sábado, 30 de agosto de 2014

¡Vivir con ella! Por Rafael Serrano Ruiz

Perdida su mirada
en la lejanía de sus recuerdos,
su alma sedienta buscaba
con ansia convulsiva.
Pretendía sentirse liviano
en su soledad pactada
como última y única dignidad
del ser humano…
Los acontecimientos decisivos
maduran con el tiempo…
ya no podía vivir sin ella,
dominó sus sueños,
se metió bajo su piel
desde el instante en que la vio.
Cuesta hacerse a la idea
de la desesperanza…
sin remedio para la soledad
de su existencia.
La miraba con mirada abierta…
siempre la misma pregunta,
siempre la misma respuesta
¡vivir con ella!

Dimidium Por Diego Santiago Cazzaniga

La vio pasar
a medias tintas,
partida al medio,
a medio vivir.
Y la siguió
para alcanzarla
a medio pelo,
a medio camino,
a medio amar.

Ahora sé que estoy envejeciendo Por Ezequiel Feito

                         I

Ahora sé que estoy envejeciendo
y no necesito que un médico le pregunte a mi sangre,
interrogue mis vísceras, visite mi páncreas,
 y rebusque en los ladrillos de mi cuerpo
para luego escribirme leyes en forma de pastillas
y hacerme peregrinar por todas las farmacias
en busca de un elíxir mágico para seguir viviendo.

II

Sé lo que me está pasando
porque miro a los niños como extraños
y no puedo comprender sus juegos.

Los veo reírse pero no los oigo
mientras un rumor confuso llena mi mente.

Sólo puedo ver los serios fantasmas de la gente
y comprender el lenguaje barato de los puertos.

III

Mi alma
compró una puerta y una calle detenida
donde vive, trabaja, come y duerme
en agradables rectángulos, profundos como tumbas.

IV

Ahora sé que estoy envejeciendo.
Estoy seguro.
Viejo y enfermo.

Poesía negra N.º 18 - Por Miguel García Freijanes

Había un olivo.
un olivo de tristes ramas
un pedregal, un camino
una fuente y una lágrima
Había un río
un río sediento de agua y agua
un puente, una raíz, un suspiro
un hombre, un fusil, una batalla
Había un guijarro
un guijarro de los que resbalan
una pareja, un suspiro
una pregunta, un mohín, un arma.
Había una deuda
una deuda nunca pagada
una pregunta, un suspiro
una sonrisa deslavazada....
Había un pasado
un pasado sin esperanza
un puente desconsolado
un río seco... una bala

Había un olivo
un olivo con sangre en las alas
una paloma perdida en el viento
un viento sin esperanza
Había un río
un río hambriento de almas
un puente hacia el infinito
Una mujer, una traición... y nada.
Había un guijarro
una primera culpa de piedra lanzada
un desamor, un suspiro
un gatillo, el fiel de la balanza.
Había una deuda
una deuda de amor sin palabras
una pregunta, un gatillo
una desidia disparada
Había un pasado
un puente, un río, una amada
un primer beso de niño
que acabó siendo venganza.

La reina está desnuda Por Lilí Muñoz

La reina está desnuda
-Miren, observen, ¡la reina está desnuda!
-Te equivocas, es mi piel, es mi traje de reina.  Lo acabo de comprar con el sudor de las  Desposeídas.

TRES POEMAS Por Enrique Banchs (Del libro “El cascabel del halcón”)

IMAGEN

Somos como la vieja torre
cuando saltan de sus ventanas golondrinas;
somos como la vieja torre cuando
cantan en sus campanas voces finas.

Somos como la cama de un enfermo
cuando alzándose en ella se ve el prado;
somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de acostado.

Pues nuestro corazón con ilusiones
como la torre es, que tiene sones,
que tiene golondrinas, pero es vieja.

Pues nuestros corazón siempre en desvelo,
es cual lecho que puede ver el cielo,
pero que lleva a uno que se queja.


CANCIONCILLA

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y la abuela hila que hila
 los vellones tempraneros.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero.
Madre, por el valle fui
y he perdido los corderos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas:  es Enero.
Y no curaban del hato
la pastora ni el mozuelo.

Ve, la mano se me cansa,
y el huso vacío vuelvo...
Alzaba al hablar la abuela
a la luz los ojos ciegos.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero...
Y alzaba al hablar la abuela
al cielo los ojos muertos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
La pastora, la pastora
se ha cortado su cabello.

En las manos de la abuela
puso su tesoro entero,
todo su cabello de oro
en los temblorosos dedos.

La abuela al hilar decía:
¿Qué lana parece helecho
y seda y agua de fuente
y vegada de trovero? ...

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
A ver hilar a la abuela
bajó un ruiseñor del cielo.

IMAGEN

Porque mi corazón es trashumante
y desasido está de casa y pena,
y sube a mi pupila y cual diamante
que brilla a una luz suave la serena;

y porque ama vagar desde el menguante
 hasta el creciente, y porque tiene cena
de rocío, de aire y del fragante
 ritmo que en los caminos baila y suena:

yo me parezco al perro vagabundo
que hace su siesta al sol bueno y fecundo,
 y al desertar, enorme de ilusión,

mira el manso paisaje largamente
 para que la quietud que tiene al frente
se le vaya enredando al corazón.



El primer destilador Por Leòn Tolstoi

        Un pobre mujik se fue al campo a labrar, sin haber almorzado. Llevó un pedazo de pan. Después de haber preparado su arado, escondió su mendrugo debajo de un matorral, y lo cubrió todo con su caftán.
El caballo se había cansado; el mujik tenía hambre. Desenganchó su caballo y lo dejó pacer; luego se acercó para comer. Levanta el caftán; el mendrugo había desaparecido. Busca por todos lados, vuelve y revuelve el caftán, lo sacude: no aparece el mendrugo.
-¡Qué raro es esto! pensaba. ¡No he visto pasar a nadie, y, sin embargo, alguien me ha llevado el mendrugo!
El mujik quedó sorprendido.
Y era un diablillo que, mientras labraba el mujik le había robado la comida. Luego se escondió detrás del matorral, para escuchar al mujik, y ver cómo se enfadaba y nombraba al demonio. El mujik distaba de estar contento.
-¡Bah! dijo. No me moriré de hambre. El que me haya quitado la comida la necesitaba, sin duda: ¡que le haga buen provecho!
El mujik se fue al pozo, bebió agua, descansó un momento, y volvió a enganchar el caballo, tomó el arado y se puso de nuevo a trabajar.
El diablillo se enfureció mucho al ver que no había logrado hacer pecar al mujik. Fue a pedir al diablo jefe que lo aconsejase. Le refirió cómo había tomado el pan al mujik, y cómo este, en vez de enfadarse, había dicho: «¡Buen provecho!»
El diablo en jefe se enojó.
-Ya que el mujik le dijo se ha burlado de ti en esta ocasión, es que tú mismo has dejado de cumplir tu deber. No has sabido hacerlo bien. Si dejamos que los mujiks y las babás se nos suban a las barbas, esto va a ser intolerable… No puede esto concluir de este modo vete, vuelve a casa de ése, y gánate el mendrugo, si quieres comértelo. Si antes de tres años no has vencido a ese mujik, te daré un baño de agua bendita.
Estremecióse el diablillo. Volvió rápidamente a la tierra, reflexionó largo tiempo sobre el modo de reparar su falta.
Pensaba y pensaba el diablillo; y, por fin, dio con lo que buscaba. Se transformó en un buen hombre, y se puso al servicio del mujik. En previsión de que vería seco el verano, aconsejó a su dueño que sembrara el trigo en terrenos pantanosos.
El mujik siguió el consejo de su criado, y sembró el trigo en tierras pantanosas.
El trigo de los demás mujiks fue quemado por el sol: el del pobre mujik creció lozano y fresco; tuvo para comer hasta la otra cosecha, y le quedó aún mucho pan.
Aquel verano, el criado convenció al mujik de que sembrara el trigo en las alturas; y precisamente hubo muchas lluvias. El trigo de los demás se inundó, se pudrieron los tallos, y no sacaron espigas. En cambio, el mujik recogió en las alturas un trigo magnífico. Y tuvo tanto trigo sobrante, que no sabía qué hacer con él.
Entonces, el criado le enseñó a hacer vodka, se puso a beberla y dio a beber a los demás.
Entonces, el diablillo se fue a encontrar al diablo jefe, diciéndole que había ganado el mendrugo.
El diablo jefe, quiso ver si era verdad.
Se fue a casa del mujik y vio que éste, habiendo invitado a las personas principales, les daba vodka a todas. La esposa misma servía la bebida; pero, al pasar cerca de la mesa, se enganchó con el ángulo, y derramó un vaso.
El mujik se enfadó; riñó a su mujer.
-¡Cuidado con esa tonta de mil demonios! dijo. ¿Acaso te figuras que esto es agua de lejía, para derramarla de este modo?
El diablillo tocó con el codo al diablo, su jefe.
-Fíjate bien le dijo. Ahora veremos cómo le duele el mendrugo.
Después de haber reñido a su mujer, el mujik quiso servir él mismo, y que brindaran todos. Llegó un pobre mujik que nadie esperaba. Viendo que los demás bebían vodka, habría querido también beber un poco para animarse. Allí estaba el pobre mujik tragando saliva. El dueño se negó a hacerlo beber: iba murmurando:
-¿Se figuran que he hecho bastante vodka para dar a cuántos vengan?
También esto gustó al diablo jefe. Y el diablillo, enorgulleciéndose:
-Aguarda, aguarda un poco le dijo. No es esto todo.
Los mujiks ricos, y con ellos el dueño, después de haber bebido la vodka, se adulaban unos a otros, se prodigaban mutuas alabanza, y sus palabras eran melosas.
El diablo jefe iba escuchando, y felicitaba al diablillo:
Si esta bebida los hace ser hipócritas le dijo y se engañan unos a otros, están en nuestro poder.
-Aguarda aún lo que falta díjole el diablillo. Déjalos que beban sólo otra copita. Ahora están como zorros que menean la cola delante de los demás, y procuran engañarse: mas luego los verás feroces como lobos.
Los mujiks bebieron otra copa.
Y empezaron a gritar y a hablar groseramente. En vez de palabras melosas, se injuriaban unos a otros; se enfurecieron se pelearon y se rompieron las narices; y habiéndose el dueño de casa metido en la pelea, recogió su parte de porrazos.
El diablo jefe miraba y se ponía contento. ¡Esto marcha perfectamente! dijo. Y el diablillo repuso:
-Aguarda todavía lo que va a suceder. Deja que beban otra copita más. Ahora están como lobos furiosos; cuando hayan bebido otra copa, estarán como cerdos.
Cada uno de los mujiks bebió otra copita. Todos estaban atontados. Gruñían, gritaban sin saber lo que decían, y no se escuchaban unos a otros. Se fueron cada cual por su lado, unos solos, otros de dos en dos o de tres en tres: todos fueron a caerse al suelo en su calle.
El dueño de la casa, que había salido para acompañar a sus huéspedes, cayó en un charco, se ensució completamente, y se quedó allí tendido como un cerdo que gruñe.
Y esto acabó de alegrar al diablo jefe.
-¡Vaya! dijo. Has inventado una hermosa bebida. Te has ganado tu mendrugo. Dime ahora cómo has fabricado este brebaje. Juraría que lo has compuesto de sangre de zorro, y así los mujiks se han vuelto traidores como los zorros; luego sangre de lobo, que les hiciera ser crueles como lobos, y por fin, sangre de cerdo, que los ha convertido en cerdos.
No dijo el diablillo. No lo he hecho así. Me he limitado a hacer que cosechara demasiado trigo. En el mismo estaba la sangre de esas bestias; pero esta sangre no podía obrar mientras el trigo le diese apenas lo necesario. Y entonces era cuando no le dolía su último mendrugo y cuando empezó a pensar cómo lo hacía para utilizar el sobrante, entonces le enseñé a beber vodka. Y cuando empezó a destilar, para su gusto el don de Dios en vodka, la sangre del zorro, la del lobo y la del cerdo han salido; y ahora, le bastará que beba vodka para ser al punto como esas bestias.
El diablo jefe felicitó al diablillo, le dio su mendrugo y le hizo ascender un grado.

sábado, 23 de agosto de 2014

LA LAMPARA DE ALADINO - Por Arturo Capdevila

       Cuando Aladino, el héroe casquivano de Las Mil y Una Noches, se sintió próximo a morir, notó que, por la primera vez acaso, le brotaba del alma una amarga filosofía. Habíase quedado en soledad Atardecía, y una penumbra sutil invadíale la regia alcoba, rica de toda suerte de primores. Cerca de sí, abandonada como objeto inútil, para que nadie ardiera en la codicia de poseerla, estaba la lámpara de las maravillas, que lo hizo dueño de las bellezas del mundo.
Brotábale del alma una amarga filosofía. ¿De qué le había servido, en suma, su vida extraordinaria? ¿Qué hechos verdaderamente grandes había cumplido? ¿Cuál podía llamarse su obra? Veíase primero en la infancia, lejana, remiso a todo buen consejo, voluntarioso y holgazán. Recordaba luego la aventura capital de su vida: aquella su amistad con el mago africano, aquel paseo misterioso por las afueras de la ciudad, aquel arribo al campo solitario, aquel conjuro del hechicero... Veíase después de cruzar las galerías encantadas de aquel palacio subterráneo, en busca de la lámpara maravillosa, olvidada en la hornacina del muro. Recordaba aquel jardín de brujería que daba flores de oro, de plata, de diamantes. Luego, la torpeza del mago, su ira satánica, su perfidia monstruosa. . .
Después la posesión de la lámpara: cómo, un buen día, mientras la madre la frotaba para limpiarla de su polvo milenario, surgió de improviso el genio protector que se le ofrecía por esclavo. Veíase rico y poderoso en plena juventud, sueño de todos los tesoros de la tierra, servido por el gigante y por el gnomo dominador de toda cosa, domeñado... Veníale el recuerdo de su amor por la hija del rey, y con dio sus victorias fáciles, sus hazañas sin virtud.
Pero con eso y  con más, ¿valía  algo su vida? ¿Qué dio de sí mismo para alcanzar gloria y fortuna? Un azar puso en sus manos la lámpara del prodigio; otro azar trájole a su presencia el genio tutelar. . .
Más valía, por cierto, el pobre alfarero de su vecindad que sólo hizo un ánfora, pero por sus propias manos, que él, vanidoso Aladino, que todo cuanto hizo fue por maña de manos ajenas.
Y aún más se ahondaba su tristeza al sentir que hasta esa extraña labor fue puro fruto de su egoísmo. ¿Cuándo pensó seriamente en el dolor humano? En vez de exigir de los genios la tarea de caridad, les impuso mezquinos menesteres. Hizo un palacio que mejor no hubo en el mundo, en el transcurso de una noche. Pero no supo hacer un bien ni a lo largo de cien años.
Entretanto, sentía que la vida se le iba en el respiro. ¿Qué haría ahora con su lámpara mágica? ¿A quién la dejaría que, siendo lo bastante sabio, se olvidara de sí mismo para servir a los demás? ¿Habría alguno en la tierra? Y si lo había, ¿dónde hallar otro después de ése?. . . ¡Oh, qué difícil sería hacer brotar de la tierra, por obra de los genios, la planta del bien, o regar el árbol de la paz, o corregir la balanza de la justicia!.. .
Aladino, desengañado de sí mismo, habíase desengañado también de los otros. No había nadie capaz del sacrificio. Todos harían como él: servir para sí el banquete, dar las migajas a los demás. Todos harían con su hermano como el necio que enceguece a los pájaros para que le canten mejor. . .
Entonces tomó la lámpara de las maravillas, realizó el conjuro mágico, y, habiendo comparecido el genio servicial, le dijo, mientras se le apagaba la vida:
-¡Te he llamado, esclavo, para que cumplas mi postrera voluntad! Tú ves que la vida me deja y que no quiero que tú me la prolongues. Harto estoy de vivir y quiero irme en mi hora. Éste es mi mandato: llévale la lámpara para siempre. Que no haya poder que la descubra, ni en toda la magia fórmula que la rescate. Llévatela para siempre, que cualquiera que sea su dueño, hará como yo hice. Nadie será tan sabio que te diga: "Siembra la paz entre hombres. . . Iguala las fortunas. . . Suprime de raíz los árboles del mal. .." Llévate la lámpara para siempre.
Esto oyó el genio y respondió:
-¿Y por qué más bien no me mandas que realice todo eso, en vez de lamentarte así de los demás?. . . Te estás muriendo: es el momento de la sabiduría. Dime: "Sea la paz", y la paz será. Dime: "Sea la caridad", y será la caridad.
Pero Aladino, en ese instante, sin tiempo de mudar el mandato, cerraba los mortales ojos.

EL CANTO - Por Francisco Luis Bernárdez

Este río de amor que duele tanto
Y que tanto consuelo proporciona
Brota de un manantial secreto y santo
Y recorre en silencio la persona.

Su corriente que alegra y emociona
Va por zonas de júbilo y de llanto
Hasta llegar a la secreta zona
Donde se vuelve océano de canto.

En este inmenso mar, siempre desierto,
 Donde es inútil esperar más puerto
 Que el de un olvido cada vez mayor,

Todo el hombre  palpita y se resume
Como  toda la  tierra en  el  perfume
Y en la forma callada de la flor.

RETRATO DE UN TÍPICO CANTOR AFICIONADO - Por Héctor Ulises Napolitano (Del libro “REMEMBRANZAS DOLORENSES”)

En homenaje a todos los cantores y músicos aficionados de Dolores

Con sonido de guitarra
e inspirado por el vino
el cantor es la cigarra
que en la noche hace camino.

Es honesto el berretín
del cantor por afición
que sólo persigue el fin
de animar una reunión.

Imbuido en su repertorio
 medita, silba y camina,
y en busca de su auditorio
va de cantina en cantina.

Como el errante juglar
que la antigua historia narra
va de lugar en lugar
cantando con su guitarra.

Pone toda su pasión
en decir cosas que siente,
 y su gran satisfacción
es que lo aplauda la gente.

Es agudo su sentido
y espontánea su garganta,
y aprende siempre de oído
lo que toca y lo que canta.

Nunca canta por dinero,
aunque a veces una mano
suele darle el parroquiano
cuando se pasa el sombrero.

Hay dos amores que amarra
al cantor en su camino
El uno es una guitarra
y el otro, un vaso de vino.

Es inspiradora musa
el vino para el que canta,
y el cantor que de él no abusa
con él templa su garganta.

Mi verso evoca y levanta
al cantor como arquetipo.
¡ Porque todo aquel que canta,
en el fondo, es un buen tipo!

EL NEGRO SANTOS - Por Eduardo Gutiérrez

         Pocos serán los que no hayan conocido al negro Santos, viejo veterano más curtido que un par de botas de potro.
La sangre del negro Santos ha corrido en todos nuestros campos de batalla, y se había habituado de tal manera al estruendo del cañón, que sus ojos mismos parecían un fogonazo.
El negro Santos tenía un grito que le era peculiar, que parecía el silbido de una bala: este grito lo lanzaba siempre en las grandes solemnidades de su vida.
Las heridas habían deformado su semblante de ébano, que no era otra cosa que un conjunto de horribles cicatrices, y su troya, roja como un tizón, parecía los labios de una inmensa herida.
Y aquella cara espantosa, iluminada por el fogonazo de sus ojos, adquiría una expresión de sátiro, capaz de imponer miedo al corazón más sereno. A pesar de esta apariencia feroz, el negro Santos era un ser inofensivo. Así como en las batallas era un león, era en la calle de una mansedumbre infinita.
Cuando reunía diez o veinte pesos, entraba a un almacén y bebía y convidaba a los presentes hasta dar fondo con su último centavo. Una vez borracho, salía a la calle amenazando al cielo y a la tierra y haciendo ademán de sacar el cuchillo; pero se entregaba mansamente al primer vigilante que se lo intimaba, y se iba a pasar una semana a su casa vieja, como llamaba él a la fonda del gallo.
El negro Santos no conocía su edad y la medía por los frascos de ginebra que había consumido: así, cuando alguien le preguntaba la edad, respondía estirando su troya de tizón:
-Tengo como tres mil frascos de ginebra.
-¿Y has tomado mucha ginebra en tu vida, Santos?
-Calcule usted; en los días que no llueve, tomo ginebra; cuando llueve, sólo tomo caña.


 (De Croquis y siluetas militares)

DUERME, HIJO MÍO... Por JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN.’

Duerme,, hijo mío.   Mira: entre las ramas
está dormido el viento;
el tigre en el flotante camalote,
y en el nido los pájaros pequeños;
hasta en el valle
duermen los ecos.

Duerme.   Si al despertar no me encontraras,
yo te hablaré a lo lejos;
una aurora sin sol vendrá a dejarte
entre los labios mi invisible beso;
duerme; me llaman,
concilia el sueño.

Yo formaré crepúsculos azules
para flotar con ellos:
para infundir en tu alma solitaria
la tristeza más dulce de los cielos.
Así tu llanto
no será acerbo.

Yo  empaparé de  dulces melodías
los sauces y los ceibos,
 y enseñaré a los pájaros dormidos
a repetir mis cánticos maternos.

De "Tabaré"

LA FUENTE CANTA Por RAFAEL ALBERTO ARRIETA

La fuente canta.   El armonioso llanto
estremece  la noche silenciosa.
Duerme el jardín en paz bajo el encanto
de la  voz  musical  y quejumbrosa.

Sobre la taza el surtidor deshila
su encaje alado, y quiebra la tersura
especular, acuática pupila
donde se reproduce la figura.

Pero cuando enmudece el cristalino
trémolo, se rehace, cristalina,
la honda serenidad del recipiente,

y se copian entonces el divino
medallón de la luna y la divina
estrella en el espejo de la fuente.

SE NOS HA MUERTO UN SUEÑO Por CONRADO NALÉ ROXLO

Carpintero, haz un féretro pequeño
de madera olorosa,
se nos ha muerto un sueño,
algo que era entre el pájaro y la rosa.
Fue su vida exterior tan imprecisa
que sólo se lo vio cuando asomaba
a! trémulo perfil de una sonrisa
o al tono de la voz que lo nombraba. ..
Mas qué te importa el nombre, carpintero,
era un sueño de amor, tu mano clave ,
pronto las tablas olorosas, quiero
enterrar hondo el sueño flor y ave. !
¡Al compás del martillo suena un canto!

"No vayas al campo santo, 
porque los sueños de amor 
no mueren, se muda en llanto 
su forma de ave y de flor".

LA CANCIÓN DE LA LLUVIA Por VICENTA CASTRO CAMBÓN.

Oh, tierra!, por tu bien dejé la nube,
palacio azul que, allá, en el cielo tuve.

Perdí mi nitidez: turbia he quedado
del polvo que a las plantas he quitado...
Pero estaban con sed las avecillas
 y las hojas poníanse amarillas,
en los campos el pasto escaseaba
 y el trigal sin espigas se secaba.

¡Que madure la espiga y que florezca
 el rosal del jardín! ¡Que el pasto crezca!
¡Que renazca el verdor y la frescura!
Para ello bajé... ¡dejé la altura!

¡Alfil dejé de ser limpia por ser buena
al mezclarme a tu polvo; eso me apena.
Mas los rayos del sol han de ayudarme
 y, otra vez, a la nube he de elevarme.
Y luego, desde allí, podré, gozosa,
contemplar el botón trocado en rosa
y al trigal semejante a un mar de oro,
dando al hombre magnífico tesoro;
y, al ver fructuoso el sacrificio mío,
volveré cada noche hecha rocío.

domingo, 17 de agosto de 2014

A LA SEÑORITA Por Edgar Allan Poe

Qué me importa si mi suerte terrestre no
encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿qué me importa si años
de amor son olvidados en un momento de odio?

No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña, sino
porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra...

UNA FAMILIA DE INMIGRANTES POR LA AVENIDA DE MAYO Por Álvaro Yunque

Rumbo al oeste va por la Avenida
Esta ruda familia de italianos.
A la cabeza el padre, un hombrachote
Que lleva un chiquitín entre los brazos,
Detrás de él dos muchachas, dos gringuitas
De trenzas rubias y de ojos garzos,
Detrás la madre cuyo vientre elévase
Con la promesa de algún nuevo vástago
Y aun detrás cansadamente, marchan
Dos chicuelos cogidos de la mano;
Y golpean los rudos zapatones
Y exhiben los vestidos aldeanos
Aquellos inmigrantes que contemplan
Todo con grandes ojos asombrados.
Y hay no se qué simpática energía
En esos rostros por el sol tostados,
En esos montañeses animosos
Que del norte de Italia se arrojaron;
Y se hunden ahora en Buenos Aires,
Rumbo al oeste, con tozudo paso,
Tal vez a dar con la fortuna, hallada
En lustros de dolores y trabajo,
O en lustro de trabajo y de dolores
Tan sólo a dar con la miseria acaso.

Emily Dickinson - Poemas (Selección)

VI

Si logro salvar un corazón de romperse,
no viviré en vano;
si logro borrar de una vida el dolor,
o enfriar una herida
o ayudar a un esfumado petirrojo
a regresar a su nido de nuevo,
no viviré en vano.


LXXXIX

Se dice que
la palabra está muerta
cuando se pronuncia,
yo digo que
comienza a vivir
ese día.


XLIX

Hacemos crecer el amor entre otras cosas
y lo guardamos en el cajón,
hasta convertirlo en vieja moda
como disfraces vestidos por antepasados.

Las ausencias Por Ana María Broglio

Uno puede adaptarse a las ausencias.
Despacito, tropiezo en el tropiezo,
encuentra en otros fuegos aderezo
vistiéndose, tal vez, de otras presencias.

Son bandadas que emigran, experiencias,
aves que ya no anidan en los brezos
que pueblan el jardín de los bostezos.
Nos apuran de olvidos y de urgencias

de buscar y encontrar otros caminos.
No está mal que aprendamos a seguir
transitando el destino del adiós.

No está mal que busquemos otros sinos.
Después de todo, la vida es un fluir,
alguien dice, que lo ha marcado Dios.

La aceituna del medio - Por Wimpi

El saber y la cultura son dos cosas distintas.
El saber depende del número de conocimientos que un hombre ha adquirido. Es una cuestión de cantidad.
La cultura depende del modo en que el hombre se conduzca. Es una cuestión de calidad.
Hay sabios que cuando abandonan la biblioteca, el laboratorio o el anfiteatro, no saben qué hacer. Son sabios incultos.
El médico sabio, por ejemplo, se nota en la forma cómo cura a un enfermo; el médico culto se nota por la forma en que lo trata.
Hombre culto es aquel que con la misma capacidad que cumpliera su tarea profesional, cumple, luego, su tarea de persona.
En el consultorio el médico, en el bufete el abogado, en la cátedra el profesor de historia, utilizan un saber. Pero, luego, ante el semejante que no esté enfermo, que no estudie historia, demuestran o no demuestran su cultura.
En una observación panorámica, la cultura es muy parecida a la buena educación.
No puede considerarse bien educada a una persona sólo porque levante el dedo chico al tomar la cucharita del helado.
El no hacer ruido con la sopa, el no atarse la servilleta con un moño en la nuca, son condiciones necesarias de la buena educación, pero no son condiciones suficientes.
Debe entenderse por buena educación el resultado de una integración de educación; la sentimental, la espiritual, la mental, la moral.
Cuando el hombre está bien educado para esas cuatro posibilidades de su volcarse en el mundo, es un hombre bien educado. Un hombre culto. Porque no solamente no le da vuelta los botones al otro mientras le habla, sino que, además, se halla capacitado para situarse  con beneficio para sí y sin perjuicio para los demás ante el mundo y la vida.
Un ingeniero culto es el que, además de saber construir un puente que no se caiga, pincha la aceituna del medio porque sabe, también, que las otras aceitunas, rodeándola, no la dejarán escapar.


De La calle del gato que pesca

UN DÍA DE ASUETO - Por Chamico (Conrado Nalé Roxlo)

         El señor Joroboán Pérez tiene una familia solícita y cariñosa. Su mujer, la mamá de su mujer, la hermana de su mujer, las hijas de su mujer y suyas, y hasta la cocinera, se desviven por él.
      El amigo Joroboán goza de muy buena salud. Su esposa siempre lo afirma de este modo:
-Lo que es mi Joroboán no ha tenido nunca un sí ni un no con la medicina.
Pero no hay cuidado de que lo dejen en una corriente de aire, aunque el calor raje las piedras; ni de que no le calienten la cama; ni de que le sirvan una comida muy condimentada. Las hadas familiares velan por él constantemente.
El señor Pérez hace veinte años que concurre a una oficina pública en calidad de empleado. Es una buena oficina, vista desde adentro, pues cuando una persona llega a la ventanilla a preguntar por un expediente, se le toman los datos y se le dice que venga la semana que viene. Si vuelve, se le pregunta:
-¿Usted es el que estuvo la semana pasada?
Y a la respuesta afirmativa se le responde:
-Su asunto marcha. Venga dentro de quince días.
Y cada vez se alargan más los plazos, hasta que el importuno comprende su error y se dirige a otra oficina.
De este modo la oficina es un lugar agradable y tranquilo, al que ninguno de sus habituales concurrentes rentados ha encontrado el más mínimo pero. Pero, con todo, el señor Joroboán sintió un día el deseo de faltar, de puro calavera.
Cuando doña Camelia, su esposa, lo despertó, le dijo:
-Hoy no voy a la oficina.
-¡Que no vas a la oficina!... ¿Por qué? ¿Hay acaso trabajo?
-No, pero no me siento bien respondió él por no entrar en explicaciones.
A la esposa se le cayó la bandeja del café con leche, y huyó gritando, con las manos en la cabeza:
-¡Dios y los santos nos asistan, Joroboán está enfermo!
La cuñada, que era persona de gran presencia de ánimo y de la otra, trató de serenar a la desesperada esposa, y dijo:
-Déjenlo por mi cuenta. Siempre tuve vocación de enfermera. De no haber sido tan niña cuando la otra conflagración...
Y resuelta y valerosa se encaró con la situación y con el enfermo: ¿Qué sientes, Joroboán? Nada..., un poco de dolor de cabeza. La cuñada cruzó los brazos, apoyó la barbilla en el hueco de la mano y pensó en todas las enfermedades que comienzan por un dolor de cabeza, desde la gripe benigna hasta la fractura del cráneo.
Las hijas, mudas y temblorosas, esperaban de pie, como las tres gracias, con algo de estatua del Comendador. Doña Camelia lloraba en un rincón.
-Te pondremos unas rodajas de papas en las sienes como primera medida.
Y se las puso. Pero la menor de las hijas, que era muy golosa, insinuó:
-Tía, ¿y si en lugar de papas le pusiera batatas, que son más dulces?
-No son terapéuticas dictaminó la dama. Media hora después, don Joroban creyó que ya podía darse por curado y dijo:
-¡Qué remedio maravilloso! Ya no me duele e intentó sacarse las papas.
Pero la familia en pleno dio un grito de espanto. La mano temeraria se detuvo, y el señor Pérez paseó por los presentes una mirada interrogativa y angustiosa.
Pero nadie le respondió; una a una su esposa e hijas fueron desfilando hacia el patio con el pañuelo en los ojos. Solo la valiente cuñada permaneció al pie de la cama, como un granadero napoleónico al pie del cañón. Y explicó:
-No te asustes, Joroboán; al fin y al cabo eres un hombre... Esa mejoría, tan repentina, no es normal: es lo que el vulgo llama mejoría de la muerte.
-¡Qué muerte ni qué expediente perdido! gritó, volviendo en sí, el desdichado señor. Estoy perfectamente bien; en mi vida me he sentido mejor, y ahora mismo voy a levantarme para que lo vean.
-¡Deliras, Joroboán! exclamó la cuñada, a la que también abandonaba el valor.
Del patio venían los sollozos ahogados de su familia V los hipos de la sirvienta.
Joroboán, en el colmo de la indignación, saltó del lecho, se puso un pijama y salió al patio.Pero la familia en pleno, puesta de rodillas, le imploró que volviera a la cama.
Algunos vecinos oficiosos asomaban ya la cabeza por encima de la medianera. Y el pobre señor Joroboán, para que el escándalo no fuera mayor, tuvo que resignarse a volver al lecho.
-Llamen a un médico ordenó, en la esperanza tic que el hombre de ciencia demostrara a la asustada familia que no tenía nada.
Poco después el doctor hizo su entrada en la habitación del doliente.
-Déjennos solos pidió el dueño de casa.
Y explicó con entera franqueza lo ocurrido al científico caballero, que lo escuchaba con aire preocupación, y que cuando terminó le dijo:
-Bien, bien, pero permítame usted que lo revise.
El examen fue largo y minucioso, lleno de preguntas indiscretas y de posturas molestas.
Todas las respuestas del presunto enfermo eran interpretadas de modo inesperado para él por el médico. Y el resultado final fue que al despedirse le dejó varias recetas, píldoras, bebidas, gotas y un régimen alimenticio más severo que el de una actriz en trance de adelgazar.
El señor Joroboán Pérez oyó a su esposa que preguntaba al médico, ya en el corredor:
-¿Hay alguna esperanza, doctor?
-Señora respondió el galeno, aunque la expresión sea poco científica, le diré que mientras hay vida hay esperanza.
Después la casa fue tomando un aspecto lúgubre: se velaron las luces, se caminaba de puntillas, se recordaba en voz baja como murieron el tío Anselmo, la tía Clara y el primo Basilio..,
Y a eso de las diez de la noche el señor Joroboán pidió con voz débil que le tomaran la fiebre: había entrado él también.

sábado, 9 de agosto de 2014

Repartijas Por María Elena Walsh

Dos vizcachas salieron de paseo, y les fue muy bien. Cada una se encontró un pedacito de cobija de lana. Pensaron cómo harían para que les fueran más útiles. Al fin resolvieron unir los despedazas -y así alcanzarían para las dos juntas-pero no tenían con qué coser.
En eso llegó el zorro y dijo que él había hallado un hilito y que se los daría si lo dejaban taparse. Las vizcachas aceptaron y se pusieron a coser. Cuando llegó la noche estaban muy contentas: no pasarían frío.
Pero el zorro, cuando se fueron a dormir, dijo que él se tenía que acostar enfrente de su hilito para cuidarlo. Las vizcachas no tuvieron más remedio que decir sí.
Y el zorro durmió muy abrigado y las vizcachas se congelaron porque la cobija era demasiado angosta para los tres.

Este cuento popular me hace acordar de los opinantes que echan a rodar frases hechas, que dicen más o menos así: ¡Cómo se gasta en un festival de cine, cuando los hospitales están a la miseria! ¡Cómo es posible que se derrochen fortunas en mantener el Teatro Colón, cuando los jubilados se mueren de hambre! ¡Qué vergüenza organizar recitales al aire libre cuando hay tantos chicos desnutridos!, etcétera.
Vergüenza me da que estas falacias sean pronunciadas a menudo por gente productora/consumidora/comentarista de cultura. No reparan en que, cuando la cobijita entera es para el Zorro, no queda para una vizcacha ni para la otra.
Me explico: cuando una sociedad no se ocupa de su cultura, tampoco se ocupa de las otras necesidades. Y viceversa. Cuando la cultura y la educación están más o menos protegidas, también lo están las otras áreas sociales.
No importa si esta cobija bien repartida está en manos del Estado, de la iniciativa privada, o de ambos. Eso depende de la estructura política y de otras razones en las que no hace falta abundar.
Voy a dar un ejemplo, no precisamente primermundista. Costa Rica es un país pequeño y discreto de América Central. Suelen comentarse, y no lo discuto, las bondades de la medicina cubana, pero que un país vecino de la isla sea el primero en América en materia de salud pública... de eso no se habla.
Hace apenas un año -y aunque todo puede cambiar de la noche a la mañana- me reafirmaron en Costa Rica lo que ya sabía por boca de algunos sabios médicos nativos: que era ejemplar la política en materia de salud pública.
Y no por eso se descuida la educación primaria, atendida contra viento y marea, ni se cierran sus centros de cultura ni su universidad ni otros focos que irradian todo el bienestar que pueden, dada la pobreza básica y la creciente ola inmigratoria que plantea nuevos problemas de distribución y trabajo.
No es el único ejemplo, pero sí es notorio que cuando un país desatiende un aspecto del beneficio social descuida todos los otros. Es decir, es la política del Zorro con la cobija ajena.
Es una falacia pensar que restando presupuesto de una actividad necesaria -y todas lo son- pase automáticamente a aliviar otra. No conozco país que haya cerrado su teatro de la ópera para fundar un hospital de niños. No lo hicieron los comunistas ni los regímenes capitalistas más o menos humanos.
Las naciones que admiramos o envidiamos no desdeñan la cultura, entre otras cosas porque de ella viven en gran medida. No se trata sólo de los colosales ingresos de la industria discográfica ni de los precios astronómicos de algún cuadro subastado. Se trata de prestigio y derechos humanos, que aunque no se coticen en la Bolsa significan una inversión mucho más rentable de lo que suponen nuestros funcionarios, eternamente itinerantes y militantes de paros turísticos sin descuento de haberes. Si recortáramos más ¡todavía! nuestros fondos de apoyo a la cultura, el ahorro no iría a parar por arte de magia, como creen algunos despistados, al PAMI ni a los hospitales ni al sueldo de los docentes. Iría a parar, como nos consta, al chanchito-alcancía del Zorro.
Y un detalle más: si no fuera por los despojos que mantenemos heroicamente en materia de cultura, arte y educación, no alcanzarían las fortunas de toda Arabia Saudita para sostener hospitales psiquiátricos nacionales.
La cultura -desde la investigación científica hasta el modesto entretenimiento- es lo único que nos permite sobrevivir, o mantener cierto equilibrio de cornisa, en esta menesunda de mensajes truchos, miserias miserablemente orquestadas y malabaristas de pistola en la sisa.
Algunos quieren convencernos, entre otras necedades, de que hay que restar de un lado para agregar al otro. Daría para todo, debe dar para todos.
Pero mientras nos entretenemos en estas cuentas mentirosas, el Zorro se queda con toda la cobija y después aunque el cuento no lo diga, se come las vizcachas, vende las pieles, y manda la plata a Suiza.
O quizá nos pasamos de mal pensados. Por ahí dona el 12,5 por ciento, menos IVA, a un asilo de vizcachitas huérfanas

Proverbios y cantares de Antonio Machado no incluidos en Poesías completas (Selección)

                 I

En esta España de los pantalones lleva
la voz el macho;
mas si un negocio importa
lo resuelven las faldas a escobazos.

II

Cuando recordar no pueda,
¿dónde mi recuerdo irá?
Una cosa es el recuerdo
y otra cosa recordar.

VIII

Soñé que tú me llevabas,
por una blanca vereda,
en medio del campo verde
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
Eran tu voz y tu mano
en sueños tan verdaderas!
Vive esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

XIII

Tal dijo un hombre de bien,
que, al ver al ladrón robado,

Setenta balcones y ninguna flor - Por Baldomero Fernández Moreno

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor...
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!

LUTO - Por Rafael de León

Yo llevo luto por ti
y no me visto de negro.

Tengo el corazón colgado
de paños de terciopelo,
y una camelia de sombra
se me deshoja en el cuello.

Al reloj de nuestras citas
se le cayó el minutero
a las doce menos cuarto
de una noche de Año Nuevo.

¿Qué brazo enlaza tu talle?
¿Qué labio busca tu beso?
¿En qué parque sin jazmines
se deshoja tu secreto?...

Yo llevo luto por ti
y no me visto de negro.

La paloma Por Rafael Alberti

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.

Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.

Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.

(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)

NO ABANDONES Por Rudyard Kipling

Cuando las cosas vayan mal como a veces ocurrirá
Cuando el camino que recorres con dificultad parece todo cuesta arriba
Cuando los recursos son escasos, y las deudas altas
Y quieres sonreír pero tienes que suspirar
Cuando la inquietud te pesa.
Descansa si debes pero, ¡ no abandones!

La vida es extraña con sus vueltas,
como cada unos de nosotros a veces aprende.
Y más de un fracaso da la vuelta completa
Cuando podría haber ganado si hubiera insistido
No abandones aunque el ritmo parezca lento
Puede que tengas éxito con otro paso.

El éxito es fracaso vuelto del revés el matiz
de plata en la nube de la duda,
Y nunca puedes decir lo cerca que estás.
Puede que esté próximo cuando parece tan lejos.
Así es insiste en la lucha cuando más duramente seas golpeado
Es cuando las cosas parecen peores cuando no debes abandonar.

Oh Capitán, mi capitán! - Por Walt Whitman

Oh Capitán, mi Capitán:
nuestro azaroso viaje ha terminado.
Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
Ya el puerto se halla próximo,
ya se oye la campana
y ver se puede el pueblo que entre vítores,
con la mirada sigue la nao soberana.

Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,
cómo los hilos rojos van rodando
sobre el puente en el cual mi Capitán
permanece extendido, helado y muerto?

Oh Capitán, mi Capitán:
levántate aguerrido y escucha cual te llaman
tropeles de campanas.
Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.

Por ti la multitud se arremolina,
por ti llora, por ti su alma llamea
y la mirada ansiosa, con verte, se recrea.

Oh Capitán, ¡mi Padre amado!
Voy mi brazo a poner sobre tu cuello.
Es sólo una ilusión que en este puente
te encuentres extendido, helado y muerto.

Mi padre no responde.
Sus labios no se mueven.
Está pálido, pálido. Casi sin pulso, inerte.
No puede ya animarle mi ansioso brazo fuerte.
Anclada está la nave: su ruta ha concluido.
Feliz entra en el puerto de vuelta de su viaje.
La nave ya ha vencido la furia del oleaje.
Oh playas, alegraos; sonad, claras campanas
en tanto que camino con paso triste, incierto,
por el puente do está mi Capitán
para siempre extendido, helado y muerto.

Sí, yo sé... Por Omar Khayyam

Sí, yo sé, mi persona toda es bella,
delicioso el perfume que ella exhala,
el rosa mío al de la rosa iguala,
mi línea al lado del ciprés, descuella.

Mas, con todo, esta incógnita me aterra:
¿Por qué mi alto Escultor me hizo de tierra?

POETAS FUTUROS Por WALT WHITMAN

Poetas futuros, oradores, cantores, músicos futuros!
No me justificará este día ni responderá por mí,
Pero vosotros, de una generación nueva, pura, atlética,
continental, más grande que todas las generaciones
conocidas,
¡Despertad, pues tenéis que justificarme!

Yo no hago otra cosa que escribir una o dos palabras
indicativas para el porvenir;
No hago otra cosa que avanzar un instante, y luego me vuelvo
apresuradamente a las tinieblas.

Soy un hombre que, vagando a la ventura y sin detenerse,
os dirige una mirada casual y vuelve el rostro,
Dejando que vosotros lo analicéis y lo defináis,
Esperando de vosotros lo más importante.

jueves, 7 de agosto de 2014

Lugares - Por María Neder

Aunque parezca romántico instantes perpetuos
se agrandan en una región de la memoria.
Son estallidos de un disparo
casi inadvertido que abandona en papel
aquel trazo del instinto y la coherencia.
Un aleph.
Una región en la piel
donde la palabra trébol queda a campo abierto,
lejanísima de todas las batallas,
la sostiene en el centro del ojo
cada vez que aparece el destello.

Lo inexorable es el aleph del otro,
como la distinción de los palos de la baraja,
la existencia cierta de la garra del ave de rapiña,
el sonido de los cuerpos en las calles,
la sucesión de bombardeos en el este,
y nuestra historia vivida al compás
de la historia del desvarío.

Viaje más viaje más viaje
para llegar a esta mesa de tréboles negros,
esta ciudad transexuada,
esta esquina final y subterránea.


                                                              De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock

Estampas - Por María Neder

Rotura de la madre.
Fiebre de la escritura anhelante de cauce
-agüita simple suave clara salvaje.
Letras desarmadas agotadas por tanto simulacro
palabrean en detenida infancia,
en marmitas donde se cuecen los bocetos,
donde caemos como despatriados
y la reconstrucción de azares llega
en cada gajo, cada consonante
como varios silbidos sostenidos por la mano
las manos hacedoras de alimento.

Y la caída dulce en la cotidiana
fragmentación del sabor de lo nombrado.

Fragmentación en gajos y la mirada absorta
de la iguana temblorosa
incapaz de vuelo, incapaz de piano,
de acorde en mí,
solitaria hembra enhebrando alas.

De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock

La voz impresa - Por María Neder

Y te pierdes madre en una voz grabada
en la piedra.
Diamantes tréboles piques y corazones,
la distinción de las heridas
-otra palabra oscura,
alargada, como las huellas de cigarro en la madera.

Y la voz suena en los silencios del piano
y el piano responde en los silencios de la voz,
quemada en la última negrura,
pintada en el piso de parquet
la alargada herida del fuego del vicio
prohibido en Madrid, en París, en Buenos Aires,
y el vicio de oírte también.

Las jugadoras son raras solitarias
fuman tabaco, duermen de día,
no cocinan torrejas ni cazuelas.
Y ¿cómo vienes madre a aplaudir
como aplauden en el campo insistentes
ante la puerta del otro lado?
¿Cómo me pides que te abra
de este lado, si ando como gata
y un cigarro y otro?

El idéntico ahogo en el hueco

de una pisada en la nieve.

De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock

sábado, 2 de agosto de 2014

La rama - Por Octavio Paz

Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha entre la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.

Aguarda la barca - Por Marian Martín Humanes

Aguarda la barca
varada en la arena,
no rema el barquero
ahogado en su pena.
Es la tristeza su pasajera,
partió la niña, su compañera,
sus remos lloran, en el olvido
aguardan el canto de la sirena.
Alienta su espera
el vuelo de la gaviota,
sueña su regreso
con el alma rota.
Sueña despierto,
que la mar en calma
le devuelva a su niña,
y botar la barca.

Hércules - Por Ana María Broglio

Ya no vendrán tus sombras amorosas
a proteger mi casa, ni aquel nido
que fuera entre tus gajos bienvenido.
No volverán tus formas majestuosas

a elevarse a los cielos venturosas
ni sonarán los trinos en mi oído:
árbol coloso... un Hércules vencido.
Para siempre tus curvas más frondosas

dejarán de acercarse a las estrellas.
El viento cercenó con sus quejidos
la vida que en tu tronco alzó sus huellas.

Aunque el tiempo me robe los sentidos
yo nunca olvidaré tus ramas bellas
y aquello que hasta el fin nos tuvo unidos.

Código Morse - Por Begoña M. Bermejo-España

Hoy me ha despertado
el insistente gorjeo
de un pájaro,

los barrotes de la ventana
dividían el trino,
como si fuese un código Morse.

El ave voló...

su ausencia no pone fin
al mensaje.

Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche - Por Lenin Salas- Ecuador

Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche,
con astros que tiritan mientras mueren los sueños
detrás de montañas gigantes, vestidas de hielo,
donde el viento abrasante ampara penuria y desvelo.

Porque supe en sus brazos enjuagar mis desvelos,
y asirme a su cuerpo, en caricias envuelto,
para verla partir, lejana en el tiempo,
a la zaga la aurora, que rompió nuestros sueños.

Yo la quise, ha dicho el poeta, entre versos y versos,
pero era la angustia, el saber que la quiero,
madrugadas tristes que visten recuerdos,
de un amor sembrado en corazones de hierro.

Por eso en las noches, estrelladas del cielo,
mil gitanos se agitan en mi embrollado cerebro,
evadiendo las horas que viven adentro,
hurgando mi vida, sus hondos recuerdos.

Aquellas palabras, de amor, de contento,
cuyo pan lo comimos, con vino del bueno,
se convierte en vinagre a raíz de los yerros,
en las horas malditas, que ella anida mi pecho.

Ahora los buitres que danzan al fuego,
con la hiena blasfema de saña y empeño,
son los afligidos versos que escribo en el tiempo,
para hacer de la herida, un caudal de veneno.

Aunque mi alma se alegra el que haya partido,
a la postre de sus besos, murieron los míos,
ahora en la noche, desnudo y dolido,
tirito y centello, como astro perdido.

El ciclo se cumple, aquí y en el firmamento,
mañana erguirá otro tiempo de sueños,
retoñaré con la aurora, como un hombre nuevo
y moriré en la noche, con pesar eterno.

Frases de R. L. Stevenson

- Un amigo es una imagen que tienes de ti mismo.

- No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices.

- Tu puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar.

- No existen tierras extrañas. Es el viajero el único que es extraño.

- La vanidad muere con dificultad. En algunos casos obstinados, sobrevive al hombre.

- Sexo: lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare.

- Ser como somos, y convertirnos en lo que somos capaces de convertirnos, es el único fin de la vida.

Pensamientos descabellados (Selección) Por Stanislaw Jerzy Lec

-Se puede soñar hacia atrás, se puede soñar hacia delante. Solamente no
 se puede soñar aquí y ahora: aquí y ahora se debe vivir.

-Los representantes de fábricas de automotores venden automóviles, los
 representantes de compañías de seguros venden seguros, ¿y los
 representantes del pueblo?

-Un buen consejo para los escritores: dejar de escribir en determinado
 momento. Incluso antes de empezar.

Demasiado caro (Relato verídico inspirado en Maupassant) Por León Tolstoi

Existe un reino pequeñito, minúsculo, a orillas del Mediterráneo, entre Francia e Italia. Se llama Mónaco y cuenta con siete mil habitantes, menos que un pueblo grande. La superficie del reino es tan pequeña que ni siquiera tocan a una hectárea de tierra por persona. Pero, en cambio, tienen un auténtico reyecillo, con su palacio, sus cortesanos, sus ministros, su obispo y su ejército.
Este es poco numeroso, en total unos sesenta hombres; pero no deja de ser un ejército. El reyecillo tiene pocas rentas. Como por doquier, en ese reino hay impuestos para el tabaco, el vino y el alcohol y existe la capitación. Aunque se bebe y se fuma, el reyecillo no tendría medios de mantener a sus cortesanos y a sus funcionarios ni podría mantenerse él, a no ser por un recurso especial Ese recurso se debe a una casa de juego, a una ruleta que hay en el reino. La gente juega y gana o pierde; pero el propietario siempre obtiene beneficios. Y paga buenas cantidades al reyecillo. Las paga, porque no queda ya en toda Europa una sola casa de juego de este tipo. Antes las hubo en los pequeños principados alemanes; pero hace cosa de diez años, las prohibieron porque traían muchas desgracias. Llegaba un jugador, se ponía a jugar, se entusiasmaba, perdía todo su dinero y, a veces, incluso el de los demás. Y luego, en su desesperación, se arrojaba al agua o se pegaba un tiro. Los alemanes prohibieron a sus príncipes que tuvieran casas de juego; pero no hay quien pueda prohibir esto al reyecillo de Mónaco: por eso sólo allí queda una ruleta.
Desde entonces, todos los aficionados al juego van a Mónaco, pierden su dinero y el beneficio es para el rey. Por medio de un trabajo honrado no puede uno construirse palacios.
El reyecillo de Mónaco sabe que eso no está bien, pero ¿qué hacer? Es necesario vivir. No es mejor mantenerse de los impuestos sobre el alcohol o el tabaco. Así es como vive ese reyecillo. Reina, amasa dinero y gobierna, desde su palacio, lo mismo que los grandes reyes. Lo mismo que ellos, se corona, organiza desfiles y paradas, concede recompensas, ajusticia, indulta, celebra consejos, decreta y juzga. Gobierna como los auténticos reyes. La única diferencia es que en Mónaco todo es pequeño.
Una vez, hace cosa de cinco años, hubo un crimen en el reino. El pueblo de Mónaco es pacífico; y nunca había allí sucedido tal cosa. Se reunieron los jueces para juzgar al asesino.
En el tribunal había jueces, fiscales, abogados y jurados. Después de juzgarlo, lo condenaron, según la ley, a la última pena, a la decapitación. Presentaron la sentencia al rey. Este la confirmó. No había más remedio que ajusticiar al criminal. La única desgracia es que no hubiese en el reino guillotina ni verdugo. Después de pensarlo mucho, los ministros decidieron escribir al Gobierno francés, preguntándole si podía mandarles la máquina y el verdugo para cortar la cabeza al criminal. Al mismo tiempo, pidieron que los informase, a ser posible, de los gastos que esto supondría. Al cabo de una semana recibieron la contestación: podían enviar la máquina y el verdugo: los gastos ascendían a dieciséis mil francos. Se lo comunicaron al reyecillo. Este meditó largo rato. ¡Dieciséis mil francos! “¡Ese bribón no vale tanto dinero! ¿No se podría arreglar el asunto más económicamente? Para obtener esa cantidad, todos los habitantes del reino tendrían que pagar dos francos de impuesto. Les parecería mucho. Podrían sublevarse», dijo. Celebraron consejo. ¿Cómo solucionar el problema? Se les ocurrió preguntar lo mismo al rey de Italia. Francia es una República, no respeta a los reyes; en cambio, como en Italia hay un rey, tal vez cobraría menos. Escribieron. No tardaron en recibir contestación. El gobierno italiano les decía que con mucho gusto mandaría la máquina y el verdugo. El total de los gastos, con el viaje incluido, ascendería a doce mil francos.
Era más barato; pero no dejaba de ser una cantidad elevada. Aquel canalla no varía tanto dinero. Cada habitante tendría que pagar casi dos francos de impuesto. Volvió a reunirse el Consejo. Pensaron en la manera de arreglar esto de una manera más económica.
Quizá algún soldado quisiera cortar la cabeza al criminal, de un modo rudimentario. Llamaron al general. “¿No habrá algún soldado que quiera decapitar al asesino? Sea como sea, cuando van a la guerra matan; y eso es lo que se les enseña.» El general habló con sus soldados.
-¿Quería alguno cortar la cabeza al criminal? Todos se negaron. «No, no sabemos hacer esto; no lo hemos aprendido», dijeron.
¿Qué hacer? Meditaron mucho, nombraron un comité, una Comisión y una Subcomisión.
Por fin hallaron el medio de arreglar el asunto. Había que conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua. De este modo, el rey demostraría su misericordia y al mismo tiempo habría menos gasto. El reyecillo se mostró de acuerdo; y resolvieron adoptar esa solución. La única desgracia era que no hubiese una prisión especial donde encerrar al criminal para toda la vida. Había pequeños calabozos en los que se encerraba temporalmente a los culpables; pero se carecía de una buena prisión.
Finalmente, encontraron un lugar. Encerraron al criminal y le pusieron un guardián.
Este vigilaba al delincuente y le traía la comida de la cocina de palacio. Así transcurrieron doce meses. A fin de año, el reyecillo hizo el balance de los gastos y de los ingresos. Y se dio cuenta de que el criminal constituía un gasto bastante considerable. En un año había ascendido a seiscientos francos su comida y el sueldo del guardián. El criminal era joven y sano; tal vez viviera aún cincuenta años. No era posible seguir así. El reyecillo llamó a sus ministros: «Buscad el medio de que este canalla nos cueste menos dinero. Así nos resulta demasiado caro», les dijo. Los ministros se reunieron en Consejo y meditaron largo rato.
 Uno de ellos dijo: «Señores, creo que hay que suprimir el guardián.» «El criminal se escaparía», replicó otro. «Si se escapa, ¡al diablo!» Informaron al rey. Este se mostró de acuerdo.
Suprimieron al guardián y esperaron a ver qué pasaría.
Al llegar la hora de comer el criminal buscó al guardián; y, al no encontrarlo, se dirigió en persona a la cocina de palacio en solicitud de la comida. Cogió lo que le dieron, volvió a la prisión y cerró la puerta tras de sí. Al buscar la comida; pero no se escapaba. ¿Qué hacer?
Pensaron que debían decirle que no se le necesitaba para nada, que podía irse. El ministro de Justicia lo llamó. “¿Por qué no se va usted? Nadie lo vigila, puede marcharse libremente: al rey no le parecerá mal. Pero yo no tengo adónde ir. ¿Dónde quiere que vaya? Me han cubierto de oprobio con la sentencia; ahora nadie querrá tratarme. Me he apartado de todo. Ustedes proceden injustamente conmigo. Eso no se puede hacer. En primer lugar, si me han condenado a muerte, tenían que haberme matado. Aunque no lo han hecho, no he protestado. En segundo lugar, me condenaron a cadena perpetua y me pusieron un guardián para que me trajera la comida; pero no han tardado en quitármelo. Tampoco he protestado. He ido a buscarme la comida personalmente. Ahora me dicen que me vaya; pero esta vez, arréglenselas como quieran; no pienso irme», replicó el criminal.
De nuevo celebraron Consejo. ¿Qué hacer? ¿Qué solución tomar? El criminal no se iba.
Después de pensarlo mucho, decidieron asignarle una pensión. Era la única manera de librarse de él. Informaron al reyecillo. “¡Qué le hemos de hacer! Hay que terminar como sea», dijo éste.
Asignaron al criminal una pensión de seiscientos francos y así se lo comunicaron.
«Bueno; si me pagan puntualmente, me iré.»
Así se decidió la cosa. Entregaron al criminal la tercera parte de la pensión por adelantado. Este se despidió de todos y abandonó el dominio del reyecillo. Viajó sólo un cuarto de hora por ferrocarril. Se instaló cerca del reino, compró una parcela de tierra, puso una huerta y un jardín y vive muy feliz. En fechas determinadas, va a Mónaco a percibir su pensión. Después de cobrar, entra en la casa de juego y pone dos o tres francos. Algunas veces gana; otras pierde y vuelve a su casa. Vive apaciblemente.
Menos mal que no delinquió en un lugar donde no se repara en gastos para decapitar a un hombre ni para mantenerlo en la cárcel toda la vida.