordado español y bolillos, origami y pastelería alemana.
Hasta uno de gatos y perros tenía, pero no halló respuesta.
No la había.
Era simplemente un gato rojo.
Uno que miraba con ojitos de gato de  almanaque, pero  rojo.
Que hacía “miau” para pedir leche y después de hundir su trompa en el plato, le quedaba un manchón rosa entre los bigotes y la barbilla, porque era rojo.
Cuatro patas color rojo y una lengua roja también.
Demasiado diferente.
Rojo por dentro, rojo por fuera.
Yo hoy estoy sentado acá, como todos a mí alrededor.
Veo a través de la ventana nacer y morir al día.
Estoy  gris por fuera y  también por dentro.
Pero no soy diferente como aquel rojo gato.
Soy igual. Idéntico a los demás.
Sólo en algo me distingo. Odio el color azul y la siesta.
Recuerdo aquella tarde, a la  hora de la siesta.
Recuerdo a Berta inclinada sobre el balde azul.
Sus ojos rojos.
Y el gato flotando    

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