sábado, 8 de marzo de 2014

MARÍA NEDER - Poesía y Narrativa

María Neder ha publicado los libros de cuentos Contra corazón (Torres Agüero Editor, 1993), Entre los huecos (Ediciones del Dock, 1994). En poesía: Cuando octubre (Ediciones del Dock, 1997), Fisura de boca (Alción Editora, Nov. 2003), libro que obtuvo excelentes críticas al igual que su novela Reading Edge lectora a domicilio (Alción Editora, 2006), presentada en México y en la Feria del Libro de La Habana (Cuba, 2007). Su último libro Heridas de póker (2012) integra la Colección Pez náufrago dirigida por Santiago Sylvester de Ediciones del Dock.
Es autora de los Ensayos El misterio es abanico, sobre la obra de Felisberto Hernández (Ediciones El Arca, 1996) y Una orquestación de palabras sobre la obra de Daniel Moyano (1999). Obras en las que desarrolla la ligazón música y literatura. 
Becaria del Fondo Nacional de las Artes en 2011. Actualmente, como Investigadora de la Biblioteca Nacional realiza estudios sobre música y literatura. Continúa con la difusión literaria y musical en radio iniciada en 1990. Su producción radial más relevante, Puerto Almendro (1997 hasta el presente), ha merecido premios nacionales y regionales y participa anualmente en los Encuentros Radiofónicos en Español organizados por la Universidad de Güelph, Ontario, Canadá. Ver último enlace telefónico en 
http://alternativalatinoamericana.blogspot.ca/2014/02/juan-gelman-mas-que-un-escritor-fue-un.html
Como Agente Cultural organizó concursos, maratones de lectura, conciertos, ferias del libro, recitales de poesía. Es Directora Artística de la Sede Merlo-San Luis del Festival Guitarras del Mundo, creado por el Mtro Juan Falú. Dirigió la revista en papel La idea fija. Colabora para distintos medios periodísticos. Parte de su obra fue traducida al inglés, italiano, alemán, croata, francés, publicada en antologías, revistas extranjeras y dossiers de literatura argentina. Mayor información: www.marianeder.com.ar


POEMA DEL PRINCIPIO

Tu casa huele a poleo
a flor de aromo en el invierno
a menta de las alturas
y este cuerpo llega de smog
con textura arenosa / resto de pasado
o acaso este presente de risco dolido
y un amargor de saliva triste
de pestaña perdida
en un cuadro rojo casi sangre
casi grasa de plástico ciudadano
tristeza maloliente de deseo absurdo

entonces soy piedra que se busca
o sonido deambulante sin eco sin eco
con los dedos cortados
aquí llego.

Del libro “Cuando octubre”



EXILIO

No estaré en la puerta
ni en el aeropuerto
ni en la esquina
ni colgada de la flor del palo borracho de mi vereda
ni en las calles
ni en el bar de Monserrat
ni en la letra escrita en una esquela
ni en la cucharita libre del café que espera.


Del libro “Cuando octubre”


PARTIDA DE NACIMIENTO

Sonaron las mujeres como ruego
(no sé si sus voces se oyeron o fue el eco).
Vengo ciega 
¿es que no se oye mi bastón a los tumbos?,
vengo intermitente 
soy trazo en el oscuro de un nombre secreto 
igual a la costura del tiempo en el ombligo.
Ahora es un redondel intacto, 
es la mirada recorriendo bordados de una casa 
que desconozco, 
no sé dónde el centro 
¿tanto engaño para mostrar un agujero?
implacable sello este apellido.


Del libro “Fisura de Boca”



EL FINAL DE LAS LÁGRIMAS

La depresión más honda de su vida fue una tragedia para todos nosotros, un drama que se produjo con secuencias diarias y sin intermitencias. Sus continuas frustraciones, que se venían sucediendo desde hacía nueve meses, explotaron como la eclosión inesperada, casi absurda (porque a decir verdad, confiábamos plenamente en su fortaleza de espíritu y su equilibrio mental).

Comenzó una mañana en que no se levantó como de costumbre. Por la noche al llegar a casa, comprobamos que aún seguía encerrada en su cuarto. Todo estaba tal como lo habíamos dejado y cuando golpeé a su puerta respondió con el ruego lógico en días de actividad: déjenme descansar, por favor. Al día siguiente tampoco la vimos por la mañana. Decidí regresar al mediodía y la encontré en camisón, llorando desesperada y dando vueltas por la casa como si quisiera salir. No supe qué hacer, procuré que no me viera y la observé un largo rato detrás de la mesita del hall de entrada; se dejaba arrastrar como si el peso de su cuerpo se hubiera duplicado y la cantidad de angustia le tironeara los miembros hacia abajo. Caminó suplicante y cansada desde la cocina al baño y luego a su cuarto, se acostó en la cama y lloró aún más. Me fui sin hacer ruido. Esa noche demoré pero el estado de las cosas al volver era exactamente el mismo. De noche podíamos oír su lamento continuo, pero solía serenarse y nos parecía que lograba un sueño profundo y pesado. Yo temía que no quisiese despertar, y ella despertaba, aunque para llorar y arrastrarse cada vez con más tristeza. Pasaba todo el tiempo en camisón, encerrada, escondiéndose del mundo. Los primeros diez días lloró continuamente hasta agotar las lágrimas. 

Mi primo el terapeuta dijo que esas lágrimas eran como la fiebre en otra enfermedad, entonces yo rogaba para que salieran de una vez, aunque la agotaran al punto de no tener fuerzas para caminar, pero que acabaran de salir para iniciar la recuperación.

Tuvo que permitirse otras manifestaciones de la angustia. Los diez días subsiguientes, sin reponerse aún, lloró y siguió llorando, ahora por el clítoris. Día y noche. Y las lágrimas estampaban el recorrido de su andar. El piso ganaba pequeños círculos brillosos y salados que aumentaban cada día, cada noche, cada hora. De su cuarto al baño, del baño hacia el living o hacia la cocina, apenas unas vueltas difíciles de reconstruir, que se superponían con el regreso a su cuarto, según parecía, apoyándose o sosteniéndose en la pared. Fue así como agotó la producción líquida de su cuerpo que sólo expresaba el estado de sufrimiento mudo, permanente y real. Los veinte días subsiguientes necesitó más lágrimas para tanto desconsuelo y comenzó a transpirar, a través de todos sus poros, lágrimas de pesar irreparable que humedecían las sábanas y quemaban la piel.

Ya no se levantaba, ya no cerraba su puerta.

Una noche me asomé para verla, aún dormida su cuerpo lloraba con temblores de sudor, su aspecto mostraba el agotamiento del alma quebrada y sus puños tensos habían borrado la figura de sus manos.

Al final, agotado ya el cuerpo de tanto llorar, la tía Zulema quedó quieta y seca sobre su cama. Quedé tieso cuando entré a su cuarto (esa tarde regresé temprano) y vi algo parecido a un montón de papeles arrugados. No sé qué extraño zumbido me sacudió por un momento, mi detención fue breve pero la sensación de parálisis creo que fue por el aire quieto y frío de esa cámara transparente en la que ingresé; algo, sí, aleteo, casi una vibración, me recordó que allí debía estar ella. Debe ser por eso que al acercarme distinguí una parte del esqueleto cubierto (persistente pudor aún en la consumación) con una traslúcida película de piel (o gasa, ya no recuerdo). 

La tía Zulema nos dejó su imagen de fruta humana seca para estupor del resto de sus sobrinos que no creían mis relatos.



Del libro “Contra corazón”


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