sábado, 18 de octubre de 2014

El placer de vagabundear - Por Roberto Arlt

         Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: "No toda es vigilia la de los ojos abiertos".
Digo esto porque hay vagos, y vagos. Entendámonos. Entre el "crosta" de botines destartalados, pelambre mugrientosa y enjundia con más grasa que un carro de matarife, y el vagabundo bien vestido, soñador y escéptico, hay más distancia que entre la Luna y la Tierra.
Salvo que ese vagabundo se llame Máximo Gorki, o Jack London, o Richepin.
Ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico, escéptico como esos perros que tienen la mirada de hambre y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad, una respetable distancia.
Claro está que nuestra ciudad no es de las más apropiadas para el atorrantismo sentimental, pero ¡qué se le va a hacer!
Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos inútilmente, nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, ¡qué grandes, qué llenas de novedades están las calles de la ciudad para un soñador irónico y un poco despierto! ¡Cuántos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! ¡Cuántas historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad.
Granujas que merecerían una estatua por buscavidas. Asaltantes que meditan sus trapacerías detrás del cristal turbio, siempre turbio, de una lechería. El profeta, ante este espectáculo, se indigna. El sociólogo construye indigestas teorías. El papanatas no ve nada y el vagabundo se regocija. Entendámonos. Se regocija ante la diversidad de tipos humanos. Sobre cada uno se puede construir un mundo. Los que llevan escritos en la frente lo que piensan, como aquellos que son más cerrados que adoquines, muestran su pequeño secreto... el secreto que los mueve a través de la vida como fantoches.
A veces lo inesperado es un hombre que piensa matarse y que lo más gentilmente posible ofrece su suicidio como un espectáculo admirable y en el cual el precio de la entrada es el terror y el compromiso en la comisaría seccional. Otras veces lo inesperado es una señora dándose de cachetadas con su vecina, mientras un coro de mocosos se prende de las polleras de las furias y el zapatero de la mitad de cuadra asoma la cabeza a la puerta de su covacha para no perder el plato.
Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
Porque, en realidad, ¿qué fue Goya, sino un pintor de las calles de España? Goya, como pintor de tres aristócratas zampatortas, no interesa. Pero Goya, como animador de la canalla de Moncloa, de las brujas de Sierra Divieso, de los bigardos monstruosos, es un genio. Y un genio que da miedo.
Y todo eso lo vio vagabundeando por las calles.
La ciudad desaparece. Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal. Las tiendas, los letreros luminosos, las casas quintas, todas esas apariencias bonitas y regaladoras de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en el aire agriado las nervaduras del dolor universal. Y del espectador se ahuyenta el afán de viajar. Más aún: he llegado a la conclusión de que aquél que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. Y no las encontrará, porque el ciego en Buenos Aires es ciego en Madrid o Calcuta...
Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los señores o caballeritos que callejean como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de "la calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce y que enseña todo aquello que los libros no dicen jamás. Porque, desgraciadamente, los libros los escriben los poetas o los tontos.
Sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan serán más sabios, y más perfectos y más indulgentes, sobre todo. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, derivaba de su continua vida en la calle. Y de su comunión con los hombres buenos y malos, y con las mujeres honestas y también con las que no lo eran.

Aguafuertes porteñas

El origen del mal Por León Tolstoi

         En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre- declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema.
Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?», nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?» Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.
-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente.
El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos.
Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y
caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

Frases de RL Stevenson

- Las mentiras más crueles son dichas en silencio.

- Guárdate tus miedos, pero comparte tu valentía con otros.

- Mi memoria es magnífica para olvidar.

- Cuando amamos servimos; Cuando somos amamos por otros, casi diría que somos imprescindibles; No        hay hombre inútil mientras tenga un amigo.

 -Viajar esperanzadamente es mejor que llegar.

Escribir con una gata encima Por Ezequiel Feito

Escribir con una gata encima
puede ser exagerado,
pero así es; se ha acostado
entre el papel y la rima,
y como bien desafina
el verso salió maullado.
Borró con la pata una estrofa
y cinco comparaciones
No le miento, fue a la hoja
y empezó a escribir también.
Ahora me encuentro bien
acomodada a la mesa;
mis patas, el verso empieza
sin saber cómo ni porqué;
porque esto que están leyendo
- pues borré lo que había escrito-
es lo que una pata hizo
y otra la pasó a pecé.

PASAJEROS Por Ana María Broglio

La vida, qué es la vida sino aliento
que el divino universo nos regala,
arena en un reloj que se resbala
grano a grano de cara al firmamento.

Un cruce de planetas, movimiento,
suspiro que se inhala y que se exhala
y que vano se esfuma en la antesala
sin haber comprendido el fundamento.

Qué es la vida pregunto sumergida
en ese terco soplo de confianza
que permite esforzarse en los senderos

y qué es la vida, digo, qué es la vida
si no es esa utopía que nos lanza
hacia adelante siendo pasajeros.

NAVEGAR TU RECUERDO Por María Itza

Desgarré tu recuerdo con un ronco gemido
di tu esencia al implacable viento
Clavel del aire tu presencia ida
ancló en mi cielo gris desconsolado
Pasé tu amor por un cedazo como copos de harina
lo trituré para saberlo y fuimos dos pedazos
de la misma cadena
en la sangrienta sombra del olvido.
Grité tu nombre y te apreté a mi pecho
corazón de relámpagos sin luces
Tórtola del invierno hoy aferré tu mano
con el hambre de siglos que llamamos amor.
Un silencio de abejas te protegió en sus mieles
me estampé en tu cintura para beberte toda
sólo entonces me dejé morir con la certeza
de ser parte con vos en torrenciales lluvias
después de ser el uno para el otro
panadera de espigas con los dedos cereales
rompiste mi equilibrio por un largo momento
con la canción traidora de la muerte
hoy dejo mi silencio como ofrenda
en panales vacíos con amargos sabores
un latir de corazón quemado me para en el camino
hasta que vuelva a verte.

YO FUI TU AMANTE Por Rafael Serrano Ruiz

Eras el sol que alumbraba mis mañanas
pensar que tus palabras no eran vanas
De mis manos tenías lo que pedías
Tan sólo te di lo que querías.
Te ofrecí lo que sentías;
me alegro por ti pues no fingías
Pero amor, lo que se dice amor, no dabas.
ni un sentimiento, ni una palabra. Querías, gozabas.
Creías que me poseías
cuando tan solo te satisfacías
en un sinfín de noches frías
De ti me fui como llegué
No te puedes enfadar; nada me diste…
que no quisieras. Nada te pude ofrecer, pues no pediste;
tomaste, arrollaste y tu pasión consumiste
disfrazada de amor ¡Cosa más triste!
Así que estamos en paz, nada te debo
Lo dado por lo servido
Y con un abrazo y un beso
sin pensar en lo perdido
con cariño me despido.
Mas al verte tan mujer me digo: ¡Viva el salero!
Pero para otro, porque eso, sólo eso, yo no lo quiero
Busco frases de amor ¿Qué encuentro?
Busco hechos de amor ¿Deseos?¿Pasiones?
¡No!, Sentimientos y emociones,
Eso que no puedes dar, que dices te hace vivir,
caminar y luchar, quemó tu vida
y por eso.
Yo fui tu amante.
Tu mi querida.