sábado, 30 de abril de 2016

HEROICIDAD Por Ricardo Palma

¡No bebo más! ¡No bebo! — repetía
Uno a quien siempre conocí borracho.-
No quiero ser más débil que un muchacho.
Alguna vez tengamos energía.
¡Nada! Aunque Cristo Padre me lo mande,
Juro no beber más, chica ni grande.

Esto diciendo lo encontró su amigo
Perucho Papahígo,
Que es otro borrachín de tomo y lomo,
Y díjole - ¡Alto ahí!, ¿qué es eso? ¡cómo!
¡Qué! ¿no remojaremos la palabra?
Abra usted, patrón, abra
El ventanillo y sirva prontamente
Dos copas de aguardiente.
Cortaremos la bilis, que ella estraga
El hígado y el bazo... ¡soy quien paga!

El otro vaciló; porque terrible
Era para él la tentación aquella;
Pero a la postre consiguió vencerla
Y contestó con voz desapacible:
- ¡Dispénseme!.,, no bebo... lo he jurado...
- ¡Pues vete a cazar moscas, renegado!

Y nuestro hombre siguió la calle arriba
Exclamando: - ¡Que viva! ¡
Vaya si soy valiente!
Tengo el alma templada como acero.
No hizo lo que he hecho Napoleón primero.
¿Cómo a la tentación resistir pude?
No seré yo quien de prodigios dude
Que obra la voluntad omnipotente.
¡Heroico es lo que hago!
¡Entremos donde Broggi!... Francamente,
Tamaña heroicidad merece un trago.

EL ÚLTIMO ESCLAVO Por Manuel Serafín Pichardo

Recia espalda y anchurosa,
Corta frente, cuerpo bajo,
Y la pasa entrecanosa
Como gris espumarajo.

Tez abrupta, sin perfil,
Cual escamoso terrón
Donde blanquea el marfil
en la grieta del carbón.

Vino en un barco negrero,
Del África occidental,
Y le atezó más el fiero
Toque del sol tropical.

Cual profundos arponazos,
De la esclavitud testigos,
Muestra en tobillos y brazos
Las huellas de sus castigos.

Sin encono y sin piedad,
Cuando el cubano guerreaba,
Peleó por la libertad,
Sin saber por qué peleaba.

Y concluida la guerra,
Premiado con el desvío,
Y echado sobre la tierra
A la puerta del bohío,

Mientras tuerce a su manera
La vitela de un habano,
Y del café en la caldera
Tuesta el oloroso grano,

Desfilan ante sus ojos,
Por la vejez azulados,
Cual nostálgicos despojos
De tiempos nunca olvidados,

El verde cañaveral,
El trapiche y el batey,
Su verdugo: el mayoral,
Y su compañero: el buey,

Su tambor y sus verduras,
Su conuco y su machete,
Del cepo las herraduras
Y el herraje del grillete;

Sin que, en su antiguo gozar,
Nuevamente su alma vibre,
Y sin saberse explicar
¡La ventura de ser libre!

Greguerías Por RAMÓN GONZÁLEZ DE LA SERNA

- El péndulo del reloj acuna las horas.

- En los hilos del telégrafo quedan, cuando llueve, unas lágrimas que ponen tristes los telegramas.

- Al sentarnos al borde de la cama, somos presidiarios reflexionando en su condena.

TRADICIONES Y OBSERVACIONES DEL TALMUD

El Talmud es una gran colección de leyes judaicas, exégesis, parábolas, comentarios bíblicos, etc., no comprendidas en el Antiguo Testamento. Se divide en dos partes: la Mishna y la Gemara. La primera es una compilación hecha por el Rabino Judá hacia el año 200, sobre tradiciones y decisiones rabínicas; la segunda es una colección de comentarios á la primera, de algunos siglos más tarde. Hay dos Talmudes, el de Jerusalén y el de Babilonia: el primero contiene las decisiones y comentarios de los rabinos de Palestina desde el siglo segundo hasta mediados del quinto ; en el otro están las de los rabinos de Babilonia desde el año 190, al siglo séptimo.



LOCURA  DE  LA  IDOLATRÍA

         Terah, padre de Abraham, según la tradición, fue no sólo idólatra, sino constructor de ídolos, los que acostumbraba a exhibir en público, para venderlos. Viéndose un día obligado a salir para sus asuntos particulares, dijo á Abraham que le substituyera. Éste obedeció de mala gana.
—¿ Cuál es el precio de ese dios ?—preguntó un viejo que acababa de entrar en la tienda, señalando un ídolo que había llamado su atención.
—Anciano—dijo Abraham,—¿ me será permitido preguntarte qué edad tienes?
—Tres veintenas de años—repuso el viejo idólatra.
—¡ Tres veintenas de años!—exclamó Abraham,—¿ y quieres adorar un objeto que ha sido construido por las manos de los esclavos de mi padre no hace aún veinticuatro horas?
No comprendo, en verdad, cómo un hombre de sesenta años quiere humillar sus canas ante un ser nacido hoy.
El viejo se retiró corrido y avergonzado.
Después de esto llegó una apacible y grave matrona, llevando en la mano un gran plato lleno de harina.
—Aquí te traigo—dijo—un presente para los dioses. Colócalo ante ellos, Abraham, y ruégales que sean propicios.
—Colócalo tú misma, necia mujer—contestó Abraham;— pronto vas a ver con cuánta voracidad lo devoran.
Ella lo hizo así. Entretanto, Abraham tomó un martillo y rompió todos los ídolos en pedazos, excepto el mayor de todos, en cuyas manos colocó el instrumento de destrucción.
Terah regresó, y con la mayor sorpresa e indignación contempló el destrozo que habían hecho entre sus dioses favoritos.
—¿ Qué es esto, Abraham ? ¿ Qué miserable profano se ha atrevido a tratar a nuestros dioses de esta manera ?—exclamó el infatuado e indignado Terah.
—¿ Cómo podría ocultar nada a mi padre ?—repuso el piadoso hijo.—Durante tu ausencia llegó una mujer con presentes para los dioses, y los colocó ante ellos. Los dioses más jóvenes, que como es de suponer, hacía largo tiempo no habían probado bocado, alargaron vorazmente las manos y empezaron a comer antes que el viejo dios les diera permiso para ello. Furioso por su atrevimiento, levantóse, cogió el martillo, y les castigó en esta forma por su falta de respeto.
—¿ Quieres burlarte de mí ? ¿ Quieres engañar a tu anciano padre ? — exclamó Terah furioso. — ¿ Acaso no sé yo muy bien que ni comen, ni se enfadan, ni se mueven ?
—Siendo así—repuso Abraham—¿ por qué les concedes honores divinos, les adoras y quieres que yo los adore también ?
Fue en vano que Abraham quisiera convencer a su idólatra padre. La superstición es a la vez sorda y ciega. El desnaturalizado Terah le entregó al cruel tribunal de Nimrod, quien también era idólatra. Pero un padre más misericordioso, el bendito Padre de todos, le protegió contra el peligro que le amenazaba; y Abraham llegó a ser el padre de los fieles.



BENDICIONES   DISFRAZADAS

        Obligado por violenta persecución a abandonar su país natal, el Rabino Akiba cruzaba estériles, desolados y tristes desiertos. Todo su equipaje consistía en una lámpara, que acostumbraba a encender de noche para estudiar la Ley; un gallo, que le servía de reloj, para anunciarle la naciente aurora; y un asno, en el que cabalgaba.
El sol se iba ocultando gradualmente bajo el horizonte, la noche se iba acercando, y el pobre vagabundo no sabía donde reclinar su cabeza, ni donde reposar sus cansados miembros. Fatigado y casi sin fuerzas, llegó por fin cerca de un pueblo, alegrándose de encontrarlo habitado; pensaba él que allí donde se cobijan seres humanos se cobija también la humanidad y la compasión; pero se equivocaba. Pidió alojamiento para una noche, y le fue rehusado. Ni uno de aquellos inhospitalarios habitantes quiso recibirle, viéndose obligado a buscar refugio en el bosque vecino.
—Es duro, muy duro—se decía—no encontrar un techo hospitalario donde guarecerme contra las inclemencias del tiempo, pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Sentóse al pie de un árbol, encendió su lámpara, y se puso a leer la Ley. Apenas había leído un capítulo, cuando una violenta tempestad apagó la luz.
- ¡Cómo! — exclamó. — ¿Ni siquiera me será permitido proseguir mi estudio favorito ? Pero Dios es justo y todo lo que hace está bien hecho.
Se recostó en el duro suelo en busca de algunas horas de descanso. No bien había cerrado los ojos, cuando un lobo feroz se acercó y mató al gallo.
—¿ Qué nueva desgracia es esta ?—dijo el admirado Akiba.-¡ Mi vigilante compañero no existe ya! ¿ Quién me despertará en adelante para estudiar la Ley ? Pero Dios es justo; El sabe mejor lo que nos conviene a nosotros, pobres mortales.
Apenas había terminado la frase cuando vino un terrible león y devoró al asno.
—¿ Qué voy a hacer ahora ?—exclamó el triste peregrino.—No tengo ni lámpara, ni gallo, mi pobre asno ha desaparecido también. . todo se ha perdido. Pero Dios sea loado, pues todo lo que hace está bien hecho.
Pasó la noche en vela, y temprano por la mañana se dirigió al pueblo para ver si podía procurarse un caballo u otra bestia de carga que le permitiera proseguir su viaje. ¡ Pero cuál no sería su sorpresa al no encontrar un solo ser vivo!
Al parecer, una partida de ladrones había entrado en el pueblo durante la noche, matado sus habitantes y saqueado sus casas. Tan pronto como Akiba se hubo repuesto del espanto en que le había sumido aquel caso extraordinario, levantó la voz, exclamando:
- ¡ Oh, Dios grande, Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, ahora sé por experiencia, que los pobres mortales somos cortos de vista y ciegos; a menudo consideramos como un daño lo que es causa de nuestra salvación. Pero sólo Tú eres justo, y bueno, y misericordioso. Si estas gentes de corazón endurecido no me hubiesen arrojado del pueblo con su falta de hospitalidad, seguramente que hubiera corrido la misma suerte que ellos. Si el viento no hubiese apagado mi lámpara, los ladrones hubieran sido atraídos por la luz y me habrían asesinado. Comprendo también que fue un favor librarme de mis dos compañeros, pues ellos con su ruido hubieran podido descubrir mi presencia a los bandidos.
¡Alabado sea tu nombre por los siglos de los siglos!