jueves, 5 de noviembre de 2015

Contate un cuento VIII - Una corta y Triste Historia de Amor, Por Evelyn Ludmila

Su cigarrillo se había apagado en el cenicero, tomó otro, se lo llevo a la boca y sus manos temblorosas y arrugadas lo prendieron, le dio una bocanada y se levanto de su silla, él retrato de su amada colgaba en la pared, él la descolgó y miro la foto, una lagrima callo en el retrato, en ella se podía ver a una hermosa joven sonriendo, aunque la foto era vieja y estaba manchada de humedad a simple vista se podía ver que era una chica muy hermosa.
 La vida de Juan dependía de las fotos de Elena, muerta hace veinte años, aún cuando eran jóvenes y seguían soñando con estar juntos para la eternidad, o hasta que la muerte los separe, él recordaba esa frase que había escuchado del sacerdote cuando se caso con Elena, a veces pensaba que esa frase era muy injusta.
Juan era un hombre alto de pelo blanco, sus setenta y ocho años se reflejaban en su perfil completamente arrugada y en sus manos demasiado temblorosas, aunque para ser sinceros Juan envejeció un día después de la muerte de su amada, para él la vida había acabado en ese mismo momento, y aun después de veinte años sentía que estaba muerto.
 Sus ojos se habían empapado en lagrimas, volvió a colgar el retrato en la pared y se fue a su habitación, acomodo las sabanas y se acostó, eran las siete de la tarde, un profundo cansancio lo invadía, tanto así que durmió hasta las siete de la mañana. Era sábado, Juan odiaba los sábados, eran los días en que llevaba a cenar a Elena y pasaban todo el día juntos. Aun un poco dormido, pudo abrir los ojos, tenía la vista un poco borrosa, pero pudo ver que las ventanas de su habitación que siempre estaban cerradas, ahora se encontraban abiertas y podía sentir el sol contra su cara.
Distinguió la figura de una persona parada al frente de su cama, por un momento se asusto, pero sintió el olor de un perfume, un perfume muy especial para Juan, era el que usaba Elena, se sentó sobre la cama sobresaltado, y ahí estaba ella, lo miraba fijamente mientras sonreía. Juan estaba anestesiado y aun no se había dado cuenta de lo que estaba pasando, ella llevaba un vestido blanco, podía ver parte de sus piernas, la piel demasiado pálida y no se notaban las marcas rojas que le había dejado esa extraña enfermedad, la misma que la mató y la alejo de su lado, -te extrañe -¿Elena?-pregunto él
-Sí, soy yo, necesitaba verte-dijo ella con una sonrisa -mi amor, mi vida-dijo el levantándose de la cama apresuradamente, estaba parado frente a ella, su pelo era negro era largo y le llegaba hasta la cintura Tocó su cara, por un momento se asustó de nuevo, estaba demasiado fría, pero ella seguía sonriendo.
-Tenemos que hablar
-No sabes cuánto te extraño-dijo él, mientras volvía a llorar
-Cambiate, te espero en la sala-dijo ella, mientras su mano acariciaba el rostro de Juan- No llores por favor, no vine hasta acá para que me extrañes aun mas, solo hablemos, ¿está bien?-ella se alejo por el pasillo yendo hacia la sala.
Juan se vistió y en un instante estaba con ella otra vez.
-Unos meses antes de mi muerte, me prometiste que no ibas a fumar mas-le dijo ella como reclamándole, mirando el cenicero lleno de cigarrillos apagados-siéntate-le dijo ella.
Juan se sentó, frente a ella, aun no podía creer lo hermosa que estaba, no podía creer que estuviera allí, como si el tiempo no hubiera pasado.
-No sabes cuánto te extraño, ya no se qué hacer con el tiempo que me queda de vida, necesite volver a tenerte-dijo al borde del llanto.
-Cálmate Juan, estoy aquí, se perfectamente como me extrañas, ¿tu crees que no lo sé?, todos los días te veo que tomas mi retrato y ves mi foto por horas, por eso decidí, que era el momento de aparecer. El sufrimiento no es solo para las personas que se quedan en la tierra, yo allí también te extraño, por eso vengo a visitarte.
-Extrañaba tu voz-dijo mirándola, ella sonrió.
-¿Y Alma?, como esta mi pequeña?-la mirada de Juan volvió a entristecer
-Ella ya no me habla, sólo me llama de vez en cuando, casi nunca
-Es nuestra hija Juan, tú debes llamarla también
-Ella ya es demasiado grande y sabe lo que hace, si ella no me llama, es porque no quiere, ¿de qué tenemos que hablar Elena?
-Esto es depende de ti, yo aparecí porque creo que me extrañas demasiado, pero también es por otra cosa
-¿Cual?
-Primero llama a Alma, aclara las cosas con ella, volveré a aparecer, pero será la ultima vez
-No, por favor, necesito que te quedes conmigo-dijo el arrodillándose, en forma de súplica.
-Hay algo que debes hacer primero, sabes lo que es -. 
Minutos después Juan volvía a encontrarse solo, observo la mesada y en ella había una tarjeta con el numero de su hija. Había entendido el mensaje de Elena.
El domingo ceno junto a su hija Alma, no se había sentido tan bien como esa noche, Alma le sonreía y ya no había ningún tipo de rencor o enojo entre ellos.
-Si mamá nos viera, estaría feliz-dijo Alma
-Descuida, seguro que lo está-dijo Juan sonriéndole.
Cuando Alma se fue, Juan se sentó en su viejo sillón, esperando a que Elena apareciera, pero esa noche no apareció, ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles. Pasaron los días, las semanas, los años, y él siguió esperando a que ella apareciera, ahora la extrañaba más que nunca, pero ya no estaba tan solo, pasaba mucho más tiempo con su hija, pero los momentos que estaba en soledad esperaba, y seguía esperando a Elena...nunca más apareció.
Juan se empezó a enfermar, ya era demasiado viejo, terminaban sus ochenta y nueve años, el cigarrillo lo había dejado hace tiempo, desde ese día que vio a Elena, había tirado todo los paquetes de cigarrillos, realmente ya no le importaba morir, necesitaba estar con Elena, y un recuerdo vago vino a su mente, recordó que el escondía un revolver en el armario, era sólo para defensa propia, aunque nunca lo había usado, se levantó como pudo con ayuda de su bastón, sus piernas también estaban fallando. Fue a su habitación y revolvió el armario hasta encontrar el revólver, Sin pensarlo lo puso en su sien, pero alguien lo detuvo. Unas manos frías se posaron en su hombro, él se dio la vuelta, ella otra vez, le seguía sonriendo, eran las doce de la noche.
-Volviste-le dijo sonriendo.
-Volví, pero no me voy a quedar, ¿que estabas por hacer?
-Es que...ya no quiero vivir más, creo que tuve suficiente, ¿porque tardaste en aparecer?
-Yo te dije que te volvería a ver, pero sería la última vez, mi querido. Tardé porque necesitaba verte junto a nuestra hija juntos y felices de nuevo, necesitaba que disfrutaras de ella, por eso tardé. Deja ese revólver en su lugar, ya no lo necesitarás cariño.
Juan dejo el revólver en el armario y volvió a mirarla otra vez
-Me queda poco tiempo, lo sé, ¿por qué no me dejas hacerlo?
-Ya no lo necesitaras cariño, vendrás a pasear conmigo
-¿Que es lo que tratas de decir?
-Te vine a buscar mi amor-le dijo ella sonriente, le ofreció su mano y él la tomó-¿nos vamos?
-Si, por favor
Elena lo llevo hacia su viejo sillón, se sentaron uno al lado del otro, ella lo abrazó y el con sus últimas fuerzas pasó sus brazos por la cintura de ella.
-Sólo cierra los ojos, estaremos juntos en poco tiempo-dijo Elena
-Te amo-dijo él
-Yo también te amo, ahora sólo cierra los ojos.

Jueves 27 de septiembre de 2011

Realmente no me asusté cuando vi a mi padre muerto, sabía que estaba enfermo y que ya era demasiado viejo. Estallé en llanto cuando lo vi en el sillón sin vida, pálido y demasiado arrugado, sabía que ya era su tiempo para irse, lo que no me había dado cuenta era de su extraña posición, sentado de costado, sus brazos parecían que estaban abrazando a alguien, pero lo que más llamo mi atención es que en sus labios aparecía una sonrisa, como si ahora estuviera bien... al momento de enterrarlo, lo enterré justo al lado de mi madre, sabía que estaría bien allí, con ella, le tire una última flor al ataúd y me fui, subí al auto, el día estaba completamente gris y ya empezaba a llover, el chofer no me hablaba, el auto estaba en completo silencio, hasta la radio estaba apagada, sentí algo en mi interior, no sé que fue, sólo me pedía que girase mi cabeza y que mirara hacia atrás así lo hice...pude ver a mi madre y a mi padre parados frente a sus tumbas, abrazados, me sonreían, les sonreí, levanté mi mano y los saludé, mientras el auto se iba alejando me puse a pensar, tal vez la muerte no es tan mala como pensamos, lo comprobé luego de ver a mis padres juntos nuevamente, y ver que eran felices. Alma.