sábado, 22 de octubre de 2016

La astilla Por Alexandra Brito-Perú

No se sabe a ciencia cierta, si primero sucedió el accidente de la astilla o debutaba su
pasión por la pintura, ningún adelanto de la medicina fue capaz de curar ese mal que le
aquejaba cada noche, atrayendo un inevitable desvelo que lo llevaba frente a sus lienzos
en los cuales descargaba furiosas pinceladas con acrílicos grises, aceituna y negros la
magnitud del sufrimiento.
Afuera... en la galería donde sus cuadros eran expuestos aumentaba su fama por la
crudeza manifiesta, incluso sus obras estaban siendo reconocidas fuera del país.
Pero la astilla cada vez punzaba con mayor fuerza, atravesando su calma, calvario que
en el día le impedía moverse libremente y por las noches no acertada a encontrar la
posición que le permita descansar, dolor de fuego, ardor que atraviesa los huesos
rompiendo la paz, el deseo por la vida, abriendo paso al inexorable túnel de la locura.
Por consejo de un colega fue a visitar como último recurso a un extraño curandero
étnico. Con sabiduría milenaria, brebajes y menjurjes herbolarios puso punto final al
mal del atormentado pintor.
Fueron muchos días de celebración por su nuevo estado, largas noches de juerga,
Risotadas y proyectos para una nueva y opulenta vida.
La octava noche cuando se disponía a dormir con la serenidad que tanto había anhelado
se levantó de un sobresalto, se paró frente a un lienzo, hizo trazos congruentes, tan
normales, totalmente armoniosos, inexpresivos, ausentes de tragedia, sus manos no
atinaban a plasmar con nitidez la perfecta desgracia.
Sentado al borde de su cama lloró inconsolablemente por el gran error de haberse
liberado del fragmento de la espina que nutría su inspiración.

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