sábado, 13 de julio de 2013

La Paz Mundial (De Manolito Gafotas) Por Elvira Lindo

Hace diez días con sus diez noches mi sita Asunción entró en la clase a las nueve en punto de la mañana, sin dejamos esos cinco minutos que tenemos todos los días para echamos en cara lo que nos hicimos los unos a los otros el día anterior. La sita Asunción tomó aire y casi todos bostezamos porque era muy temprano para aguantar uno de sus discursos. Nuestra sita dijo lo siguiente: Este año quiero que preparemos el Carnaval como si fuera el último carnaval de nuestra vida. Vamos a presentarnos a un concurso de Eurovisión de disfraces que van a hacer en una discoteca de Carabanchel el próximo sábado. Van a presentarse niños de los colegios de todo el barrio y tenéis que demostrar al mundo que sois unos niños como Dios manda y no esos delincuentes que parecéis. No la dejamos acabar, se montó un mogollón en la clase que no veas. Yihad se levantó para decir: - Aviso: yo me voy a disfrazar de Superman y lo digo para que no se disfrace nadie más de Superman porque en esta galaxia Superman sólo hay uno y ése soy yo y no quiero tener que partirme la cara con nadie. Repito: es un aviso.
Entonces dice el Orejones:-¿Y de qué me disfrazo yo si sólo tengo el disfraz de Superman y mi madre no me va a querer comprar otro? Y se empezó a oír un eco en toda la clase: «Y yo... y yo... y yo....», porque todos los niños tienen el mismo disfraz de Superman por los siglos de los siglos. Yihad había avisado. Se tiró descontrolado a por el primero que pillara, porque a Yihad en esos momentos de alta tensión ambiental le da igual ocho que ochenta. No sé por qué tuvo que pillarme a mí; a lo mejor tiene razón mi madre cuando dice que siempre estoy en medio, como el jueves. Menos mal que soy un niño con reflejos y me defendí rápidamente: - No hace falta que me rompas las gafas esta vez, Yihad. Todo el mundo sabe que yo prefiero ser el Hombre Araña.
Entonces salió un tío de mi clase diciendo que el Hombre Araña era él, y una niña que quería ser la Bella y pedía a gritos una Bestia... Así que, tal y como se habían puesto las cosas, no nos quedó más remedio que empezar a pegamos, porque es la única forma que tenemos en mi clase de solucionar nuestros problemas de convivencia. La sita Asunción, fuera de sus casillas, dio tres punterazos en la mesa y eso nos hizo acordamos en masa de que estábamos en el colegio, en una clase y con una sita despiadada: la sita Asunción. Mi sita dice que da los punterazos en la mesa para desahogarse. En el fondo lo que a ella le gustaría sería darlos sobre cabezas humanas, lo que pasa que tiene la mala suerte de que ahora se lo prohíbe la Constitución española. «Si no fuera por la Constitución dice a veces mi sita Asunción, ibais a estar más tiesos que unas velas del Santo Sepulcro.» Mi sita Asunción dijo que nada de supermanes, ni de hombres arañas, ni de bellas ni de bestias; que teníamos que demostrar a Carabanchel, a España, a Estados Unidos y al planeta Tierra que éramos unos niños buenas personas, que luchábamos por la paz del Mundo Mundial y que ella había pensado que nos íbamos a vestir los treinta niños bestias que somos de palomas de la paz. Si no hubiera sido porque la sita Asunción iba armada con su puntero y porque además es nuestra señorita y porque somos una pandilla de cobardes, le habríamos dicho a coro: «Anda, vete, salmonete».Estábamos bastante desilusionados; había sido el chasco más grande de nuestra existencia. Nos quedamos muy callados; ya nada nos hacía ilusión en este mundo mundial. Entonces mi sita continuó: El jurado, que es la Asociación de Vecinos, nos dará el primer premio, porque no hay jurado en España que se resista a dar el primer premio a treinta niños que van vestidos de palomas de la paz. Además nos llevaremos muchos regalos. Seremos por un día los símbolos de la paz mundial y nuestro grito de guerra hasta el sábado será: ¡Los vamos a machacar!
Eso sí que nos gustó; con un grito de guerra como ése podíamos ir hasta el fin del mundo. Íbamos a machacar a todos los niños de todos los colegios del barrio con nuestros trajes de superpalomas de la paz. Mi madre y las madres de los treinta niños bestias que somos nos hicieron esa semana los trajes de paloma con papel cebolla. Mi madre se quejaba bastante porque dice que, para mi sita, cualquier excusa es buena con tal de tenerla gastando dinero y trabajando. Que el disfraz de Hombre Araña ella me lo había comprado para no tener problemas hasta que yo hiciera la mili y me dieran el disfraz de soldado. Que cómo se hacía un disfraz de paloma y que paz era lo que ella necesitaba, mucha paz en una playa desierta de Benidorm y sin niños, que eso era para ella la paz mundial. Se quedó callada treinta milésimas de segundo y luego siguió protestando y diciendo que sino me estaba quieto jamás podría probarme, que conmigo hay que tener mucho cuidado porque los trajes por la cabeza nunca me entran. «Este niño -se refiere a mí- otra cosa no tendrá, pero nació con veinticinco dedos de frente.» Mi abuelo la consuela a ella y me consuela a mí diciendo: Como Einstein. Todos los sabios han tenido siempre veinticinco dedos de frente. Al Imbécil le tuvo que hacer otro traje de paloma porque el Imbécil es culo-veo-culo-quiero, y como no le hagan el mismo disfraz que a mí ha cogido la costumbre de no comer y mi madre dice que un día se nos va a deshidratar. A mí me da igual que se deshidrate; el que se deshidrata hoy día es porque quiere. Ah, se siente. Total, que el día C la C es por Concurso y por Carnaval  mi madre nos vistió con nuestros trajes de papel cebolla y nos dijo que nos fuéramos yendo para el colegio. A ella le gusta mucho ver que salimos vestidos de paz mundial y cogidos de la mano. No me preguntes por qué, nunca he podido explicármelo. Nos encontramos a la Luisa por la escalera y la Luisa va y nos dice: Mira tu madre la maña que se ha dado para vestiros de pingüinos. Así que no tuve más remedio que agarrar al Imbécil y volver a subir a mi casa para decirle a mi madre que nosotros de pingüinos no queríamos salir a la calle, ni aunque fuera por la paz mundial. Mi madre nos dijo que la Luisa no sabía distinguir entre un pingüino de su marido y entre una paloma de su madre, y que fuéramos arreando para el colegio, que siempre tenemos que llegar tarde a todas partes. Por la calle una señora le dijo a otra: Mira que pingüinos tan ricos, mujer. Pero ya no quise volver a casa porque mi madre en ciertos momentos de su vida se puede llegar a poner violenta y, al fin y al cabo, nosotros estábamos representando a la paz mundial. Cuando llegamos al colegio nos quedamos alucinados: en la puerta estaba Yihad vestido con unas plumas que parecía una gallina, estaba el Orejones que parecía un pavo, la Susana parecía un avestruz, Paquito Medina un pelícano, y así hasta treinta y tres. No había dos pájaros iguales. Bueno, sí, el Imbécil y yo: Esos pingüinos tan ricos. Mi abuelo, que acababa de llegar, dijo: - Esto lo tenía que haber visto Alfred Hitchkock para hacer Los Pájaros. Segunda parte.
Todos nos quedamos mirando los unos a los otros, y muy mosqueados nos fuimos escoltados por la sita Asunción hasta la discoteca «Silicona», donde se celebraba el Festival. La sita Asunción no se quedaba atrás; también se había vestido y parecía una pata o una gansa. Moviendo las alas nos dijo que iban a retransmitir el Festival por Radio Carabanchel, que es una radio que se hace en mi barrio y que, como no tienen dinero para micrófonos, mi abuelo dice que hacen los programas por el viejo sistema indio de abrir la ventana y hablar a gritos. La sita Asunción estaba tan contenta que no parecía la sita Asunción. Si no hubiera sido porque nosotros también íbamos de pajarracos nos habríamos partido de risa viéndola por mitad de Carabanchel vestida de paz mundial. La sita nos dijo que cuando saliéramos al escenario, ella diría: ¡Una, dos y tres! Y nosotros teníamos que responder moviendo las alas y gritando todos a una, hasta rompernos la garganta: ¡Viva la paz mundial! La sita quería que ensayáramos, así que en plena calle chilló como una loca: ¡Una, dos y tres! Nosotros íbamos a gritar ¡Viva la paz mundial! pero, al ir a mover las alas, nos empezamos a enredar unos con otros, y si la sita no llega a poner orden habríamos llegado a la discoteca completamente desplumados. La sita nos dijo que nos olvidáramos de mover las alas, que ya las moveríamos después de ganar el premio. Ya estábamos en la discoteca. Nos sentamos los treinta y el Imbécil en un rincón. El presentador era el director de la Guardería «El Pimpollo», que está al lado de mi casa. Iba vestido el tío de Superman; a Yihad le rechinaban los dientes de la envidia cochina que tenía. Yo aproveché la ocasión para hacerle un poco la pelota a mi amigo el chulito Yihad. Le dije: Ese tío no puede ser Superman con la barriga que tiene. Un tío con una barriga como ésa no puede sobrevolar las cataratas del Niágara, porque la fuerza de gravedad de nuestro planeta atrae a los cuerpos gordos como ése. Y entonces, ¿qué ocurriría?  dijo Yihad, que estaba interesadísimo en mis teorías. Que se espanzurraría contra el suelo. Yihad no solamente se había quedado muy impresionado con mis altos conocimientos científicos, sino además muy contento. Lo de que «se espanzurraría contra el suelo» le había devuelto su optimismo de siempre; ya no sentía envidia, ahora miraba al presentador-Superman por encima de las plumas, como mira un superhéroe profesional a un superhéroe de pacotilla.
Superbarriga iba anunciando a los grupos de los colegios, que iban saliendo al escenario entre los abucheos de los que estábamos sentados. Como comprenderás no íbamos a aplaudir a nuestros enemigos. Acuérdate de que nuestro lema era: ¡Los vamos a machacar! Salieron unos disfrazados de árboles. El grupo se llamaba «El Otoño». Llevaban una cadena que colgaba de una rama, tiraban de la cadena y automáticamente caían las hojas. El público se quedó alucinado por la tontería que acababa de ver. Los padres de este grupo se habían llevado una pancarta para animar a sus hijos; fueron los únicos que les aplaudieron, claro. Los demás miramos en silencio cómo se pasaron diez minutos en el escenario recogiendo las hojas que habían tirado. Luego, salieron los clásicos superhéroes, unos niños que iban disfrazados de reality-chows con cuchillos clavados en la espalda, otros que iban de bollicaos... Nosotros salimos los quintos, estábamos amaestrados para gritar detrás del «Un, dos, tres» de la sita Asunción eso de «¡Viva la paz mundial!», pero no nos dio tiempo a hacer nuestro número porque cuando la sita dijo «Un, dos y tres», se oyó la voz de un chaval que va aun colegio de Formación Profesional de mi barrio que se llama «Baronesa Thyssen»:¡Yihad, qué bien te sienta el traje de gallina! Yihad se tiró del escenario para volverle la cabeza del revés al tío gracioso ése. La Susana detrás para defender a Yihad y todos los demás detrás de la Susana y de Yihad, porque si no defendemos a Yihad luego nos pega él a nosotros. El padre del chaval del «Baronesa Thyssen» dijo: - Mi niño tiene parte de razón: Yihad parece una gallina y está concursando de paloma, y eso, se mire como se mire, es intolerable.
Mi sita Asunción se quedó sola en el escenario. Lloraba la pobre con su disfraz de pata. Nosotros tuvimos que separar a nuestros padres de los padres del «Baronesa Thyssen» porque estaban a punto de faltarse al respeto, y nosotros, al fin y al cabo, estábamos representando la paz mundial. Aquel carnaval tenía toda la pinta de ser el peor de nuestras vidas, pero no te vas a creerlo que pasó al final, porque lo que pasó no se lo esperaban ni los chinos de Rusia. Una vez que la pelea se calmó y se despejó el escenario, salió Superbarriga con su pinta de Superman de la Tercera Edad y quiso hacer como que volaba. Por poco se mata el tío en uno de sus intentos por despegar del suelo. Ya ves, si eso fuera tan fácil todo el mundo sería superhéroe, no te fastidia. La verdad es que hubo que agradecerle el tropezón: fue lo que más gracia le hizo al público en toda la tarde. Yihad le estaba explicando a unos de otro colegio: Ese tío no puede ser Superman con la barriga tan gorda que tiene porque la «falta de variedad» del planeta Tierra le empuja a espanzurrarse contra el suelo. ¡La falta de variedad! Qué bestia que es Yihad, la única palabra que había conseguido aprenderse bien de mi teoría era el famoso «espanzurrarse». Pero no te creas que le llamé la atención; si le llego a corregir, yo también hubiera sabido lo que era espanzurrarse contra este planeta del que tanto hablamos. Superbarriga leyó los premios yendo del tercero al primero para hacer esos momentos más emocionantes: El tercer premio le corresponde ¡al grupo «Reality-Chows»!, por su simpatía y originalidad. El público en pleno se deshizo en abucheos: ¡¡¡Fuera!!! El segundo premio se lo hemos concedido al grupo «El Otoño», por la belleza en la representación de una estación del año tan importante como las demás. ¿Había dicho «por la belleza»? Le dije a Yihad que aquel jurado se merecía que lo tirasen por las cataratas de Niágara, seguido de Superbarriga, claro. Una vez más estábamos de acuerdo. El más chulito de mi clase y yo estábamos de acuerdo en todo; de repente yo era su mejor amigo. Estaba muy orgulloso de mí mismo, porque cuando el tío más chulo de tu colegio es tu amigo, eso quiere decir que tienes las espaldas cubiertas; es como si tuvieras al genio de la lámpara a tu disposición, siempre dispuesto a defenderte ante cualquier enemigo. Y el primer premio... Superpatoso hizo una pausa para crear más expectación. Te aseguro que se podía oír el rechinar de dientes de los espectadores ansiosos . El primer premio se lo hemos con cedido por unanimidad al grupo «Los pájaros», por su defensa de especies en vías de extinción. Como nadie salía, el presentador lo tuvo que repetir. Nos miramos los unos a los otros:¿Pero nosotros no habíamos venido por la paz mundial? Se ve que de lo de la paz mundial no se había enterado nadie, así que tuvimos que admitir que éramos un grupo de pájaros en vías de extinción. No siempre uno es lo que quiere ser en esta vida. Nos hicieron salir otra vez al escenario para recoger el premio. El premio estaba en una caja grande. Nos tiramos todos a por la caja para abrirla. El Imbécil intentaba abrirla a mordiscos. Con el follón nos estábamos quedando sin alas, pero eso ya no nos importaba; al fin y al cabo ya no teníamos la responsabilidad de representar a la paz mundial: éramos pájaros en peligro de extinción. Mi sita se abrió paso dando unos cuantos pellizcos a traición y consiguió abrir la caja con sus manos poderosas. Superbarriga pidió un gran aplauso para el premio. Era material escolar: libros, cuadernos y cosas así. ¡Todo el rollo repollo de la paz mundial para ganar libros para estudiar! El único que aplaudió fue el Imbécil; como todavía no ha estudiado en lo que lleva en este planeta, no sabe lo que es eso, hay que perdonarle por su ignorancia. Abandonamos el escenario. Ya no teníamos nada que hacer allí. El regalo se lo podía quedar la sita Asunción y comérselo con patatas. Ella estaba encantada mirando todos los libros y seguramente planeando nuevos deberes con los que destrozarnos el cerebro. Nuestros padres estaban orgullosos de aquellos hijos en peligro de extinción. Por la tarde me dejaron bajar al parque del Ahorcado. Me vestí con mi supertraje de Hombre Araña. Mi madre le dijo a la Luisa: Los niños son así. Ellos se ponen su disfraz de superhéroes y tan contentos. Lo que yo digo: Los niños son A, B y C, y de ahí no les saques. Estuve a punto de bajar trepando por las paredes de mi torre, pero soy un niño consciente de mis limitaciones y sé que lo único que tengo de Hombre Araña es el disfraz. Cuando llegué al parque del Ahorcado ya me estaban esperando mis amigos: Yihad, de Superman; el Orejones, de Superman, pero sin capa porque le tocaba ser el ayudante de Superman; la Susana, de la Bella, aunque en cuanto estás con ella un rato te das cuenta de que es la Bestia disfrazada de la Bella; Paquito Medina, de Robín de los Bosques, y el Imbécil, que seguía con su traje de pingüino porque mi madre le había convencido de que era el más bonito del barrio (a esa edad todavía te crees las mentiras de las madres).
Jugamos a superhéroes. Hicimos dos equipos. Yihad me pidió a mí para el suyo. Le dije que si le parecía bien que nuestro lema de ataque fuera: «Los vamos a machacar por la paz mundial.» Le pareció chachi. Estaba claro que yo me había convertido en su gran amigo .Jugamos al pañuelo, a la peste bubónica y al churro mediamanga mangaentera que es un juego que consiste en que un equipo se agacha y el otro se tira encima sin piedad, es un juego de los llamados «educativos». Yo hacía todo lo que podía, corría y aguantaba con todas mis fuerzas, pero los demás siempre conseguían ganarme. Es el único defecto que le encuentro yo a los juegos de correr y de fuerza, que siempre me ganan. Cuando Yihad se dio cuenta de que conmigo en su equipo no se comía una rosca, decidió que a partir de ese momento ya nadie iría en equipo. El único interés de Yihad era ganar como fuera a Paquito Medina. Ganarnos al Orejones, a la Susana, al Imbécil o a mí no tiene emoción para Yihad. Cogí al Imbécil de la mano y nos fuimos para casa. En realidad me fui porque no podía aguantarme las ganas de llorar. Había pasado de ser el gran amigo de Yihad a ser una rata de alcantarilla, y eso es algo que fastidia a cualquiera. El Imbécil me vio llorar y se puso a llorar él también. A él se le contagia todo, lo bueno y lo malo. Eso es lo que dice mi madre. Tuvimos que compartir el pañuelo. Primero me soné yo y luego le puse a él el pañuelo en la nariz. Hizo lo de siempre: prepararse con mucha concentración, tomar aire y luego echarse los mocos para adentro en vez de echarlos en el pañuelo. Es su estilo. Y yo me tuve que reír aunque tenía lágrimas en los ojos porque hay que reconocer que aunque sea el Imbécil también es bastante gracioso. En algo se tenía que parecer a mí. En esas estábamos cuando llegó corriendo Paquito Medina y nos dijo: ¿Qué hacéis? Llorando de la risa le contesté yo.
A ver si te crees que le iba a confesar la verdad. Entonces Paquito Medina me dijo que si quería ir el domingo a jugar a su casa con el ordenador. Yo le pregunté: ¿También vas a invitar a Yihad? Yihad me lo puede romper. Es un bestia. Le dije que sí. La verdad es que era un rollo repollo jugar con Paquito Medina al ordenador porque Paquito Medina gana en todo; igual que yo pierdo en todo, pero no me importaba. El tío más listo que yo había conocido en mi vida en la Tierra me quería invitar a mí solo: ¿Por qué? Porque Manolito Gafotas no rompe los ordenadores, porque Manolito Gafotas no es un bestia como otros, porque Manolito Galotas es un tío de toda confianza. Estaba claro que Paquito Medina había decidido que yo fuera su gran amigo. Creo que fue uno de los momentos más felices de mi vida. Me dieron ganas de subir a mi casa trepando por las paredes con mi disfraz de Hombre Araña, pero no lo hice. A mi madre no le gusta que el Imbécil suba solo las escaleras. El Imbécil y yo echamos una carrera hasta mi piso. Le gané, claro. Hay dos personas en el mundo mundial a las que gano corriendo: al Imbécil y a mi abuelo Nicolás. ¿Qué pasa? ¡Los hay peores! Cuando nos estábamos poniendo el pijama, mi abuelo nos decía: - Uno, dos y tres. Y el Imbécil y yo gritábamos con todas nuestras fuerzas: ¡Viva la paz mundial! Lo estábamos pasando bestial hasta que vino el plasta del vecino de arriba a protestar por el follón. Estaba claro que el famoso lema de la sita Asunción siempre traía problemas a nuestras vidas.