sábado, 28 de junio de 2014

José Hernández - Por Jaime Dávalos

Cuando cae la noche de la pampa
sobre las crines de los pajonales
y tejen las vigüelas la vidala,
el silencio es tu barba, José Hernández.

Cuando crece a lo lejos la tormenta
y se estremece el trébol con el aire,
galopa el trueno su malón redondo
y la luz es tu verbo, José Hernández.

No hay rumbo del silencio que no cubra
tu Martín Fierro, entre nuestro gauchaje;
donde se desenfunda una guitarra
la fecundan tus versos, José Hernández.

No hay ranchito en que no arda tu poesía
cuando se yapa el vino con la sangre
y hay que aventar la pena respirando
tu corazón de pueblo, José Hernández.
Y en la boca de cada peón de campo,
con gusto a corazón insobornable,
el grito vivirá con tus palabras
porque eres Martín Fierro, José Hernández.

Porque siempre templaste el instrumento
para expresar el alma del gauchaje
y ponerle palabras al silencio de tu pueblo,
en él vives José Hernández.

Y cuando la violencia o la injusticia
metan sus sanguijuelas insaciables,
alzará con tu voz el horizonte
un malón de guitarras populares,
y será cada criollo un Martín Fierro
y nuestra rebeldía, José Hernández.

OJITOS DE PENA - Por Max Jara

Ojitos de pena,
carita de luna,
lloraba la niña
sin causa ninguna.

La madre cantaba,
meciendo la cuna:
-"No llore sin pena,
carita de luna".

Ojitos de pena,
carita de luna,
la niña lloraba
amor sin fortuna.
-"¡Qué llanto de niña,
sin causa ninguna!"
-pensaba la madre,
como ante la cuna:
-"¡Qué sabe de pena,
carita de luna!"

Ojitos de pena,
carita de luna,
ya es madre la niña
que amó sin fortuna;
y al hijo consuela
meciendo la cuna:
"No llore, mi niño,
sin causa ninguna;
¿no ve que me apena,
carita de luna?"

Ojitos de pena,
carita de luna,
abuela es la niña
que lloró en la cuna.
Muriéndose, llora
su muerte importuna.
-"¿Por qué llora, abuela,
sin cansa ninguna?"

Llorando las propias,
¿quién vio las ajenas?
Mas todas son penas,
carita de luna.

ELLA - Por Enrique Heine

Se amaban con amor profundo y tierno:
eran ambos ladrones, gente impía;
él forjaba ganzúas, y ella, en tanto,
tendida sobre el lecho, se reía.
Pasaba el día alegre y por las noches
en sus brazos gozaba. Mas un día
se lo llevaron preso, y ella, ella,
asomada al postigo, se reía.
"¡Oh, ven conmino, ven, no me abandones!",
él en su desventura le decía;
"vivir sin ti no puedo", mas la ingrata
meneaba la cabeza y se reía.
A las ocho lo ahorcaron; a las nueve
bajaba al fondo de la tumba fría;
a las diez..., a las diez, su idolatrada
apuraba champagne y se reía.

Temor del sábado - Por Jaime Dávalos

El patrón tiene miedo que se machen
con vino los mineros.
El sabe que les entra como un chorro
de gritos en el cuerpo.

Que enroscado en las cuevas de la sangre
les hallará el silencio,
el oscuro silencio de la piedra
que come sombra socavón adentro.

Que volverá, morado,
con bagualas del fondo de los huesos
su voz, golpeando dura como un puño
en el tambor del pecho.

Con pupilas abiertas como tajos
le pedirán aumento,
mientras quiebren, girando entre las manos,
el ala del sombrero,

y los ojos, de polvo y pena tristes,
les caigan como manchas sobre el suelo.
Hay que esconder el vino entre cerrojos,
el vino pendenciero.

Hay que esconder el vino como un crimen,
el vino pedigüeño.
Que ni una gota más caiga en la boca
desierta del minero,

donde el grito se tapa con la coca,
y con alcohol la sed de amor y besos.
Hay que esconder la primavera en sangre
del vino que descubre los secretos.

El patrón ha mandado que lo guarden
y se ha vuelto vinagre en el encierro,
de noche tiene vómitos y duendes
de luna que se bañan en su cuerpo.

Los ojos del patrón lo custodiaban
por arriba del sueño,
los ojos del patrón tienen dos ángeles
desvelados de miedo.

SELECCIÓN DE POESÍAS DE JORGE BOCCANERA PUBLICADAS EN LOS LIBROS “SORDOMUDA” Y “MÚSICA DE FAGOT Y PIERNAS DE VICTORIA”,EDICIONES DEL DOCK

Arte poética

He tratado de dibujar un niño en la corteza de
            los árboles,
y de ocultar las ramas entre las páginas de un
            sueño.
Y he mezclado los cielos a la sombra de un hijo,
            a la sombra de un árbol,
            a la sombra de un libro.

He tratado de barajar los pocos cielos míos.
De plantar una lengua en la tierra del sueño y
            escribir con la mano del deseo, ese libro
            que mañana hablará como un hijo.

Sin dejar de girar con un vino en el aire.
Por el hijo de oro, por el libro de espadas, por el
            árbol de sangre.

Aleluya

Creíste en ese aviso de ayer en el periódico
"mujer joven desea conocer a hombre
                emprendedor,
trabajador y culto, con deseos de formar un
hogar" y te largaste al mundo,
                  ¡aleluya!
Tu corazón de luz creció bajo la lluvia con la
inmensa alegría del que encontró el amor.
El primer tramo claro que fue duro,
kilómetros de amarga carretera en tu
destartalada motocicleta, bajo el sol
amarillo pero siempre
                 ¡aleluya!
Después en un caballo bordeaste la montaña
y hubo un alud de pájaros, una que otra caída,
por fin el sacrificio de tu cabalgadura,
todo por el amor, es decir
                 ¡aleluya!
Lo que siguió fue más emocionante,
un general apareció de pronto
arriba de un trineo tirado por bufones feroces
y revisó tus libros,
habló de aquellos jóvenes que dejaron los ojos
y las manos prendidas al alambre de púa,
y se llevó los mapas y aún sin rumbo
               ¡aleluya!
Entonces hubo alguien, un perro vagabundo
que te llevó a destino, después murió de hambre,
de frío, de tristeza,
y otra vez la esperanza pasto para los cuervos,
entonces
               ¡aleluya!
Finalmente arribaste
a pesar de los problemas fronterizos, la ropa
hecha girones, la lengua hinchada por la sed,
los simulacros de fusilamiento, y gritaste cien veces
              ¡aleluya!
Aunque nunca encontraste la dirección aquella,
y no hay un trago de cerveza,
un cigarrillo, un cuarto en un hotel de mala muerte
             ¡aleluya!
Y lo que es peor, no tienes siquiera una coartada para el caso
de la mujer que anoche apareció bañada en
sangre en la avenida principal.
Y nunca nadie nunca va a ayudarte para que
             puedas
regresar a tu casa deshabitada para siempre.

Dos estampillas de colores en un sobre blanco

Si encontrase un follaje como tu pelo al viento,
dos pechos vagabundos así como tus pechos,
un silencio de tigres del color de tus ojos,
una calle de pueblo como tu corazón,
no estaría escribiendo esta carta, urgente, así,
urgente, ahora.

Sylvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe una taza

Qué cabeza la mía,
dejé una frase suelta y una rosa en el horno.
Cotidianos trajines, calores, taquicardia,
y un almohadón de plumas
con un lápiz labial justo en el centro.

Qué cabeza la mía.
    Yo buscaba algún parque y encontré en un mal sueño
una torta partida por un rayo.
La sala está revuelta. El miedo de un venado no cabe en este horno,
   por eso huele así toda la casa.

Pero a quién se le ocurre
dibujar una piedra y tropezar dos veces,
llenar un cenicero con los puntos y comas
   de alguna carta antigua.
¿Hubo un Adán violento? ¿Hubo un amor-halcón
  "de una vez para siempre"?
Qué cabeza la mía, guardar los zapatones en un charco
y aceptar ese baile sabiendo que me espera
una puerta cerrada tras la puerta.

El peluquero

Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
            animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de
            gente,
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su
            trabajo
¿afeitaba al espejo?

Era más chico que un tarro de gomina Brancato
           mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de
          madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua afuera,
él decía, «servido».

Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de
           talco y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte que también es prolija le envidiaba
           su colección de peines.

Un día la muerte, que hojeaba una revista
           deportiva, dijo: «me toca a mí».
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un
           remolino en la cabeza.
«Tiene un pelo difícil», dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
           su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
           con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.

Historieta

La niña abre el baúl y una mano le echa tierra
          en los ojos.
Ella dice:  qué hermoso paisaje Ahora mezcla
pinturas, revuelve los vestidos de tías adornadas
con juegos
          de palabras. Se amorata, se luce
angelical, gira mangosta,
          novia de esparadrapo,
se mira en los espejos que trabajan sin que nadie
          los mire.
En este último cuadro la niña se pinta y se
          despinta, aparece y se borra.
Yo cierro el libro de cuentos infantiles pensando
          que mi lengua es esa niña Sordomuda,
probándose vestidos a la hora en que los demás
          duermen.

Casi otra balada

Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores,
solamente estas manos después de la rutina
astillas de mis ojos
y una voz oxidada por gritos y tabaco.
Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores
solamente este aliento y una mala memoria
que ha olvidado los nombres de las calles
la edad de tu cintura
pagar el alquiler.
Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores
sólo un gato nocturno con pasos de borracho
lo que queda de un hombre
que hasta tu cuerpo llega por un poco de amor
por una cucharada de silencio.

sábado, 21 de junio de 2014

Luis Domingo Berho: de los nuestros, de los mejores - por Jorge A. Dágata

Al pie de la sierra La Barrosa hay unos versos que arrullan el descanso de uno de nuestros más destacados poetas de la segunda mitad del siglo pasado: Luis Domingo Berho.

Dice el homenaje:
En las sureñas regiones
escribió su canto eterno,
con la chacra por cuaderno
y los surcos por renglones.

En la décima de José Curbelo se condensa el significado de la obra de este hombre, nacido muchas veces allá donde lo decidió su voluntad de andador. El lugar que él mismo eligió para su descanso final fue al pie de esta sierra balcarceña, donde todos los 26 de setiembre sus amigos se han dado cita para recordarlo.  
Nacido a una legua de Lobería el 4 de agosto de 1925, fue el último de una docena de hijos del matrimonio de María Rochford (de ascendencia irlandesa) y Juan Berho (de ascendencia vasca). Se asomó al mundo por primera vez sobre el arroyo de Los Huesos. Poco después, al fallecer su padre, la familia se trasladó al paraje Cerro La Guitarra, en la vecindad de San Manuel, donde vivió hasta la adolescencia.
Tendría unos 16 años cuando decidió hacer un atado con sus pocas cosas y largarse a la huella. En Monte, después en Mar del Plata, a un regimiento en Bariloche para cumplir sus obligaciones ciudadanas, y otra vez a la ciudad atlántica, donde en el vínculo con poetas y músicos fue dando a conocer sus primeras obras. “Cortando campo” (1954) y “14 Sonetos y medio” (en los 70) son sus pequeños aportes, con formato más que de libro, de folletín, que da a la valoración del medio gauchesco y folclórico marplatense. Lo integran entre otros Roberto Cambaré, Víctor Abel Giménez y Andrés Gromaz.  En 1968, Víctor Velázquez graba para el sello Odeón un disco en el que le interpreta el tema “Las dos aves”.
Pero no había disco ni libro que alcanzaran a contenerlo. Las décimas de “El Maceta” eran memorizadas por los paisanos, que ignoraban que tenían un autor, y andaba cerca. Don Domingo sabía decir que eran sus versos más queridos. Prendían, porque Berho era un escritor “de primera mano”, que cantaba a lo que vivía y veía, en el lenguaje auténtico del protagonista. Dice la leyenda que una vez pasó por Faro, un pueblo que nació a la vera de la vía, cercano a Monte Hermoso. De esa visión, posiblemente muy fugaz, nacieron las décimas de “Estación de vía muerta”, que con la música de Francisco Chamorro inmortalizó la vida pasada del lugar y su gente.
Su poesía es andariega, como él, con un tono elegíaco por lo que el tiempo deja atrás. Un mundo de pequeñas cosas que revelan un universo de sueños y afanes, y dejan entrever en sus huecos los rostros y las huellas del trabajo humano, el más sencillo y primordial, el que las grandes historias pocas veces destacan. Le canta a la arpillera: “¿Qué fue lo que no se puso/en una bolsa cualquiera?”, convirtiéndola en símbolo de lo que su propia poesía es, en su capacidad de contener lo que sin darnos cuenta se hace parte de nuestras vidas. Retrata la cocina de chacra: “…lugar donde fuera el teatro/de la reunión campesina…/Aquí se afiló el cuchillo/por acá pasó el amargo/aquí estaba el banco largo/bien lavao con el cepillo…/Aquí se sintió calor/la noche más invernal”. Un sulki viejo lo aleja con rumbo al pasado, “tirado atrás del galpón”. El molino roto, la guitarra perdida, atrapan con un gesto sencillo y elocuente a la vez, la riqueza más valorada por el poeta, la que se oculta en esas pobres cosas cotidianas.
Ya en la década del 70 su nombre comienza a sonar fuerte en fogones y escenarios, cuando sus versos se hacen voz en los cantores: Argentino Luna grabó “Tambo” y “La primer visita”, Alberto Merlo hizo lo propio con “La chata de Lobería”, “Estación de vía muerta” y  otros.
Berho fue el primero en advertir:  “Mire que yo no soy un poeta gauchesco…”. Era el poeta de la chacra, gaucho pero de su tiempo, sin tropas, reseros, piales o palenques, porque a eso ya habían cantado los trovadores de antaño. La suya era la visión de un campo que había cambiado, que era entonces chacra, con sus labores típicas, sus herramientas y personajes. No hay libro, película ni documento que registre con mayor veracidad el ambiente particular del sur bonaerense de esa época. Como afirma el periodista Rubén Benítez, de “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca, “…inventó una literatura marginal, que no era gauchesca ni clásica”.
Fue autodidacta, gran lector de todo tipo de obras literarias, clásicas y contemporáneas. Logró con su esfuerzo y su talento una formación amplia y heterogénea, para volcarla luego en sus creaciones.  Un corrector obsesivo de su propia obra, que buscaba sin descanso el mejor sonido y el contenido más claro y preciso. Merecen integrar las mejores antologías “Peón de fierro”, “Malacate”, “Mis trebejos”, “Tranquera de alambre” o “Historia de un relincho”, entre muchas otras, además de las ya nombradas.
Pedro Patzer ha señalado con acierto: “La poesía de Luis Domingo Berho no sólo nos permite recuperar un antiguo paisaje espiritual del campo, y el retrato fiel de sus hombres, sino que la genialidad de su obra consiste en la mirada filosófica con que consigue pintar el mundo familiar. Donde decenas de gauchos sólo veían una mera tranquera, don Berho contemplaba la gran metáfora del transcurrir de la vida: Por vos los enamorados/con esperanza pasaron,/por vos en el sulki entraron/los novios recién casados./A mercachifles cargados/les diste entrada y salida/y en la última partida/con un perro de cortejo/por vos salió el vasco viejo/cuando se jue de la vida”.
Tras su deceso, el 26 de setiembre de 1992, en una clínica de San Justo, la familia radicada en Balcarce, con su sobrina Dora Berho de Faberi a la cabeza, cumplió su último deseo de que sus restos descansaran al pie de La Barrosa. Y además, el de publicar un libro que compendiara gran parte de su obra. “De mi galpón” fue editado en 1999, en La Plata. En las 150 páginas de este libro se han compilado más de 80 composiciones, de acuerdo con un trabajo de selección que el poeta se encontraba realizando al momento de ser internado.
La Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas posee una vitrina en exhibición permanente con los últimos objetos que dejó al morir, en su habitación de la casa de Nelfi Trimarchi, una de sus “familias adoptivas”, que los donó con la aprobación de sus sobrinas.
Tuvo en vida numerosos reconocimientos. Pero el mayor de todos es la memoria de sus versos, que siguen dando aliento a un pasado del que somos deudores y del que Luis Domingo Berho fue el gran trovador. De los nuestros, de los mejores.

Tres autores balcarceños presentarán sus obras en nuestra Feria del Libro

A partir del jueves, y hasta el domingo, se desarrollarán en Balcarce las actividades de una nueva edición de la Feria del Libro, que como en los últimos años tendrán por ámbito las instalaciones del supermercado Carrefour. La presencia de los escritores locales, igual que en las anteriores, se dará en un stand destinado a ellos, en el cual se podrán apreciar y adquirir sus producciones, y establecer un contacto directo del público con nuestros creadores. Héctor Fuentes, Ezequiel Feito y Jorge Dágata, además, presentarán sus nuevos libros en el auditorio que desde el año pasado lleva el nombre del caracterizado docente balcarceño Roberto Pardo.

La organización de estas jornadas está a cargo dela Subsecretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad y convoca año a año a libreros e instituciones, autores y conferencistas, en un amplio espacio, en torno a ese gran protagonista de la cultura que es el libro. Será ésta la número trece, y dará continuidad a una iniciativa que originalmente se desarrolló en la sede de la subsecretaría, en la avenida Favaloro, actualmente en refacción.

ARCHIVO GENERAL

Héctor Fuentes, platense radicado en Balcarce desde el 2000, dará al público su primera obra de teatro, “Archivo general”. Según sus propias palabras, indaga el misterio inaudito de nacer y está estructurada en planos que se entrecruzan mientras avanza la acción.
Sus trabajos anteriores son “Viento del alma”, poemas (1996), “Viaje más allá del epílogo”, cuentos fantásticos (1998) y “Los dados de Dios”, novela (2012).
Fuentes también es el editor responsable de las revistas” La Brava” y “La Bravita” y ha volcado sus inquietudes musicales en la banda de rock “Los Eternautas”,con tres discos editados.

CUENTOS CON PERROS Y RIMAS PEQUEÑAS

Ezequiel Feito lleva más de quince años radicado en nuestra ciudad, donde a su actividad docente en escuelas medias ha incorporado un constante y esforzado trabajo en las entregas semanales de Rescatados del Fuego. Publicó dos libros de poesía: “La Hamadríade” y “El exilio de la rosa”, y uno de cuentos: ”El guapo que nunca fue”. En esta oportunidad presentará un libro con dos partes: “Cuentos con perros y Rimas pequeñas”.
 Cuentos con Perros: no para ser leídos, sino contados. “Yo les pediría que los tomen, los refuercen, los rehagan… pero no los cuenten así como están”.  Desde las páginas, a la voz que les dé la gracia del verdadero cuento, para devolvernos la condición humana que por momentos parece que hemos perdido. Una creación que no es para un estante de la biblioteca, sino para la calidez de una relación que sería bueno recuperar: contar, contarnos, reencontrarnos.
Rimas pequeñas: No tan pequeñas, si se atiende al contenido más que al tamaño.
Estas rimas son claras, como lo es la poesía auténtica. Iluminan un breve espacio musical hecho con palabras, de esa lengua de todos los días, la que habla el pueblo. Cada una suena, como uno de los títulos, a “Canción para no dormirse”.
Ezequiel nos ofrece, una vez más, una miniatura de construcción muy cuidada, donde el escritor-orfebre ciñe su arte en un espacio que se ampliará en quienes se animen a hojearlo y compartirlo.

LOS REDONDOS Y LAS LETRAS DEL INDIO SOLARI

Jorge Dágata es el autor que los balcarceños conocen desde hace décadas, desde sus primeras novelas (“Los viajeros misteriosos”, “Sucedió en el valle”) hasta los libros más recientes (“Relatos y leyendas”, “Proyecto Somnus”, “Esa noche tierra”). Colabora también en las entregas de Rescatados del Fuego.
 Se hará presente esta vez con un trabajo de investigación: “Los Redondos y las letras del Indio Solari”, con la intención de indagar en ese fenómeno de la música popular generado por el grupo de rock y el cantante solista.
Este nuevo libro trata de tender un puente entre las expresiones clásicas de la cultura y las de inserción masiva, para acercarnos a una comprensión más fundada que las que aportan las noticias de los medios, en cada “misa ricotera”. No se trata de una biografía del Indio Solari ni un recuento pormenorizado del recorrido artístico de los Redondos, sino que está enfocada en el fenómeno, relacionándolo con los acontecimientos de la sociedad en las últimas décadas.
 Contiene además criterios de interpretación para las letras y una charla con el cantante.

La medalla - Por Carlos Mastronardi

Cuando los años me hicieron dejar la oficina,
los viejos empleados se juntaron hacia el atardecer,
y después de levantar las copas
pusieron en mis manos una medalla,
grato ¡presente que según la costumbre,
los hombres acuñan -penoso es decirlo-
en obstinada materia,
porque saben que el alma tiene hondones
y resquicios que al fin serán su ruina.
Acuden, pues, a la firmeza
del oro o del bronce
para dar ilusoria  persistencia
al recuerdo que vacila.

Estuve, así, un momento
con esos compañeros afables y sencillos
a quienes apenas conocía,
pues nuestros vínculos eran loa  que  impone el trabajo,
y en verdad solo la inercia y el tiempo
promovieron la amena ceremonia,
en cierto modo impersonal,
dispuesta por aquellos obsequiosos
para despedir a una imagen periódica,
ya que nada sabían de mi esencia profunda,
plasmada en alegrías, deshonras  y flaquezas.

Todo ocurrió como en un libro,
como si fuéramos vagos signos,
pero las formales palabras de encomio
 y la inmutable ofrenda con mi nombre
espejaban veraces
el cuidado que ponen los mortales
en sostener y afianzar la cosa incógnita,
la vaporosa vida.
Se apagó la amable tertulia,
y mientras unos pocos prolongaban el diálogo,
agradecí su presencia y busqué la calle.
Cuando descendía la escalera,
como quien vuelve a sí mismo y quiere andar solo,
pensé en la fiesta ya desvanecida,
y me dije que el obsequio perenne
también se disipaba en aire y sombra,
pues pude vislumbrar
-triste menos por mí que por todos los humanos-,
que  la   inscripción   del  metal  perdurable
se borraba y perdía de modo extraño.

Sentí, entonces, que esa anulación instantánea,
contra la cual levantamos dignidades y valores,
nos enseña que es mejor perder de una vez
 lo que habrá de perderse.
Y también me fue dado imaginar
que la medalla del agasajo,
símbolo que al olvido lleva una vana guerra
y parte de la intriga benévola
que nos miente sustancia  y nos ayuda,
iría a parar al fondo de un cajón,
y allí quedaría, ya nivelada con todo
lo que integra y devora el pasado,
desde el diamante hasta el hombre,
tan tenue y enigmática como la misma vida.

sábado, 14 de junio de 2014

LOS REDONDOS Y LAS LETRAS DEL INDIO SOLARI - Por Jorge Dágata

Es fácil hacer un libro con la biografía y las anécdotas del Indio Solari, adornándolo con muchas páginas a color y lleno de fotos, googleadas o no, de sus recitales, su banda y vaya a saber uno qué cosas más.
Pero es muy diferente y a la vez, muy difícil escribir sobre las claves de la vigencia de este movimiento que bien podría tomar el nombre de su conductor o de quien proveía aquellos legendarios redonditos de ricota.
Jorge Dágata ha escrito en este libro algo completamente diferente de aquellos que conocemos sobre el fenómeno de la “misa ricotera”; un libro que responde a la pregunta de por qué una figura como Solari convoca en la ciudad de Gualeguaychú 170 mil personas y cuya media de convocatoria son cien mil personas en sólo 7 presentaciones, analizando cada paso de este fenómeno social vigente durante tantos años, a través de la letra de sus principales canciones, tales como Sheriff, Jijiji o Nuestro amo juega al esclavo.
Jorge ha tendido con habilidad y paciencia, escritura sobre escritura, un puente para comprender mejor esta expresión popular.

Los invitamos a sumarse a su presentación en la próxima feria del libro de Balcarce.

LA INSCRIPCIÓN DEL FARO DE ALEJANDRÍA - Por José E. Rodó De “Parábolas”

El primero y más grande de los Tolomeos se propuso levantar, en la isla que tiene a su frente Alejandría, alta y soberbia torre, sobre la que una hoguera siempre viva fuese señal que orientara al navegante y simbolizase la luz que irradiaba de la ilustre ciudad. Sóstrato, artista capaz de un golpe olímpico, fue el llamado para trocar en piedra aquella idea. Escogió blanco mármol; trazó en su mente el modelo simple, severo y majestuoso. Sobre la roca más alta de la isla echó las bases de la fábrica, y el mármol fue lanzado al cielo mientras el corazón de Sóstrato subía de entusiasmo tras él.
Columbraba allá arriba, en el vértice que idealmente anticipaba: la gloria. Cada piedra, un anhelo; cada forma rematada, un deliquio. Cuando el vértice estuvo, el artista, contemplando en éxtasis su obra, pensó que había nacido para hacerla. Lo que con genial atrevimiento había creado, era el Faro de Alejandría, que la antigüedad contó entre las siete maravillas del mundo.
Tolomeo, después de admirar la obra del artista, observó  que   faltaba   al   monumento  un   último   toque,   y consistía en que su nombre de rey fuera esculpido, como sello que apropiase el honor de la idea, en encumbrada y bien visible lápida.
 Entonces Sóstrato, forzado a obedecer, pero celoso en su amor por el prodigio de su genio, ideó el modo de que en la posteridad, que concede la gloria, fuera su nombre y no el del rey el que leyesen las generaciones sobre el mármol eterno. De cal  y  arena compuso para la lápida de mármol una falsa superficie, y sobre ella extendió la inscripción que recordaba a Tolomeo; pero debajo, en la entraña dura y luciente de la piedra, grabó su propio nombre. La inscripción, que durante la vida del Mecenas fue engaño de su orgullo, marcó luego las huellas del  tiempo destructor; hasta que un  día,  con  los despojos del mortero, voló, hecho polvo vano, el nombre del príncipe. Rota y aventada la máscara de cal, se descubrió, en lugar del  nombre  del príncipe,  el de Sóstrato, en gruesos caracteres, abiertos con aquel encarnizamiento que el deseo pone  en  la  realización  de  lo prohibido.
Y la inscripción vindicadora duró cuanto el mismo monumento; firme como la justicia y la verdad; bruñida por la luz de los cielos en su campo  eminente; no más sensible  que a la mirada de los hombres, al viento y a la lluvia.
llegar al fin de la jornada, el Fundidor Supremo - nombre de la justicia que preside en el mundo a la integridad del orden moral, al modo de la Némesis antigua -, le detiene para preguntarle dónde están los frutos de su alma, porque aquellas que no rinden fruto deben ser refundidas en la inmensa hornaza de todas, y sobre su pasada encarnación debe asentarse el olvido, que es la eternidad de la nada.

Ejemplo del caballo y del asno - Del Libro de Buen Amor escrito por Arcipreste de Hita

Iba al campo de lidia un caballo luciente,
por forzar a una dama su señor, insolente.
Las armas bien llevadas, se sentía muy valiente.
Un pobre asno maltrecho iba ante él, lentamente.

Con las patas y las manos y el muy lujoso freno,
el caballo soberbio más ruido hacía que un trueno;
las otras bestias se espantaban ante ser tan poco ameno:
el asno gran miedo tuvo y no fue para él bueno.

El pobre asno a duras penas con la carga luchaba;
como poco y mal andaba, al caballo estorbaba;
en medio de la cuesta éste lo derribaba;
"¡Asno villano y necio!", muy burlón le gritaba.

De un salto entró a la lucha, ligero, apercibido,
creyó ser vencedor y resultó vencido;
en el cuerpo, muy mal de un lanzazo fue herido:
las entrañas le salían.  Allí quedó tendido.

Curó de sus heridas, pero no es ya el que era;
su trabajo es arar e ir a la leñera,
a la noria, al molino y a la sementera.
Así pagó el tributo que el amo pagar debiera.

Por el yugo, tenía desollada la cerviz,
por caer de morro al suelo, hinchada la nariz;
las rodillas peladas y una gran cicatriz;
ojos tristes y hundidos, parecían de perdiz.

Los cuadriles salidos, sumidas las ijadas,
el espinazo agudo, las orejas dobladas.
Cuando así lo vio el asno, rió a carcajadas.
Dijo: "¡Compañero soberbio! ¿Y tus baladronadas?

¿Dónde están tu noble freno y tu dorada silla?
¿Dónde están tu soberbia y afanes de rencilla?
Vivirás desde ahora en pobreza que humilla,
en tu triste figura tienes la peor mancilla."

Aquí tomen ejemplo y lección cada día
los que son muy soberbios y se creen de valía;
que fuerza, edad y honra, salud y valentía
no pueden durar siempre y se nos van un día.

INDIOS Y CRISTIANOS - Recopilación de Anécdotas de Argentinos Célebres. Segunda Serie, pág.128.

Calfucurá haba enviado a su hijo con algunos capitanejos y fueron recibidos por Sarmiento, que se encontraba rodeado de jefes en traje de gala, para impresionar a los visitantes. Venían pidiendo raciones, dinero y cuanto acostumbraban, Pero como se reiteran los avisos de una invasión araucana, Sarmiento les hizo decir por el lenguaraz que no podía darles plata porque tenía que gastarla en preparase a recibir sus invasiones y que sería ridículo que se volviesen con las manos llenas y lo invadiesen quedando ellos como tontos. El argumento les pareció concluyente y mientras se hacía traducir otros pedidos se mandó abrir la ventana, lo que les causó extrañeza, diciendo el intérprete:
-Señor presidente, el cacique pregunta por qué se han abierto las ventanas.
-Dígale que los indios tienen un olor a potro insoportable para los cristianos. La respuesta fue gravemente dirigida al cacique, quien hizo contestar que los cristianos huelen a vaca y también es desagradable para los indios.
Y ambos, cacique y presidente, se quedaron serios.

Pensamientos descabellados (Selección) - Por Stanislaw Jerzy Lec

-Si dos buscan la soledad, el mundo corre el peligro de quedar superpoblado.

-Ama a tus enemigos, quizás perjudiques su reputación.

-Su conciencia estaba limpia. Nunca la había utilizado.

-Novelista: alguien que, por cobardía, esconde sus pensamientos en cabezas ajenas.

-Con cada verso haz tu propia melodía y con cada melodía tu propio verso. Y cuando salga bien, deja que    otros lo canten.

¡Si me miraran los Faraón! - Por César Bruto

Parado adelante de la efinjE, y con el otro pie como se dise mirando las pirámidE, estoy adentro de la tierra de los faraóN, que ya conosía bastante a consecuensia de que antes leí un libro de salgarI, de los que mi tío aquileZ tiene entremedio de su biblioteca en el estante de la cabesera de su cama.
Lo más notable que tiene este paíx es el buei apiS, el cocodrilO sagrado y el verde nilO, o sea el color de un batón de mi vieja que le conpró a un ruso a pagar en cómodas cotas mensuales, con laclarasión de quel mes que no pueda darle nada haga el fabor de tener pasiencia y que venga más adelante cuando las cosas vayan mejor, si es que canbea el gobiernO, y sino que aguante como todo el mundO, y no hay nadies que dure un réjimen de 60 anios.
Dise el guíA que meaconpánia quel asunto de fabricar estas pirámidE parese fásil haora questán hechas, pero cuando las tubieron que haser, o sea, hase sientos y sientos de anios se presisó el efuerso de miles y miliares de jente ejibcia que trabajaba día y noche para poner la piedras una arriba de la otra y terminar en punta en la parte alta, lo cual indica bien claro de la perpicacia de los antiguos, que a pesar de ser idnorantes, como corresponde por vibir en una época atrasada, ya sabían que si ponían la parte de la punta parabajo y lancha pararriba no hay pirámidE que aguante y todo se viene al suelo. Aparte deso, me digeron tamién de que por adentro son güecas, o sea vasías, y que los ejibcios la usaban para poner adentro del cadáber de los muertos, con cosas de comer y de chupar, porque tenían la creencia de que la jente al morirse salía de viage y que al viajar presisaba sindudamente comida y bevida, ni masnimeno que cuando nosotros hasemos una incursión en tren varias horas y sienpre liebamos una canastra con previsioneS, con un buen cacho de carne destofado, un termo con sopa, una tortilla de merengena y un buen toco de queso roquE forD (V8), que tanto le gusta a mi viejo, el cual liebado de su buen corasón sienpre le ofrese un pedaso a los otros pasageroS que viajan en los asientos de al lado y sin tomarse a pecho los jestos de repudnancia que hasen y la ofensa de lebantar las ventanilias para quentre aire fresco, útil para respirar.
Aserca de los cadáber, en el ejibtO tenían la manía de mandarlos al otro mundO en forma de momiaS, o sea enbolviéndolos en tiras de jenero de la cabesa a los pieses y poniéndole en el cuerpo varias clases dingredientes como quien hase un ninio enbuelto, lo cual serbía sin duda para haserlos durar siglos y siglos, así cuando liega el día del juisiO finaL, o sea cuando agarren y toquen la tronpetA y cada cual tenga que ir a esplicar lo que hiso en su perra vida, los ejibcio no se van a presentar en forma desqueleto, sino con la carne, lo cual es una buena ventaja, porque ya se sabe que asegún es como se presenta una persona así es el trato que le dan, y entre un muerto que se presente con aspeto de calabera y tiritando con todos los güesos y otro muerto bien carnoso y robusto, cualquiera conprende quel que va muerto es el primero y no el segundo.
Haora estoy tratando de envestigar quién es el faraóN que manda en el paíx para irle y haserle un reportage en conpanía de la faraonA y el faraoncito heredero del mando. La jente de acá, asegún mesplicó el guíA que está sienpre al lado mío, vibe casi toda de la pesca que saca del nilO; los peses, o sea los pescados que más abundan son paresidos al bacalado, el cual es sumamente útil en toda su estensión. Su carne es comestible y, como su nonbre lo dise, sirbe para comer; de su cáscara, los ejibcios hasen el pápiro, o sea el papel que usan para escribir; en la parte de la pansa tienen una bolsita con tinta que cuando están vibos tiran en el agua para que no los miren los pescados más grandes; entonses, con esa tinta, el pápiro y las espinas grandes la jente del paíx escribe las cartas en perfedto ejibcio que viene a ser el idioma nasional, bastante difísil dentender.

De “Lo que me hubiera gustado ser a mí si no fuera lo que yo soy”

La penúltima Por CALDERÓN DE LA BARCA

Pues, señor, vaya de cuento:
- Dolíale a un hombre una muela;
vino un barbero a sacarla
y estando la boca abierta,
- ¿Cuál es la que duele? -dijo.
Diole en culto la respuesta,
la penúltima diciendo.
El barbero, que no era
en penúltimas muy ducho,
le echó la última afuera.
A informarse del dolor
acudió al punto la lengua
y dijo en sangrientas voces:
- La mala, maestro, no es esa.
Disculpóse con decir:
- ¿No es la última de la hilera?
- Sí respondió-, mas yo dije
penúltima, y usted advierta
que penúltimo es el que
junto al último se sienta.
Volvió mejor informado
a dar al gatillo vuelta
diciendo: - ¿En efecto,
es, de la última la más cerca?
Sí dijo-. Pues vela aquí
-respondió con gran presteza,
sacándole la que estaba
penúltima; de manera
que quedó,  por no hablar claro,
con la mala y sin dos buenas.

sábado, 7 de junio de 2014

CUENTOS CON PERROS Y RIMAS PEQUEÑAS - Ezequiel Feito

Un nuevo libro de Ezequiel Feito, esta vez con dos variaciones que le dan un interés muy especial.
Cuentos con Perros: no para ser leídos, sino contados. “Yo les pediría que los tomen, los refuercen, los rehagan… pero no los cuenten así como están”.  Desde las páginas, a la voz que les dé la gracia del verdadero cuento, para devolvernos la condición humana que por momentos parece que hemos perdido.
¿Es verdad que hubo perros piratas en Mar del Plata?
¿Es posible la amistad de un perro con un buitre?
¡Anímense a leer estas historias y lo que es mejor, a contárselas a sus hijos tantas veces y de tantas formas como se les dé la gana!
Son las preguntas e incitaciones que Ezequiel trasmite desde esta creación, que no es para un estante de la biblioteca, sino para la calidez de una relación que sería bueno recuperar: contar, contarnos, reencontrarnos.

Rimas pequeñas: No tan pequeñas, si se atiende al contenido más que al tamaño.

El idioma de mi patria
son dos lenguas diferentes:
La más clara la habla el pueblo.
La más turbia, la otra gente.

Estas rimas son claras, como lo es la poesía auténtica. Iluminan un breve espacio musical hecho con palabras, de esa lengua de todos los días, la que habla el pueblo. Cada una suena, como uno de los títulos, a “Canción para no dormirse”.
Ezequiel nos ofrece, una vez más, una miniatura de construcción muy cuidada, donde el escritor-orfebre ciñe su arte en un espacio que se ampliará en quienes se animen a hojearlo y compartirlo.
Lo ha conseguido, todos estos años, en la entrega semanal de Rescatados del Fuego. A sus lectores, y a los que quieran sumarse, a todos ellos va destinado. Tendremos el gusto de presentarlo en la próxima Feria del Libro de Balcarce.

Diccionario del disidente (Selección) - Por Armando Chulak

PENSAMIENTO: Función que cumple la parte más noble del cuerpo humano reposando sobre la menos noble (ver “El pensador “de Rodin y otros) Con frecuencia estos términos se invierten y sus consecuencias pueden ser desastrosas para un país y el mundo entero.

PITECÁNTROPO: Boceto histórico de la especie humana que hace 150.000 años tuvo la iniciativa de vivir erguido, para quesos descendientes hoy día pudieran descubrir que la genuflexión es más compatible con la supervivencia.

POBRE: El que vive en la opulencia de sus necesidades.

POETA: Psicópata que con finalidad artística toma prestado un idioma para expresarse en otro.

POLÍGAMO: Masoquista conyugal.

PRESTAMISTA: Persona que se hace odiar ni bien nos ayuda.

PRINCIPIOS: Argumento que se esgrime cuando se carece de argumentos.

PROVINCIA: País incauto al que le hicieron el cuento de que la unión hace la patria.

PSICOANÁLISIS: Curanderismo de precisión.

PSICOANALISTA: Hábil financista que con nuestros problemas mentales soluciona sus problemas económicos. Según otra fuente respetable el psicoanalista es un “gigoló de la angustia” (Pichon Riviére)

ROMANTICISMO: Miopía sentimental. Un romántico estima que la flor es más importante que el mundo que le sirve como maceta.

SABIO: El que acumula conocimiento con la esperanza de que lo consulten los que, paradójicamente, ignoran que él existe.

SANGUIJUELA: Lombriz impositiva.

SARMIENTO SE INCLINO ANTE AQUELLA OPINIÓN

 Volvamos al consejo de educación, de la época en que Sarmiento y Guido y Spano reñían constantemente.
Sarmiento que presidía la corporación y Guido y Spano que era uno de sus vocales, ocupaban durante las sesiones las cabeceras de la mesa de reunión.
Cierta vez, como Guido combatiera determinadas ideas de Sarmiento, éste le dijo: -Pero usted me contraría siempre, cuando no domina estos asuntos que yo conozco a fondo. Usted no se da cuenta que de que yo soy una autoridad en la materia y pretende hacerme discusiones a cada paso, en vez de inclinarse ante mi opinión. Y Guido le respondió: -Es que yo no sostengo juicios caprichosos e improvisados y puedo robustecer mis razones con las de respetables autores. -¿ Que autores son esos?, preguntó Sarmiento. -Yo no vengo al consejo cargado de libros, replicó Guido pero tengo a la mano uno muy importante y voy a leer algunas páginas decisivas. Sarmiento adelantó con los dedos el formidable pabellón de su oreja derecha y se puso en situación de oír aquello atentamente. Guido leyó con su maestría de siempre, un largo y luminosos fragmento de la obra de a que se había referido. -¿Y de quién es eso? Interrogó sarmiento con desdén. -De Domingo Faustino Sarmiento, repuso Guido. ¡Y la verdad que está muy bien escrito! Agregó aquel, invitando luego al consejo a pasar a otra cosa.


Recopilación de Anécdotas de Argentinos Célebres. Segunda Serie. pág.236.

Todavía no he pensado en suicidarme. - Por Mayte Sánchez Sempere

El espejo me asusta. Ahí detrás hay algo o alguien que inventa muecas para que crea que tengo mala cara a pesar de haber dormido quince horas seguidas. Y no ha sido por el alcohol. Debería haber bebido sola en la cocina hasta caerme de la silla, haber despertado en el suelo con la mejilla pegada a las frías baldosas y el pelo pringoso de ginebra. Debería haber llorado al despertar, al darme cuenta de que él se ha ido y entonces, coger de nuevo la botella y entre sollozos, arrastrar los pies por el suelo de madera del pasillo hasta el cuarto de baño. Y al mirarme al espejo, asustarme.
Tengo los ojos rojos y la piel seca. El pelo revuelto.
La boca seca.
El espejo me enseña una lengua blanquecina. Si mi madre la viera me diría “tienes la lengua sucia” y me daría té para desayunar. Me pondría la manta eléctrica sobre el estómago y me daría una de esas pastillas que saben como el yeso de las paredes.
Puedo creer que bebí anoche y escribirlo en el diario como si fuera verdad. Y luego, en el otro diario, el que ni siquiera yo puedo leer, escribir la verdad. Anoche no bebí. Cené una tortilla francesa mientras miraba los folletos del hipermercado y marcaba con bolígrafo las cosas que quiero comprar. No me caí de la silla. Me acosté a las ocho de la tarde con los ojos secos, porque nunca he llorado por él. Él no existe, tampoco.
Por eso todavía no tengo pensado suicidarme. Cuando lo piense, lo escribiré en los dos diarios y dejaré a la vista el que está lleno de mentiras y poemas, que también son mentira. Dejaré el diario a la vista para que quien me encuentre muerta lo lea y crea que sabe por qué me suicidé y así no tendré que sentirme mal por no haber vivido nada interesante, porque eso será algo que sólo yo sabré.
Escribo en el diario que anoche me caí borracha de la silla de la cocina y que no recuerdo nada, que me he despertado en el suelo y he creído verle a mi lado, hasta que me he dado cuenta de que se fue. En mi diario, él tiene nombre: M. Le llamo así para que resulte más real, como si aún le amase y no quisiera que nadie supiera quién es, como si quisiera protegerle de los demás, de los que le odiarán cuando encuentren mi cadáver y mi diario. M es alto y guapo, rubio y canadiense. Así es más difícil que
intenten buscarle. M me quería pero la vida le ha obligado a marcharse. No quiero que parezca mala persona, no quiero que los que lean el diario piensen que soy una ingenua o una imbécil incapaz de darse cuenta de que la están engañando. A pesar de que tengo que aparecer como la víctima, no quiero dar pena.
Si me suicido, daré pena. O me odiarán. Pero también dirán que mi sensibilidad es tan grande que no he podido soportar el inmenso peso de la vida, que los golpes me han hecho buscar un reposo, que mi visión poética de la vida me ha empujado a ponerle fin porque me duele demasiado seguir respirando. Eso será, claro, cuando haya decidido pensar en suicidarme. De momento no lo he pensado.
Tengo casi treinta y cinco años. En el diario he puesto alguno menos, no quiero que
crean que estoy entrando en la crisis de los cuarenta. Tengo casi treinta y cinco y estoy sola. M no existe, pero tampoco hay ningún P. En el diario P es mi mejor amigo. Homosexual, claro. Tampoco tengo ningún trastorno mental, eso lo he inventado para el diario. He inventado una enfermedad y un médico, un psiquiatra: el doctor V. Si no doy el nombre de nadie, no se puede comprobar que es todo falso.
No son mentiras, es libertad. Dicen que tenemos derecho a hacer lo que queramos con nuestras vidas y yo lo hago. He dormido quince horas y no tengo hambre. En la bandeja hay un vaso con leche tibia. El sobre de café descafeinado me pone nerviosa. Siempre espero que sea dorado por dentro, ya no me acuerdo por qué, pero debería ser dorado por dentro y yo debería alegrarme de que lo fuera y escribirlo en mi diario porque habría ganado algo. Un viaje a Las Vegas. Para casarme con M. M es canadiense. El viaje es a Toronto. El café me gusta más cargado. He dormido quince horas pero no es porque bebiera anoche. Me acosté pronto. M se había ido.
El espejo me asusta.
El diario dice que anoche bebí demasiado y debería dolerme la cabeza. Me tomo una pastilla blanca con el café, para el dolor de cabeza. El sobre del café es dorado, en mi diario. Una esperanza remota, una ilusión para un alma atormentada. Escribiré que por fin tengo suerte y voy a viajar al lugar en el que seguramente M estará esperándome. Las casualidades son muy literarias. Por eso los hijos perdidos encuentran a sus padres en las novelas y en la vida real ni siquiera saben que tienen padres perdidos. Mi diario tiene que parecerse más a la vida. El viaje será a Colombia. Tiene más sentido. Por el café.
El sobre de café es plateado en la papelera que hay junto a la cama. Se ha quedado boca arriba y parece un pez muerto sin ojos, un pez leve a punto de echar a volar en busca de su cabeza y sus tripas. Un pez de aire y hielo que huele a café. Al pez muerto lo escribo en el otro diario, el de la verdad: no puede estar junto a Colombia.
La manta también está en el otro diario, el de las verdades incómodas. Es una manta corta que nunca me abriga los pies, una manta que cada día es más corta, justo ahora que cada noche es más fría. Me enrosco la manta alrededor del cuello y la cabeza. Así no veo el espejo que me asusta. Escribiré que soy como Frida Kahlo e invento tocados especiales que no realzan mi belleza pero sujetan mis ideas y las abrigan. El aire se templa dentro de la manta, la luz desaparece, los sonidos se amortiguan. La ideas se
calman y dejan de moverse en un remolino de palabras. Las ideas se duermen. Así podría escribir en el diario falso que estoy tranquila y que medito sobre mi triste existencia. Sobre su ausencia.
Lo escribo.
El suelo está frío y me pincha las plantas de los pies. La manta cae al suelo y la piso, arrastro los pies sobre ella, patino por la habitación sobre la manta. El suelo se inclina y no puedo frenar. Choco contra la pared. Me sangra la nariz. Me da miedo. Escribo en el diario mucha sangre y una herida en la frente. Con un algodón taponando la nariz, escribo un accidente doméstico provocado por la resaca. Alcohol, desamor y sangre; está quedando muy bien. En el diario de la verdad escribo que me he puesto a
llorar al ver la sangre y ha tenido que venir una tata a curarme y abrazarme.
Tengo que pensar en suicidarme antes de comer, para que no me sorprenda ese sueño extraño de la siesta. Si me duermo, olvidaré que tenía que pensar en suicidarme y todo volverá a empezar y tendré que escribir en el diario de la mentira cualquier cosa, y en el de la verdad no podré escribir nada porque la siesta es como un lugar inexistente en el que no estoy.
Los dedos de los pies parecen pequeños seres vivos, redonditos, con un caparazón duro y una barriga blandita. Se mueven casi solos. Me sorprenden a veces moviéndose sin que yo piense en ellos. Se han quedado fríos. Escribo en el diario que han bajado las temperaturas tanto que se me congelan las lágrimas de amarle. Escribo que he recibido una carta en la que un sargento de un ejército me dice que M ha muerto en una guerra llena de arena y sol. El sargento me informa de cuánto me amaba M. Firma como S y me dice que M fue un héroe y en las dunas ardientes su sangre se ha convertido en un oasis en el que sus compañeros de armas beben el agua purificante del valor del soldado, se sacian de heroísmo y cargan sus armas para disparar contra ese enemigo cruel que les acecha. El sargento S me desea buena suerte y un duelo breve. La muerte de M parece un buen detonante para el suicidio.
En el diario de la verdad escribo que me duele el oído. Escribo que la tata me ha traído una bandeja con sopa de fideos y merluza rebozada. Y un flan. Hay una píldora roja junto al vaso de agua. Escribo que no voy a tomarme la píldora para no dormirme hasta que haya pensado en suicidarme.
En el otro diario escribo que busco en el armario de la cocina los somníferos de mi madre. Escribo que abro una botella de ginebra y me quedo mirando las pastillas, pensando si le encontraré al otro lado. Escribo que no sé si hay un cielo para los suicidas ni sé si los soldados que se van a una guerra de arena sin que nadie se lo pida no irán a ese mismo cielo. Escribo que hay un mapa sin carreteras ni nombres del lugar al que van los que se quitan la vida y los que provocan que otros se la quiten. El mismo
lugar al que van los muertos que nunca quisieron a nadie y las tatas que pegan y meten pastillas en la boca a la fuerza.
En el diario de la verdad escribo: “Hora de la siesta”. La tata me mira con odio mientras se frota el mordisco de la mano. Cierra de un portazo y la píldora roja del sueño blando se mezcla con mis diarios y hace que las letras bailen y cambien de lugar; las palabras ya no se entienden.
Todavía no he pensado en suicidarme. Lo haré después de la siesta.