sábado, 28 de febrero de 2015

La niña buena - Por VICENTE MEDINA


Niña, se ve que eres buena; 
niña se ve que eres sana; 
niña, se ve que eres limpia 
como los chorros del agua.

¿Adonde vas tan ligera 
Y sola, tan de mañana? 
¡Como una rosa de mayo
 llevas de hermosa la cara!

Voy a la fábrica aquella 
que está al pie de la montaña: 
aquella grande que tiene
 las chimeneas tan altas.

Voy ligera porque pronto 
darán las tres campanadas,
 y quiero estar en mi puesto 
para no perder mi plaza.

Mantengo a tres hermanitos; 
mi madre está enferma en cama; 
mi padre, que era tan bueno, 
hace un año que nos falta ...

Me levanto muy temprano, 
aun más temprano que el alba,
y ya me dejo a estas horas 
arregladita mi casa ...

Anda con Dios, hija mía:
 si hermosa tienes la cara,
¡más hermosa, niña buena, 
debes de tener el alma!

El niño y la noria Por Manuel Ossorio y Bernard

Si no aprendes bien la historia
le dijo a un niño su abuela
te sacaré de la escuela
para tirar de una noria.

No sé si atendió a la riña;
pero el domingo siguiente
paseando el niño inocente
por una fértil campiña,

vio por uña valla o puerta
que una muía trabajaba
en una noria, y sacaba
el riego para una huerta.

Quedóse con atención
mirando el rudo trabajo
y se dijo, por lo bajo:
No ha sabido la lección. . .

Miedo - Canción de cuna Por GABRIELA MISTRAL

Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;            
se hunde volando en el cielo
y no baja hasta mi estera,
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
¡Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan!

Yo no quiero que a mi niña
 la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta...
¡Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa!

Y menos quiero que un día
 me la vayan a hacer reina.
La pondrían en un trono
adonde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla ...
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!

El pájaro herido Por Francisco Isernia

Asomó la cabeza entre la fronda
para iniciar su vuelo matutino.
Pero aquel niño hirióle con la honda,
y fue a caer, el pájaro, al camino.

Aleteaba en el pasto.  Al descubrirme
 se picoteó la herida sobre el pecho.
El ser alado parecía decirme
con su mirada: "¡mira qué me han hecho!"

Cuando a la noche habíame dormido
entre las mantas del humilde lecho,
¡cruzó en mi sueño el pajarito herido,
con la cabeza triste sobre el pecho!

El pájaro sediento Por Francisco Isernia

Iba por el camino.  Con sus primeros lampos,
el sol iluminaba el verdor de los campos.
Y hube de detenerme en la senda un momento
para que en paz bebiera el pájaro sediento.
Un pájaro posado al borde de un hoyuelo,
que con el grácil pico bebía agua del cielo.
¡Oh, generosa espera que me enseñó aquel día
que tan sólo en el ave es pura la alegría!
De súbito volvióse al sentir mi presencia.
¡Y era todo ternura, y era todo inocencia!
Luego, elevó su vuelo por sobre las acacias
y se alejó piando, cual si dijera.-"¡Gracias,
hombre que en el sendero te has parado un momento
para que se abrevara el pájaro sediento!"

Serena voz imperfecta... Por Fernando Pessoa

Serena voz imperfecta, elegida
para hablar a los dioses muertos-
la ventana que falta a tu palacio da
para el Puerto todos los puertos.
Chispa de la idea de una voz sonando
lirios en las manos de las princesas soñadas,
yo soy la marea de pensarte, orlando
la Ensenada todas las ensenadas.
Brumas marinas esquinas del sueño...
Ventanas dando al Tedio los charcos...
Y yo miro a mi Fin que me mira, tristón,
desde la cubierta del Barco todos los barcos...

La Catástrofe Salvadora - Por Luis Franco

Luis Leopoldo Franco (1898, Belén, provincia de Catamarca - 1988, Ciudadela) fue un poeta y ensayista argentino. Murió un 1 de junio de 1988, en soledad y pobreza, y próximo a cumplir sus 90 años, en un asilo de ancianos de Ciudadela, donde transcurrió sus últimos años. El cuento está extraído del libro “EL fracaso de Juan Tobal”, año 1941


¿Cómo había comenzado aquello? ¿Guando y dónde?' Difícil, sino imposible, era decirlo. Le cierto es que la enfermedad atacaba en grado mayor o menor a todos, y, lo peor de lo peor, nadie parecía tener conciencia de ella.
Era una atmósfera como de odio empozado aunqu9 bajo la máscara de la cuasi bondad. ..
Todos los hombres respondían más o menos leal-mente al espíritu de la época que había hecho de la vida una mera curiosidad de diletantes... Eso se llamaba modernidad. Ser modernos, absolutamente modernos (en verdad querían decir: estar desconectados del sentido de lo total y lo viviente) era la jactancia y la meta de todos.
Y los pocos que en su intimidad no acataban  todo esto o lo repugnaban... esos se creían inferiores a los otros y toda su conducta era un repliegue, nunca un ataque y un avance.
En verdad, todos tenían un aire misteriosamente frío, un no sé qué de suicidas frustrados. Pues todo lo que era instinto, intuición, sentimiento, estaba en ellos disecado y momificado. Es cierto que hablaban de vida interior, pero ésta se reducía a un concierto de juegos malabares de la inteligencia y el buen humor dañino, y, en última instancia, a meras palabras. Todo lo que oliese a pasión estaba excluido. Hasta los estetas hablaban de arte, con un frío virtuosismo de marmoleros, como si la hermosura fuese un mero tópico, y no alegría y vida.
Tan ilevantable decadencia, se expresaba por una manía común: la del dinero. ¡El Dinero, el más sucio y dañino, el más abyecto y hueco de todos los ídolos habidos hasta hoy!
Dicho está que todo tenía un precio, es decir, todo, podía traducirse en dinero: desde las sonoras convicciones del conductor político hasta las metáforas del poeta, desde la plegaria del beato hasta los pudores de la doncella.
Estos eran los únicos valores de cotización efectiva en plaza: todas las bajas cosas que pueden adquirirse con dinero, y las cosas excelsas que dejan de serlo desde el momento en que pueden comprarse. Y todo, tierras o cascadas, barcos de comercio o de guerra, usinas o aviones o diarios, todo, todo eran máquinas de adquirir dinero.
Todos los caminos tendían a esa sola meta: el Dinero - no a la mujer, o al hombre, o a su destino ascendente, ni a la belleza del mundo - solamente al dinero.
La irremediable enfermedad secreta que roía y mataba a todos desde adentro  - ¡muertos, aunque siguieran caminando y hablando! - era siempre, de más está decirlo, era siempre ese insondable prurito del dinero que mataba a ricos y pobres. (Y ya está dicho, que la peor maldición que recae sobre el pobre es que debe preocuparse del dinero igual o más que el rico). Porque ni decir que los hombres se hallaban clasificados, no según su espíritu, o su cordialidad, o su inteligencia, o su belleza, o su alegría, o su fuerza, sino según el hecho de que carecieran de dinero o lo poseyeran y en el grado en que lo poseyeran.
Y como la codicia se vuelve más insaciable a medida que traga, como el fuego  - los más ricos amaban el dinero tanto como los otros o más - y en ello había menos afán de riqueza o lucro, que el hecho de ser el dinero el símbolo y la materialización del éxito en la vida: pues sin dinero, o con poco dinero, los hombres se creían equivocados o fracasados. Había una inescrutable prostitución al dios éxito.
Ahora bien, eso que llamaban triunfo, éxito, era la negación misma de la vida. ¿Era posible? Si lo era. Todas y cada una de las innumerables formas de éxito eran otras tantas lúgubres manifestaciones de negación de la vida, de odio o miedo a la vida.
La inteligencia no se ejercitaba por un iluminador y sagrado afán de conocimiento, sino por prurito deportivo, por énfasis de mostrar agudeza, erudición, lucidez. Tapaban la radical ausencia de bondad, con la cortesía o la filantropía. Buscaban exasperada y eruditamente la diversión y con ello sólo conseguían aumentar su tristeza, pues para divertirse de veras hay que estar alegre, esto es, íntimamente conforme consigo mismo y con el corazón del mundo.
Uno de los fraudes más comunes era el de simular emociones. Fingir y jugar con las emociones, sin sentirlas, sin dejarse invadir por ellas, ¡qué elegante era eso!
La ironía que fue inventada para poner en ridículo la maldad y la tontería, ellos la usaban para burlarse de las cosas más claramente nobles: la ternura, la hermosura, el espíritu de justicia e independencia, la dilatadora afección del hombre por el hombre, el endiosador amor del hombre y la mujer.
Toda la energía humana había terminado por verterse sobre la epidermis de lo viviente. El hombre, totalmente volcado hacia afuera, no solo entregó sus manos y pies a lo mecánico, sino que hizo de lo mecánico su pensamiento. El alma desarraigada inventó la máquina  - y la máquina, que pudo ser, y lo será alguna vez, - un excelente siervo, se convirtió en el amo perverso de esa alma débil y turbada y cegada.
El estéril, el árido ritmo mecánico, había ido poco a poco, y cada vez más vertiginosamente, sustituyendo el ritmo de la vida. El ritmo mecánico estaba destruyendo o reemplazando (o ya había consumado su obra) al bosque, al pájaro, estaba aprisionando el libre y armonioso fluir del agua, el mismo caliente ritmo humano.
Y la más siniestra y final expresión de todo esto era que los hombres no sólo no se amaban entre sí, sino que ni siquiera se odiaban. Sucedía otra cosa infinitamente peor que el odio - que al fin y al cabo puede ser la raíz del amor: los hombres eran indiferentes los unos a los otros. ¡El hombre era totalmente indiferente al hombre, es decir, al corazón mismo de la vida!
Pero como eso no tenía porvenir, es decir, como eso no podía ser - pues, lo que ya está muerto no debe seguir caminando y hablando delante del sol, sino que debe ocultarse y pudrirse y transformarse del todo para que la verdadera vida renazca - todos los hombres mecanizados desaparecieron un día, después del más intenso cataclismo humano, para dar lugar a los hombres nuevos..

martes, 24 de febrero de 2015

16 Minutos - Por Jeremías Bottega

Es tarde, cerca de las dos de la mañana, hace calor y no me puedo dormir, se me pegan las sabanas en la espalda, estoy escuchando en la compu un enganchado de Rock Nacional y ahora está sonando “Lamento  Boliviano”, nada se disfruta. “..Borracho y loco..” repite el tema, borracho no estoy (al menos por ahora) loco seguro que si. Mil veces me dijeron que no sirve escribir sobre uno y en realidad por ahí tienen razón pero ahora estoy acalorado y sinceramente bastante alunado, renegado, mostrando mi peor fase.
Resulta que en distintos lugares se respira un ambiente que a mí no me gusta, amigos que en realidad lo único que hacen es usarte, eso no es bueno, eso no es querer demostrar amistad, a esas actitudes, pero por sobre todo a esas clases de personas le queda grandísima las palabras amistad o amigo. Y yo tengo uno, sisi, tener tengo, y viste como son las cosas que a veces es con el que menos estoy, porque sé que cuando lo necesito está.
Capaz sea por eso o capaz sea porque yo también soy de esas personas que le quedan grande la palabra amistad, eso no lo sé, quizás el tiempo me lo pueda aclarar o situaciones me lo puedan ejemplificar. Voy 212 palabras intentando hacer algo que no sé hacer, porque simplemente no sé lo que quiero hacer, quizá quisiera un helado, y no estar escuchando al boludo de Fito Páez que ahora toca en el enganchado de Rock, pero ahora toca esto, capaz toque pasar un poco de calor, capaz no, me está tocando eso.
Se nota por ahí que estoy un poco renegado y por eso también me gusta o me siento cómodo en esta situación que no es la ideal, porque en realidad no me gusta lo ideal, porque siento que no existe y es una mentira, que es algo pasajero, que es una realidad imaginaria, y a veces pienso que capaz es la vida cotidiana imaginaria, y por ahí la verdadera realidad son las situaciones ideales, pero no es un tema en el que me siento cómodo para refutarlo ni mucho menos, una teoría que es solo mía (o quizá no) e incomprobable, o por ahí sí, pero no es eso lo fundamental .
Si  no me equivoco ahora suena Divididos con el tema “Que ves”, y se pregunta “..¿Que ves cuando me ves?..” Es una buena pregunta que quizá no la pueda responder, quizá todo esto son juegos de palabras para matar el tiempo, o capaz esto lo lea alguien que se sienta identificado, quizá se pueda dar de una manera distinta una vida sin sentido por lo menos hasta el momento, y no hablo de la mía solamente, hablo de cientos de vidas que por ahí no encuentran sentido y aspiro a eso, a esa gente que se levanta se lava la cara se mira al espejo y se pregunta, ¿quién soy?, ¿qué hago acá?, y también se puede preguntar, ¿hago lo que quiero? Y seguramente no, porque hay una parte de nosotros que tenemos guardada, y no encuentro motivo alguno para dejar de expresar lo que se siente y lo que se vive a diario.
Ya no son mas casi las dos,  son 1:54, cosa que empecé a escribir tipo menos veinte, ¿catorce minutos será mucho?. Me vuelvo a preguntar algo que no posee una sola respuesta, puede ser una eternidad o algo efímero, depende el momento del día y la situación. Escucho alguien que se levanta, siempre quieren o deben cagarte de alguna u otra forma, por eso ahora, cuando faltan 4 minutos para las dos de la madrugada, voy a apagar la compu y voy a pasar por la heladera haber si hay algo para tomar o comer, algo para calmar el calor, o quizá para calmar mis dudas.


EL VIOLINISTA MARAVILLOSO Por Ezequiel Feito

          Amigo Jorge: en cierta monótona y gris tarde de primavera estaba cuidando a mi suegro en el hospital municipal mientras escuchaba en mi Mp3 algún que otro fragmento de música clásica, cuando en un ataque de aburrimiento me asomé a la ventana y vi en la vereda de enfrente, junto a un gran portón de hierro, a un viejo violinista. Me saqué los auriculares y corriendo una de las hojas, alcancé a oír algo de su música.
No sé por qué me sonaba cercana y maravillosa al mismo tiempo y por extraño que te parezca esa melodía era exactamente lo que siempre quise escuchar. Me quedé oyéndolo un largo rato, luego del cual guardó aquel instrumento en lo que parecía una caja o una funda y continuó caminando calle abajo hasta que lo perdí de vista.
Por deberes de la vida, hoy volví nuevamente al hospital a cuidar de mi suegro, pero al poco rato trajeron a la cama que estaba junto a la ventana al que sería su compañero de pieza. Nadie lo acompañaba ni tampoco él parecía esperar a alguien. Tenía toda la apariencia de aquellos abuelos que quedan solos en el mundo. Sus ojos estaban inteligentemente abiertos a pesar de que su respiración era débil y dificultosa, mientras que a su lado reposaba una vulgar caja de madera salpicada por algunas grandes costras rojizas como pústulas de lepra.
Lo saludé sin que me devolviese la cortesía y me senté junto a mi suegro, colocándome los auriculares del mismo MP3 de la vez anterior, poniéndolos a un volumen más bien bajo como para poder escuchar cualquier ruido del enfermo.
Me disponía a tomar unos mates cuando de repente oí que aquel hombre decía con voz bien clara: “¡Tocata y fuga de Bach!”
Tomándolo como un delirio de viejo no le hice mayor caso hasta que al rato volvió a decir “¡Tercer movimiento del concierto número veinte para piano de Mozart!” y luego “¡Final de la quinta sinfonía de Beethoven!” Recién ahí me di cuenta que escuchaba la música tan claramente como yo. Me saqué los auriculares y por más que acercaba mi oído a ellos, no podía oír más que una confusa melodía.
-“¡Otra vez Mozart!” volvió a gritar. Me puse el auricular y efectivamente, era la obertura de “La flauta mágica”.
Te imaginarás mi sorpresa. Si bien soy algo sordo, no podía distinguir a un centímetro lo que él, débil y enfermo, oía claramente a tres metros.
- ¿Cómo lo hace? – es lo único que se me ocurrió decirle.
- ¿Para qué quiere saberlo? – me contestó con voz baja pero firme.
Debió haber leído mi cara, porque con un tono más amable dijo como al descuido:
- Si se acerca un poco, yo podría contarle un historia mucho más interesante que lo que acaba de preguntar.
Entonces, aprovechando el largo sueño de mi suegro, acerqué la silla y colocándome a la cabecera de su cama junto a la fúnebre caja de madera, escuché el siguiente relato:
“Hace mucho tiempo llegó a un pequeño reino un violinista venido de quién sabe dónde. El hombre parecía pobre y ciego aunque no lo era, porque tenía el caminar seguro y erguido de un soldado y la dignidad y postura de un rey. Llegó hasta la plaza y colocando sobre un banco una caja junto a su sombrero, extrajo de ella un violín y comenzó tocar. De inmediato todo el ambiente se llenó de imágenes; el viejo roble reverdeció, llenándose sus ramas de brillantes hojas y los corazones de aquellos que pasaban comenzaron a sentir un ansia de extraña felicidad y amor como nunca antes habían experimentado. Los enamorados podían oír la voz de ocultos ruiseñores y recordaban la frescura de los primeros besos; la gente oía nuevamente la voz de sus amados muertos y recordaban las felices horas junto al hogar de su infancia y su alma, gastada por los años, volvía a ser pura otra vez. Aún los más viejos sintieron la alegría que habían perdido con su juventud. En toda la plaza reinaba una felicidad y una armonía como nunca se había visto en ese pueblo, y todo aquel que pasaba cerca de él, se detenía un buen rato y no se iba sin echar una o varias monedas en el sombrero.                  
Al terminar, el hombre las recogía y luego de guardarlas en sus bolsillos, se iba lentamente hacia otro lado.
Al día siguiente fue hacia el puerto. Al comenzar su música, viejas leyendas marinas comenzaron a correr por el aire y toda la gente, desde el joven grumete hasta el capitán más duro, sintieron la belleza de las antiguas canciones y amaron la lejanía de sus mares. Le hablaba al soldado en el idioma del soldado, a la madre en el idioma de las madres y al obrero en su propio idioma. Lo mismo pasaba con los niños, los animales y los árboles. Jamás se podrá saber cuántos corazones ha llenado aquel violinista, dándoles sentido a sus vidas por primera vez.
Por supuesto el rey ya estaba sobre aviso (y como bien sabemos todos, los reyes son los primeros en saberlo todo y los últimos en hacer algo) y fue hacia él con algunos de sus más leales servidores. Al llegar, se le acercó y simplemente le dijo: “ Toca...”
Entonces el hombre tomó su violín y la gente fue invadida por una oculta alegría que nunca había sentido. Atraídos por la presencia del rey, estaba una multitud heterogénea: desde el más miserable de sus súbditos hasta el burgués más rico. Todos, el explotado trabajador, las viudas por el hambre, la guerra o la peste, los niños harapientos y descalzos, el ávido tendero, el filósofo más inconformista, el hombre de la tierra y el hombre del mar; en fin, todos estaban allí escuchándolo y dándole gracias porque en verdad aquella maravillosa música les hacía olvidar sus penas, sus quejas, su ambición y los cuidados de la vida y cuando terminó de tocar se volvieron satisfechos a sus casas como si un ángel hubiera estado con ellos. El rey, observando todo eso, le dijo:
- ¿Y por esas pocas monedas vendes un arte tan magnífico? Eso es muy poco para alguien tan talentoso y tan espiritual como tú.
El violinista le contestó:
- Majestad, estoy contento con lo que gano, aunque mi verdadera paga es ver la felicidad en el rostro de vuestros súbditos. No cambiaría eso por nada del mundo.
- ¡Y no lo harás! – le dijo el rey- Desde hoy irás de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de villa en villa. En todas las plazas que hay en mi reino tocarás tu hermosa música. Quiero que todos te oigan y sean felices. Yo en persona te pagaré cien veces más de lo que hoy te han dado de limosna en ese mísero sombrero.
- Su majestad es demasiada bondadosa conmigo, pero temo que a este humilde servidor y a su música les haya dado un valor que no merecen.
- ¡No digas eso! ¡He visto el milagro con mis propios ojos! Quiero que sepas que nada es más importante que el bienestar de mi reino y tu arte me es imprescindible para lograr eso. Desde el día de hoy comenzarás tu trabajo, ¿de acuerdo?
Y el rey se retiró hacia su palacio no sin antes darle suficiente dinero al violinista.”
El hombre giró su cabeza hacia la ventana e hizo una larga pausa como si necesitara tomar aliento.
- Y sin embargo.. –dijo como hablándole a una lejana nube, pero sin terminar la frase.-
Y volviéndose hacia mí, continuó con su relato:
“Desde ese día fue de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de aldea en aldea hasta recorrer completamente aquella tierra, tal como se lo ordenara el rey. Pobló de imágenes los corazones y su música transformó la miseria en riqueza, el dolor en alegría, y todo lo malo fue olvidado por un buen tiempo. Todo descontento se trocó en armonía, todo agravio fue perdonado, toda injusticia desapareció de tal manera que hasta los pájaros, los arroyos y los vientos parecían haberse aprendido la música que improvisaba. Cuando terminó de recorrerlo todo, fue hacia el palacio y se presentó ante el rey.
- ¡Por fin mi país está en paz! – dijo muy satisfecho el monarca- ¡Y eso te lo debo a ti, amado violinista!
Entonces le volvió a llenar los bolsillos con monedas de oro y luego de tributarle aquellos honores que puede ofrecer la corte de un rey a un hombre común, lo despidió del palacio diciéndole:
- Comienza nuevamente a recorrer mis tierras; y que tu música lleve esa alegría, ese bálsamo que tanto necesitan mis súbditos.
Aquel hombre sencillo besó el soberbio anillo del rey, colocó en su caja el violín y se retiró. Al poco rato cruzó el estrecho puente que unía el palacio con el resto del país y, como era noche cerrada, se internó sin proponérselo en los arrabales de la ciudad.
Caminó por las sucias calles donde se apiñaban alrededor del fuego algunos jóvenes harapientos, en los cuales el hambre había modelado sus cuerpos y seleccionado sus ropas. Sin que ellos se dieran cuenta, vio sus rostros deformados por la resignación y la furia ante el inútil intento de cambiar sus vidas. Pasó rápidamente de largo y se detuvo ante la ventana de un mugriento bar. En casi todas las mesas había personas donde el rastro brutal del alcohol había casi borrado las facciones humanas del rostro de aquellos miserables. Algunas niñas esperaban nerviosamente en una esquina del mostrador. Unas entrecerraban los ojos inclinando la cabeza hacia abajo mientras otras miraban con fastidio a los ocasionales parroquianos. A lo lejos se oían gritos sin respuesta, y sobre una nube que dominaba los edificios de todo el barrio, el ángel innombrable con la espada desnuda parecía esperar una orden muda para comenzar su tarea.
Como si estuviera soñando, el violinista corrió rápidamente hasta su casa solitaria del bosque, que era el lugar donde el rey le había ordenado que viviera.
Apenas comenzó la mañana, el fresco aire del bosque inundó la casa. Los blandos rayos del sol iluminaron su cama y aquel hombre despertó. A su lado estaba el mágico violín con su funda salpicada por el barro de la noche. Entonces se levantó y tomándolo fue en busca de esa calle. Allí su música sonó con una perfección desconocida, elevando el corazón de los que lo oían como nunca antes. Miró a su alrededor: todos, absolutamente todos, estaban felices.
- Has hecho nuevamente una hermosa tarea – le dijo un funcionario del rey que estaba escuchándolo.-
Apenas éste se fue, el violinista guardó su instrumento en la embarrada funda y salió para siempre de aquel país de tal manera que hasta el día de hoy nadie pudo volverlo a ver.”
Y entonces, Jorge, aquel hombre se incorporó, y extrayendo el violín de la caja, llenó de música la sala. Te confieso que esta vez sonó mucho más maravillosamente que la anterior. Al poco rato dejó de tocar y luego de vestirse, abandonó la habitación.

Lo vi por última vez desde la ventana, caminando calle abajo hasta que lo perdí de vista. 

domingo, 22 de febrero de 2015

LA TIENDA DE MUÑECOS - Por JULIO GARMENDIA

No sé cuándo, dónde ni por quién fue escrito el relato titulado "La Tienda de Muñecos". Tampoco sé si es simple fantasía o si es el relato de cosas y sucesos reales, como afirma el autor anónimo; pero, en suma, poco importa que sea incierta o verídica la pequeña historieta que se desarrolla en un tenducho. La casualidad pone estas páginas al alcance de mis manos, y yo me apresuro a apoderarme de ellas. Helas aquí:

LA TIENDA DE MUÑECOS

   "No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones elevadas del pensamiento. Esto explica mis asuntos banales y por qué trato ahora de encerrar en breves líneas la historia -si así puede llamarse- de la vieja Tienda de Muñecos de mi abuelo, que después pasó a manos de mi padrino, y de las de éste a las mías. A mis ojos posee esta tienda el encanto de los recuerdos de familia; y así como otros conservan los retratos de sus antepasados, a mí me basta, para acordarme de los míos, pasear la mirada por los estantes donde están alineados los viejos muñecos, con los cuales nunca jugué. Desde pequeño se me acostumbró a mirarlos con seriedad. Mi abuelo, y después mi padrino, solían decir, refiriéndose a ellos:
   -¡Les debemos la vida!
   No era posible que yo, que les amé entrañablemente a ambos, considerara con ligereza a aquellos a quienes adeudaban el precioso don de la existencia.
   Muerto mi abuelo, mi padrino tampoco me permitió jugar con los muñecos, que  permanecieron en los estantes de la tienda, clasificados en orden riguroso, sometidos a una estricta jerarquía, y sin que jamás pudieran codearse un instante los ejemplares de diferentes condiciones: ni los plebeyos andarines que tenían cuerda suficiente para caminar durante el espacio de un metro y medio en superficie plana, con los lujosos y aristocráticos muñecos de chistera y levita que apenas si sabían levantar con mucha gracia la punta del pie elegantemente calzado. A unos y otros mi padrino no les dispensaba más trato que el imprescindible para mantener la limpieza en los estantes donde estaban ahilerados. No se tomaba ninguna familiaridad ni se permitía la menor chanza con ellos. Había instaurado
en la pequeña tienda un régimen que habría de entrar en decadencia cuando entrara yo en posesión del establecimiento, porque mi alma no tendría ya el mismo temple de la suya y se resentiría visiblemente de las ideas y tendencias libertarias que prosperaban en el ambiente de los nuevos días.
   Por sobre todas las cosas, él imponía a los muñecos el principio de autoridad y el respeto supersticioso al orden y las costumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes emporios. Hallábase imbuido de aquellos erróneos principios en que se había educado y que procuró inculcarme por todos los medios; y viendo en mi persona el heredero que le sucedería en el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que desde tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al igual de los maromeros de madera y los payasos de serrín, muy en boga entonces. A su modo de ver, Heriberto no tenía más seso que los muñecos en cuyo constante comercio había concluido por adquirir costumbres frívolas y afeminadas, y a tal punto subían en este particular sus escrúpulos, que desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido de la tienda alguna vez, llevados por Heriberto, sin ser vendidos en definitiva.
   A estos desdichados acababa por separarlos de los demás, sospechando tal vez que habían adquirido hábitos perniciosos en las manos de Heriberto. Así transcurrieron largos años, hasta que yo vine a ser un hombre maduro y mi padrino un anciano idéntico al abuelo que conocí en mi niñez. Habitábamos aún la trastienda, donde apenas si con mucha dificultad podíamos movernos entre los muñecos. Allí había nacido yo, que así, aunque hijo legítimo de honestos padres, podía considerarme fruto de amores de trastienda, como suelen ser los héroes de cuentos picarescos.
   Un día mi padrino se sintió mal.
   -Se me nublan los ojos -me dijo- y confundo los abogados con las pelotas de goma, que en realidad están muy por encima. -Me flaquean las piernas -continuó, tomándome  afectuosamente la mano- y no puedo ya recorrer sin fatiga la corta distancia que te separa de los bandidos. Por estos síntomas conozco que voy a morir, no me prometo muchas horas de vida y desde ahora heredas la Tienda de Muñecos.
   Mi padrino pasó a hacerme extensas recomendaciones acerca del negocio. Hizo luego una pausa durante la cual le vi pasear por la tienda y la trastienda su mirada, ya próxima a extinguirse. Abarcaba así, sin duda, el vasto panorama del presente y del pasado, dentro de los estrechos muros tapizados de figurillas que hacían sus gestos acostumbrados y se  mostraban en sus habituales posturas. De pronto, fijándose en los soldados, que ocupaban un compartimiento entero en los estantes, reflexionó:
   -A estos guerreros les debemos largas horas de paz. Nos han dado buenas utilidades. Vender ejércitos es un negocio pingüe.
   Yo insistía cerca de él a fin de que consintiera en llamar médicos que lo vieran. Pero se limitó a mostrarme una gran caja que había en un rincón.
   -Encierra precisamente cantidad de sabios, profetas, doctores y otras eminencias de cartón y profundidades de serrín que ahí se han quedado sin venta y permanecen en la oscuridad que les conviene. No cifres, pues, mayores esperanzas en la utilidad de tal renglón. En cambio, son deseables las muñecas de porcelana, que se colocan siempre con provecho; también las de pasta y celuloide suelen ser solicitadas, y hasta las de trapo encuentran salida. Y entre los animales -no lo olvides-, en especial te recomiendo a los asnos y los osos, que en todo tiempo fueron sostenes de nuestra casa.
   Después de estas palabras mi padrino se sintió peor .todavía y me hizo traer a toda prisa un sacerdote y dos religiosas. Alargando el brazo, los tomé en el estante vecino al lecho.
   -Hace ya tiempo -dijo, palpándolos con suavidad-, hace ya tiempo que conservo aquí estos muñecos, que difícilmente se venden. Puedes ofrecerlos con el diez por ciento de descuento, lo cual equivaldrá a los diezmos en lo tocante a los curas. En cuanto a las religiosas, hazte el cargo que es una limosna que les das.
   En este momento mi padrino fue interrumpido por el llanto de Heriberto, que se hallaba en un rincón de la trastienda, la cabeza cogida entre las manos, y no podía escuchar sin pena los últimos acentos del dueño de la Tienda de Muñecos.
   -Heriberto -dijo dirigiéndose a él-: no tengo más que repetirte lo que tantas veces antes te he dicho: que no atiples la voz ni manosees los muñecos.
   Nada contestó Heriberto, pero sus sollozos resonaron de nuevo, cada vez más altos y más destemplados.    Sin duda, esta contrariedad apresuró el fin de mi padrino, que expiró poco después de pronunciar aquellas palabras. Cerré piadosamente sus ojos y enjugué en silencio una lágrima. Me mortificaba, sin embargo, que Heriberto diera mayores muestras de dolor que yo. Sollozaba ahogado en llanto, mesábase los cabellos, corría desolado de uno a otro extremo de la trastienda. Al fin me estrechó entre sus lazos:
   -¡Estamos solos! ¡Estamos solos! -gritó.
   Me desasí de él sin violencia, y señalándole con el dedo al sacerdote, el feo doctor, las blancas enfermeras, muñecos en desorden junto al lecho, le hice señas de que los pusiera otra vez en sus puestos...

sábado, 21 de febrero de 2015

Los caprichos de Juancito caminador Por Raúl González Tuñón

Poema que compuso Juancito Caminador 
para la supuesta muerte de Juancito Caminador


Juancito Caminador...
Murió en un lejano puerto
el prestidigitador.
Poca cosa deja el muerto.

Terminada su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja.
Todo, menos la canción

Ponle luto a la pianola,
al barquito, a la botella,
al conejito, a la estrella,
al botellón, a la bola.

Música de barracón
-canción, baraja y paloma-
flor de trapo sin aroma.
Todo, menos la canción.

Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
 al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.

Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja.
Todo, menos la canción.

Mucha muerte a poca vida.
¡Que lo entierre de una vez
la Reina del Ajedrez
y un poeta lo despida!

Truco mágico, ilusión
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma.
Todo, menos la canción.

Las campanas doblan por ti. Por JOHN DONNE, Londres (1572-1631)

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?  
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti.

Suficiente cielo Por Ezequiel Feito

La mañana es clara, como si alguien
diluyera témpera en el cielo.

¡Qué cielo azul de porcelana!
¡Qué sol sencillo!

Pero bajo la densa sombra
alguien apura el último charco de la noche;
un pequeño sorbo lleno de estrellas que se bebe
como se bebe el llanto.

¿En qué rincón descansará aquel triste bebedor tan necesario
para que la luna salga y la noche nos devuelva
las estrellas?

¡Hay tanto cielo donde la luz no llega!
¡Donde aquel hombre bebe el tiempo,
tu tiempo, mi tiempo, el tiempo de la muerte y el sepulcro
para que la vida
no se detenga!

Balcarce Por Ana María Broglio

San José de Balcarce mi saludo
es escaso homenaje a tu hermosura,
tus sierras son bellísima pintura
que al verlas la garganta se hace nudo.

El cielo más que nunca es claro y puro.
Como un río que pasa y que murmura,
agua  y aire son música y frescura.
La gente que te habita, no lo dudo,

es cordial y sincera  y su medida
estriba en la humildad no en la arrogancia.
De chilca y gramínea va la vida,

de rosas y glicinas y de infancia
que juega por la plaza a la escondida
y trasciende su risa la distancia.

La vida que he vivido. Por Panolillo Díaz- Juncalillo

La vida que he vivido, se reduce
a puertas cerradas y ventanas destrozadas,
a casas sin más huéspedes que la soledad, la tristeza y el olvido,
a muertos que nacen
y vuelven a morir ante tal desconcierto.
La vida que he vivido, se duerme
en las entrañas de un árbol seco,
en las manos destrozadas
de los hombres y mujeres
que cultivaron estos campos,
en los llantos de los niños que no crecieron.
La vida que he vivido, se pierde
entre las hojas que arrastra el viento,
entre las huellas que borra el tiempo,
entre la pálida sonrisa
de lo que llega a su fin.
La vida que he vivido
se reduce, se duerme, se pierde
y yo dócil
me quedo sin hacer nada.

Renacimiento Por Diego Santiago Cazzaniga

Escribo
el epitafio:
Te pertenecen
las ausencias,
los silencios,
las pausas y
los egoísmos.

E indagarás en
tus propias
cavernas,
aún cuando
toda luz se
haya apagado.

Nunca te fuiste Por Pastora Herdugo

(Hasta siempre compañera, descansa en paz)

El alba se despierta en cálido paisaje
un sereno y naciente albor se abre aterido
matizado en rojizo, de encanto indefinido
óleo de mezclados rubores, homenaje.

Mis pasos van sin rumbo vagan, viendo el paraje
un arroyuelo plácido, va bañándose fluido
el sol cruza los cristales moviéndose y herido,
en el perpendicular rayo claro, salvaje.

Una vasta belleza se le rinde al sentido
Y tan grande no existe, seductor, relajante
se abre lo idealizado al embrujo translúcido.

En mágica escalera de terciopelo y ante,
y tú Madre, desciende, bésame mi sentido,
nunca te fuiste, vives en mi más grande instante.

sábado, 14 de febrero de 2015

Un verdadero amigo Por JUAN PARROTTI

En un lugar apacible de nuestras serranías, donde me había hecho fuerte rebelado contra los rigores del verano, vi crecer un río, un espectáculo que no intimida, siempre que uno esté a dos cuadras y en un primer piso, desde ese atalaya hasta se lo puede mirar desafiante o desdeñosamente, si Ud. lo          prefiere.                           

Alguien me habló de un anciano que vivía en las cercanías y fui a verlo, después que de la creciente no quedaban ni memorias, claro está, por aquello que no existen los enemigos chicos.
Setenta y cinco años tiene el hombre y sigue trabajando.
       -Es que tengo que criar a estos cinco chicos,-me dijo. -Quedaron sin padres. No anduvieron bien, se separaron y yo me hice cargo de las criaturas, al fin de cuentas soy el abuelo.
       Problemas de la pareja, -pensé mientras el anciano hablaba-. Los padres no se entendieron, incompatibilidad de caracteres, acaso o quizá descubrieron lo que Marañon había hecho mucho antes: el amor no es infinito, un día termina. ¿Y los chicos?, se preguntaron. A los chicos que los cuide el abuelo, trataremos de le harían compañía.  Nosotros trataremos de rehacer nuestras vidas.
       Menos complicado, tal vez, menos moderno, más atrasado, el viejo comprendió que los chicos necesitan alguien que los protegiera y se puso a laburar por él y los cinco chicos.
       Tal vez lo haga por los padres y no por los chicos, peligrosa conjetura la mía. De arranque nomás, sin pensarlo, había pensado en los niños y ahora caía en la cuenta de que los protagonistas principales eran los padres, los más desdichados, por cierto: por ahí andarían ellos, sin que nadie comprendiera su dramón; ella contando que él no resultó lo que ella esperaba y él desparramando su decepción a cuanta mujer se le aproximara.
       Bordeaba yo las lágrimas al imaginarme todo esto y la voz gastada del anciano me frenó justo, salvándome de una aflojada.
       -Mi problema -decía el anciano-, son mis años. Anduve medio preocupado, pero ya he solucionado ese problema. Como los chicos no pueden quedarse solos, le he pedido permiso a Dios para vivir unos cuantos años más, cuando los chicos ya no me precisen que él disponga.
        Con gran perspicacia, descubrí que el anciano lo hacía por los chicos y ya tuve una duda menos y una decepción más: ¿es que por los adultos que ven destruida su vida en pareja nadie está dispuesto a sacrificarse?
        Quedaba flotando en el aire, algo parecido al misterio. Lo provocaba esa suerte de respetuoso tuteo con Dios que practicaba el anciano. Le había pedido permiso para vivir unos años más y ahora estaba tranquilo.
       Le hice notar eso y me respondió:
       -Es que nunca me ha fallado, es un verdadero amigo. Claro, yo lo molesto lo menos posible, nunca le he pedido pavadas -y lanzó una risotada- y ahora me voy a buscar a los muchachos.
        Montó a caballo y, me saludó y me dejó en el patio de su casa, de una casa que me pareció impregnada de poesía y duendecillos.
                                       

Cántame... Por Marian. Martín Humanes- Villaluenga

Canta, para que el Sol te reconozca,
para que el campo huela a primavera,
para que en este huerto, en esta tierra
cada pregunta tenga su respuesta.

Canta, para que brillen las estrellas,
para que la noche huela a esperanza,
para que en este cielo, en mis sueños,
quede grabado el rastro de tus huellas.

Canta, para que tu luz sea eterna,
para que el viento arrastre tus pesares,
para que el rocío cubra tus temores
mientras diriges tus pasos a mi senda.

Canta, para saber que aún estás despierta,
que tu alma huele a dulce primavera,
que tus flores crecen junto a la vereda
del sendero que, llega hasta tu puerta.

Canta, cántame, al oído, poesía,
entona un canto sembrado de esperanza
y, en él, sentir tu dicha, tu alegría.

sábado, 7 de febrero de 2015

La tejedora puelche - Por Juan Carlos Bustriazo Ortiz

Andaba doña Gregoria el caserío, ofreciendo sus matras. Un día se fue del pago. Los paisanos conservan sus trabajos todavía, llenando con sus
colores los humildes recintos de los ranchos...

Aquí viene llegando
la tejedora puelche,
la que tejía sus matras
lo mismo que su suerte.

Venía siempre al pueblo
en busca de la gente,
saliendo de la tarde
como una chilca verde.

Llegaba despacito,
subiendo desde el este,
allá, donde el río seco
se junta con la muerte.

Chamal rojizo y verde,
color que trae la suerte.
¡Ay, tejedora puelche!
tu sombra siempre vuelve.

Hoy suben de la tierra
tus raíces silvestres,
los vivos colorinches
de tus lanas alegres.

Loco el viento de junio
castiga, pardo y fuerte,
con tus matras yo tengo
la sola patria puelche.

Y aquí te dejo viva
memoria del Oeste,
derramada en mi canto
como un río ferviente.

Chamal rojizo y verde,
color que trae la suerte.
¡Ay, tejedora puelche!
tu sombra siempre vuelve.

A CÉSAR, DE DIEZ AÑOS Por Baldomero Fernández Moreno

De veras que no sé qué hacer contigo,
oh César, hasta ayer blanda pelusa.
Llena de rebelión está tu blusa,
y aunque no quieras ya eres mi enemigo.

Alzo la voz, levanto el dedo y digo
esto y lo otro, en fin, lo que se usa...
¡Si hasta te inspira ya contraria musa
y, a tu padre, prefieres a tu amigo!

En medio del hogar roja amapola,
sangre argentina y gala y española,
no seré yo quien tire de tu brida.

Sencillamente me pondré a tu lado,
te enseñaré a ser limpio y ordenado,
y lo demás te lo dará la vida.

Inevitable…todo vuelve Por María Itza

Es vana la inquietud y es inútil la fuga
¡se muere! ¡ se muere el tiempo en amarillas rosas
en rojas amapolas secas!
Llueve desde los árboles un gotear de hojas muertas
los pinos de anchas copas las contemplan
estiran más y más sus ramas
para atrapar alguna en una espina
y fingirla corola entre las hojas verdes
Corre el viento arreando su rebaño
de pájaros con alas recortadas
y de resecas lágrimas
el abismo atrae las hojas desbordadas
Se las lleva..
¿dónde van a morir? ¿ en dónde mueren
los pedazos perdidos de los árboles?
Una hoja se desangra en la vereda
queda quieta y deshecha
Y forma tierra gris con sus despojos
Así será la muerte y será vida
hasta que el mundo diga basta
O hasta que broten ramas y hojas nuevas
Por eso no me extraño y te repito:
es vana la inquietud pues todo vuelve
como vuelve la vida….como vuelve la muerte.

El viejo Quintín, “intruso” Por Juan Carlos Bustriazo Ortiz

Después de lunas y lunas,
lo quieren sacar del campo.
Hoy lo he visto, cobre antiguo,
tierra y temblor, sueño amargo.

Allí está su sombra india
casi tocando la ausencia,
como si fuera a quedarse
ahí mismo, sobre la hierba.

“Hace años que trabajamos
este campito nomás...
Me dicen que soy intruso
y que me debo marchar...”

Casi nunca viene al pueblo,
su sangre apenas lo lleva,
y en sus ojos hace tiempo
que anda rondando la niebla.

Tener que irse y tan solo...
La tierra tiene otro dueño.
Don Quintín, cómo decirte
que los intrusos son ellos!

“Hace años que trabajamos
este campito nomás...
Me dicen que soy intruso
y que me debo marchar...”

MI VIDA Y YO Por Ana María Broglio

Aquí estamos, las dos, mano con mano,
atravesando el páramo, curtidas,
buscando de alcanzar en lo lejano
la utopía que sana las heridas.
Andar el derrotero cotidiano,
entusiastas, alegres, sorprendidas
del misterio del mundo y de lo humano.
Desde el primer momento, siempre unidas,
luchando por llegar donde el destino
nos tiene preparado no sé qué.
Pura inercia, razones culturales
que nos hacen seguir por el camino.
Nos tiene preparado no se qué,
mi vida y yo, tan simples, tan casuales.

Lluvia en Las Pirquitas Por Francisco Madariaga

A Leonardo Martínez

Va a seguir siendo mía la lluvia cuando yo muera,
todo va a seguir siendo mío,
el trueno conservará intacto su sonido casi negro
y el árbol a orillas del corral gozará con ese trueno,
mientras el olor a presencia de la tierra en la lluvia
será el mismo olor de mi ausencia.
Así le sucede y le sucederá a todo lo que es pertenencia del planeta.
Entonces, a no gemir, mi lejano palmar cuando yo muera,
porque somos un pormenor de presencia de lo inmortal.

Su ataúd es la alborada Por Francisco Madariaga

El tiempo arrasará todas las rosas:
las florecidas,
las heridas,
las que tienen los labios del verano
como cortaderas carmesíes,
pero volverá el amor de las recolectoras de las rosas,
y la caridad encendida del color del horizonte,
donde se prenden las lámparas de las palmeras al paso
del ferrocarril,
oloroso de ciudades y de esteros.
Pasa el entierro del cuerpo de un sueño,
pero su ataúd es la alborada.

La Estación Por Raúl González Tuñón

Cuando todos estén dormidos
así como mi amante muerta,
quitaré la tranca a la puerta
y saldré a la noche sin ruido.

El gendarme ya se habrá ido
y nadie me pedirá cuenta
del hermoso tiempo perdido.

Indicará la hora suprema
el señalero enloquecido
una luz verde, una luz roja,
-quien guíe el tren será el Destino.

Cuando todos estén dormidos
y se amen las ratas fugaces,
habré partido, habré partido.

lunes, 2 de febrero de 2015

De tres en tres Por Rafael Serrano Ruiz

De tres en tres…
sueños que arrebatan,
reinventos de futuro,
Ilusiones de la mente,
se presentan cada noche.

De tres en tres…
golondrinas de la vida,
mundos irreales
de lo que pudo ser,
lo real y lo probable.

De tres en tres…
biblioteca de sucesos
donde encontrarte es frecuente,
añorarte seguro
y una realidad amarte.