sábado, 24 de septiembre de 2016

SENTENCIAS POR PUBLIO SYBO

- Espera de otro lo que tú le hagas.
- Que tus lágrimas aplaquen la cólera de quien te ama.
- Una deuda es para el hombre libre cruel esclavitud.
- Preferimos los bienes de otros, que a su vez prefieren los nuestros.
- No cifres tu regocijo en la desgracia ajena.
- Ama a tu padre, si es justo; si no lo es, sopórtale.
- Reconoce los defectos de tu amigo, no los odies.
- El único lazo de amistad es la confianza.
- La desgracia nos pone de manifiesto si tenemos un amigo o solamente su imagen.
- El amor no puede ocultarse, puede extinguirse.

OFRENDA LÍRICA Por RABINDRANATH TAGORE (Selección)

11
Dios está donde el labrador cava la tierra dura, donde el picapedrero pica la piedra; está, con ellos, en el sol y en la lluvia, lleno de polvo el vestido. ¡Quítate ese manto sagrado y baja con tu Dios al terruño polvoriento!. ¿Libertad? ¿Dónde quieres encontrar libertad? ¿No se ha atado él mismo, lleno de alegría, a la Creación? ¡Sí, él está atado a nosotros todos para siempre!. ¡Sal ya de tu éxtasis, déjate ya de flores y de incienso! ¿Qué importa que tus ropas se manchen o se andrajen? ¡Ve a su encuentro, ponte a su lado, y trabaja, y que sude tu frente!.

13
La canción que yo vine a cantar no ha sido aún cantada. Mis días se me han ido afinando las cuerdas de mi arpa; pero no he hallado el tono justo, y las palabras no venían bien. ¡sólo la agonía del afán en mi corazón!. Aún no ha abierto la flor, sólo suspira el viento. No he visto su cara ni he oído su voz; sólo oí sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino. Todo el día interminable de mi vida me lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él; pero no encendí la lámpara y no puedo decirle que entre. Vivo con la esperanza de encontrarlo; pero ¿Cuándo lo encontraré?

32
Los que me aman en este mundo hacen todo cuanto pueden por retenerme; pero tú no eres así en tu amor, que es más grande que ninguno, y me tienes libre. Nunca se atreven a dejarme solo, no los olvide; pero pasan y pasan los días y tú no te dejas ver. Y aunque no te llame en mis oraciones, aunque no te tenga en mi corazón, tu amor siempre espera a mi amor.

Una alegoría del hambre Por Ezequiel Feito

-Amiga mía, mira el cielo:
no he bebido ni una sola estrella...
Cuéntalas, ninguna falta, pues mis labios
jamás han probado una.


El sol y la luna nunca fueron de mi agrado;
ni siquiera las altas montañas ni los profundos mares
tentaron mi apetito.
Los bosques y las ciudades me han sido indiferentes
y aún el pastoso árbol y la mínima alimaña
pasado por mi boca.

-Entonces, ¿de qué te alimentas?

-De noche bebo el vacío.
Ese inmenso vacío donde las galaxias
han abandonado sus fantasmas para siempre.

Gacela Virgen Por Clotilde Román -España

Embrión de noche templada,
El viento, vino a mi almohada.
Me dijo que qué quería,
le dije que una gacela
de cintura suave y cálida.
Que me diera de sus pechos
tibia leche dulce y blanca.
Que tuviera sus cabellos
el olor de las montañas
y sus ojos el misterio,
del rocío y alborada.
La penumbra solitaria
rompió su puente de sueño
con la luz de la mañana;
y afanoso desde entonces,
anda buscando mi viento
vírgenes de seda cálida
por los altos torreones
de las altas atalayas.

Poesía 543 de Emily Dickinson

Temo al hombre de frugal diálogo-
temo a un silencioso hombre-
al charlatán  puedo soportarlo-
al parlanchín- puedo entretenerlo-

pero el que medita- cuando los otros-
expenden su remoto haber-
de este hombre soy cauteloso-
yo temo que sea preeminente-

Claro de luna para dos novios Por Ezequiel Feito

I

Duerme la luna en el cielo
con árboles como almohada;
las nubes velan su sueño,
su antiguo sueño sin pausa.

La roca, gris y desnuda,
bebe un silencio sin pausa.
Es aquí donde la muerte
de tanto en tanto descansa.

II

Sólo dos enamorados
se atreven a visitarla.
Un solo cuerpo los une,
y en sus miradas,
hay un sereno reflejo
de plata. De pura plata.

Sólo la noche,
la fría y pálida noche,
con ternura los abraza
mientras con sus labios juran
amarse como Dios ama.

Uno es su cálido aliento
-húmedo incienso del alma-

El cielo comienza a abrirse
para escuchar su plegaria:
Han unido sus destinos
sobre una Roca más alta.

III

Amor mío, en esa noche
te dije cuánto te amaba.
En la roca están grabadas,
una a una, mis palabras.

La luna sigue en el cielo
y nadie podrá bajarla.

Sin ser nadie Por Mario Bronte-España

Ser nadie.
Sin sueños, ni destino, ni nombre,
sin afán de tentativas ni refugio,
sin ti.
Sólo unos pocos libros escritos hace tiempo
y papel en blanco esperando silenciosamente
palabras de humo que el viento ahuyenta.

¿Por qué? Por Rafael Serrano Ruiz-España

Con el paso del tiempo
mayor es mi deseo de poder abrazarte.
Sentir en mi cuerpo la desnudez de tu piel.
Ya no guardo silencio,
no quiero callar nada.
Grito un deseo :
poder de nuevo
sentirme vivo.
Y con la ilusión de vivir tu desnudez,
las caricias amorosas que ello conlleva
y el dulce sabor de tu boca,
espero que tarde
o temprano
ese momento de nuevo
Llegue.

No comprendo el silencio Por Alibel Lambert

No comprendo el silencio
De las noches a solas
No comprendo esta angustia
Por saber si me nombras
Este río de preguntas
Que no tienen respuesta
Y esta pena tan honda
Que se cuela por mi puerta
Mientras tanto las horas
Son tan lentas, tan lentas
Porque tras el silencio
Se diluye tu huella
Y mientras mi alma solloza
Mi corazón espera
Aunque sea una palabra
Una llamada al menos
Para curar las heridas
De esta noche tan negra
De este oscuro silencio
De la doliente espera
Di, si este amor no vale
Siquiera una respuesta
Para qué encadenar
A mi alma en tu espera
Para qué seguir sueños
Que son sólo quimeras
Si no has de volver
Di, por lo que más quieras
Que no aguanto el silencio
Y no soporto esta espera
Esta incertidumbre
Esta noche tan negra

sábado, 17 de septiembre de 2016

SREDNI BASTAR Por Saki (seudónimo de H. H. Munro nació en 1870, en Birmania, y se educó en Inglaterra. Ejerció el periodismo y fue corresponsal de diarios británicos en diversas capitales europeas. En 1908 se estableció en Londres. Al estallar la primera guerra mundial se alistó en el ejército inglés. Murió en el frente, en Francia, el año 1916).

                           Conradín tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, el niño no viviría cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, poco se le tomaba en cuenta, pero su opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, a quien debía tomarse en cuenta. La señora De Ropp, prima de Conradín, era su tutora, y representaba para él esos tres quintos del mundo que son necesarios, desagradables y reales; los otros dos quintos, en perpetuo antagonismo con aquéllos, estaban representados por él mismo y su imaginación. Conradín pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las cosas necesarias y cansadoras: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir. La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor franqueza, no hubiera admitido que no quería a Conradín, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no era particularmente penoso. Conradín la odiaba con desesperada sinceridad, que sabía disimular a la perfección. Los escasos placeres que podía procurarse acrecían con la perspectiva de disgustar a su parienta, que estaba excluida del reino de su imaginación por ser un objeto sucio, inadecuado.
En el triste jardín, vigilado por tantas ventanas prontas a abrirse para indicarle que no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradín hallaba pocos atractivos. Los escasos árboles frutales le estaban celosamente vedados, como si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera resultado difícil encontrar quien pagara diez chelines por su producción de todo el año. En un rincón, casi oculta por un arbusto, había una casilla de herramientas abandonada, y en su interior Conradín halló un refugio, algo que participaba de las diversas cualidades de un cuarto de juguetes y de una catedral. La había poblado de fantasmas familiares, algunos provenientes de la historia y otros de su imaginación; estaba también orgulloso de alojar dos huéspedes de carne y hueso. En un rincón vivía una gallina del Houdán, de ralo plumaje, a la que el niño prodigaba un cariño que casi no tenía otra salida. Más atrás, en la penumbra, había un cajón, dividido en dos compartimentos, uno de ellos con barrotes colocados uno muy cerca del otro. Allí se encontraba un gran hurón de los pantanos, que un amigo, dependiente de carnicería, introdujo de contrabando, con jaula y todo, a cambio de unas monedas de plata que guardó durante mucho tiempo. Conradín tenía mucho miedo de ese animal flexible, de afilados colmillos, que era, sin embargo, su tesoro más preciado.
Su presencia en la casilla era motivo de una secreta y terrible felicidad, que debía  ocultársele escrupulosamente a la Mujer, como solía llamar a su prima. Y un día, quién sabe cómo, imaginó para la bestia un nombre maravilloso, y a partir de entonces el hurón de los pantanos fue para Conradín un dios y una religión.
              La Mujer se entregaba a la religión una vez por semana, en una iglesia de los alrededores, y obligaba a Conradín a que la acompañara, pero el servicio religioso significaba para el niño una traición a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el musgoso y oscuro silencio de la casilla, Conradín oficiaba un místico y elaborado rito ante el cajón de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurón. Ponía en el altar flores rojas cuando era la estación y moras escarlatas cuando era invierno, pues era un dios interesado especialmente en el aspecto impulsivo y feroz de  las cosas; en cambio, la religión de la Mujer, por lo que podía observar Conradín, manifestaba la tendencia contraria.
En las grandes fiestas espolvoreaba el cajón con nuez moscada, pero era condición importante del rito que las nueces fueran robadas. Las fiestas eran variables y tenían por finalidad celebrar algún acontecimiento pasajero. En ocasión de un agudo dolor de muelas que padeció por tres días la señora De Ropp, Conradín prolongó los festivales durante todo ese tiempo, y llegó incluso a convencerse de que Sredni Vashtar era personalmente responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un día más, la nuez moscada se habría agotado. La gallina del Houdán no participaba del culto de Sredni Vashtar. Conradín había dado por sentado que era anabaptista. No pretendía tener ni la más remota idea de lo que era ser anabaptista, pero tenía una íntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy respetable. La señora De Ropp encarnaba para Conradín la odiosa imagen de la respetabilidad.
Al cabo de un tiempo, las permanencias de Conradín en la casilla despertaron la atención de su tutora.
-No le hará bien pasarse el día allí, con lo variable que es el tiempo -decidió repentinamente, y una mañana, a la hora del desayuno, anunció que había vendido la gallina del Houdán la noche anterior. Con sus ojos miopes atisbó a Conradín, esperando que manifestara odio y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahíla de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradín no dijo nada: no había nada que decir. Algo en esa cara impávida y blanca la tranquilizó momentáneamente. Esa tarde, a la hora del té, había tostadas: manjar que por lo general excluía con el pretexto de que haría daño a Conradín, y también porque hacerlas daba trabajo, mortal ofensa para la mujer de la clase media.
-Creí que te gustaban las tostadas -exclamó con aire ofendido al ver que no las había tocado.
-A veces -dijo Conradín.
Esa noche, en la casilla, hubo un cambio en el culto al dios cajón. Hasta entonces, Conradín no había hecho más que cantar sus oraciones: ahora pidió un favor.
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
No especificó su pedido. Sredni Vashtar era un dios, y un dios nada lo ignora. Y ahogando un sollozo, mientras echaba una mirada al otro rincón vacío, Conradín regresó a ese otro mundo que detestaba.
Y todas las noches, en la acogedora oscuridad de su dormitorio, y todas las tardes, en la penumbra de la casilla, se elevó la amarga letanía de Conradín:
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
La señora De Ropp notó que las visitas a la casilla no habían cesado, y un día llevó a cabo una inspección más completa.
-¿Qué guardas en ese cajón cerrado con llave? -le preguntó-. Supongo que son conejitos de la India. Haré que se los lleven a todos.
Conradín apretó los labios, pero la mujer registró su dormitorio hasta descubrir la llave, y luego se dirigió a la casilla para completar su descubrimiento. Era una tarde fría y Conradín había sido obligado a permanecer dentro de la casa. Desde la última ventana del comedor se divisaba entre los arbustos la casilla; detrás de esa ventana se instaló Conradín. Vio entrar a la mujer, y la imaginó después abriendo la puerta del cajón sagrado y examinando con sus ojos miopes el lecho de paja donde yacía su dios. Quizá tantearía la paja movida por su torpe impaciencia. Conradín articuló con fervor su plegaria por última vez. Pero sabía al rezar que no creía. La mujer aparecería de un momento a otro con esa sonrisa fruncida que él tanto detestaba, y dentro de una o dos horas el jardinero se llevaría a su dios prodigioso, no ya un dios, sino un simple hurón de color pardo, en un cajón. Y sabía que la Mujer terminaría como siempre por triunfar, y que sus persecuciones, su tiranía y su sabiduría superior irían venciéndolo poco a poco, hasta que a él ya nada le importara, y la opinión del médico se vería confirmada. Y como un desafío, comenzó a cantar en alta voz el himno de su ídolo amenazado: Sredni Vashtar avanzó: Sus pensamientos eran pensamientos rojos y sus dientes eran blancos. Sus enemigos pidieron paz, pero él le trajo muerte. Sredni Vashtar el hermoso.
             De pronto dejó de cantar y se acercó a la ventana.
             La puerta de la casilla seguía entreabierta. Los minutos pasaban. Los minutos eran largos, pero pasaban. Miró a los estorninos que volaban y corrían por el césped; los contó una y otra vez, sin perder de vista la puerta. Una criada de expresión agria entró para preparar la mesa para el té. Conradín seguía esperando y vigilando. La esperanza gradualmente se deslizaba en su corazón, y ahora empezó a brillar una mirada de triunfo en sus ojos que antes sólo habían conocido la melancólica paciencia de la derrota. Con una exaltación furtiva, volvió a gritar el peán de victoria y devastación. Sus ojos fueron recompensados: por la puerta salió un animal largo, bajo, amarillo y castaño, con ojos deslumbrados por la luz del crepúsculo y oscuras manchas mojadas en la piel de las mandíbulas y del cuello. Conradín se hincó de rodillas. El Gran Hurón de los Pantanos se dirigió al arroyuelo que estaba al extremo del jardín, bebió, cruzó un puentecito de madera y se perdió entre los arbustos. Ese fue el tránsito de Sredni Vashtar.
-Está servido el té -anunció la criada de expresión agria-. ¿Dónde está la señora?
-Fue hace un rato a la casilla -dijo Conradín.
Y mientras la criada salió en busca de la señora, Conradín sacó de un cajón del aparador el tenedor de las tostadas y se puso a tostar un pedazo de pan. Y mientras lo tostaba y lo untaba con mucha mantequilla, y mientras duraba el lento placer de comérselo, Conradín estuvo atento a los ruidos y silencios que llegaban en rápidos espasmos desde más allá de la puerta del comedor. El estúpido chillido de la criada, el coro de interrogantes clamores de los integrantes de la cocina que la acompañaba, los escurridizos pasos y las apresuradas embajadas en busca de ayuda exterior, y luego, después de una pausa, los asustados sollozos y los pasos arrastrados de quienes llevaban una carga pesada.
-¿Quién se lo dirá al pobre chico? ¡Yo no podría! -exclamó una voz chillona.
Y mientras discutían entre sí el asunto, Conradín se preparó otra tostada.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Amor eterno Por Gustavo Adolfo Bécquer

Podrá nublarse el sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

Tu Dulzura Por Alfonsina Storni

Camino lentamente por la senda de acacias,
me perfuman las manos sus pétalos de nieve,
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve
y el alma es como espuma de las aristocracias.

Genio bueno: este día conmigo te congracias,
apenas un suspiro me torna eterna y breve...
¿Voy a volar acaso ya que el alma se mueve?
En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias.

Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego,
llenóseme la boca de mieles perfumadas.

Tan frescas que en la limpia madrugada de Estío
mucho temo volverme corriendo al caserío
prendidas en mis labios mariposas doradas.

Mi mestiza Por Jaime Dávalos

Carne de greda inocente,
siempre recuerdo tu piel,
tengo las manos untadas
con la mansedumbre de tu desnudez.

Barro caliente tu boca
con su gustito de miel,
la soledad de los montes
se entrega al besarte, desnuda también.

Cuando madura la luna
en la flor del alfalfar,
el viento tiembla en los sauces
y mi sangre sola te empieza a nombrar.
Deja que llore tu ausencia
mientras la tarde se va,
porque me acosa la noche
por los cuatro rumbos de la soledad.

Toda torneada de arcilla
te doran las lunas rituales y el sol.
indios y moros forjaron
tu piel que es imperio del sueño español.

AL SUR DE DA NANG Por DAVID ÁLVAREZ MORGADE

Donde la liana ha tejido
filigranas en la. sombra,
los presagios son bramidos
que bailan entre las hojas.

Hay una escuela en el sitio
que un claro a la selva roba
y un pájaro tiene nido
sobre el bambú que la ronda.

Un sampán, lejos, perdido,
cauces oscuros remonta
y los ojos del felino
son dos joyas en las sombras.
(Bajan siniestros graznidos
sobre campesinas zonas)

Qué pasa? Qué ha sucedido
que estalla la selva en ondas?

Quién dijo: "sumar prohibido"?
Quien dijo: “la escuela sobra"?

Serpiente que huye en silbido,
chispas por el aire, locas
y un pájaro enloquecido
golpeando sus alas, rotas.

(Hay un cuaderno partido,
manchado, junto a una roca)

Viaja un junco hacia, el olvido.
Salta un mono entre las chozas.

(Quién dijo: ''Sumar prohibido"?)
(Quién dijo: 'La escuela sobra"?)

Quién, que el pueblo campesino
 merece, por libre, bombas?

Fueras aviones y alaridos!
Libre, Vietnam, de las botas!

El Amor: todos los nidos.
La Paz: en todas las bocas.

La luna, lo dolorido,
con triste caricia toca.

Hay un cuaderno.    Partido.
Manchado.   Junto a una roca.

(1965)

AMANTES BAJO LA LLUVIA Por Manuel J. Castilla

Vosotros que os amáis bajo la lluvia,
vosotros, dulces amantes
ciegos de amor, casi dolientes,
hundidos en vuestro sueño
como en un tenue pantano de lirios
vais afirmando la eternidad de la belleza.
Qué hermoso es que no oigáis
el canto de los pájaros entre las hojas sobre vuestras cabezas
y que la lluvia sea en vuestro alucinamiento
sólo un agua de estrellas.

Todo en vosotros es luz naciente y savia,
una humedad que sube de la tierra
y os cubre de musgo
hasta volveros suave naturaleza enamorada.
Los pájaros cantan en la lluvia
ajenos a vuestro amor
y sobre vuestros cabellos mojados
las hojas caen como desde una corona rota.

Sólo vosotros estáis prolongando la vida,
la abierta vida que fluye de los besos
como una fruta celeste y carnosa;
sólo vosotros festejáis la entrega del almíbar
y del polen a los dedos del viento;
de vuestro amor el vino viene lleno de toros
furiosos y cristalinos;
de lo que vosotros construís en este instante
nos nutrimos sedientos;
por vosotros, amantes,
por vuestro celeste choque,
por vuestro arrebatado incendio triste
las lágrimas son duros crisantemos en nosotros.

Amantes, ciegos amantes de la lluvia.

Nuestra pena cae a vuestros pies
Como muchas hojas húmedas.

MOZAS DE CÁNTARO Por Luis Franco

La mansedumbre amorosa del ala del palomo
la del largo crepúsculo. El agua de la acequia
ahora canturrea más clara. El cinamomo
con su aroma antiquísimo y religioso obsequia.

Las lentas aguadoras han llegado a la acequia.

Y cada cual su cántaro bruno o bermejo llena
tapándole la boca con follaje, sin prisa.
La acequia está olorosa de menta y hierbabuena.
Y el pintoresco grupo dice entre risa y risa
sus bromas y sus chismes. Fluye el agua de prisa.

Y poniendo un rodete de trapo en la cabeza,
alzan, corona fresca, la tinaja cantante.
Y vuelven al camino. Con donosa destreza,
muchas de ellas, llevando las manos adelante,

hacen girar el huso, ligero y susurrante.

El esfuerzo del cántaro da relieve a los pechos.
Brillan los ojos zarcos y los ojos oscuros;
las curvas de los cuerpos y de la senda, a trechos
se confunden en besos armoniosos y puros.

Del cántaro hermanitos menores son los pechos.

Se ven piernas morenas y se ven piernas blancas,
y tobillos desnudos, así como en un friso.
Algunas trenzas rozan las ancas. Y las ancas
se mueven con un ritmo preciso e impreciso.

El desfile es tan puro que se dijera un friso.

Mansedumbre amorosa del ala del palomo,
la del largo crepúsculo. El agua de la acequia
ahora canturrea más clara. Un cinamomo
con su aroma antiquísimo y religioso obsequia.
Las lentas aguadoras retornan de la acequia.

domingo, 4 de septiembre de 2016

FABULAS EN VERSO CASTELLANO Por Juan Eugenio Hartzenbusch

La verdad sospechosa


Llevaban a enterrar dos granaderos
al soldado andaluz Fermín Trigueros,
embrollón sin igual, que de un balazo
cayó sin menear ni pie ni brazo.
-¡Hola, sepultureros!
(les dijo un oficial), ¿murió ese tuno?
-Murió, (contesta, de los dos, el uno).
Aquí Trigueros en su acuerdo torna,
y oyendo la expresión, dice con sorna:
Lo que es por la presente,
me figuro que vivo, mi teniente.
A lo cual replicó su camarada:
No dé usted a Fermín crédito en nada.
Siempre embustero fue: su fin es cierto;
pero aún miente el bribón después de muerto.

Quien falte a la verdad, con eso cuente:
dirá que hay Dios, y le dirán que miente


Los Timantes


Pintaba el celebérrimo Timantes
un Júpiter con ojos fulgurantes,
rayo en la diestra y en la izquierda rayo;
y al severo pintor díjole un payo:
Si en ambas manos el rigor le pones,
¿con cuál vierte ese Dios premios y dones?

Es en la Omnipotencia
igual a la justicia la clemencia.


Los polvos de la madre Celestina


Señor maestro, (preguntó Raimundo)
los polvos de la madre Celestina,
que todo lo alcanzaban en el mundo,
¿se sabe o se imagina
de qué pudieran ser? -Cuatro ingredientes,
(díjole el preceptor) omnipotentes,
entraban en la mágica mixtura:
oro, saber, esfuerzo y hermosura.

Hoy, lo que tantas maravillas obra
es el oro no más; el resto sobra.
Por gracia, no de Dios, reina el dinero,
soberano señor del mundo entero..


El espejo y el agua


Disputaron el agua y el espejo,
y fue la riña del tenor siguiente.
-ÉL: Yo, de genio duro, lo reflejo
todo sin aprensión exactamente.
-ELLA: Pues yo, con mi carácter blando,
todo lo pinto a medias y jugando.
-El defecto menor, el más pequeño
tizne que manche un rostro, yo lo enseño.
-La mancha enseñarás; pero, amiguito,
hago yo más que tú, pues yo la quito.

Enoja la desnuda reprimenda;
dulce amonestación produce enmienda

Manos Trabajando - Por Héctor Fuentes

        Una tarde de sol ingreso al local de “Manos trabajando”. Los chicos salen a mi encuentro. Se ríen estruendosamente cuando los invito al programa de radio. Se hacen chistes entre ellos, mientras me invitan a pasar del otro lado del mostrador.
Sobre el fondo del local Rosa Flores envuelve canelones. Sin detenerse un instante empieza a contarme la historia. Rosa es la madre de Ramón, el encargado de levantar los pedidos. Juntos forman una verdadera coraza que los protege de todos los maleficios. Juntos han podido doblegar la adversidad, hasta convertirla en un pájaro alegre que se les escapa de la boca. Así se ayudan y se dan fuerza. Así generan un campo magnético indestructible, en donde cada instante se vive con renovada intensidad.
Paulo se acerca y me convida un mate. Paulo Capra es otro de los encargados de levantar los pedidos. Tiene la risa fácil y el corazón contento. Siempre bien dispuesto, viaja de aquí para allá con su mate humeante. Quizás no lo sepa, pero en ese pequeño gesto, lleva el antídoto que derrota el cansancio y distrae por un buen rato todas  las preocupaciones.
Sandra Altuna y Luli Lucero entran en acción. Rodean a Rosa y la abrazan. Allí se cierra el círculo. Allí comprendo todo. La energía circula por los brazos de los chicos y se realimenta a su vez en los brazos de Rosa. En esa danza espontánea le demuestran una vez más cuánto la quieren.
Ella me cuenta que a veces está cansada. Me dice por lo bajo: “Hay días que vengo desganada, acarreando los problemas de mi casa. Pero llego y me olvido de todo. Esto no lo hago por obligación, lo hago para estar con ellos y contenerlos”.
Rosa es un poco la madre de todos. Tira del carro con la fuerza de un verdadero gigante. Tira convencida de que saldrán adelante. Tira porque al tirar, la cuerda se tensa como un arco que dispara una flecha.
El cariño tiene aquí la fuerza de una inmensa usina. ¿De dónde sacan los productos que elaboran? Hay hornos poderosos dentro de cada uno de ellos. Hay mecheros que funden el acero. Y hay sartenes y ollas y mesas enormes que sabiamente combinadas dan por resultado un exquisito plato principal: el noble producto que nace de muchas manos, interconectadas por el mismo corazón.
Esta es una historia que no sabe dar marcha atrás. Cada día es una conquista, y cada conquista alumbra un nuevo día. Miles de esos días conquistados se notan en las caras relucientes de los chicos. Son caras de agradecimiento, caras de bondad infinita, caras expresivas que aprendieron a mirar otro futuro, un futuro luminoso.
Mi insistencia al recordarles la hora y el día del programa, los hace reír. Ríen y me convidan otro mate. Rosa Flores me cuenta que a veces no puede dormir pensando en el pago del alquiler. Su mirada se turba y por allí entran como una ráfaga algunos problemas que la desvelan. Es una mujer firme y fuerte, de ojos cansados pero siempre desafiantes. ¿Cómo no sentir que esos ojos acarician? ¿Cómo no entender en esa mirada la culminación de un sueño?
De pronto las puertas rechinan y la luz de la tarde resplandece desde la calle. Ha entrado un cliente, y los chicos salen a su encuentro.
Otra vez gira la rueda. Los engranajes se mueven y la acción se dispara. Una tarta sale del horno y los chicos la entregan. El cliente dice gracias y saluda contento. Rosa termina finalmente de envolver los canelones. Cuando los cuenta los números no cierran: hay uno de más. Va de yapa, dice, y su risa me contagia. Me despido y los chicos me acompañan. Salgo del local a la vez que entro por la puerta grande de las causas justas.


De su libro “Rueda la pelota”

NIEBLA Por Victoria Gonzáles Badani.

Entro al universo oscuro de aventuras
se apaga el sol junto al camino
temblorosos los vientos no me guían
extraviada busco huellas en la bruma.

Las estrellas escondidas en la noche
vagan los astros confundidos
y el canto de los grillos
se perdió junto a la aurora.

Emergen del silencio máscaras furtivas
acercan y alejan insólitas comparsas
mustios  mis sentidos imploran impacientes
el soplo de luz que busco entre las sombras.

LA VICTORIA Por RICARDO GUTIÉRREZ.

¡Ah!  no  levantes  canto  de  victoria
en el día sin sol de la batalla;
que has partido la frente de tu hermano
con  el  maldito  golpe de la espada!

Cuando se abate el pájaro del cielo,
se estremece la  tórtola en  la  rama;
cuando se postra el tigre en la llanura
las  fieras  todas  aterradas  callan!...

¿Y tú levantas himno de victoria
en  el día  sin  sol  de la batalla?
¡ Ah! sólo el hombre, sobre el mundo impío
en la caída de los hombres canta!

Yo no  canto la  muerte  de  mi hermano
márcame con el hierro de la infamia,
porque en el día en que su sangre viertes
de mi trémula mano cae el arpa!