viernes, 28 de junio de 2013

El limpiavidrios de la calle Grigera -Por Gerardo Barbieri

Se había hecho de noche.
La oscuridad acentuaba las aristas más sórdidas de aquel paisaje urbano, y por momentos hasta otorgaba al ambiente un aspecto pavoroso. Unos chicos,  agrupados junto a un  cantero de la Plaza Grigera soplaban adentro de una bolsita de plástico y aspiraban los vahos del pegamento contenido en  su interior. Reían, sin comprender  aquello que ocurría en su cuerpo. A pocos pasos, en el local de lo que otrora fue una “entidad bancaria” y  donde escasos ahorristas habrían podido escapar  al saqueo masivo de sus depósitos,  algunas  personas, apenas cubiertas con trapos mugrientos para mitigar el frío inminente, intentaban dormir  sobre  el alféizar de cada ventanal.
Cruzó  la avenida Hipólito Irigoyen  con lentitud. Las líneas blancas de la  senda peatonal estaban casi borradas. En algunas calles ni siquiera habían existido jamás. De todos modos, aunque estuvieran  recién pintadas tampoco se podía confiar mucho en ellas, o mejor dicho, en el  debido respeto al caminante, o al  prójimo. ¡Cómo había cambiado todo! ¿Cuánto tiempo había tenido que pasar  para que Lomas de Zamora dejara de ser aquel lugar limpio y ordenado? ¿Cuarenta años? ¿Cincuenta?....
Avanzó por la acera mientras contemplaba las copas de los árboles añosos moviéndose en consonancia con las ráfagas del viento otoñal. Un centenar de metros más adelante, se detuvo frente al kiosco pintado de rojo, al lado del viejo edificio del vaciado diario “La unión”, pero no exactamente como si buscara que lo atendieran, sino como esperando algo o tal vez a alguien. La luz de la lámpara suspendida bajo el toldo de aluminio le daba de lleno sobre la cabeza. Tanto que se resaltaban los  rasgos duros, inteligentes,  nobles de su rostro. Era alto y aunque parecía entrado en años su contextura física lucía excelente.
Un pibe estaba parado en la vereda, apartado del dúo que hacía malabares frente a los autos con pelotitas multicolores cuando los conductores se detenían en el semáforo. Sostenía con la mano derecha un balde de plástico y un secador. Con la izquierda  llevaba una gaseosa a sus labios….
Se animó a entrometerse en su vida, y adoptando una expresión de ternura le habló.
- Vos tendrías que estar embuchando una sopa caliente  a esta hora.
El menor de edad se encogió de hombros.
-¿No tenés frío?
Fastidiado, el limpiador de parabrisas respondió…
-¿Y qué quiere que haga don…? Tengo que laburar.
- Sí, bueno, pero también hay que cuidar la máquina.
El chiquilín guardó silencio. Resultaba evidente que le importaba poco y nada la opinión del extraño.
- ¿Te comerías unas porciones de pizza en el boliche de enfrente? Invito yo.
Miró con desconfianza. Le habían prometido cada disparate…Volvió a levantar los hombros.
- De onda
- ¿En serio?
- ¡Claro!
Meditó su respuesta un momento interminable...
-  Bueno… ¡Ya vuelvo Ramón! ¡Cuidame las cosas!
Sin más, comenzaron a cruzar la avenida. Un grupo de cartoneros pasó con los carritos repletos de mercadería. La cosecha había estado buena. Pero igual faltaba mucho para el descanso…

- ¿Cuánto hace que estás en esa esquina?
- Un par de meses.
- ¿Y antes?
- Antes andaba por la barrera. O por la esquina de Colombres. Después vinieron unos grandotes y nos sacaron carpiendo…
El diálogo se cortó hasta entrar en la pizzería. Se ubicaron en una mesa apartada.  El mozo los miró, pero era  como  si no le importara nada de nada.
-¡Un grande de muzzarela! Cuatro fainá’. Dos jugo’ de naranja’ exprimida’…
El anfitrión miró hacia la cocina.
-Tengo un hambre que me comería un baúl lleno de pizza.
El chico sonrió, pero no desaparecía de su faz  un gesto de desconfianza. En el fondo mantenía la certeza de que el tipo ocultaba algo.
-¿Siempre limpiaste vidrios, o también vendiste cosas por  la calle?
- No. También hice algunas changas.
- Ah, ¿Sí? ¿Cuáles? ¿Cuál viene mejor?
¿Quién era el tipo ese? Había algo familiar. Como si lo conociera de antes. Como si toda la vida hubiera andado  por ahí, y él  no lo recordara. Por primera vez lo miró de frente. Directo a los ojos… Entonces  se ablandó un poco. Se le ocurrió que el supuesto desconocido esperaba escuchar algo que solo él podía  decir.
- Un día vino un hombre. Me dijo que tenía un laburo para mí. Tenía una jeta fulera, era melenudo, rengo, pero con unos brazos fuertes y unas manos enormes. - ¿Y  yo que puedo hacer? -le dije- Me contestó que todos podemos hacer algo. Al toque, casi gritó.
 –Además... todos debemos hacer algo.-
-¿Y qué te ofreció?
- Me llevó a una herrería. Era por acá. Al principio me perdí porque dimos una de vueltas tremendas…  Cuando llegué quería masticar algo. Tenía  hambre. Él se avivó y  llamó a una mujer. ¡No sabe don! Era re-linda. La vi y me quedé mudo. Nunca había conocido una tipa así de fuerte. ¡Seguro que  no debe existir en todo el mundo nadie igual!

Hizo una pausa, demorando aquellas imágenes que  llegaban desde el abismo más profundo de su mente y a  las que no quería dejar escapar. Luego, prosiguió.
- La tipa me dio un vaso con un líquido riquísimo. Me lo mandé de un saque y se me pasó el brean -¿Quién será? -Dije yo. Después supe que era la jermu. Incluso, una vez me contó el rengo que tuvo un bolonqui tremendo con ella. No me batió bien  cuál. Pero estuvieron re-peleados. ¡Claro! ¡También! Con una mina así...
El mozo acercó las copas repletas con el jugo de frutas.
-¡Salud amigo!
- Salud.
-¿Y entonces...?
- Yo medio le desconfiaba. Parecía chiflado. Tenía la idea de  hacer una estatua conmigo. Después le creí. Me hizo posar y empezó a yugar. Enseguida prendió  una llama a una pila de carbón que estaba en la fragua y empezó a mover un fuelle gigante. Cuando  armó un fuego tremendo  puso bronce a derretir y también calentó hierro. Esperó a que el material se pusiera casi blanco y entonces volcaba el líquido de un crisol a otro, o lo golpeaba con una maza enorme sobre el yunque. ¡Tenía una fuerza descomunal!
- Te voy a contar un secreto. -Me dijo- Cualquier escultura, por sí sola no es una obra de arte. Las estatuas solo  son obras de arte si llaman a la reflexión sobre algo que está mal.
- ¿Eso te dijo…?
- Sí. Yo no entendía nada. Igual me siguió explicando -Para eso, nada mejor  si un espíritu bienhechor las anima ¿Me ayudás? -Yo seguía sin entender…
-Yo fundo el bronce. Vos le infundís lo demás...
El mozo trajo la bandeja con la pizza,  sirvió las porciones en los platos y se retiró.
-Trabajaba a una velocidad terrible. Las chispas saltaban de un lado a otro y él ni se mosqueaba. Si hubiera visto cuando terminó don ¡Era yo!
Estaba agachado, vestido en camisa y  pantalones cortos, con la mirada fija en mi mano donde tenía un gorrión muerto. En mi cara había grabado una  expresión de tristeza absoluta…Atrás, en el piso, estaba abandonada la gomera infame con que lo había bajado.
- Ahí me di cuenta que no estaba con un dolobu. ¡No! Era un artista. Logró moldear en el metal la imagen de la desconsolación… Abajo puso un cartel, como escrito a mano: El arrepentimiento, decía.
Quedé flasheado. No podía reírme ni llorar... Entonces, dio como una orden, pero no exactamente a mí…
- Entrá. ¡Llenala de vida!
- Di un salto adelante, a la estatua, y entré nomás. No sé cómo, pero me sentía rebién  adentro. Podía salir cuándo quería, pero ahí estaba cómodo. Hasta me divertía. Y no tuve más hambre ni  necesité nada hasta que salí. Debió  ser eso que me dieron de tomar.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de líquido. El chico aun no había  probado la cena. Recién cuando lo invité, comenzó a comer.
-  Al otro día  la  llevó a unos chabones. Cuando la vieron, se quedaron con la boca abierta. Les dijo-  No cobren por su exhibición. Es para que todos la observemos y pensemos en nuestros actos. Aunque sea un poco nomás, no sea que a alguno le salga humo del balero.
-¿La regaló?
-  Sí.  Me pusieron en la plaza, justo frente a la iglesia.
Al principio andaba todo bien, la gente se acercaba y me  miraba. Había quién se conmovía y después iba derecho a confesar sus pecados.

Pero un día la cosa fue cambiando. Creo que al principio o a mediados de los setenta.
Fue como si el odio ganara  todo. Por esos tiempos llegaron unos tipos y dijeron- ¿Y esto? -Yo me hacía el sordo, pero los escuchaba. - ¡Qué arrepentimiento ni qué pelotas! ¡Justo ahora! ¡Hay que hacerlo desaparecer!
Me sacaron  de ahí. Primero me escondieron. Después, como nadie chilló, capté que me iban a fundir. Calladito me las tomé. ¡Vaya a saber que pensaron los giles!
Cuando salí de ahí, noté que todo había cambiado bastante, más de lo que parecía. Pero yo no. Estaba casi igual. Mucho no me importó. Total, casi  siempre estuve solo. Ahora mismo, me doy cuenta que  hay pibes que se hacen veteranos de un día para el otro, y veteranos que se pasan a jovatos en un santiamén, pero en mí es todo más lento. Una vez pasó un conocido y cuando me vio puso una cara de pelandrún  imposible, como si estuviera en curda. Ni me preguntó nada. Siguió de largo. ¡Me dio risa! Casi lo saludo para ver qué decía.
¿Sabe don? Yo laburé años ahí, chupando frío, bancándome solazos… lluvias… ¿Para qué estuve tanto tiempo así, inmóvil, si nadie parece arrepentido de nada?... Mire cómo está todo.
Eso sí, sigo viendo algunas  situaciones que se repiten. Ese ir y venir, de un  edificio a otro donde están los capos. Entrar a la Iglesia y rezar. Levantar la bandera y cantar el himno. Pero en cuánto se dan vuelta….Se les cae la careta. ¡Las cosas que escuché! Cuando venían a fumarse un pucho a la sombra, al lado mío  y pensaban que estaban solos.
-…
-Dígame maestro ¿Usted me cree?
-Por supuesto.
-Una vez le conté esto a los pibes, pero no me creyeron ni media palabra. Se me
cagaron de risa y me preguntaron cuántos tetra me había bajado.
Yo estaba remal. Hasta el rengo había desaparecido. Empecé a laburar vendiendo peines, jabones…
-¿No apareció más?
-Era un misterio. Fui hasta el taller, me dio trabajo pero lo encontré. Estaba cerrado. Pregunté por él. Nadie sabía nada. O no querían contarme.
Estaba medio colifa, pero yo lo apreciaba. Y a la mujer... ¡Ni hablar!
…Al principio los extrañé mucho... No sabía qué hacer… ¡Hasta que un día apareció por acá!
¿Qué pasó?- Le pregunté.- ¿Adónde se metió? …Y me contó. Resulta que una mañana –en  la semana cuando  borraron la escultura- llegaron a la herrería inspectores de la municipalidad. Que falta el matafuego, que no se ve el sellito de la oficina correspondiente…El rengo se rayó mal…
Vayan a  laburar chorros de mierda!- Les dijo-  En vez de vivir a costilla de la gente...
Y tenía razón don, mire si no ¿Por qué no van a clausurar  desarmaderos truchos? ¿O  a buscar quién le vende paco a los pibes? Si los están matando…
-…
La cuestión es que se armó un despelote terrible. A los pocos días, bajó la persiana,  se puso el sobretodo y se rajó.
Cuando me vino a ver, me puso una mano en la sabiola y  dijo – Pibe, no creas en  todo lo que ves. A diferencia tuya, yo me  puedo ir de acá y también volver Vos todavía no. Aguantá ¿Sabés? El tiempo, algunos lo miden en años…Otros por etapas. Si aguantas hasta que esta etapa cambie…y si cambia para bien…Entonces, seguro, zafás… ¡Trabajá para eso!
Y ya ve… Ahora ando con esto de limpiar los vidrios de los autos… ¿Vio? Pero yo no estoy con los que afanan a la gente,  ni con aquellos que la vuelven pirucha…
Habían terminado de cenar. Cuando el mozo cobró y  retiró los platos se levantaron. Salieron a la calle, alumbrada solo por las luces artificiales de las luminarias,  las  vidrieras, los semáforos y los autos…
-¿De veras jefe, me cree?
-Claro. Yo también lo ando buscando.
-Ah… Lo conoce....
-Una vez estuvo en mi casa. Hace mucho tiempo. Cuando era un chico, casi  como vos... y lo habían echado de su hogar...
-¿En serio?
-En serio. Por favor. Si lo ves, decile que tengo un mensaje para él.
-¿De quién?
-De alguien que desea disculparse, por haberle quitado parte de su fuego una vez.
-¿Y usted cómo se llama?
Giró la cabeza y sonrió. El viento apartó el largo mechón de cabello gris,  despejando su frente ancha y altiva, acentuando su antigua elegancia.
-Nereo
El chico volvió  a su balde, a su secador y a su difusa ocupación de limpiador de parabrisas. La única posible para muchos, en el tortuoso presente de la humanidad. El dios regresó sobre sus pasos pensando en las posibilidades de lograr el postergado encuentro con el habilísimo Hefestos. Tal vez, de ser posible reconstruir antiguas amistades, también podría volver a componerse aquello que quedó trunco, esos planes  alocados que trazaron juntos para la tutela de los débiles mortales, allá lejos, en su casa, él, las nereidas, y algunos tercos personajes expulsados del Olimpo, como el benemérito Prometeo, miles de años atrás.

PD: Según algunos  estudiosos de la mitología griega, el anciano Nereo brindó asilo a Hefesto en su palacio situado en las profundidades del océano, cuando sus padres lo arrojaron del Olimpo a causa de su fealdad. Este dios cojo pero extraordinariamente hábil en la industria de metales contrajo matrimonio con Afrodita (la más hermosa de las diosas) a instancias de su madre,  para reconciliarse por  el hecho de abandonarlo en su niñez. En Grecia era venerado por haber enseñado artes y oficios a la humanidad. Cierta  tradición asegura que Prometo, también con el propósito de ayudar a los mortales, hurtó su fuego sagrado para darlo a las criaturas de la tierra,  pero esto ocasionó la ira de Hefesto y el posterior enfrentamiento entre ambos.

El puente - Jorge A. Dágata

El mes pasado cumplí once años y mi abuelo me contó otra vez que nací una noche de temporal. No había teléfono ni auto. Para ir al hospital mi mamá tenía que atravesar el canal por un puentecito de madera podrida. El agua que bajaba de la ciudad lo había cubierto. No más para llegar hasta ahí tenía que andar por varias cuadras de barro. Así que mi abuelo decidió que yo nacería en la casa, sin más ayuda que la de una vecina que había sido partera en Misiones, muchos años antes de venirse para acá.
Así llegué yo en pleno invierno y debieron atenderme muy bien, porque mi abuelo dice que soy muy buen chico, bien desarrollado y voluntarioso. No sé. Lo que pasa es que a mi papá no lo conozco y mi mamá está siempre tan ocupada, trabajando afuera y atendiendo a mis seis hermanos que casi vivo con él, aunque estamos todos ahí no más, y aprendo a arreglármelas solo. Cuando le cuento a mi maestra que me lavo la ropa y la mayoría de las veces cocino para todos, dice que se emociona mucho. Debe ser cierto, no porque lo diga sino porque se le nota en los ojos como un brillo húmedo. Es medio tonta, pero muy buena. Tiene un solo hijo muy parecido a ella. Según cuenta no sabe ni andar en bicicleta, y eso que ya cumplió los doce. Debe ser de esos chicos que se la pasan comiendo y mirando televisión o jugando con una computadora. Cómo será que si no lo lleva a la escuela, no va.
Yo por suerte estoy con mi abuelo. Me armó la bicicleta con un cuadro que encontramos en las vías y las ruedas que le cambió a un ciruja por una montaña de fierros y botellas, cuando limpiamos el patio. También trajo un televisor viejo, lo arregló y entre los dos pusimos la antena en ese tronco alto y seco que hay al lado de la casa. Algunas noches se ve bastante bien. Mi abuelo es un genio. La verdad es que cuando nos ponemos a charlar ni televisor precisamos. Me cuenta cómo era su vida de maquinista del ferrocarril. Viajaba  de Buenos Aires a Quequén y algunas veces llegó mucho más lejos, hasta la Patagonia. Cómo cargaban agua y carbón en las estaciones y veían a los crotos treparse a un vagón y los dejaban, nomás. Hay que verlo cuando limpia el farol de fierro, bastante oxidado, o lo hace iluminar si se corta la corriente y sale al patio a ver qué pasa que ladran los perros. ¿Y el descarrilamiento? ¡Esa sí que no me la pierdo, aunque la repita mil veces! La máquina se le fue en una curva porque los durmientes estaban podridos y quedó inclinada en el terraplén con seis vagones volcados. Las bolsas de papa rotas y desparramadas. Mi abuelo subió al palo del telégrafo y dio el alerta, porque unas horas más tarde pasaba otro tren y hubiera sido un desastre. Me muestra con los dedos en la mesa cómo trasmitía el mensaje con puntos y rayas y parece que estuviera otra vez sobre el palo, abrazando el que usa como bastón cuando anda dolorido. “-¿Que estaba nervioso? Y, un poco sí... Si largaban la formación de las siete no sé dónde estaríamos“. Yo le digo que se salvaron gracias a él, pero me contesta que nada más cumplió con su obligación. Estuvieron varios días trabajando las cuadrillas, con una máquina que vino de la capital para encarrilar la que se había salido de las vías y los seis vagones. Mi abuelo se los pasó al lado de su tren, acampando con los compañeros ferroviarios y algunos crotos que se quedaron a ayudar. “-Ayudar, ayudaron poco... ¡Pero cómo comían los desgraciados!” Es una de las pocas veces que lo veo reír.
Me dice siempre que escriba todo lo que me pasa, para no olvidarme. Yo le digo que no, que no me olvido, pero él frunce la frente, como si se enojara, y me contesta: -“Ya vas a ver“. Así que en mi cuaderno voy poniendo lo que me parece. Cuando él lo lee me corrige algunas cosas, me abraza y se queda un rato apretándome, sin hablar. Después se saca la gorra de lona y repite dos o tres veces: -“Es una gran cosa, una gran cosa“. A mí no me cuesta nada darle el gusto, aunque a veces no sé si lo entiendo y otras veces me parece que sí. Pero me gusta escribir, aunque más no sea para él. Porque ¿a quién más le puede importar lo que hacen un chico de mi edad y su abuelo?
Algunos días me lleva a la ciudad. Se queja mucho de que le duelen las piernas y además, bueno, me da un poco de vergüenza, porque a cada rato tiene que ir al baño. De este lado de las vías no hay problema: un matorral, unas plantas, una casa abandonada, y ya está. Pero del otro lado, con tanta gente... Igual yo recorro bastante con la bicicleta y ahora que soy grande me animo unas cuantas cuadras más, como esa  vez que casi llegué hasta el centro. No me importa si me retó. Bah, casi no sé si me retó. Me dijo lo mismo que a veces les decía a los crotos: -“Cada uno tiene que hacer su vida“. A mi me parece que desde que no pasan más los trenes, mi abuelo no sabe qué hacer. Me doy cuenta que se siente como perdido. Tenía dos amigos pero bueno, se le murieron. Por eso capaz quiere que yo escriba. -“Contá lo de la zorra, contálo“. Es de una vez que entre los dos agarramos una zorrita vieja que estaba abandonada en una vía muerta. Mi abuelo manejó los cambios para mover los rieles y la hicimos andar por la vía principal, casi hasta Los Pinos. Es de esas que tienen dos manijas como un subibaja. Nos sentamos uno de cada lado y déle para arriba y para abajo. Yo me colgaba, sobre todo cuando subimos la loma de Tres Esquinas. ¡Cómo se veía todo, tan cerca y tan lejos, desde nuestra zorrita! -“¡Fierro contra fierro! “, gritaba él, y tiraba la gorra para adelante y trataba de embocarla con la cabeza cuando pasaba. Estábamos muy felices y cuando volvimos, cansados y todo, la dejamos otra vez en la vía muerta. -“Para la próxima“.
Nos tomamos unos mates debajo del sauce del patio, diciendo que la próxima hasta San Agustín no paramos.
El otro día fuimos hasta el canal, porque había camiones y palas trabajando. Están construyendo un puente ancho como toda la calle, para que se pueda ir y venir aunque llueva como la noche en que nací. A mi me gustó ver cómo removían la tierra, armaban una gran caja de maderas y la llenaban de cemento. Mi abuelo se quedó callado, pensando en algo, creo. De pronto me abrazó muy fuerte, como otras veces y me dijo: -“Es una gran cosa el puente. Una gran cosa“. Un poco lo entiendo y otro poco no. Pero va a ser lindo cruzar por el puente ancho, aunque el canal se ponga bravo por la lluvia. Como estar más cerca del otro lado, o como si el otro lado se acercara, que viene a ser más o menos lo mismo. Tiene razón. Es una gran cosa.

Flores secas - Ezequiel Feito

En un tosco cielo de cal blanca
como el amanecer mediocre de un mal pintado día,
adornaban el peso de una fecha ya lejana.

La palidez del tiempo contagiábale colores
cada vez más cerca
de aquella que vigila en secreto a cada tumba
como preguntándonos: “¿Tú también has sembrado
de flores secas
tu cariño sepultado tras los días?”

Si supieras...
yo también converso conmigo cuando paso
distraídamente, como con amnesia,
de flores secas, desteñidas y olvidadas,
cuando el viento va rozándolas sin verlas.

Nadie sabe qué historias
les contarán el ataúd, la tierra,
la noche pálida y la serena
multitud que comparte esa brevedad de aire,
ese acariciar gastado por la niebla.

Y no habrá nada más que olvido o lágrimas
hasta que los años pasen y que la nave vuelva,
bajo un potente trueno que con su voz recoja
los vivientes frutos de la estéril tierra.

El arte de aconsejar - compiló: Jorge Dágata

Siempre ha sido un arte muy difícil el de aconsejar a un poderoso, sobre todo cuando se lo quiere hacer desistir de un proceder que perjudicará a otros. La siguiente anécdota, conservada durante más de dos mil años, se ubica en la que quizás sea la primera ¨ley seca¨ de la historia, en el reino chino de Shu.
Debido a una gran sequía hubo prohibición absoluta del vino. El soberano Shienchu decretó severos castigos para quienes poseyeran tinas y aparatos de destilación en sus casas, tan extremos como los aplicados a aquellos que eran sorprendidos fabricando realmente bebidas alcohólicas. El objeto de las prohibiciones era realizar economías, muy necesarias por la escasez, pero se argumentaba que era un medio para aplacar a los dioses.
Chieng Yung, un poco bufón y otro poco consejero del rey, era un conversador o persuasor profesional. Su trabajo tenía verdadero riesgo, ya que si fracasaba o causaba alguna molestia al soberano sería destituido instantáneamente y le esperaba la muerte. Como nadie se animaba a enfrentar la ley, la sola posesión de un objeto que pudiera servir para producir vino traía la desgracia a los campesinos y sus familias.
Cuentan que un día el consejero Chien Yung iba en coche con el poderoso Shienchu por el campo, cuando vieron cruzar a un joven.
-¡Haz detener a ese hombre! -gritó Chien Yung.
-Pero, ¿qué ha hecho? -preguntó el rey, muy perplejo.
-Va a cometer un adulterio.
-¿Cómo lo sabes?
-Tiene los órganos del adulterio, exactamente como los cosecheros tienen sus tinas listas para fabricar vino.
Parece que el soberano soltó la carcajada y ordenó que los detenidos por causa de la prohibición del vino fueran puestos en libertad.
(Sobre un texto de Siching Tsachi, citado por Lin Yutang en ¨La importancia de comprender¨).



Pensamientos - Juan Bautista Alberdi

Todas las reformas escritas que dejen en pie los hechos históricos en que se encierra el viejo régimen, y la estructura de su gobierno omnipotente serán vanas e ineficaces.
El gobierno seguirá siendo de hecho el depositario de todo el poder y de toda la libertad (que no son sino términos equivalentes), como tenedor y poseedor exclusivo que seguirá siendo todo el poder financiero y rentístico, que recibió por su estructura colonial para dominar a la colonia.
Como poseedor exclusivo de la renta pública pagada por el tráfico exterior, el crédito o poder de levantar empréstitos seguirá residiendo con la renta aduanera, que le sirve de gaje en su poder.
En vano se hablará de reformar la oficina de su tesoro, que emite su deuda y se llama el Banco de la Providencia; bajo todas sus formas, el poder de levantar empréstitos por esa oficina será el mismo. Por ese poder, toda la fortuna del pueblo de Buenos Aires seguirá en manos de su gobierno. Cada emisión será un empréstito.
Como poseedor y tenedor exclusivo del doble manantial del tesoro -que son el impuesto y el empréstito- el gobierno de Buenos Aires será el grande y único elector de los gobiernos del país todo.
En vano se hablará de reformar el sistema electoral. Bajo todas las leyes electorales no habrá otro elector que el gobierno, tenedor de los elementos o poderes electorales.
No es el sistema electoral el que conviene cambiar, sino el elector, como no es el Banco, lo que conviene reformar o cambiar, sino el banquero.
El principal reformador de esas dos instituciones imperiales será el Gobierno mismo que las administra. Él traerá la reforma por sus abusos y excesos, que llegarán a hacerla de tal modo necesaria que se producirá sin resistencia y como por sí misma: como caen los edificios en ruina.

Juan Bautista Alberdi: Nació en Tucumán el 20 de agosto de 1810. Cursó Derecho en Buenos Aires y Córdoba. Miembro del Salón Literario y la Asociación de Mayo. En 1844, luego de diez años de vivir en Europa, retorna a América. Publica las Bases en 1852. Representante de la Confederación de 1855 a 1862. Como intelectual, asiste a los agitados sucesos del 1880.

UN VERDADERO MAESTRO - compiló: Jorge Dágata

Una lectura para compartir

Muchos discípulos de distintas partes de Japón se reunían alrededor del maestro Bankéi, para recibir sus enseñanzas.
Durante de esos encuentros, uno de los discípulos fue sorprendido hurtando. Se informó del asunto al maestro, con el reclamo de que se expulsara al culpable. Bankéi no hizo caso a la petición.
Más tarde, el mismo discípulo fue sorprendido en un acto similar y de nuevo el maestro pasó por alto el suceso. Esto irritó a los otros, que redactaron una petición muy dura solicitando que el ladrón fuera expulsado y declarando que, si no, se irían todos juntos.
Cuando Bankéi leyó el petitorio los convocó, elogiándolos porque los consideraba sensatos, ya que comprendían lo que está bien y lo que no lo está. Les dijo que podían irse a otra parte a estudiar, si así lo querían. Pero que el acusado aún no sabía distinguir ni siquiera entre el bien y el mal.
-¿Quién le enseñará si yo no lo hago? reflexionó-. Lo tendré aquí conmigo aún si el resto se marcha.
 Los discípulos siguieron recibiendo sus enseñanzas y el acusado no volvió a hurtar.

(Texto extraído de ¨Colección de Piedra y Arena¨, un libro del siglo XIII del maestro japonés Muju).

Hay que cuidarse - Liliana Colavita

Son muy peligrosos y hay que cuidarse mucho, sobre todo a la hora de elegir con cuál quedarse, porque además de peligrosos son inevitables, siempre hay que optar por alguno de ellos. Viven escondidos y están siempre al acecho, tratando de prevalecer unos sobre otros. Es difícil cuidarse porque toman formas muy diversas. Hay algunos que, como los cronopios, son sólo imaginativos. Hay otros reales, pero no menos aterradores. A veces se asocian los dos los cronopios y los reales- y confunden muchísimo, porque no se los puede diferenciar.
Suelen mantener una rutina mucho tiempo, y entonces todo marcha bien, pero pareciera que ellos se hartan de su propia rutina y empiezan a moverse para volver al ataque.
Arrancan suavemente, como un vago recuerdo de un verano triste,  de un amigo que no está, cierto temor a  un cambio en la rutina laboral o social.
Hay circunstancias que les son especialmente favorables, como largos viajes en colectivo o  noches de insomnio.
Aprovechan esos momentos para ir deslizándose por las paredes, se sujetan en los marcos de los cuadros o en los bordes de las ventanillas, o vienen desde abajo trepando por los asientos o las patas de la cama.
Son muy perseverantes. A veces parece que se los puede ahuyentar, concentrándose en un  libro o una película, o fumando un cigarrillo. Pero al rato vuelven a zumbar alrededor, porque son muchos. Es como cuando uno mata un mosquito de un zapatazo y cree que va a dormir tranquilo, entonces aparece otro y otro más.
La primera reacción que producen y la que esperan es un gran desconcierto, porque uno los creía dominados, pero solo estaban adormecidos por la rutina. Atacan invocando asuntos que se habían creído dejados atrás en el tiempo, superados por cosas mejores. Producen dudas acerca de soluciones dadas por correctas. Reprochan la resignación con se ha aceptado tal o cual cosa planteando que se debiera haber luchado por ella. Crean arrepentimiento de actos realizados con el convencimiento de que eran inofensivos. Cuestionan la cuidadosa planificación de la próxima semana.
Una vez producido el desconcierto aprovechan para festejar entre ellos los cronopios y los reales- y la confusión se  vuelve insoportable.
Ahí es cuando uno identifica tras el disfraz de turno, a su más empedernido desestabilizador: su propios pensamientos, entonces se encuentra en el punto crítico, el crudo, ineludible, vital, momento de elegir entre pensar lo que quiere o lo que debe.



La larga marcha hacia una sociedad lectora - Mempo Giardinelli *

Escritor chaqueño. Su obra literaria fue traducida a varios idiomas. Recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1993, y en 2000 el Premio Grandes Viajeros. Es autor de las novelas La revolución en bicicleta, El cielo con las manos, Luna caliente, Visitas después de hora, Cuestiones interiores, entre otras. Preside una fundación educativa y filantrópica que lleva su nombre.

La ausencia de lectores críticos es una problemática que enfrenta la Argentina desde hace varios años. Por ello, es necesario promover una pedagogía de la lectura que revierta esta situación de violencia cultural.

Diagnóstico

Todo indica que muchas cosas han cambiado en la Argentina posterior a la crisis de diciembre de 2001. Sin embargo, menos de cuatro años después y con un nuevo gobierno preñado de contradicciones y una oposición desarticulada y dispersa, y en medio de un cuadro social atroz que muestra vastos sectores económica y culturalmente marginados, es imposible dar por superada la emergencia. No obstante, hay una buena cantidad de indicadores que obligan a pensar que si el desastre argentino no es todavía cosa del pasado, sí es posible considerar que hemos superado lo peor de la crisis y no nos hundimos. Seguimos en pie. Malheridos y maltrechos, aunque un poco menos confundidos. Que no es poco. Y es que la resistencia cultural de los argentinos ha sido enorme, y los nuevos rumbos que parece tener este país representan, a pesar de los problemas que subsisten, al menos una esperanza. Eso que habíamos perdido hace tanto tiempo.
Tengo para mí que algo hemos tenido que ver en esto los educadores en general, y en particular los que trabajamos en lo que desde hace años llamo pedagogía de la lectura que es la esencia de la labor que desarrollamos decenas de maestros, bibliotecarios, investigadores y voluntarios en el nordeste argentino.1
La pedagogía de la lectura refiere a la tarea de capacitar a los futuros formadores de lectores, para lo cual desde hace años venimos gestando una nueva preceptiva, que en este campo no existía. Trabajamos para crear y organizar una bibliografía que estimule, oriente y defina a los formadores de lectores, a la vez que desarrollamos múltiples y variadas estrategias de lectura que sirven tanto a modestas estructuras organizadas similares a nuestra Fundación, como a docentes en general, bibliotecarios, cooperativas escolares y/o cualesquiera otras personas. La lectura es, para nosotros, un acto de amor, solidaridad, pasión, ganas y tiempo, y todo eso puede y debe ser combinado para recuperar a los que todavía están en la oscuridad textual. Si bien en los albores de la democracia fuimos muy pocos los que empezamos a valorar y subrayar la importancia de la promoción y fomento de la lectura enunciado que hace apenas 15 o 20 años era completamente exótico, hoy es asombrosa la cantidad de programas en marcha, como es notable la conciencia que se ha formado acerca de la necesidad de estimular a los lectores del presente y del futuro. En este sentido, y aunque falta muchísimo por hacer, es impresionante la consolidación de la conciencia lectora de nuestra sociedad. Y no me refiero sólo al Chaco y el nordeste sino a todo el país. Centenares, acaso miles de experiencias realizadas en todo el territorio nacional, no siempre de manera organizada ni coordinada, de todos modos han logrado instalar la necesidad de un cambio de paradigmas y por eso hoy la lectura vuelve a tener prestigio en nuestro país. Y en diferentes instituciones del Estado nacional y de muchas provincias, y es relevante el caso de Córdoba, donde existe desde hace años el Programa Volver a leer existen iniciativas, programas y campañas de promoción de la lectura.
Poco más de tres décadas de autoritarismo, intolerancia y oscurantismo nos cambiaron totalmente: de ser un país casi sin analfabetos, pasamos a ser uno en el que por lo menos un cuarto de la población lee y escribe de modo primitivo y apenas funcional. Aunque insólitamente no hay datos confiables, es fácil estimar el enorme crecimiento del analfabetismo en nuestro país.2 Y para comprobarlo basta recorrer las periferias urbanas, adentrarse en el mundo rural o profundizar temas con los más jóvenes. El resultado de tantos años de indolencia y robo, y de cambios maníacos en la educación mientras los maestros de todo el país eran condenados a salarios indignos, está a la vista.
Todavía resuenan los datos alarmantes de la Encuesta Nacional de Lectura (ENL) que realizó el Ministerio de Educación de la Nación entre febrero y marzo de 2001, que entre otras cosas demostró que el 41% de la población lee muy poco y que el 36% prácticamente no lee nada. También nos informó que el 44% no puede comprar libros; el 46% nunca va a librerías y el 71% jamás concurre a bibliotecas. Cuatro años después, y atravesada la crisis brutal que soportamos, si hoy se hiciera una encuesta similar los resultados serían, sin dudas, escalofriantes.3
Incluso hay datos mucho más recientes, de marzo de 2005, que muestran que el 29,9% de la población en edad escolar (o sea, unos 3,2 millones de chicos y chicas) no compran ni reciben ningún libro durante el año lectivo. Según evaluaciones de la Cámara Argentina del Libro, 4 sobre una población de 10,7 millones de alumnos, solamente el 32,7% compra por lo menos un libro en un año escolar, mientras que el 37,4% restante dispone de textos que les provee el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Pero no es sólo que uno de cada tres escolares no tiene ningún libro en sus manos, sino que estas cifras tienen otro complemento alarmante: en las escuelas argentinas el uso de libros por alumno es apenas del 0,7%. En otros países de América Latina, que históricamente ofrecieron una calidad educativa inferior a la argentina, hoy están muy por delante: Chile y Brasil, por ejemplo, tienen un nivel de uso de libro en las aulas que ronda los cuatro por alumno/año lectivo. El drama, sin embargo, no es sólo que hemos dejado de ser una sociedad lectora como alguna vez fuimos, sino que además y esto es lo peor hoy somos una sociedad que mira televisión la mayor parte del tiempo. La misma ENL de 2001 comprobó que el 78% de los argentinos mira tele “todos o casi todos los días” y que un alto porcentaje mira entre una y cuatro horas diarias. Y es facilísimo apreciar que nos hemos convertido en una sociedad que se informa por la tele, que le cree a la tele, que piensa (o cree que piensa) por lo que dice y muestra la tele, y yo no dudo de que es por eso que ha sido tan manipulada y estafada.
Lo cierto es que hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteligencia que es leer y eso ha disminuido nuestra capacidad intelectual: hoy en la Argentina se entiende menos, se entiende mal, hay menos interpretación y se perdió espíritu crítico, que hoy se confunde con protesta y grito. Basta escuchar el lenguaje coloquial de los argentinos, pauperizado hasta límites insólitos. Por eso nuestra obsesión por recuperar la lectura y la pasión por la lectura. De diarios, de libros, de textos que sean nutricios y ayuden a que nuestro pueblo sea más conciente de lo que dice y lo que hace, lo cual solamente se logra y no hay otra opción con la lectura como ejercicio y práctica cotidiana de la inteligencia. Sólo así se alcanza el pensamiento propio, que es como decir la independencia de criterio de cada persona.

La educación y la lectura

Por lo anterior, es fácil comprender que trabajar por el fomento del libro y la lectura es también trabajar por la educación como razón de Estado. Partimos de la idea de que no es posible la educación del pueblo sin un Estado responsable que la organice, oriente y dirija de acuerdo con los verdaderos intereses nacionales. La educación, con la salud, son las dos misiones básicas de todo Estado. 5
Cuatro años después de la peor crisis vivida por los argentinos, decir que es posible la esperanza y que estamos cambiando paradigmas no implica negar que la calidad de la enseñanza ha disminuido muchísimo en la Argentina. Es obvio que el ya apuntado analfabetismo funcional y el fácilmente comprobable deterioro estético de nuestra sociedad nos han colocado en una situación de enorme vulnerabilidad sociocultural.
En mi opinión es muy fácil establecer las causas verdaderas y las consecuencias aterradoras de la baja calidad educativa, la repitencia y la deserción escolares: informes reiterados que aparecen en todas las encuestas e informaciones periodísticas dan cuenta de que en nuestro país se dictan cada vez menos horas de clase y los niveles de comprensión de nuestros alumnos están entre los más bajos del mundo. Lo cual no deja de ser lógico si casi no se lee y si, como ha dicho Guillermo Jaim Etcheverry, “[…] falta en el aula el ingrediente reflexivo, falta el pensamiento”. Ni se diga del papel de la familia, claro, que todos coinciden en que es importantísimo, pero la familia primero tiene que ser tal y para eso hacen falta trabajo, proyecto, dignidad. Las condiciones generales del país se han degradado tanto que el deterioro colocó al 40% de la población por lo menos en extremos  vergonzosos y ofensivos de indigencia y desprotección, lo cual ha generado un resentimiento inédito, asombroso, que se expresa en la violencia urbana que nos rodea, indudablemente ligada a los enormes sentimientos de frustración que son correlativos a la falta de proyectos, esperanzas e ilusiones.
Todos sabemos y los docentes en particular que no se puede pretender que la escuela sola resuelva el desastre. Y también sabemos que la instrucción no es el único camino seguro para un futuro mejor. Desdichadamente, con los bajos salarios docentes que se pagaron durante años en este país, y con tanta corrupción denunciada, incluso en nuestras universidades6 es evidente que el sistema educativo argentino actual más allá de los esfuerzos correctivos que se están haciendo por parte de las autoridades nacionales y de algunas provincias no está en condiciones de revertir el pésimo rumbo trazado en la década de los 90 ni de responder a las necesidades presentes de la sociedad argentina.
En ese contexto no nos queda otra alternativa que seguir dando batalla en desventaja. Pero a la vez sabiendo que, si redoblamos la conciencia, no nos vencerán las circunstancias. Y para ello tenemos que asumir con audacia el desafío de romper mitos y modas. No podemos seguir creyendo, irreflexivamente, en postulados como muchos que se impusieron a la docencia argentina en las últimas tres décadas y que, basta ver la realidad, no sirvieron para nada más que para retroceder y para que seamos hoy un país más mediocre y más bruto.
Me parece que nosotros mismos hemos sucumbido muchas veces a tonterías de moda. Déjenme decir  con respeto y cautela, pero con firmeza que un poco menos de promoción y preocupaciones mediáticas no nos vendrían nada mal. Como tampoco estaría de más terminar con la terminología comercial que invadió incluso las aulas. Habría que mirar un poco menos el afuera que no nos enseña nada, para mirar más el adentro que necesita desesperadamente que recuperemos el sentido común. Estoy tratando de decir: déjenme descreer sólo un poco, si quieren, y a modo de desahogo de conceptos retorcidos como la “lectoescritura instrumentada”; permítanme condenar, suave pero inapelablemente, a toda la parafernalia de “objetivos”, “tareas”, “habilidades”, “actitudes”, “aptitudes”, “comprensiones” o “ejercicios” que han contaminado el puro placer de leer. Y déjenme proponerles que empecemos a condenar de una buena vez y a coro esa canallada de la “salida laboral”. Porque el saber debe ser saber nomás, el conocimiento es de por sí liberador y ni la escuela, ni la universidad deben organizarse al servicio de los mercados de trabajo. Ya bastante se ha metido el mercado en la escuela, y sin embargo a ver si alguien es capaz de enumerar cuáles han sido los beneficios…
Y es que si el mercado entra en la escuela, si se mete en la educación, es ante todo para vender, no para enseñar. Esto tenemos que tenerlo muy claro y subrayarlo. Agradezcamos mucho a las editoriales que ayudan, a las empresas que se preocupan de la educación y a los patrocinadores llamados tonta y colonizadamente sponsors. Está muy bien si cooperan con las escuelas, muchas gracias, pero no olvidemos que para la industria editorial y para las librerías y para cualquier empresa, un niño de hoy es un consumidor de mañana, como un joven estudiante y un lector son, ante todo, potenciales clientes a satisfacer.
Y diré más: ni siquiera tenemos por qué aceptar postulados como el del “hábito de la lectura”. Creo honestamente ser un buen lector, un lector más o menos competente, y sin embargo no creo tener ningún hábito, ninguna adicción. Para mí la lectura es placer y está ligada a las ganas, y las ganas tienen que ver con la curiosidad, con los estímulos intelectuales, con la maravillosa didáctica que consistió en que en mi casa había libros y gente que leía, y las charlas giraban acerca de lo que se había leído. Cuando yo iba a la escuela primaria sentía placer cuando me hacían pasar al frente a leer en voz alta y ponía todo mi empeño en que mis compañeritos se deleitaran como yo. Y eso no es imposible de recuperar, y ya va siendo hora de que acordemos estrategias para que no sólo en las escuelas sino en todas las casas de los niños argentinos se cambien los paradigmas y acabemos, por ejemplo, con la idolización imbécil que se promueve mediante la televisión basura (o sea, casi toda la televisión).
Déjenme, también, descreer de las propuestas lúdicas, supuestamente modernas, que equiparan a la lectura con el juego. O con la teatralización o con las ferias... En toda la historia de la literatura ningún buen lector, ningún lector serio, se hizo lector jugando ni participando de ferias o festivales, que casi siempre consideran a la gente consumidores antes que personas. Y además yo no sé si la cuestión se resuelve con más y mejores materiales de lectura en las escuelas, pero sí sé que el Estado debe proveer más y mejores materiales y tenemos que exigirlo porque lo pagamos todos con nuestros impuestos. Tampoco sé si la cuestión es solamente salarial, pero es urgente represtigiar el trabajo docente, y eso es innegociable, básico y prioritario. Y sé que es urgente recuperar la dignidad y la autoridad social de los maestros, y que a todo esto tenemos que lograrlo por encima de cualquier traba, excusa, gubernamental o sindical. Sólo así podremos, de manera consistente, crear nuevos lectores y estimularlos mediante y para la libertad y la alegría. Hay que ayudar a que se comprenda lo que se lee y en ese sentido hay que seguir cambiando paradigmas: los ejemplos en este país deben ser las buenas personas que son además buenos lectores, como los hay en cualquier comunidad, y no los tarados que se ríen de cualquier cosa en la tele. Y ésa es toda una tarea docente que debe empezar, desde luego, por los mismos docentes.
Por eso organizamos todas nuestras actividades con la idea central de revisar los cánones y de contrariarlos si hace falta. Y siempre hace falta. Porque determinar nuevas posibilidades lectoras para una Nación que ha vivido décadas en vías de subdesarrollo educacional y necesita con urgencia recuperar el tiempo perdido, implica cuestionarlo todo: qué es leer, qué queremos que lean los argentinos de hoy y de mañana y cómo imaginamos que será un futuro canon literario organizado sin la pretensión autoritaria de fijar también la interpretación que debe hacerse de las obras. Somos concientes de la enorme  responsabilidad que significa, para el docente, ser intermediario del saber y el conocimiento. Por eso, y teniendo en cuenta tal intermediación, proponemos no sólo la libertad del docente sino también un ejercicio de libertad absoluta por parte del estudiante lector. No para que el maestro se desentienda o alivie, sino para que cada lectura sea un disparador del imaginario y el criterio propio de los estudiantes, y desde allí y sólo desde allí (o sea: desde la lectura) se establezca un nuevo diálogo enriquecedor entre docentes y alumnos alrededor de la literatura.
Por esa razón suelo insistir, aunque suene provocador, en la necesidad de resistirnos a las modas pedagógicas que hicieron del placer de leer un trabajo pesado. Por eso insisto siempre en que es necesario y urgente despojar a la lectura de ejercitaciones obligatorias y propuestas de trabajo, porque más allá de las buenas intenciones que las alientan, en muchos casos sólo entorpecen el simple y grandioso placer de leer.

La pedagogía de la lectura

Procuramos impulsar una nueva pedagogía de la lectura, esto es la formación maciza y sostenida de lectores competentes, que a su vez sean capaces de formar a otros lectores. La multiplicación de los panes de la lectura es maravillosa. Sólo así se forman personas sanas, libres, entusiastas, capaces de discutir internamente con los textos porque los leyeron con placer, amor y ganas. Y para ello tenemos que recuperar en los profesores, docentes y bibliotecarios el placer, el amor y las ganas de leer. Sólo si los maestros leen podremos recuperarnos como nación lectora. Y podremos esperar de las nuevas generaciones ciudadanos competentes, responsables, capaces de cuestionar todas las ideas y de brindar a la sociedad ideas nuevas y mejores. Y es que somos lo que hemos leído. La ausencia o escasez de lectura es un camino seguro hacia la ignorancia y esa es una condena individual gravísima, pero lo es más socialmente. La no lectura, desdichadamente, es un ejemplo que ha cundido y cunde demasiado alegremente en la Argentina, y en parte eso es lo que ha generado dirigencias ignorantes, autoritarias y frívolas. Por eso sostengo que no hay peor violencia cultural que el proceso de embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Una sociedad que no cuida a sus lectores, que no cuida sus libros y sus medios, que no guarda su memoria impresa y no alienta el desarrollo del pensamiento, es una sociedad  culturalmente suicida. No sabrá jamás ejercer el control social que requiere una democracia adulta y seria. Que una persona no lea es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida. Pero cuando es un país el que no lee, ese crimen lo pagará con su historia, máxime si lo poco que lee es basura, y si la basura es la regla en los grandes sistemas de difusión masivos. Por lo tanto, visto a la inversa y advirtiendo que ésta es una generalización, podemos decir que toda persona que lee con cierta consistencia finalmente dulcifica su carácter, no sólo porque los libros son de aparente mansedumbre sino porque la práctica de la lectura es una práctica de reflexión, meditación, ponderación, balance, equilibrio, mesura, sentido común y desarrollo de la sensatez. Por supuesto que también han sido y son lectores competentes algunas personas despreciables, pero bueno, para mí son las excepciones a la regla. Leer es un ejercicio mental excepcional, un gran entrenamiento de la inteligencia y de los sentidos. De ahí que, correlativamente, las personas que no leen están condenadas a la ignorancia, la torpeza, la improvisación y el desatino constantes. Me parece evidente que los seres humanos que son buenos lectores, lectores competentes, son en general y aunque puedan citarse deleznables excepciones mucho mejores personas.
Desde esas convicciones, aceptamos la invitación del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación para trabajar en la preparación de varias antologías de textos breves para los jóvenes estudiantes de nivel secundario de todo el país. Se trata de la colección de cinco tomos que lleva el título “leer X leer”, que mandó publicar el Ministerio con edición de Eudeba y de los que se ha distribuido gratuitamente medio millón de ejemplares en todo el país. Y ahora viene otra colección, a distribuirse en la segunda mitad de este 2005, titulada “Leer la Argentina”, que en siete tomos recupera cuentos y relatos de las siete regiones argentinas: NOA, NEA, Litoral, Centro-Cuyo, Pampa, Patagonia y Capital Federal y su conurbano.
Entendimos este desafío como un reconocimiento a nuestra experiencia en el fomento del libro y la lectura. Junto con las escritoras Graciela Bialet, Graciela Cabal, Graciela Falbo, Angélica Gorodischer formamos un equipo, y nos dimos a la tarea de seleccionar, de entre varios miles de textos de la literatura universal, latinoamericana y argentina de todas las regiones y provincias, conjuntos de breves lecturas que estimamos capaces de seducir a jóvenes futuros lectores, de manera de estimularlos para que cada uno/una ingrese con entera libertad en el precioso espacio de inclusión, expansión y placer que es la lectura.
Esperamos que ésta sea solamente la primera edición de dos colecciones que deberán llegar a los casi tres millones de estudiantes que cursan desde el 8º año de EGB hasta el último de polimodal en todo el país. De este modo, cada estudiante egresará siendo propietario/a de cinco a doce libros que el Estado les habrá entregado gratuitamente y los cuales serán, en muchísimos hogares argentinos, acaso la única biblioteca personal y familiar. Y es claro que esta obra es también, de hecho, un replanteamiento del canon literario. Estos libros reconsideran no sólo la literatura a enseñar, sino que también se proponen recuperar la hermosa costumbre del viejo libro de lectura, que ciertas modas pedagógicas nefastas clausuraron en nombre de una ridícula modernidad pletórica de “actividades”.
Y en el mismo sentido apoyamos y participamos tanto de la Campaña Nacional de Lectura como del Plan Nacional de Lectura, que en muchas provincias están llegando realmente a toda la población, convencidos de que es uno de nuestros mejores modos de aportar a la construcción de un país que no nos avergüence. Un país que dignifique el conocimiento, que tenga entre sus valores el saber, la investigación y el pensamiento independiente. Un país en el que la violencia sea sólo un mal recuerdo y en el que todos los magisterios sean respetados conceptual y salarialmente. Un país en el que todos y todas lean.
Así es como entendemos esta nueva disciplina que llamamos Pedagogía de la Lectura: como una tarea que es urgente extender y aplicar. Porque la República Argentina ha carecido, por décadas, de una política nacional de Lectura, y la tremenda crisis económica y social que padecimos no ha hecho más que profundizar las consecuencias de tal carencia. Los resultados, por todos conocidos, son escandalosos: por ejemplo en el Chaco, el 59% de los habitantes no lee nada o lee apenas un libro por año. El 55,3% no pisa jamás una biblioteca. Y entre los docentes, el 59% lee de 2 a 4 libros al año y el 22%, uno o ninguno. O sea que sólo una minoría del 19% de los docentes chaqueños pueden ser considerados lectores. 7
La especialista británica Grace Kempster quien visitó la Argentina en 2004 sostiene que es fundamental una figura que guíe y recomiende lecturas y que cualquier lectura es válida. Asunto muy discutido este último, no deja de ser compartible si se recuerda que es misión de la Pedagogía de la Lectura elevar el nivel y calidad de los textos. “Para crear buenos lectores los libros no alcanzan opina Kempster; es necesario que se los acompañe con el placer de hablar de ellos, recomendarlos y criticarlos y con la libertad de elegirlos […]. Los ciudadanos creativos e innovadores que demanda la sociedad de la información son los que adquirieron el placer de aprender y de leer”. 8
Ella ha destacado lo que nosotros ya sabemos empíricamente: el rol de la escuela es fundamental. Es allí donde hay que hacer la docencia, y ante todo dicho sea una vez más con los propios docentes. Porque, reconozcámoslo con sinceridad: el docente argentino no es un lector consecuente, son muy pocos los lectores competentes, avezados, experimentados, constantes. Entonces, no podemos pretender que sean buenos inductores de lectura para los niños. De donde yo creo estoy convencido que el primer campo de trabajo en la Pedagogía de la Lectura son los maestros, los profesores de todas las materias, incluidas por supuesto las técnicas, las científicas, las deportivas y demás. Hay experiencias muy ricas en este campo, que demuestran que no alcanza con crear programas de lectura sino que además hace falta dedicar a la lectura por lo menos una hora diaria en las aulas. Y hay que estimular a los chicos para que sientan que esa hora es como un recreo formidable, enriquecedor y divertido, en el que el aprendizaje va de la mano de la lectura en libertad absoluta. Hay que pedirles a los chicos que sean ellos los que traigan lecturas; hay que hacer que cada día sean ellos quienes propongan nuevas posibilidades para compartir en clase; y así, lentamente, se podrá ir preguntándoles cuál es el mejor libro que han leído, cuál el peor, cuál el que aman o abominan sus padres y hermanos; cuál el que más recomiendan y por qué, y etc., etcétera.
Queda claro, pues, que si el docente no lee, si no está preparado para disfrutar de la lectura porque él /ella mismo/a no sabe disfrutarla, jamás podrá transmitir el placer de leer a sus alumnos. Y decir esto no equivale a proponer solamente libros de literatura o de filosofía, ni esos odiosos libros importantes. En absoluto, a lo que me refiero es a las lecturas más simples y variadas, que los chicos pueden escoger con libertad y hay que alentarlos a que lo hagan. Hay que fomentar en ellos el permiso de elegir la lectura que se les dé la gana: aventuras, investigaciones, esoterismo, libros técnicos, históricos, de poesía, incluso eróticos. ¡Que lean, eso es lo que queremos!
Y a esto hay que llevarlo a todos los terrenos. Primero los maestros, luego los chicos. Muy bien, pero también a las cooperadoras escolares. Y los sindicatos, los organismos de la sociedad civil, los hospitales, los medios de transporte, los clubes de barrio. Hay que trabajar con grupos de padres, con desocupados y con profesionales, en las bibliotecas y en los centros comunitarios, donde sea, no hay lugar en el que no quepa la lectura.

Qué leer y cómo leer en el mundo globalizado

La más enorme paradoja radica en que el retroceso argentino se produce justo cuando el mundo vive la revolución tecnológica más extraordinaria de la Historia, justo cuando nos enfrentamos a uno de los más grandes desafíos de la humanidad, una revolución que parece mayor que la de Gutenberg: las vías virtuales de transmisión del conocimiento, el libro inmaterial o libro-pantalla, el video libro o libro electrónico.
Vivimos en una sociedad sometida a la dictadura de los medios audiovisuales, que dan todo previamente organizado precisamente para que la gente no piense. La oferta es enorme y es tan amplia que no es democrática; es autoritaria. La apariencia democratizadora del zapping, que nos permite cambiar de canales con velocidad y a nuestro antojo, en realidad es esclavizante porque obliga a permanecer más tiempo frente al aparato. El zapping es un modo de elegir, desde luego, pero dentro de un menú obligado que esclaviza frente a la tele. Su seducción es tan grande que termina siendo dictatorial. El problema es complejo, y desde luego que no se trata de satanizar a la televisión, pero es urgente replantear con inteligencia el cuestionamiento a los mass media. Porque no es verdad que las miniseries y telenovelas hayan ocupado el lugar de la literatura. Como no es verdad que la tele sea culpable exclusiva de la ignorancia generalizada. En realidad, los medios masivos de comunicación no son ni buenos ni malos. Son quienes manejan esos medios los que con actitudes sexistas y paternalistas, con dobles discursos discriminadores y falsificadores, aplican a la sociedad contemporánea la ideología de la globalización que apunta a que los seres humanos sean antes consumidores que personas. El problema es humano, no tecnológico.
El discurso del fundamentalismo neoliberal, que en la Argentina fue y sigue siendo sinónimo de globalización, logró quebrar las bases constitutivas de la Nación mediante un sistema comunicacional superconcentrado y con un discurso ideológico que en nombre de la libertad atropelló todas las libertades y la inteligencia. Fue esa manipulación la que permitió que el gobierno más corrupto de toda la historia argentina nos dejara en la ruina en sólo diez años. La globalización significó, para nosotros, que el patrimonio colectivo nacional fuera completamente saqueado. Hoy los argentinos no somos dueños de nada de lo que, en cualquier país, constituye el patrimonio público. Además, nos forzaron a terminar con todo proteccionismo mientras en Europa y los Estados Unidos nos aplicaban todo tipo de restricciones proteccionistas. Nos forzaron a importar y a cerrar nuestras fábricas, y así nos dejaron sin trabajo y destruyeron la producción y el crédito sano, corrompiendo de paso todas las formas de organización. Los organismos y los gobiernos que más propagandizaban la globalización eran los que más estimulaban el sistema mafioso local, porque sólo con gobernantes y funcionarios corruptos se podían hacer los fabulosos negocios que se hicieron con las privatizaciones generalizadas. Procedieron igual que lo habían hecho con nuestros dictadores, sostenidos entonces por el único mérito de su anticomunismo feroz.
El discurso de la globalización pretende que el mundo marcha hacia una interacción que se dice que es “inevitable”. Pretende que son “viejos” o “arcaicos” los conceptos de nación y soberanía; y dice que la tecnología nos llevará “inevitablemente” a un nuevo mundo sin fronteras en el que la riqueza se derramará sobre todos los mortales, siempre y cuando los mortales tengan paciencia y sepan esperar mientras los poderosos reorganizan el planeta… Esto es por lo menos dudoso, y si bien es cierto que hay decisiones que ineludiblemente se toman de modo multilateral, también es verdad que constantemente vemos que algunas de esas decisiones, las peores, continúan siendo unilaterales en las grandes cuestiones, como se ha visto en los últimos años cuando se avasallaron pueblos, fronteras y naciones enteras en el Golfo Pérsico y en Kosovo, en Afganistán y en Irak.
Es francamente inadmisible la idea de que el Estado es reemplazable y que es “inevitable” un mundo único global. En todo caso, es obvio que esas unilateralidades siguen utilizando el mismo viejo truco de todos los imperios. Desde Roma para acá, y pasando por Inglaterra, España, la Unión Soviética y los Estados Unidos, por citar los grandes casos, cada discurso imperial se propuso eliminar fronteras y soberanías nacionales a la vez que imponía lengua, moneda y estilo, y buscaba establecer el modelo imperial como universal, único e inevitable para todos sus sometidos. Es claro que la dinámica de la humanidad, que es impredecible y maravillosa, los enfrentó siempre, y no tengo dudas de que así continuará siendo. Pero eso en gran medida depende de nosotros, y particularmente de los docentes entendidos como formadores de ciudadanos que pretendemos que, además, sean lectores competentes el día de mañana. Por ello, no comparto la idea simplificadora de que los chicos de hoy han dejado de leer porque ven televisión, como se decía hace una década, o porque están cautivos de Internet y de los videojuegos, como se preconiza ahora. No dudo que la pésima televisión y la tecnología fascinante de los juegos virtuales ejercen su influencia, pero más bien creo que si los chicos de hoy no leen es, en primer lugar, porque sus padres tampoco leen. Y sus maestros tampoco, lo cual es mucho más grave. Es cierto que la crisis económica arrinconó a la gente, y ya se sabe cómo embrutece la pobreza, pero además en nuestro país se perdió la costumbre de la lectura porque se cayó en una concepción utilitaria: se propagandizó demasiado que había que leer para ser ingeniero o abogado, leer para aprender esto o aquello, leer para tal o cual actividad. Y entraron las modas laboralistas, tanto las que hacían de la lectura un trabajo tedioso como las que sostenían y sostienen aún que sólo hay que leer para estudiar, y estudiar para conseguir trabajo rentable. Así, el sistema educativo escolar y también el familiar convirtieron a la lectura en un castigo y un chantaje. Y los chicos de las últimas generaciones, que no eran tontos, lo advirtieron y huyeron de la lectura. Con lo cual sí ingresaron, muchísimos y sin saberlo, al tonto mundo del consumismo. Se perdió, entonces, el placer de la lectura, el leer para nada, el leer por leer, el leer para transportarse a otros mundos, generar y estimular la propia fantasía, desarrollar el sentido común y tener sentido crítico. O sea, leer para ser mejores personas, que es, en definitiva, para lo que sirve la cultura.
Por eso hoy hasta se habla menos y se ha perdido la costumbre de contar historias. ¿Cuánto diálogo fluido se sostiene hoy en la familia argentina y en la escuela argentina? ¿Cuántas mamás y abuelas siguen hoy contando cuentos? ¿Cuántos papás tienen tiempo, ganas, vocación y amor suficientes para contarles cuentos a sus hijos? ¿Cuántas maestras dedican tiempo a compartir lecturas con los chicos sin más objetivo que el puro placer de leer cuentos y poemas o el diario de hoy? Admitámoslo: salvo excepciones, la sociedad le ha dejado ese espacio, esa responsabilidad y ese placer a la tele o a las redes de Internet, que cuentan desalmadamente. Sin alma, digo, sin conversación e impidiendo también el desarrollo del sentido crítico que deviene del diálogo que enriquece.
Y éste es otro asunto clave: se conversa menos, casi no se discute, no se alienta el debate, no hay democracia de pensamiento. Hay unilateralidad y eso también confunde al niño, cuya potencia mental y honestidad innatas quedan expuestas en terrenos en los que no se establecen ni respetan jerarquías, valores, orientaciones. Es terrible todo esto, porque la humanidad para bien y para mal se hizo contando, conversando y leyendo. Toda la historia y toda la literatura no son otra cosa que el testimonio de la batalla por la libertad, dicho sea en términos sartreanos. Las literaturas significantes son las que tienen por centro y objetivo final la problemática de las mujeres y los hombres de cada época. Pero hay más, y doloroso, y debemos reconocerlo. Hubo un tiempo no lejano en que los libros estaban llenos de lecciones de moral y de conducta para los niños, los que a medida que iban creciendo se hacían grandes y comprobaban cómo aquellas hermosas lecciones eran violadas por los adultos... Y es que muchos de los ejemplos del mundo adulto últimamente dejaron mucho que desear desde el punto de vista ético. De manera que muy probablemente esta traición y acepto que es un vocablo de tono fuerte también influyó en el descrédito del libro y sin duda en el de los diarios. Y cuando la ética anda floja es inevitable un constante atentado funcional contra el sentido crítico y es improbable el imperio del sentido común.
A los argentinos todo esto nos ha costado carísimo. Cuando la gente está nerviosa, de mal humor y no tiene dinero para leer libros o diarios; cuando el sistema político es mentiroso, corrupto e ineficiente; cuando la sociedad no deja de hablar y de pensar en términos económicos, todo se envilece cultural y educativamente. Se dificulta pensar y el accionar es neurótico, como una permanente fuga hacia adelante. Y todo se complica más cuando los chicos más pobres van a la escuela a comer y no a aprender, y entonces es un hecho que no leen porque el contexto familiar y social, y aun el educativo, no los estimula en absoluto.
El problema no es entonces la televisión. Al menos no únicamente. Pensar eso me parece un excesivo reduccionismo, aunque de todos modos sería buena pedagogía encenderla menos tiempo y recuperar y fortalecer el diálogo y la charla cordial basada en la información que ofrece la lectura, como modo de desarrollar el juicio crítico de los futuros ciudadanos de esta democracia tan imperfecta todavía, pero que nos es tan necesaria como el agua y el pan. Es tarea de todos, de cada uno y de todos los días. Como la vida misma.

Propuesta

En función de todo lo anterior, y en algunas pocas líneas más, enumero los puntos básicos de una política nacional de lectura que un país como el nuestro debería por lo menos discutir. A modo de propuesta, a continuación se sintetiza el esbozo de ideas que un grupo de escritoras y escritores argentinos venimos pensando y trabajando en base a experiencias comunes y compartidas. La misma se compone de cinco grandes programas, a saber:
1. Programa Nacional del Libro de Lectura Gratuito, que reconoce que “Leer es un Derecho” y apunta a que cada estudiante argentino de entre 6 y 17 años reciba del Estado un libro de lectura por año y por nivel;
2. Programa Nacional de Abuelas Cuentacuentos, que reconoce que “Leer es un ejercicio de la libertad que se propone por amor y con amor”;
3. Programa Nacional de Modelos Lectores, que tiende a cambiar los paradigmas y rejerarquizar la lectura en la Argentina;
4. Programa Nacional de Bibliotecas Escolares, que garantice que no exista una sola escuela argentina sin una biblioteca básica;
5. Preparación, organización y propuesta de legislación para una Política Nacional de Lectura, que hoy la Argentina no tiene y que deberá aprobarse por ley del Congreso de la Nación. Finalmente, y como todos los años al clausurar el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, en Resistencia [Chaco], quiero terminar subrayando los dos lemas de nuestra Fundación. Uno dice: “Hacer Cultura es Resistir”, lo cual adquiere siempre mayor significado en mi ciudad de nombre emblemático: Resistencia. Y el otro dice: “Leer abre los ojos”. De ambas cosas se trata.

Notas:
1 En el Chaco realizamos este trabajo desde una ONG sin fines de lucro, fundada en 1996 y con forma jurídica y fiscal desde 1999. Acerca de ella, ver: http://www.fundamgiardinelli.org.ar

2 Y me refiero especialmente a formas nuevas del analfabetismo funcional, como la pobreza lexical coloquial, la debilidad asociativa y la impresionante dificultad expresiva que se advierte en las generaciones de argentinos más jóvenes.

3 Una reciente encuesta sobre consumo de libros e índice de lectura en la Unión Europea, citada por Susana Reinoso en el diario La Nación (25/02/05), demuestra que la Argentina perdió el rol gravitante que tuvo entre los años 40 y 70 en producción editorial, exportación de libros y niveles de lectura vinculados a la educación. En Europa quienes más leen son los suecos, con un altísimo índice de lectura del 71,8%, seguidos por los finlandeses (66,2%). Entre los 25 países de la Unión Europea con un índice de lectores inferior al 44%, se encuentra España con el 39%. En cuanto al número de libros en bibliotecas públicas, Islandia y Finlandia disponen de 7 libros por habitante; Dinamarca y Noruega, 6 y 5 respectivamente y España 1,8 libros por cabeza. En la Argentina, en cambio, una reciente encuesta de la Secretaría de Medios sobre hábitos y consumos culturales mostró que el 52% de los argentinos admitió no haber leído ni un solo libro el año pasado. El 48% restante reconoció que lee apenas un promedio de 4 libros por año, con el agravante de que los más asiduos lectores son mayores de 35 años.

4 Información tomada de un artículo firmado por Susana Reinoso en el diario La Nación del 26 de marzo de 2005.

5 Y decir esto no es una antigüedad.  Mienten los supuestos modernizadores que nos quieren hacer creer que la función del Estado puede ser reemplazada.En todo el llamado Primer Mundo no sólo no se reemplaza al Estado sino que se lo fortalece. Y esto es así en toda Europa y en los Estados Unidos.
Prácticamente no existe educación privada en Francia. Y ahí están los la sistemas de salud pública de Inglaterra o Alemania. Y los servicios ferroviarios y los aéreos y las autopistas, entre otros

6 La corrupción en los concursos universitarios, así como los negocios vinculados con posgrados e incluso
titulaciones, ha sido denunciada reiteradamente. Los escándalos conocidos, sin embargo, han sido silenciados constantemente, pero es ésta una cuestión que ameritaría un estudio serio y bien fundado.

7 Datos tomados del Estudio de Consumos Culturales de la Ciudad de Resistencia realizado en 2003 por el Consejo Federal de Inversiones (CFI). Nótese que se refiere sólo a la capital de la provincia, lo que obliga a pensar que el panorama en el interior provincial es muchísimo peor. 8 San Martín, Raquel, “Sólo con los libros no basta para crear buenos lectores”, en La Nación, 24 de octubre de 2004.
 



Extraído de “Anales de la educación común, año 2, número 3, páginas 84 a 98. Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, quienes tuvieron la gentileza de autorizar su reproducción.