lunes, 17 de junio de 2013

La seriedad en los niños - Por María Elena Walsh

La primera y la última imagen que recuerdo de Europa es la seriedad de los niños. Una tristeza honda, acusadora, que nos golpea por las calles en largas miradas responsables de criaturas que parecen contener todo el sufrimiento.
Los niños de París despiertan a un mundo de perfecciones intelectuales y lo asumen con pasmosa serenidad. Contestan con frases rotundas, con gestos exactos, respiran el arte y lo intuyen. Conmueve oír los comentarios espontáneos de un grupo de chiquilines frente a un cuadro del Louvre, oírlos cantar una canción rebosante de literatura, discutir a Picasso.
La otra mañana tuve una impresión cabal de la diferencia que existe entre nuestros niños y los franceses. En un homenaje de pueblo, un grupo de escolares cantaba el himno a Sarmiento, a todo pulmón. Las voces chillonas, impetuosas, brotaban con vitalidad de pájaro salvaje, rectas; desordenadas, inarmónicas. Los niños franceses cantan domesticadamente, con una afinada dulzura, con responsabilidad, todos son o
pueden ser pequeños cantores.
En un país donde el privilegio malcría y desresponsabiliza, desde la primera edad somos melancólicos, de preferencia en un jardín, y ésa es la mentira y el drenaje de nuestra vitalidad. Los niños de Europa son trágicos, esclavos de negros corredores de ciudad, conscientes de la amenaza y el desastre, frágiles y sinceros. Es imposible no sentirse culpable ante sus ojos acusadores. Aun desde los cochecitos, bajo el económico sol de los jardines de Luxemburgo, nos vigilan chupetes incrustados en enigmáticas esfinges con gorro tejido.
Quizás ignoramos que todos los niños son serios. Unos trágicos, otros melancólicos, otros disimulados, siempre están más allá de la cárcel de tonterías en que pretendemos encerrarlos y distraerlos de la verdad. Este secreto sólo lo saben compañeros imaginarios, hojitas de jardín arrugadas en una mano sucia, zoológicos minúsculos en cajas de zapatos, en fin, todo ese universo que puebla y desampara la soledad de un niño. Su seriedad es un enigma que sólo nos pide culpabilidad y ternura.

La Gaceta de Tucumán, 1956

Respuesta a la amada inmóvil - Por María Elena Walsh

La Madre Teresa, ganadora del Premio Nobel de la Paz, ha dicho al parecer que "la mujer no nació para grandes cosas, sino sólo para amar y ser amada". El periodismo suele deformar e inventar, pero supongamos que la admirable monja haya pronunciado esas palabras. Merecen quizás una respuesta.
Responderle en nombre de qué mujer? Debemos bajar de nuestro pedestal de Princesas de Mónaco, privilegiadas porque sabemos que lavar es humano pero centrifugar es divino.
El mundo se compone de multitudes famélicas, esclavizadas, deportadas. Síntesis de la mujer universal no sería el prototipo de Venus con taquito aguja ni la Primera Thatcher que nos ofrecen los medios de difusión sino una criatura cuya ración de desdicha comparte, multiplicada, con el hombre.
No creemos que la Madre Teresa sea adepta de revistas femeninas ni de teleteatros, descontamos que donde dice amor hay que leer Caridad y no sólo la peripecia de la pareja. Ella es ejemplo vivo de ese Amor: el que abraza al prójimo y elige servir al más desheredado. "Amar y ser amada" en ese trascendente sentido, no es acaso una "gran cosa", la mayor de las hazañas? Por qué la Madre Teresa la minimiza? Más que de modestia parece signo de cierta confusión mental a la que podemos ser proclives tanto monjas como laicas.
La mujer siempre cumplió con la premisa que dependía de su voluntad: amar. Amó y ama, y poco cuentan las excepciones escandalosamente publicitadas. Practicó y practica el amor filial, conyugal y maternal aun en las más desesperantes circunstancias.
Históricamente imposibilitada de acceder a las fuentes del poder, tradujo su caridad en obras benéficas. Cuando pudo, .también contribuyó a la reforma de la sociedad, por ejemplo en la patria adoptiva de la Madre Teresa, al apoyar masivamente la política redentora de Gandhi.
Las tareas benéficas suelen ser ridiculizadas, no por su supuesta inoperancia, sino precisamente porque las realizan mujeres ("señoras gordas") a veces con dinero ajeno y cierta dosis de frivolidad. Sin embargo nadie puede negar que con ellas suplen la insensibilidad de los "señores gordos" en cuyas manos estaría el reparto de justicia que obviaría la dádiva, y a ellas dedican muchas mujeres su fervor y su tiempo. Pero, como dijo la insigne Doris Lessing: "El tiempo de las mujeres nunca es oro".
También expresan su amor realizando los trabajos peor pagados y menos prestigiosos como el magisterio, la enfermería y la asistencia social, y los domésticos, que no consiguen la dignidad del salario ni la jerarquía del reconocimiento que se le obsequia abundantemente a un deportista de cuarta o a un locutor analfabeto.
La mujer sólo practica la violencia -como en el nazismo o el terrorismo- en acatamiento a órdenes masculinas. Según recientes estadísticas confeccionadas en París, sólo un 10% de mujeres son delincuentes, en general autoras de delitos menores.
En nuestro país, que tiene el desdichado mérito de estar a la cabeza en materia de accidentes mortales de tránsito, son casi nulos los cometidos por mujeres que, evidentemente, se resisten a empuñar el volante como un arma y en éste, como en otros rubros, desmienten la fábula de que estén empeñadas en igualar al varón.
Pese a todas las hecatombes de las que está obligada a ser sufriente testigo, la mujer sigue defendiendo la vida, amparando a su cría y repartiendo su generoso amor.
Esta muy sucinta revisión es comprobable con mirar a nuestro alrededor y confeccionar nuestras propias estadísticas. Nos falta reflexionar acerca de aquello de "ser amada".
Dejemos para otro día los volúmenes de recapitulación histórica y contemos de qué tierna manera es amada la mujer en el mundo del presente.
En el ámbito afro-musulmán (Mauritania, Malí, Nigeria, Sudán, Egipto, Senegal, Guinea, Tchad, Liberia, Etiopía, Irak, Tanzania; etc.), se practica una bárbara costumbre: la mutilación genital de millones de niñas de 6 años, mal llamada circuncisión femenina, ya que no es inofensiva como la masculina ni responde a ritos religiosos sino a un simple y precoz seguro de castidad. La "operación" se realiza sin instrumentos quirúrgicos ni anestesia ni higiene y transforma a las criaturas en lisiadas físicas y psíquicas de por vida. Esta aberrante práctica se suma al estado de sometimiento de la mujer que, cuando procura reaccionar, es puesta en vereda a punta de cuchillo, como nos consta que sucede en Irán.
De esto no habla ninguna Comisión de Derechos Humanos y tampoco la Madre Teresa, que en cambio sí se pronuncia enérgica-mente contra el aborto y tiene razón. Pero sólo defiende la vida del feto y parece ignorar el sufrimiento de la madre, a menudo impulsada tanto al embarazo con-no a la interrupción por un cúmulo de presiones físicas y morales. Parecería que la mujer recurre a ese dramático extremo como a una ceremonia de chacota, de puro viciosa. A ciertos moralistas no parece importarles el dolor, el peligro, el remordimiento, la lesión moral y a menudo la muerte de la madre. Quieren ignorar que a él recurre por compulsión de toda una sociedad que le niega rudimentos de educación sexual, propiedad de su cuerpo, capacidad de decisión y elemental protección de la vida del futuro ser.
El poeta Octavio Paz, en un breve paréntesis de su machismo, osó reconocer que "la situación de la mujer mexicana es abyecta". Sabrá porqué lo dice. Y en este Año Internacional del Niño es imposible ignorar que una de las más frecuentes causas de la pavorosa mortalidad infantil reside en que gran cantidad de madres son niñas púberes, precozmente despiertas a la sexualidad en medio de la indigencia, la ignorancia y la promiscuidad, y que luego ¡no faltará quien las culpabilice! son incapaces de criar a sus hijos. La crónica internacional está infestada de atentados y crímenes sexuales, y la violencia moral desatada sobre la mujer es uno de los hechos más deprimentes de las sociedades autotituladas cristianas.
Mientras por un lado se le predica el recato, la mujer es diariamente retratada o rifada en un mercado de carne, inculcándosele la noción de que sólo su cuerpo, y jamás su inteligencia, será valorizado socialmente. Si no se hace cómplice de alguna manera de este oprobio lo pagará muy caro.
La misoginia, exacerbada en estos tiempos en que la mujer procura contestarla, es una de las formas más sinuosas del desamor. Como el racismo, puede empezar por un chiste y terminar en un campo de exterminio. ¿Exageración? Más exagerado parece el castigo que recibió un grupo de mujeres que hace poco estaban transmitiendo un programa radial en Roma. Fueron baleadas por un animoso grupo de compatriotas fascistas, hecho que la prensa internacional no se tomó el trabajo de comunicar. ¿Eran acaso "esas locas" primeros ministros?
En países civilizados como Inglaterra, Francia, Italia, grupos de mujeres han improvisado albergues para congéneres apaleadas por sus maridos. El castigo corporal es asunto de rutina, cuando no de derecho, pero algunas esposas fallecieron a causa de esta cariñosa práctica y... se supo.
"Las feministas odian a los hombres" es uno de los clichés habituales en los que la cobardía y la culpa se disfrazan de Chapulín Colorado. ¡Y no aprendemos a contar con su astucia! Las feministas no odian a los hombres, sólo pretenden responder pacíficamente a la prepotencia generalizada. Lo más grave que puede imputárseles son escandaletes apenas humorísticos, pero la opinión pública bien manejada los disfraza de perversidad, usando la calumnia como una forma más del desprecio.
Hay otra especie de no-amor infiltrado en las mujeres: el que les impide amarse a sí mismas y a sus congéneres, gracias a la permanente incitación a que se desvaloricen en beneficio de la "superioridad" masculina. La mujer vive aterrada de parecer enemiga del varón y por fortuna no lo es ni quiere serlo. Quiere aprender a ser ella misma en toda su integridad de persona, sin atender a espejos degradantes ofrecidos por quien debería ser su compañero en este valle de lágrimas y se obstina en muchos casos en seguir siendo su verdugo o su dómine.
Sí, estamos de acuerdo con la Madre Teresa. Nuestro destino consiste en amar y ser amadas. Para amar mejor necesitamos recuperar la autoestima y la solidaridad femenina que a diario nos roban. Y aspiramos a ser amadas, aunque quizás por el momento nos contentaríamos con ser un poco menos odiadas.

Todo Be1grano, 1980

Poesías de Almafuerte




POESÍAS DE PEDRO BONIFACIO PALACIOS, ALMAFUERTE (1854- 1917) Ediciones TOR, año 1942


¿Flores a mí?

Ayer me diste una flor,
Una flor a mí, señora,
Que no consagré una hora
Ni al más poderoso amor.
¿Flores a mí? ... ¡Si es mejor
En un páramo arrojarlas!
O tú no sabes amarlas,
O al sentir mi cuerpo yerto
Sobre la tumba de un muerto
Has querido abandonarlas.
¿Flores a mí? ... ¿Tú no sabes
De esos parajes que aterran,
Donde las flores se cierran,
Donde no cantan las aves? ...
Las más orgullosas naves
Temen del mar los furores,
Los tigres devoradores
Huyen del simún airado...
¡Y tú en mi pecho has dejado
Tan sin recelo tus flores!

¡Flores a mí! ... Puede ser
Que desalmada y celosa,
Buscaras la más hermosa
Con tu instinto de mujer;
Y haciéndole comprender
Yo no sé qué gentileza,
Con refinada fiereza,
Con el más profundo encono,
La bajaste de su trono
Por castigar su belleza.

No lo sé, linda mujer,
Ni quiero saberlo todo;
Me contento con mi modo
De saber y no saber.
Pero si quieres tener
La realidad en tu mano,
Te diré, sin ser un vano,
Que si te movió el amor...
¡La flor ha sido una flor
que fue destronada en vano!

La mortaja

Esa seda que relaja
tus procederes cristianos
es obra de unos gusanos
que labraron tu mortaja.
También en la región baja
la tuya han de devorar.
¿De qué, pues, te has de jactar,
ni en que tu glorias consisten,
si unos gusanos te visten
y otros te han de desnudar?

ADIÓS A LA  MAESTRA (1911)

Obrera sublime,
bendita señora:
la tarde ha llegado
también para vos.
¡La tarde, que dice:
descanso!…la hora
de dar a los niños
el último adiós.
Mas no desespere
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va;
usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!
Pasando los meses,
pasando los años,
seremos adultos,
geniales tal vez…
¡mas nunca los hechos
más grandes o extraños
desfloran del todo
la eterna niñez!

En medio a los rostros
que amante conserva
la noble, la pura
memoria filial,
cual una solemne
visión de Minerva,
su imagen, señora,
tendrá su sitial.
Y allí donde quiera
la ley del ambiente
nimbar nuestras vidas,
clavar nuestra cruz,
la escuela ha de alzarse
fantásticamente,
cual una suntuosa
gran torre de luz.
¡No gima, no llore
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va;
usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Greguerías - Por Ramón Gómez de la Serna

- En las grandes solemnidades llenas de personajes parece que hay algunos repetidos.
- El ventilador afeita el calor.
- Tan grandes eran sus ojeras que parecían llevar antifaz.
- Entre los carriles de la vía del tren crecen las flores suicidas.
- El espantapájaros semeja un espía fusilado.
- Lo más terrible de nuestro libro de direcciones es que sacarán de él las señas de
  nuestros amigos para enviarles nuestra propia esquela de defunción.
- El verdugo es igual al antropófago: los dos matan para comer.
- El que no entrega el billete a la salida de la estación salva sus recuerdos de viaje.
- La gasolina es el incienso de la civilización.
- En la noche helada cicatrizan todos los charcos.
- Perder un pañuelo es comprometerse en llantos ajenos.
- La larga cola de la novia es la vereda que conduce hasta ella al novio desorientado.
¡Qué tragedia! Envejecían sus manos y no envejecían sus sortijas.

Desde la prisión - Por Paul Verlaine

El cielo, por cima del techo,
claro y en calma.
Un árbol, por cima del techo,
mece su palma.
La esquila, en el cielo que miro,
dulce resuena.
Un ave, en el árbol que miro,
canta su pena.
Dios mío, la vida está aquí,
buena y sencilla.
Rumor apacible hasta aquí
manda la villa.
-¡Oh, tú solo y triste!, ¿qué fue
de aquella edad
que lloras? ¿A dónde se fue
tu mocedad?

Al morir el día - Por Mario Bronte

Han apagado el sol una vez más.
Es insoportable la voluntad de no ser
sin luz y a solas.
¿Quién eres? ¿De dónde vienes?
¿Dónde encontrarte bajo la lluvia de esquinas
y farolas rotas?
Camino sin pausa y sin saber como
asumo la evidencia.
Eres la mujer que acecha en cualquier bar
sentada tras una botella de güisqui
y hace latir aprisa mi corazón
inmune al fanatismo del amor diablo.
Eres tú la que encuentro
y que me encuentra
huyendo de las calles vacías.
Somos almas gemelas
intentando ahogar su miedo en alcohol.
Dos bultos inmóviles
que se miran sin reconocerse
como quien contempla lo incomprensible.
Náufragos ambos
en el incólume mar del olvido.
Bebiendo hasta sentirnos
acompañados a solas
en el fluir de la noche que no acaba.
Muriendo lentamente a cada sorbo.
Luego los bares cierran
y nos vamos en direcciones opuestas.
Mañana te volveré a buscar
en bares donde nunca estuviste
y aún me esperas.

A Silvia - Por Ana María Chouhy Aguirre

Sobre las frescas rosas y la hierba,
canta, oh Silvia, el aire del verano,
la eterna juventud de cada rama,
el vuelo misterioso de los pájaros.
He perdido mi amor, ay amor mío,
y entre las hojas olvidadas muero,
recoge, oh Silvia, lo que nunca he sido,
despliega hasta las nubes mi recuerdo.
He de mirar al cielo suplicante
por que devuelta intacta ante mi vida
la imagen de mí misma, no este rostro
que fijó en el espejo mi agonía.

La florista - Por Rafael Alberto Arrieta

En el café lloraban los violines
entre un cascabeleo de cristales.
- ¿Flores señor? Hay rosas y jazmines...
musitaron dos labios musicales.
Hubo en la voz tan íntima dulzura
suavizadora del ofrecimiento,
que alcé mi vista hacia la criatura
desde la ausencia de mi pensamiento.
Era una niña blanca, bella y fina
y anémica, como una colombina
de labios rojos y óvalo amarillo.
Y al ofrecerme el precio de su cena,
se fugaron las rosas del cestillo
hacia sus dos mejillas de azucenas.

Lo Fugaz - Por Ricardo Jaimes Freyre

La rosa temblorosa
se desprendió del tallo,
y la arrastró la brisa
sobre las aguas turbias del pantano.
Una onda fugitiva
le abrió su seno amargo
y estrechando a la rosa temblorosa
la deshizo en sus brazos.
Flotaron sobre el agua
las hojas como miembros mutilados
y confundidas con el lodo negro
negras, aún más que el lodo, se tornaron,
pero en las noches puras y serenas
se sentía vagar en el espacio
un leve olor de rosa
sobre las aguas turbias del pantano.

Más rápido - Por Jaim Etcheverry

Un rasgo distintivo de esta época es la aceleración vertiginosa de nuestras vidas. Rodeados por tecnologías cuyo objetivo es ayudarnos a vivir más rápidamente, nuestros horizontes temporales se distorsionan. En medio de la vorágine de un mundo dominado por esta brutal compresión del tiempo, terminamos sin saber por qué , aún ahorrándolo, nos sentimos más apresurados.
 Queriendo hacer cada vez más, nos desvivimos por hacerlo todo más rápido, por desarrollar varias tareas en forma simultánea ¿Cómo podríamos vivir antes de conducir el automóvil, hablar por teléfono y escuchar la radio simultáneamente? Huidizo, el tiempo nunca nos basta, porque al disponer de más recursos para trabajar, se genera la expectativa de aumentar la producción. Por otra parte, el ocupado es prestigioso. Quien admite tener tiempo parece poco importante pues los mejores son los que disponen de menos tiempo.
 Además, tanta velocidad nos ha hecho perder la paciencia y todo nos parece lento. Oprimimos ansiosos el botón que cierra la puerta del ascensor, cuya única finalidad es, en muchos casos, la de calmar a los impacientes. La impresora que ayer nos asombraba con su velocidad hoy nos resulta insoportablemente lenta. Cambiamos los canales de televisión a un ritmo enloquecido, y los responsables de la programación, conocedores de nuestra inquietud, editan sus imágenes a igual velocidad, razón por la que apenas alcanzamos a percibir lo que nos quieren mostrar. Los políticos aprenden a expresarse en segmentos sonoros de diez segundos. Ya sólo logramos concentrarnos durante instantes.
 En su reciente libro Más rápido James Gleick analiza esta  “aceleración de casi todo”. Sostiene que en lugar de liberarnos, las máquinas han terminado por imponernos su ritmo. Pero, en realidad, esta situación refleja nuestras propias elecciones, no somos victimas de ella. Sentimos a la vez rechazo y atracción hacia la aceleración de nuestras vidas. Aunque el tiempo está construido por el hombre, hemos terminado en convertirlo en una mercancía, sin advertir que no es una cosa que se tiene sino aquello mismo en lo que se vive.
 Como el tiempo es una creación cultural, el modo en que lo vivimos es diferente del que registra el reloj: cambia de humor, con la edad, con la tarea que estamos realizando, con la cultura.
 Si vemos a una persona en silencio, que no hace nada, concluimos que “pierde el tiempo”. Para los miembros de la tribu Ankore en Uganda, esa persona está “Creando tiempo” . En realidad, deberíamos advertir que por el sólo hecho de estar vivos, producimos tiempo...todo el tiempo
¿Emprendemos esta carrera desenfrenada porque percibimos que nuestra vida es una emergencia? ¿O advertimos que es tan breve que tratamos de extender su duración haciendo más en menos tiempo?
 Es una forma de enlentecer la vida: si logramos hacer el doble es como si hubiéramos vivido dos veces.
 Afirma el escritor Mark Helprin: “Hoy vivimos con la clase de excitación que nuestros antepasados sólo conocían en las batallas”. Pero cuando todo se acelera a nuestro alrededor, perdemos la posibilidad de reflexionar,  de analizar y, finalmente, de elaborar juicios morales.
 Lamentablemente, el pensamiento profundo no se produce a la misma velocidad con la que se mueven los electrones en las computadoras. La mente humana requiere tiempo  para formar nuevos conceptos. Cuando se intenta acelerar este proceso, se pasa rápidamente de lo inteligente a lo incoherente.   Aunque los seres humaos nunca eligieron lo más lento y su historia es una apuesta a la velocidad, cada uno está siempre a tiempo de detenerse a meditar sobre el uso que da a lo único que le es propio: ese tiempo que, por el hecho de vivir, crea cada día.