sábado, 28 de marzo de 2015

CRUZADAS- por Jorge A. Dágata

Hierve el agua con sal sobre la hornalla, dos pasos los separan, palos y escudos ante el mismo choque.
Un hueso se sumerge desnudo, un casco amarillo rueda a los pies del uniforme.
Papas limpias de sudor, botas sucias de patear, cubiertos afilados.
Ahora es tiempo de zapallo y de cebolla, la radio ha dicho que no, los choclos se han negado riendo a diente apretado desde los estantes, los gases han silbado lágrimas, dos pasos los acercan, la receta por todos conocida.
Hierve el agua y revuelve sobre la hornalla un caldo lento que promete, corridas y pañuelos, un poco de sangre sin cocinar, una propuesta a golpes, candados que no ceden, otro jornal que no fue.
Esa espuma que sube y se retira, se despliega el mantel, caen banderas, unas manos que cubren unos ojos, el vapor que no deja respirar.
Dos sillas.
Se sientan a comer y lo comen tan otra vez así, enfrentados

EN EL CAMINO DE BRIGHTON - Por Richard Middleton

Lentamente había trepado el sol por las colinas blancas y duras hasta alumbrar, sin el misterioso ritual del amanecer, un centelleante mundo de nieve. Una fuerte helada había caído por la noche, y los pájaros que saltaban ateridos de un lado a otro no dejaban huellas de su paso en los plateados caminos. En algunos lugares, las abrigadas cavernas de los setos mitigaban la monotonía de blancura que había descendido sobre la coloreada tierra, y allá arriba se fundían los torsos del cielo, del anaranjado al azul profundo, y del azul profundo a un celeste tan pálido que más que espacio ilimitado sugería una tenue pantalla de papel. Un viento frío y silencioso soplaba de los campos, arrancando a los árboles un fino polvillo de nieve, pero sin alcanzar a mover los pesados setos. Una vez superado el horizonte, el sol pareció ascender con mas rapidez, y a medida que se elevaba, su calor luchaba con la gelidez del viento.
Quizá haya sido esta extraña alternativa de calor y frío lo que arrancó al vagabundo de su sumo; lo cierto es que forcejeó un instante con la nieve que lo cubría, como un hombre que se revuelve incómodo entre las sábanas, y después se sentó con ojos abiertos e interrogantes.
-¡Cielos! Pensé que estaba en cama -dijo para sus adentros, observando el desnudo paisaje-, y en realidad no me he movido de aquí.
Se desperezó, y levantándose cuidadosamente se sacudió la nieve que le cubría el cuerpo. El viento lo hizo tiritar, y comprendió entonces que su lecho había sido tibio.
"Vamos, me siento bastante bien -pensó-. Supongo que es una suerte haber despertado. O una desgracia... no es demasiado agradable volver al mundo." Alzó la vista y vio las colinas que resplandecían contra lo azul como los Alpes de una tarjeta postal. "Esto significa, si no me equivoco - prosiguió lúgubremente- que aún debo marchar unas cuarenta millas. Sabe Dios lo que anduve a ver. Caminé hasta sentirme exhausto, y ahora no me habré alejado más de doce millas de Brighton. ¡Maldita sea la nieve, maldito Brighton, maldito todo el mundo!"
El sol subía cada vez más, y él echo a andar pacientemente a lo largo del camino, dando la espalda a las colinas.
"¿Me causa pena o alegría saber que fue sólo el sumo quien se apoderó de mí, pena o alegría, pena o alegría" Sus pensamientos parecían ordenarse en un acompañamiento métrico al ritmo constante de sus pasos, y no se esforzó por hallar una respuesta a su pregunta. Le bastaba con marchar a compás de ella. Había dejado atrás tres piedras miliares cuando alcanzó a un muchacho que se agachaba para encender un cigarrillo. Iba sin sobretodo y en aquel contorno de nieve parecía indeciblemente frágil.
-¿Va por este camino, señor? preguntó hoscamente el muchacho.
-Sí -respondió el vagabundo.
-Ah, entonces lo acompañaré un trecho, si no va usted demasiado rápido. Uno se siente solo a esta hora del día.
El caminante asintió y el muchacho comenzó a andar, cojeando, a su lado.
-Tengo dieciocho años -dijo, como al azar-. Seguramente usted me habrá creído más joven.
-Pensé que no tendrías más de quince.
-Se equivocaba. Cumplí los dieciocho años en agosto, hace seis que camino. Cinco veces huí de casa cuando era pequeño, y otras tantas me prendió la policía y me llevó de vuelta. La policía ha sido muy buena conmigo. Ahora no tengo casa de donde huir.
-Yo tampoco -dijo tranquilamente el vagabundo.
-Oh, ya sé lo que es usted -exclamó el muchacho, jadeante-. Un caballero venido a menos. Para usted es más difícil que para mí.
El vagabundo miró de soslayo la magra figura del joven que renqueaba a su lado, y aminoró el paso.
-No he caminado tanto como tú -admitió.
-No, se le adivina en el paso. Aún no se ha fatigado. ¿Quizá espera llegar a alguna parte?
El caminante reflexionó.
-No sé -dijo amargamente-. Uno siempre espera algo.
-Ya perderá la costumbre -comentó el muchacho-. En Londres hace más calor, pero es más difícil hallar de comer. En realidad, rara vez se encuentra algo.
-Pero siempre existe la posibilidad de encontrar a alguien que comprenda...
-La gente del campo es mejor -comentó el muchacho-. Anoche arrendé por nada un granero y dormí con las vacas, y esta mañana el granjero me sacó de allí, pero me dio té y tocino porque me vio pequeño. Por supuesto, ésa es una ventaja; pero en Londres, sopa de noche en el Embankment, y después policías que lo echan a uno de todas partes.
-Yo me caí anoche a la vera del camino y me quedé dormido. Es un milagro que no me haya muerto.
El muchacho le lanzó una mirada perspicaz.
-¿Cómo sabe que no se ha muerto? -dijo.
-No me parece- respondió el caminante después de una pausa.
-Pues yo le digo -exclamó el muchacho- que gente como nosotros no podemos escapar de esto aunque queramos. Siempre hambrientos, sedientos, cansados como perros, caminando. Y sin embargo, si alguien me ofrece trabajo y un hogar tranquilo, mi estómago se enferma. ¿Acaso parezco fuerte? Se que soy pequeño para mí edad, pero he ambulado seis años, ¿y cree usted que no estoy muerto? Me ahogué mientras me bañaba en Margate, y un gitano me mató con una lanza; me atravesó la cabeza, y dos veces me helé como usted anoche, y en este mismo camino me destrozó un automóvil; y sin embargo, aquí me ve, caminando, caminando en dirección a Londres, para irme de Londres caminando, porque no puedo evitarlo. ¡Muerto! Le digo que no podemos escapar aunque queramos.
El niño se interrumpió en un acceso de tos, y el caminante se detuvo a esperar que se recobrara.
- Será mejor que te preste mi abrigo, Tommy -dijo-: Tienes una tos muy fea.
-¡Váyase al diablo! -le gritó fieramente, chupando su cigarrillo-. Estoy perfectamente. Le estaba hablando del camino. Usted aún no lo sabe, pero lo descubrirá. Estamos todos muertos, todos los que vamos por el camino, y estamos todos cansados, pero no podemos dejarlo. En verano está el aire perfumado, el polvo y el heno y el viento le golpean a uno en la cara en los días calientes; y es hermoso despertarse en la hierba húmeda en una límpida mañana. No sé, no sé...
Súbitamente cayó hacia adelante, y el vagabundo lo tomó entre sus brazos.
-Estoy enfermo -susurró el muchacho-, estoy enfermo. . .
El vagabundo miró a un lado y a otro, pero no vio casas ni señales de vida. Sin embargo, cuando aún sostenía vacilante al muchacho en mitad del camino, un automóvil apareció de pronto a la distancia y se acercó suavemente sobre la nieve.
-¿Qué ocurre? -dijo quedadamente el conductor, deteniendo el automóvil-. Yo soy medico.
Miró atentamente al muchacho y oyó su pesada respiración.
-Pulmonía -comentó-. Lo llevaré al hospital, y a usted también, si quiere.
El vagabundo pensó en la casa de corrección y meneó la cabeza.
-Prefiero ir a pie -dijo.
El muchacho le hizo un guiño apenas perceptible mientras lo subían al automóvil.
-Nos encontraremos más allá de Reigate - murmuró-. Ya verá.
Y el automóvil se desvaneció por la blanca carretera.
Toda la mañana anduvo el peregrino chapoteando sobre la nieve fundida, pero al mediodía pidió un mendrugo en una choza y entró en un solitario granero para comerlo. Allí hacía calor, y después de comer se quedó dormido entre el heno. Estaba todo oscuro cuando despertó y echo a andar una vez más por los anegados caminos. Dos millas más allá de Reigate, una figura, una frágil figura, salió de la oscuridad a su encuentro.
-¿Va por este camino, señor? -dijo una voz ronca-. Entonces lo acompañaré un trecho, si no anda usted demasiado rápido. Uno se siente solo caminando a esta hora.
-¡Pero, la pulmonía...! -exclamó el vagabundo, aterrado.
-Morí en Crawley esta mañana -dijo el muchacho.

martes, 24 de marzo de 2015

VI CERTAMEN INTERNACIONAL DE SONETOS DOLORES 2015

SOCIEDAD ARGENTINA DE ESCRITORES SADE
Seccional DOLORES (Provincia Buenos Aires)
VI CERTAMEN INTERNACIONAL DE SONETOS DOLORES 2015

BASES

1)      Este certamen está organizado por la Seccional Dolores de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), y está abierto para autores sin limitaciones de edad, ni de  nacionalidades, con obras escritas en castellano que no hayan obtenido premio o mención en otro concurso. No podrán participar los miembros directivos de SADE Dolores.

2)      El tema será MIS AFECTOS,  tomándose como ejemplo: Familiares, amigos, objetos o mascotas.
         Se podrá participar con uno o dos sonetos, pero sólo uno podrá ser   premiado.   
                
3)   La forma literaria será la de SONETO  , el que deberá ser con rima grave consonante y medida endecasílaba. El jurado tendrá en cuenta esos datos, la acentuación rítmica, ortografía, creatividad, cumplimiento del tema propuesto y uso de recursos literarios.

4)      Los trabajos deben presentarse en triplicado, escritos a máquina o computadora en hoja tipo A 4, de un lado del papel, firmados con seudónimo. En caso de participar con dos sonetos deberán estar en hojas diferentes y usar el mismo seudónimo.

5)      Las obras deben entregarse o remitirse a Concurso SADE Dolores. Calle Sarmiento Nº 87, Cód. 7100 DOLORES (Prov. Buenos Aires) Argentina.

6)     Las obras se presentarán en un sobre que contenga en su interior otro más pequeño cerrado, en cuyo frente estará el seudónimo, incluyéndose en el interior de éste todos los datos del autor: nombre, dirección, teléfono, correo electrónico si tuviera, seudónimo y título de la obra.
Puede optarse por envío a través del correo electrónico a sadeseccionaldolores@yahoo.com.ar  poniéndose en asunto Certamen Sonetos. En un archivo irá el o los poemas con seudónimo y en otro, los datos personales (Autor, título de la obra, dirección postal, teléfono y mail)

7)      El plazo de admisión expirará el 20 de junio de 2015. El resultado será dado a conocer a los galardonados en un plazo no mayor de 40 días del cierre. Más informes: sadeseccionaldolores@yahoo.com.ar

8)      Premios: Se otorgarán tres premios y,  en caso que el jurado considere, se agregarán dos y habrá menciones.
La entrega se hará en Dolores en lugar y fecha a confirmar a los galardonados con suficiente anticipación.

9)      En este certamen no se cobra arancel para participar.


sábado, 21 de marzo de 2015

Anécdotas talmúdicas y de Rabinos famosos (Selección) - Por Rabino Dr. Simón Moguilevsky

EL PRINCIPAL ENFOQUE

Cuando falleció Rabí Moshé de Kobrin, se les preguntó a sus discípulos:
“¿Cuál era el enfoque principal de su maestro?” Ellos respondieron:“Cualquier hecho de bondad en el que estaba ocupado, era su enfoque principal, con todo su ser”.


VISITA A LOS ANCIANOS

Rabí Israel de Gur acostumbraba a visitar asiduamente a los ancianos; inclusive a aquellos que no eran muy ilustrados u observantes. Cuando le preguntaron el motivo dijo:
-Casi han perdido el cuerpo y sus deseos físicos hace mucho que desaparecieron. Lo único que les queda es el alma.


DUDAS AL REZAR

Rabí Mij el de Zlotchov relataba que cuando estaba por empezar a
orar, lo embargaba un terrible sentido de vergüenza; ¿cómo podría acercarse al Eterno, cuando su vida estaba llena de pecados? Unos segundos después, pensaba que era el instinto malo que le estaba hablando para disuadirlo de rezar ¿Cómo se daba cuenta de que era él? Porque nunca le pasaba lo mismo cuando estaba por comer.


TRES AMIGOS

     Un hombre tenía tres amigos. Uno lo quería mucho y pasaba mucho tiempo con él; con el segundo no intimaba mucho, pero mantenían una relación cercana y el tercero era solamente un conocido.
     Un día fue llamado para presentarse ante el rey para ser juzgado por hechos abominables. Aterrado, le pidió a su mejor amigo que lo acompañara y para su sorpresa, éste se negó.
     Temiendo presentarse solo ante el rey, le pidió a su segundo amigo que lo acompañara. Éste le dijo que lo acompañaría hasta el palacio, pero sin entrar. Entonces se dirigió a su conocido y para su sorpresa, el mismo le dijo:
     -Entiendo tu aprieto y estoy listo para acompañarte y ayudarte. No te preocupes, vayamos juntos y cuando lleguemos allí, voy a defender tu caso.
     Los tres amigos son iguales a los tres amigos que tiene el hombre en la vida: su dinero, su familia y sus buenas acciones. El dinero constituye muchas veces una prioridad en su vida y parece ser su constante preocupación, es su mejor amigo. Y cuando va a tener que presentarse al Juicio Final, las riquezas no lo van a ayudar. Su familia, infortunadamente, es colocada muchas veces en segundo lugar en sus inquietudes. Sin embargo, lo aman y quisieran ayudarlo de cualquier manera. Pero lo pueden acompañar únicamente hasta el cementerio. Solo el tercer amigo o sea su caridad y buenas acciones, con las cuales mantiene una relación distante lo acompañarán al Gran Juicio y van a testificar en su beneficio.


COMODIDAD

     Un famoso y rico abogado realizó una visita a su compañero de infancia, Rabí Eljanan Waserman y quedó consternado por la pobreza en que vivía, diciéndole:
     -Eljanan, tu eres más inteligente que yo; si te hubieras recibido de abogado, serías hoy un hombre muy rico.
     Rabí Eljanan no reaccionó ante ese comentario. Pasaron varias horas juntos y luego el Rabino lo acompañó a la estación para tomar el tren. Allí esperaban dos trenes, uno moderno y confortable que iba para el este y otro antiguo y casi destartalado. El abogado se acercó para tomar el antiguo y el Rabino le preguntó:
     -¿Por qué viajas en ese tren tan incómodo? toma mejor el más nuevo.
     El amigo lo miró con curiosidad y le dijo:
     -Pero yo voy en otra dirección.
     Rabí Eljanan ignoró la respuesta.
     -Sin embargo -dijo- ¿no es más confortable viajar en un tren moderno y con asientos afelpados?
El abogado, ya nervioso le espetó:
     -Eljanan, lo que dices no tiene sentido! ¿De qué me sirve un tren cómodo si no me lleva adonde tengo que ir?
     Rabí Eljanan le respondió tranquilamente:
     -Escúchate a ti mismo. Tienes razón. Cuando quieres llegar a algún destino, el nivel de comodidad no interesa. Lo principal es llegar donde tienes que estar ¿Recuerdas que hoy me preguntaste por qué no me recibí de abogado? Por supuesto que esa carrera sería más
lucrativa, pero no es mi meta en la vida ¿Para que me sirve la comodidad, si no llego donde tengo que estar?

Darás vuelta la página Por Ezequiel Feito

Cuando el viento agite la invisible hoja
donde has escrito y tachado tanto
errores y aciertos,
alguna palabra solitaria
dirá que ha llegado la hora de volver la página
y enterrar los muertos.

Se plegará dócilmente como sanándote el alma,
y habrá otro blanco río y un nuevo cielo.

Volverás la página y comprenderás la vida
como en un destello:
La hoja que has vuelto nunca será blanca,
nunca será pura.

Y seguirás escribiendo
por los ríos y valles que invisibles trazaste
mientras pasó el tiempo.
La darás vuelta y nacerá gastada,
pues no existe el hombre que escriba
sobre un papel nuevo.

Ruleta de la suerte Por Héctor Fuentes

Los caminos verdaderos
están hechos de serpientes:
si caminas decidido no te tocan,
si dudas te muerden.

En el fondo de las cosas
se agazapa lo imposible,          
vuelo de pájaros amarillos
silencio resplandeciente.

Cada instante
es la ruleta
donde gira
y cae la suerte.
La tropilla de la vida
se abre paso como puede.

Si bebes de esta copa
conocerás la fugacidad
de un beso inmortal.

La poesía está despierta
en los labios
que se muerden.

En la piel de los amantes
juegan siempre
los gorriones.

Poema interminable Por Mayte Sánchez Sempere

Tomo una sola letra y le pido
"no me duelas,
tú no,
aún puedes estirarte".

Le pellizco una esquina con los dientes,
la deformo, le pinto suelo y techo,
le invento una mirada, la punta de unos dedos,
la pego en los cristales
a mi letra,
hasta que se despega y cae al suelo
y entonces grita,
mi letra llama a otras,
me rodean, susurran una historia
que dolerá, como me duele todo.

Termino de contar,
me sacudo las comas,
tomo una letra,
solo una letra sola
le pido "no me duelas"...

En un domingo de enero Por Ezequiel Feito

En un domingo de enero, sobre un viejo tobogán juega un niño
mientras su padre lo vigila atento.
Lo mira dulcemente, la fatiga ha olvidado quizás por un momento.
Ha dejado de morir tan sólo un rato, olvidando su salario y su futuro incierto.
Ríen ambos, un aire quieto parece entregarlos a la sencillez de un tiempo
que mañana venderá sin más remedio.
Y no le importarán los árboles ni el sol, ni que fue domingo, o que fue en enero.
A su rutina volverá. El mundo mágico se habrá cerrado por completo,
mientras que la plaza esperará el regreso
de la mirada atenta del padre al niño en el cuerpo de un tobogán muerto.

Un extraño amor Por Rafael Serrano Ruiz

Hebras de plata cubren sus sienes.
Sueños de efebo llenan su mente.
Pasión de doncel en cuerpo de anciano…
Si tan fuerte es tu amor...
¿por qué esa renuncia?
Sí eso es amar…
¡ama!
Si amar es sufrir…
¡sufre!
Si amar es querer…    
¡ansía!
Si amar es desear…
¡suspira!

La viajera Por Ana María Broglio

En esa maravilla
de que los ojos miren
y se anhelen las bocas.
En la grandeza
de la insignificancia,
en la línea sutil.
En lo no revelado
en la constancia del amigo,
en la palabra
que nunca nos dijimos
habiéndolo deseado.
En la certeza,
en la sin razón del sentimiento.
En el ser
el verdadero ser que se es.
En la herida irreparable
de la ausencia.
En el desencajado malhumor,
en las uvas doradas,
en el leño que arde:
navega la viajera
la siempre eternidad.

En el espacio azul... Por María Itza

En el espacio azul que nos separa, vuela mi pensamiento…
Las fauces aceradas de las noches son parte de la magia…
Voy por las madrugadas del silencio en pos de tu mirada
Y las rosas doradas de la luna me acompañan.
Grito tu nombre por sobre los puentes y sobre los caminos
Y te adoro en los días que te pintan de arcoiris
en este cielo mío.
Mi cuerpo gira tras de tu caricia, veleta desvelada
y puedo arder como un fanal en las tinieblas…
Y quemar como brasa….
Y te querré entre nubes pasajeras y entre negras tormentas,
Arrastraré este cuerpo por tu cuerpo en caricia infinita,
morderé entre mis labios ese beso que ya quisiera darte
Y mi cuerpo febril será otro río desbordado y sin cauce…
Aunque yo no lo quiera te amaría y si ya no me quieres
Mi corazón y mi alma encadenados
Seguirán tras de vos hasta la muerte…

Entra la noche Por José Manuel Caballeno Bonald

Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.
Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.
Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.

sábado, 14 de marzo de 2015

FÁBULAS DE TODO TIPO, ESPECIALES PARA ESTOS TIEMPOS, RECOPILADAS POR MONTEIRO LOBATO EN SU LIBRO “LAS VIEJAS FÁBULAS” Edit, Losada, año 1958.

EL PERRO Y EL LOBO

   Un lobo muy flaco y hambriento, todo piel y huesos, se puso a filosofar sobre las tristezas de la vida. Estaba en eso cuando vio delante de él a un perro, pero un perro y pico, gordo, fuerte, de pelo fino y lustroso.
Impulsado por el hambre, el lobo sintió ímpetus de lanzarse sobre él. La prudencia, sin embargo, le cuchicheó al oído: ¡Cuidado! El que se pone a luchar con un perro de éstos sale perdiendo.
El lobo se aproximó al perro con todas las precauciones y dijo:
- ¡Bravo! Palabra de honor que no vi nunca a un perro más gordo ni más fuerte. ¡Qué piernas robustas, qué piel lustrosa! Se ve, amigo, que se cuida muy bien . .
- ¡Es verdad! respondió el perro. Confieso que llevo una vida de hidalgo. Pero, amigo lobo, supongo que usted también puede llevar la misma buena vida que yo ...
- ¿Cómo?
- Basta que abandone esa vida errante, esos hábitos salvajes y se civilice como yo.
- Explíqueme mejor eso pidió el lobo con un brillo de esperanza en los ojos.
- Es fácil. Yo le presentaré a mi señor. El, claro está, simpatizará con usted y le dará el mismo trato que a mí: buenos huesos de gallina, restos de carne, una perrera con paja seca. Además, mimos a toda hora, palmadas amigas, un nombre.
- ¡Acepto! respondió el lobo con alegría. ¿Quién no habría de dejar una vida miserable como ésta por una de regalos como ésa?
- A cambio de ello continuó el perro, usted guardará el patio, no dejando entrar en él a ladrones ni a vagabundos, agradará al señor y a su familia, meneando la cola y lamiendo la mano de todos.
- ¡Resuelto! resolvió el lobo, y se marchó a la par del perro en dirección a la casa. Luego, sin embargo, advirtió que el perro llevaba un collar.
- ¿Qué diablos es eso que usted lleva al pescuezo?
- Es un collar.
- ¿Y para qué sirve?
- Para atarme a la cadena.
- ¿Entonces no es libre, no va a donde quiere, como yo?
- No siempre. Paso a veces varios días preso, conforme con el capricho de mi amo. ¿Pero qué importa eso si la comida es buena y llega a hora fija?
El lobo se detuvo, reflexionó y dijo:
- ¿Sabe lo que pienso? ¡Hasta luego! Prefiero vivir flaco y hambriento, pero libre y dueño de mi hocico, a vivir gordo y reluciente como usted, pero con collar al pescuezo. Quédese con su gordura de esclavo, que yo me contento con mi flacura de lobo libre.


EL JUICIO DE LA OVEJA

     Un perro de malas entrañas acusó a una pobre oveja de haberle robado un hueso.
    - ¿Para qué habría de robar yo ese hueso alegó la acusada si soy herbívora y un hueso para mí vale tanto como un trozo de leña?
    - No quiero saber nada. Tú me robaste .el hueso v te voy a llevar a los tribunales.
     Y así lo hizo.
     Se quejó al gavilán del penacho y le pidió justicia. El gavilán reunió el tribunal para juzgar la causa, sorteando para eso doce buitres de buche vacío.
     Comparece la oveja. Habla. Se defiende en forma cabal, con razones semejantes a las del corderito que comió en su tiempo el lobo.
     Pero el jurado, compuesto de carnívoros golosos, no quiso atender razones y sentenció:
     - ¡O entregas el hueso, o te condenamos a muerte!
     El animal tembló: ¡no había escapatoria! ... No tenía huesos y no podía, por consiguiente, restituirlos; pero tenía una vida e iba a entregarla en pago de lo que no había robado.
     Así ocurrió. El perro la sangró, la descuartizó, se reservó para sí un cuarto y dividió el resto con los jueces hambrientos, a título de costas.

     ¡Qué locura, fiarse en la justicia de los poderosos! La justicia de ellos no vacila en tomar lo blanco y decretar solemnemente que es negro.


EL TORDO Y EL BUITRE

Era al atardecer. Moría el sol en el horizonte mientras las sombras se prolongaban en la tierra. Un tordo cantaba tan lindamente que hasta los naranjos parecían absortos escuchando.
Se retuerce de envidia el buitre y se queja:
-Apenas abre el pico ese pajarito y el mundo se queda encantado. Yo, mientras tanto, soy un espantajo del cual todos huyen con repugnancia ... Si él llega, todo se alegra; si me acerco yo, todos retroceden ... El, dicen, trae la dicha; yo, el mal augurio. La naturaleza fue injusta y cruel conmigo. Pero está en mí corregir la naturaleza; lo mato y de ese modo me libro de la labia que me producen sus gorjeos.
Pensando así, se aproximó al tordo, que al verle dispuso las alas para la fuga.
-¡No tengas miedo, amigo! Vengo para estar más cerca a fin de gozar mejor de las delicias del canto. ¿Piensas que por ser buitre no atribuyo valor a las obras maestras del arte? ¡Vamos, canta! Canta junto a mí aquella melodía con la que extasiabas hace poco a la naturaleza.
El ingenuo tordo dio crédito a aquellos graznidos mentirosos y permitió que se aproximase el buitre traidor a él. Pero éste, una vez que le tuvo a su alcance, le dio tal picotazo que le hizo caer moribundo.
En los estertores, con los ojos ya vidriosos, gimió el pajarillo:
- ¿Qué mal te hice para merecer tanta ferocidad?
- ¿Qué mal? ¡Esa sí que es buena! ¡Cantaste! . . . Cantaste divinamente bien, como jamás cantará un buitre. Tener talento: ¡he ahí el gran crimen! . . .


EL GALLIPAVO MEDROSO

El gordo gallipavo y el lindo gallo solían subirse por la noche al mismo árbol. La zorra los descubrió cierto día y llegó muy contenta, lamiéndose el hocico, como quien dice: "Tenemos hoy comida sabrosa".
Se acercó. Al descubrirlo el gallipavo tuvo tal susto que por un tris no se cae del árbol. Pero lo que el gallo hizo fue reírse; y como sabía que la zorra no treparía al árbol, cerró los ojos y se adormeció.
El gallipavo, alarmado, medroso como era, temblaba como varas verdes y no perdía al enemigo de vista.
- Al gallo no lo atraparé, pero éste me caerá en el buche, sí ... pensó para sí la zorra.
Y comenzó a hacer muecas, a dar saltos, a roncar, a hacer resonar los dientes, dando la impresión de una zorra loca. ¡Pobre gallipavo! Cada vez más amedrentado no perdía uno solo de aquellos movimientos. Por fin perdió el equilibrio, cayó de la rama y fue a dar en los dientes de la zorra hambrienta.
- ¡Animal estúpido! exclamó el gallo, despertando. Murió por exceso de precauciones. Tanta atención puso en las amenazas de la zorra, tanto se fijó en los peligros, que allá se fue, catapún . . .

La prudencia manda no poner demasiada atención en los peligros.



LAS AVES DE RAPIÑA Y LAS PALOMAS

La guerra de las aves rapaces ¿cuándo tuvo lugar? Hace siglos. Hace milenios. Pero fue una guerra tan terrible que todavía hoy se habla de ella.
Combatían las aves de rapiña águilas, buitres, gavilanes, por causa de un pequeño venado. Y se dividieron en bandos contrarios, en guerra franca. Durante meses el azul del cielo se convirtió en escenario de lucha. Tan pronto duelos singulares; tan pronto ataques de un bando contra otro; tan pronto un grupo que agredía a un enemigo solitario.
¡Y adiós paz del azul! De tanto en tanto, un cuerpo caía, despedazado a picotazos o uñadas; o bajaban en espiral las plumas, o llovían de lo alto gotas de sangre.
Las aves pacíficas de la tierra, asustadas con aquellos horrores, decidieron intervenir. Escogieron como mensajera a la paloma.
- Vete tú, que eres símbolo de paz, y reduce a la razón a aquellos locos furiosos.
La palomita fue a conferenciar con los jefes, y habló con tanta elocuencia que escucharon y firmaron un tratado, comprometiéndose a no volverse a devorar jamás unos a otros.
Pero lo que sucedió después degeneró en calamidad para los apaciguadores. Armonizados entre sí, los rapaces se respetaron unos a otros, pero comenzaron a emplear toda la fuerza cíe sus picos y todo el filo de sus garras contra las pobres palomas. Y fue una matanza sin tregua que dura hasta hoy y durará eternamente.
Y las palomitas comenzaron a murmurar, en un triste lamento:
- ¡Qué locura la nuestra, esa de restablecer la armonía entre los rapaces! La buena política mandaba hacer justamente lo contrario dividirlos todavía más.



EL ANCIANO, EL NIÑO Y EL BURRO

El anciano llamó al hijo y le dijo:
- Vete al prado, trae el burro y prepárate para ir a la ciudad, que quiero venderlo.
El niño fue y trajo el burro. Le pasó la raspa, le enjaezó y partieron ambos a pie, llevándolo por el cabestro. Querían que llegase descansado para impresionar mejor a los compradores.
De repente oyeron:
- ¡Esto sí que es bueno! exclamó un viajero al verlos. ¡El animal vacío y el pobre viejo a pie! ¡Qué disparate! ¿Será promesa, penitencia o idiotez ... ?
Y se fue, riendo.
El anciano consideró que el viajero tenía razón y ordenó al niño:
- Arrea el burro, hijo mío. Yo iré montado y así taparé la boca a la gente.
Tapar la boca a la gente, ¡qué locura! El anciano comprendió esto más adelante, al pasar junto a un grupo de lavanderas, ocupadas en lavar la ropa en un arroyo.
- ¡Qué gracia! exclamaron éstas. El hombretón montado con toda calma y el pobre niño a pie . . Hay cada padre malvado en este mundo de Cristo . . . ¡Jesús!
El anciano se indignó y, sin decir palabra, hizo señas al hijo para que montase en la grupa.
- Quiero ver qué dicen ahora
Pronto lo oyó. El estafetero del correo se cruzó con ellos y exclamó:
- ¡Qué idiotas! Quieren vender el animal y van los dos montados a la vez . . . Así, mi viejo, lo que llega a la ciudad no es ya un burro, es la sombra de un burro . .
-Tienes razón, hijo mío, no hay que abusar del animal. Yo me apearé y tú, que eres liviano, irás montado.
Así hicieron, y marcharon en paz un kilómetro, hasta que se cruzaron con un individuo que se quitó el sombrero y saludó al pequeño respetuosamente.
- ¡Buenos días, príncipe!
-¿Por qué, príncipe? preguntó el niño.
-¡Esa sí que es buena! Porque sólo los príncipes andan así, con lacayos en las riendas . . .
-¿Lacayo, yo? exclamó furibundo el anciano. ¡Qué desatino! Baja, baja, hijo mío, y carguemos el burro a cuestas. Tal vez esto contente al mundo . .
Ni así. Un grupo de muchachos, viendo la extraña cabalgata, acudió en tumulto, con burlas:
- ¡Oh! ¡oh! ¡Mirad la banda de tres burros, dos de dos pies y uno de cuatro! Queda por saber cuál de los tres es el más burro . . .
- ¡Soy yo! replicó el anciano bajando la carga. Soy yo, porque hace una hora vengo haciendo, no lo que yo quiero, sino lo que quiere el mundo. De aquí en adelante haré lo que me manda la conciencia, importándome poco que el mundo esté o no de acuerdo. He visto que muere loco el que procura contentar a todos .

sábado, 7 de marzo de 2015

Poesías (Selección) - de EDGAR ALLAN POE

EDGAR ALLAN POE (1809 - 1849) uno de los mayores y más originales poetas de todos los tiempos. Aunque conocido más por sus cuentos, es en su poesía donde lo podemos apreciar mejor, a pesar de que su obra poética es relativamente pequeña, al igual que el inolvidable Arthur Rimbaud, uno de sus admiradores junto con Mark Twain, Herman Melville, Ambrose Bierce, Ray Bradbury, Howard Phillips Lovecraft, a los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, Victor Hugo, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud, Valéry, Mallarmé, el cual le dedicó poemas, Proust, Guy de Maupassant, Julio Verne, Arthur Conan Doyle , Pío Baroja y  Blasco Ibáñez.
En la literatura latinoamericana, contó con la admiración de algunos de los autores modernistas además de Horacio Quiroga, Julio Cortázar...




EL DÍA MÁS FELIZ (1827)


El día más feliz, la hora más dichosa,
los ha conocido mi corazón agotado y marchito;
Pero siento que ha desaparecido ya mi más alta esperanza
de orgullo y de poderío.

¿He dicho de poderío? Sí. Pero desde hace largo tiempo,
¡ay de mí! se han desvanecido
los bellos ensueños de la juventud; han pasado ya:
dejémoslos que se desvanezcan!

Y tú, orgullo, ¿qué haré de ti ahora?
Otra frente puede bien heredar el veneno
que me has dado. Que por lo menos
mi espíritu permanezca tranquilo.

El día más hermoso, la hora más feliz
que mis ojos hayan visto y hayan podido ver jamás,
mi más brillante mirada de orgullo y de poderío,
todo eso ha existido pero ya no existe; yo lo siento.

Y si esa esperanza de orgullo y de poderío
me fuera ofrecida ahora acompañada
de un dolor semejante al que experimento,
no quisiera revivir esa hora brillante.

Porque bajo su ala llevaba una oscura mezcla
y mientras volaba, dejaba caer una esencia todopoderosa

para consumir un alma que tan bien la conocía.



A UNA SEÑORITA (1829)

¿Qué me importa si mi suerte terrestre
No encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿qué me importa si años de amor
son olvidados en un momento de odio?

No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña,
Sino porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra...


A ELENA (1831)

Elena, tu belleza es para mí como esas barcas nicenas de otro tiempo
que sobre una mar profunda
llevaban dulcemente al viajero, cansado ,hacia su ribera natal.

Largo tiempo habituado a errar sobre mares
desesperados, tu cabellera de jacinto, tu clásico perfil,
 tus cantos de náyade me han transportado
al corazón de aquella gloria que fué  Grecia,
de aquella grandeza que fué Roma.

¡Oh! allá abajo, en la espléndida abertura de esa ventana,
como eres parecida a una estatua, de pie,
Tu lámpara de ágata en la mano.
¡Oh Psiquis, tu que me has llegado de esas regiones
que son la Tierra Bendita!....


LA ESTRELLA DE LA TARDE (1827)

Era en el corazón del verano y en medio de la noche.
Las estrellas marchando en sus órbitas
brillaban con un pálido resplandor
a través de la luz más viva de la fría luna,
mientras que ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos,
lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos sobre las olas.

Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado fría,
demasiado fría para mí. Una nube oscura
vino a pasar, semejante a un sudario,
y fue entonces que me volví hacia ti, Estrella del Sur,
orgullosa en tu gloria lejana.
Y ahora me será más querida tu luz,
porque lo que me traes de más magnificente
a través del cielo nocturno, es la alegría de mi corazón,
y yo prefiero tu discreto y lejano resplandor
a esa llama cercana pero más fría!

El anticipador - Por Morley Roberts

      - Admitiré, desde luego, que no se trata de un plagio dijo ferozmente Carter Esplan; será el destino, el demonio, pero ¿es menos irritante por eso? ¡No, no!
      Y se pasó la mano por el cabello hasta erizarlo. Lo agitaba una febril excitación; una mancha roja ardía en cada una de sus mejillas; se mordía el labio tembloroso.
     - ¡Maldito Burford, sus padres y sus ascendientes! Las herramientas, para quien sabe manejarlas añadió después de una pausa durante la cual su amigo Vincent lo estudió con curiosidad.
     - La culpa es tuya, mi querido salvaje dijo Vincent. Eres demasiado indolente. Recuerda, además, que esas cosas esas ideas, esos motivos están en el aire. La originalidad no es más que el arte de atrapar tempranas larvas. ¿Por qué no escribes las cosas apenas las inventas?
      - Hablas como un burgués, como un viajante de comercio repuso Esplan, disgustado. ¿Por qué un manzano no (la manzanas apenas fecundadas sus llores? ¿A qué esperar el estío y las influencias del viento y el cielo? ¿Por qué no salen polluelos (le huevos recién puestos? ¿Acaso el parto sigue inmediatamente a la concepción? ¿Y no sufrió dolores la montaña para dar a luz un ratón? ¿Y por ventura...
     - ... y por ventura, no exigirán tus obras de genio una parte de la eternidad a que están destinadas?
     -¡Tonterías! gruñó Esplan, pero tú conoces mi método. Yo capto la sugerencia, el flotante vilano del pensamiento, tal vez el título; y luego lo dejo, quizá sin tomar una nota; lo dejo al cerebro, a la conciencia subliminar, al yo subconsciente. El cuento crece en la oscuridad del alma interior, perpetua e insomne. Quizá lo rechace el tribunal artístico que en ella tiene su sede; quizá lo relegue. Yo, el yo exterior, insignificante envoltorio de tendencias hereditarias, nada sé de él, pero un día tomo la pluma y mi mano lo escribe. Éste es el automatismo del arte, y yo... yo no soy nada, soy apenas la última de las individualidades ocultas en mí. ¡Quizá un tácito antecesor llega por mí a la palabra, y sin embargo el Complejo Yo Esplan tiene que ser anticipado en esa forma!
      Se incorporó y midió con pasos irregulares el largo salón de fumar del club. Era evidente que sus nervios estaban tensos y el desorden imperaba en su espíritu. Pero Vincent, que era médico, veía más hondo. Esplan, en efecto, hablaba espasmódicamente y a veces no acertaba con la palabra justa, lo que revelaba una perturbación de los centros del habla.
     “¿Será la morfina? pensó. ¿La estará tomando nuevamente, y hoy le ha faltado su dosis?” Pero Esplan estalló una vez más.
      - No me importaría tanto si Burford escribiera bien, pero no sabe escribir un cuento. Mira esa última historia mía... es decir, suya. Yo la veía como una criatura impetuosa y palpitante, que vibraba y cantaba, una verdadera Ménade, llena de sangre roja. En sus manos, ni siquiera nació muerta; está diciendo a gritos que es un muñeco, pierde el aserrín, se mueve como un maniquí, huele de lejos a cosa fabricada. Mas ahora ya no puedo escribir
ese cuento. Lo ha arruinado para siempre. Es la tercera vez. ¡Maldito sea, y maldita mi suerte! Yo trabajo cuando siento la necesidad de crear.
     - Tomas muy en serio tu vocación dijo Vincent perezosamente. Al fin y al cabo, ¿qué importa? ¿Qué son los cuentos? ¿No son un opio para la vida de los cobardes? Preferiría inventar algún pequeño instrumento, o construir un puente de tablas sobre un arroyo fangoso, antes que escribir el mejor cuento del mundo.
Esplan se encaró con él.
     - Bueno, bueno dijo casi a gritos, el hombre que inventó el cloroformo fue grande, y quienes lo fabrican son útiles. Lo que hacemos nosotros llámalo cloral, morfina, bromuro; lo que quieras, pero damos alivio.
     - Cuando sería mejor usar vejigatorios... ¡Qué estupidez! contestó Esplan con  dureza. En todo caso, tu charla es ociosa. Yo soy yo, los escritores son escritores...
pequeños, si quieres, pero un resultado y una fuerza. Déjame descansar. No hables de tonterías ideales.
     Pidió brandy. Después de beberlo, su aspecto cambió un poco. Sonrió.
     - Acaso no vuelva a suceder. Si sucede, creeré que Burford se obstina en cruzarse en mi camino. Tendré que...
     - ¿Eliminarlo? preguntó Vincent.
     - No. Trabajar más rápido. Pronto escribiré algo. Algo que indudablemente le encantaría echar a perder.
      La conversación cambió y poco después los amigos se separaron. Esplan se dirigió a su departamento de Bloomsbury. Durante algunos minutos caminó ociosamente por la sala, pero luego sintió en el cerebro el impulso de escribir. Le escocían los dedos, un estado de ánimo semiautomático se apoderaba de él. Se sentó y escribió, primero lentamente, después más rápido, y por último con furia.
     Eran las tres de la tarde cuando empezó a trabajar. A las diez seguía sentado ante el escritorio, poblado por las cenizas de innumerables pipas. A intervalos se alisaba con las manos húmedas los cabellos erizados. Sus ojos cambiaban como ópalos: a veces  centelleaban y casi ardían, a veces se volvían opacos. Él mismo cambiaba con cada frase; pronunciaba en alta voz lo que escribía; cada pensamiento se reflejaba en su rostro pálido y móvil. Reía y gemía. En el punto culminante de su narración, le corrieron lágrimas por la cara y borraron el ya indescifrable manuscrito. Pero a las once se levantó, rígido y tambaleante. Con dificultad recogió del piso las páginas sin numerar, y las ordenó. Después se desplomó en su asiento.
     - ¡Es bueno, es bueno! decía, sonriendo. ¡Qué extraño demonio soy! Mis callados antecesores reviven fantásticamente en mí. Es extraño, infernalmente extraño. El hombre no es más que un micrófono, y loco por añadidura. ¿Cuánto tiempo estuve madurando esto que acabo de escribir; El cuento es viejo y al mismo tiempo nuevo. Se lo mandaré a Gibbon. A él le gustará. Pequeña bestia, pequeño horror, pequeño cerdo, con un divino anillo de oro de inteligencia crítica en el sucio hocico.
      Bebió medio vaso de whisky y se echó en la cama. Su imaginación corría alocadamente.
     - Mi ego está un poco fisurado dijo. Debo cuidarme.
      Y antes de dormirse pronunció conscientes tonterías. Ideas incongruentes se eslabonaban en su cerebro; se burló de la necedad de su imaginación, y sin embargo tenía miedo. Por fin tomó morfina en una dosis tan grande, que le afectó el nervio óptico. Relámpagos subjetivos brillaron en la oscuridad de su cuarto. Soñó con un Burford gigantesco y brutal, que usaba un gran diamante en la pechera de la camisa.
     - Comprado merced a la transmisión de mis pensamientos dijo. Pero al mirarse advirtió que él tenía una joya más grande, y pronto su alma se disolvió en la contemplación de sus rayos, hasta que su conciencia fue disipada por una divina absorción en el Nirvana de la Luz. Cuando despertó, al día siguiente, era ya avanzada la tarde. Estaba destrozado por el trabajo (le la víspera, y aunque mucho menos irritable, caminaba con inseguridad.
     La molestia de mandar su cuento a Gibbon le resultó casi insuperable; pero lo envió, y después tomó un taxímetro que lo llevó a su club, donde permaneció varias horas, casi en estado comatoso.
     Dos días más tarde recibió una nota del jefe de redacción. Le devolvía su cuento. Era bueno, pero... “Hace varias semanas Burford me envió otro con el mismo tema, y lo acepté.” Esplan golpeó contra la repisa de la chimenea su mano delgada y blanca, haciéndola sangrar. Aquella noche se embriagó con champaña. El espumoso vino pareció corroer, morder y retorcer hasta el último nervio y la última célula de su cerebro. Su irritabilidad se volvió tan extrema que se quedó al acecho de sutiles e imaginarias ofensas, y meditó mórbidamente sobre el aspecto de inocentes desconocidos. Pagó al camarero el doble de lo que había consumido, no porque lo mereciera especialmente, sino porque comprendió que la menor señal de descontento por parte de aquel hombre podría originar en él un estallido de irreprimible cólera.
     Al día siguiente se encontró con Burford en Piccadilly, y pasó junto a él sin saludarlo, con una amarga sonrisa.
     - No me atrevo a dirigirle la palabra murmuró. ¡No me atrevo...!
     Y Burford, que no alcanzaba a comprender, se sintió ultrajado. Él mismo odiaba a Esplan con el odio de un rival que se siente desplazado y aventajado. Sabía que su trabajo carecía de la diabólica precisión de Esplan... de la frase brillante, el toque justo de. color, el certero impulso que culmina en el final perfecto, la convicción amarga y exacta, el conocimiento de los hombres que proviene de la herencia, la exaltada experiencia que alega intuiciones recibidas. Era, bien lo sabía, un exitoso fracaso, y su ambición superaba a la de Esplan. Trepador, voraz y presumido, su vacuidad era notoria aun antes de que Esplan la pusiera de relieve con la seguridad de su estilo.
     - Él toma lo que yo hago y lo hace mejor  repetíase Burford. Tiene mala intención.
     Y cuando Esplan publicó su último cuento, y el mundo recordó (para olvidarla en seguida a la luz deslumbrante de esas páginas magistrales) la fría pasta del bibelot de Burford, éste sintió que el odio crecía en su interior. Pero se contuvo momentáneamente y siguió su camino pequeño y laborioso.
      El éxito del cuento y el amargo eclipse de Burford ayudaron mucho a Esplan, quien tal vez se habría recobrado, de no mediar otras influencias nocivas para su vida. Entre ellas la muerte de cierta mujer, cuya amistad con él nadie conocía. Esplan se aferró a la morfina, que, a medida que aumentaban las dosis, lo conduciría al desastre. Y en efecto, el desastre se produjo, por fin. Burford hizo publicar dos cuentos, muy superiores a lo que acostumbraba escribir, en una revista que hasta ese momento había sido territorio exclusivo de Esplan. Eran los mismos temas que Esplan acababa de imaginar y estaba a punto de escribir. El escozor de este último golpe lo sacó de quicio: pensó en el asesinato; lo planeó con brutalidad, después con sutileza, y llegó a sentirse dominado por la idea, hasta que su vida se trocó en la flor de ese motivo insano. El hecho de que un comentarista señalara la estrecha afinidad entre la obra de los dos escritores y, exaltando el genio de Esplan, colocara al uno por encima de toda crítica y al otro por debajo de todo elogio, no modificó en nada la situación. Pero la amarga exactitud de la crítica enloqueció a Burford.
      Castañeteando los dientes, detestando su propio trabajo, odió aun más al hombre que había pulverizado su presunción. Sentía deseos de destruir. ¿Cómo hacerlo? Esplan llevaba una vida subracional. Era un maniático homicida, con una víctima preseñalada. Concebía y escribía planes. Sus cuentos eran variaciones sobre el asesinato. Imaginaba medios de ejecutarlo, los buscaba en otros libros. A veces corría el peligro de creer que ya había cometido el crimen. En un momento de locura estuvo a punto de entregarse a la policía por ese asesinato anticipado. Así ardía y se consumía su imaginación ante el sendero que se había trazado.
     - Lo haré, lo haré murmuraba, y en el club los hombres hablaban de él.
     - Mañana dijo, pero después lo postergó. Debía planearlo con arte. Lo dejó para que germinase en su fértil cerebro. Y por fin, cuando ya había empezado a escribirlo, la acción, iluminada por extrañas circunstancias, fue creciendo ante él. Ese asesinato despertaría un mundo de resplandores, inaugurando una época en la historia del crimen. Aun cuando el rojo planeta se viera convulsionado por las guerras, aun entonces los demás querrían oír esa historia increíble y verdadera, penetrar en ella, dilucidar el método y el crecimiento de los medios y el motivo. Sonreía solo en la calle, y reía con risa aguda en su cuarto de fugaces visiones. Por la noche transitaba las solitarias callejuelas próximas, ponderando con ansia el borbollón de sus encontrados pensamientos; y apoyado en las rejas de frondosos jardines, veía fantasmas en las sombras de la luna y los invitaba a conversar. Se convirtió en un pájaro nocturno. Era raro verlo.
     - Mañana dijo por último. Mañana daría el primer paso. Se frotó las manos y soltó a reír, ya cerca de su casa, en una plaza solitaria, al tramar los últimos detalles sutiles que su imaginación multiplicaba.
     - ¡Está bien, basta, basta! gritó a su fantasía enloquecida, segregada de él. Ya está hecho. Y las sombras que lo rodeaban eran muy oscuras.
     Se volvió en dirección a su casa. Entonces le llegó la inmortalidad con extraño aparato. Le pareció que su alma ardiente y oprimida estallaba en su angosto cerebro chispeando maravillosamente. Hubo alrededor un diluvio de luces, relámpagos en un cielo rosado, un espantoso trueno. El firmamento se abrió en un blanquísimo resplandor. vio cosas inimaginables. Giró sobre sí mismo, se llevó la mano a la cabeza herida y cayó pesadamente en un charco de su propia sangre.
    Y el Anticipador, aterrorizado, huyó por una callejuela.