sábado, 29 de marzo de 2014

La sirena Por Conrado Nalé Roxlo

Va la sirena muerta por el río
con una flecha al  corazón clavada
y desde la ribera desolada
mis lágrimas la siguen por el río.

Mía no fue, pero fue un sueño mío.
¿Quién la devuelve al mar, asesinada?
¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada?
¿Dónde perdió su corazón y el mío?

¿En qué arrecife de coral distante
irá a encallar su frágil hermosura?
Con ella encallará mi sueño amante.

Y del dardo mortal la pluma obscura
anunciará en la tarde al navegante
que allí tiene la mar más amargura.

Soneto de tus vísceras Por Baldomero Fernández Moreno

Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.

Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones,
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.

Mi retrato Por Sor Juana Inés de la Cruz

Este que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfa de la vejez y del olvido:

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado,

es una necia inteligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

TE QUIERO Por Luis Cernuda

Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano  tempestuoso;
te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras,

Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.

BALBUCEO Por Enrique Banchs

Triste está la casa nuestra,
triste, desde que te has ido.
Todavía queda un poco
de tu calor en el nido.

Yo también estoy un poco
triste desde que te has ido;
pero sé que alguna tarde
llegarás de nuevo al nido.

¡Si supieras cuánto, cuánto
la casa y yo te queremos!
Algún día, cuando vuelvas,
verás cuánto te queremos.

Nunca podría decirte
todo lo que te queremos:
es como un montón de estrellas
todo lo que te queremos.

Si tú no volvieras nunca,
más vale que yo me muera...
Pero siento que no quieres,
no quieres que yo me muera.

Bienquerida, que te fuiste,
¿no es cierto que volverás?
Para que no estemos triste,
¿no es cierto que volverás?

¿Y TU? Por Alfonsina Storni

Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco;
agua que corre y se entremezcla, siento
el vértigo feroz del movimiento:
huelo las selvas, tierra nueva toco.

Sí, yo me muevo; voy buscando acaso
soles, auroras, tempestad y olvido.
¿Qué haces allí, misérrimo y pulido?
Eres la piedra a cuyo lado paso.

SEXTA LUNA Por José Pedroni

El mismo día que lo supe todo
con esta Biblia regresé del pueblo,
y la empezamos a leer felices
a la rojiza claridad del fuego.

(Lía la grácil y Raquel la hermosa;
la paloma y el cuervo;
cautivos pálidos, guerreros hoscos
y faraones negros.

Abisag y David. Jephté llorando.
El Jordán y el Mar Muerto.
La voz de Dios en las llanuras calvas,
y un pueblo y otro pueblo.)

Y he aquí que al entrar, como una luna,
en su sexta figura tu misterio,
leo el último salmo del profeta,
y te contemplo ante el primer proverbio.

Ah, tú tienes la suprema dicha
de llevarlo en el cuerpo:
aprende la palabra de los santos,
y háblale luego con el pensamiento.

Cuéntale siempre este remoto drama,
háblale a solas de este antiguo ejemplo,
y deja que la arena de las horas
caiga sin ruido en el reloj del tiempo.

Así, sin esperarlo, ante tus ojos
blancos de fe, se detendrá el momento;
y en el alma tendrás, recién oída,
la voz del Evangelio.

Después, rama quebrada, con alivio
descansará tu cuerpo,
y al lado de la rama, el fruto hermoso
caído a tierra por la ley del viento.

Y ante los dos, como Melchor el mago,
mi corazón venido del desierto.