sábado, 19 de octubre de 2013

Los nuevos esclavos Por Guillermo Jaim Etcheverry

El  que se disponga a instalar un nuevo programa en su computadora, deberá estar preparado para escalar las escarpadas montañas en que se transforman las instrucciones  para hacer peligrosas operaciones en las que se arriesga todo en un segundo.
Al flaquear la voluntad, surge la pregunta: ¿se justifica ese esfuerzo? ¿No seremos esclavos de nuevas necesidades innecesarias? Es cuando viene a la memoria el reciente comentario de Theodore Roszak, profesor de historia y escritor estadounidense, autor de El culto de la información, acerca de la gran contribución que realiza el film Shakespeare apasionado a la formación de los jóvenes en el campo de la informática. ¿Cómo es posible que una historia que se desarrolla en la sociedad isabelina tenga algo que decir sobre las computadoras? Lo importante es que, como afirma Roszak, nos muestra a  Shakespeare  haciendo eso por lo que lo recuerda la historia: escribir. Y lo vemos hacerlo, sumergiendo su pluma en carbón líquido. Del extremo de ese simple instrumento de un poeta, preocupado por la profundidad y la elocuencia de lo que escribe, nacieron Romeo y Julieta, Macbeth, Hamlet.
¿Cuál es el valor docente de esas imágenes? Los niños que las observen aprenderán una verdad esencial, que parece  escapar a los  nuevos apóstoles del culto de la conexión, empresarios que se han propuesto reemplazar a los buenos maestros por cables. La sencilla lección es que la calidad está en la mente. Que los responsables de haber alcanzado las más altas cimas de la expresión de lo humano, en las artes o en las ciencias, llegaron hasta allí sin instalar nuevos programas, preocuparse por los virus informáticos o desesperarse ante la posibilidad de que sus archivos se volatilizaran.
Lo hicieron llevados   por  el  impulso arrollador del poder de su mente. Como ironiza Roszak, mientras nuestros estudiantes organizan sus formatos  adecuados y eligen el tipo de letra más conveniente, Shakespeare ya promediaba el acto primero. Mientras  tratan  de descifrar algún complejo mensaje de error, el poeta revisaba el monólogo de Mercucio. En el tiempo que tarda su máquina en volver a cargar todos los programas, Shakespeare había dado los toques finales a la escena del balcón.
Esa es la lección esencial que surge de la contemplación de la historia: que con un lápiz basta. Que no se requiere de la técnica para poner en marcha la mente humana. Lo que necesitamos son ideas apasionantes para pensar y ellas sólo se generan inspiradas en otras mentes que valoren el conocimiento. Es más probable que las encontremos entre las páginas de los libros o en las aulas que en los discos magnéticos. Es que la información, la deidad contemporánea por excelencia, no sirve de nada si no está sustentada en ideas, valores y juicios. Y nada de eso se encuentra en los productos de una estrategia comercial que, como una tela de araña, busca atraparnos con efectos deslumbrantes. Lo que vehiculiza ese medio termina siendo modelado por esos valores, no por una preocupación genuina por la calidad, la verdad o el buen gusto.
Lo ha expresado muy bien el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, que acaba de cumplir cien años. Invitado a formular un deseo para los más jóvenes, dijo: "La técnica es una nueva forma de esclavitud. Toda la informática es una cadena inteligente de esclavos. Somos todos esclavos, de los medios y de los nuevos medios. Esclavos, pero de un modo más refinado que en la antigüedad: somos esclavos creyendo  ser los amos. Tantas informaciones, demasiadas informaciones, no dejan tiempo para pensar. Y entonces el deseo: que no se dejen atrapar demasiado por las redes de Internet, que aprendan a reconocer los límites, de sí mismos y del propio saber. Sobre todo, deseo que renuncien a tener la última palabra".
Cada tanto,  conviene recordar que el mundo que se nos ofrece como maravilloso es el más genuino producto de la imaginación humana. Y, sobre todo, que nuestra herencia común proviene de personas que no necesitaron máquinas para pensar.

Artículo publicado en la revista del diario La Nación 

Otoño Por Juan Ramón Jiménez

Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y en la caída clara de las hojas
se lleva al infinito el pensamiento.

¡Qué amena paz en este alejamiento
de todo, en prado bello, que deshojas
tus flores, oh agua, fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! ¡Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de la colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.

Domingo Por Ezequiel Feito

Dos abuelas cruzan la vereda
como dos inofensivos fantasmas que trae la mañana
desde un tiempo ido.

Caminan, evitando las breves lagunas
y las desparejas baldosas que semejan
abandonadas sepulturas.

Las paredes son montañas, el pasto un bosque,
y el sol que encamina sus sombras por el desierto
recto, indiferente y monótono de la vereda,
quiebra sus pies y recorta sus cabezas
para pintarlas en la pared como un buen artista.

Dos abuelas cruzan la vereda
y su lento caminar divide la realidad del sueño
cuando el cielo se detiene para verlas
y el viento de la mañana las bendice,
llenando la vida de distancia y tiempo.

Te perseguiré hasta que me quieras Por Enrique Spinelli

Te perseguiré hasta que me quieras

A la mañana seré un perro en tu puerta
A la tarde un gato en tu falda

Los domingos venderé pochoclo en tu plaza

Me disfrazaré de cartonero, policía kioskero y arlequín

y te perseguiré hasta que me quieras

Sólo la muerte detendrá esto. La mía.

Si vos te morís... te perseguiré hasta que me quieras.

VENDRÁS Por Diego Santiago Cazzaniga

A lo lejos
eres melodía que
silba el tiempo.
Le pongo letra
a mi destino,
lo canto
y así
trazo mi huella
en tu sendero  .

La niña sale de compras Por Luis Cané

La niña sale de compras,
de compras sale la niña;
porque ella sale de compras
se pone más lindo el, día.
Las calles de Buenos Aires
la esperan en las esquinas
y la saludan al paso
con impacientes bocinas,
mientras muelen con el freno,
su lentitud, los tranvías.
Ella va de tienda en tienda,
(¿Qué busca?. . . ¿Qué necesita?. . .)
pregunta el precio de todo,
revuelve las mercerías,
y al azar de su capricho
toda la ciudad se agita,
tiembla el comercio y la industria
y el tránsito se complica.

A la hora del regreso,
por el cansancio encendida,
la niña vuelve de compras
con medio metro de cinta.

La cuna Por Baldomero Fernández Moreno.

Hoy no pudimos más,
y envueltos del crepúsculo azul en la penumbra,
nos fuimos por el pueblo,
lentamente, a comprar una cuna.

Y compramos de intento la más pobre;
mimbre trenzado a la manera rústica,
cuna de labradores y pastores...
¡Hijo, la vida es dura!

De RETAHILOS Por Patricia Cuaranta

El gato se apresura
se mece sin recelos

desparrama sus energías
sin pudores

presiente mis sonidos
y se escurre

mis dedos se alargan
para acariciar el sol

luego cada cual sigue su curso

él se acomoda en el almohadón
más suave

la tarde viste implacable
su elemental tristeza.

Solo de silencio Por Leopoldo Marechal

¡Rama frutal llena de pájaros
enmudecidos, estanque negro,
raíz en curva de león
es tu silencio!
Arranca de tus ojos en dos ríos unánimes;
se escurre como el agua pluvial, de tus cabellos;
cuelga de tus pestañas en invisibles gotas
y es un chal en tus hombros morenos...

¡Yo he visto cómo nace
de ti misma el silencio;
yo sé cómo se anudan sus culebras azules
en el gajo temblante de mi cuerpo!
Entra como la noche a los palacios,
invasor y terrible; me acarician sus dedos;
abre el estuche de mis lágrimas;
tiene un frescor de musgo: es el hondero
que se esconde en mi selva de retorcidos árboles
para cazar alondras de recuerdo.
Y entonces, todo yo soy una copa
de tu silencio...

            ¡Violines afinados de locura,
tambores secos,
lenguas en una plenitud de ritmos
callan en tu silencio!
Vas a romper en una música
sin frenos;
vas a decir palabras temblorosas,
como nidos colgantes en la mano del viento;
a desnudar tu daga de caricias
y a soltarme las fieles panteras de tus besos...
Pero callas en hondos reflujos
¡y otra vez el silencio, el gran silencio!

¡Ah, no me digas nada
que rompa el sortilegio
de tu mutismo! ni la frase antigua
ni las canciones que ha mordido el tiempo!

Ser buzo y descender hasta la gruta
de tu silencio,
donde se tuercen los corales rojos
de las mordientes ansias y el deseo
es una forma negra, tentacular, sin ruido,
con cien ojos de acecho...                            
¡Ala, no me digas nada, ni la palabra antigua
ni las canciones que ha mordido el tiempo!

¡Silencio en las albercas de tus ojos,
en tus caricias largas, en tus besos!
Que se duerma en tus labios
una gran mariposa de silencio....

Caras y Caretas, 9 de mayo de 1925

Plegaria Por Roberto Valenti

Señor Dios: Haz que no llueva los domingos...
Los domingos con sol son necesarios
como un gabán de lana en el invierno.
Los domingos con sol son para el pobre,
su mejor traje nuevo. . .

Te lo pido, Señor, por los chiquillos
de los barrios excéntricos y fríos. . .
Ellos, Señor, no tienen padres ricos. . .
¡Haz, pues, que nunca llueva los domingos!