sábado, 4 de junio de 2016

DOS POESÍAS DE RAY BRADBURY - EXTRAÍDAS DE SU LIBRO “ZEN EN EL ARTE DE ESCRIBIR”

VE CON PATA DE PANTERA
ADONDE DUERMEN LAS VERDADES MINADAS


No aplastes ni arrebates; descubre y conserva;
con paso de pantera ve adonde duermen las
verdades minadas
a detonar con sigilo las semillas ocultas
para que en tu estela, invisible, ignorada,
brote una riqueza exuberante y quede atrás
mientras te escabulles fingiendo que eres ciego.
Al volver al sendero que abriste en la jungla
descubre los desechos que hiciste a un lado;
las mínimas verdades y las grandes han aflorado allí
donde antes diste tumbos con loca inconsciencia
o algo parecido. Y así esas minas fueron detonadas
en fácil juego de paso y pisada y hallazgo;
pero sobre todo paso suelto; pisada, muy poca.
Presta atención, pero una pizca.
Desdeña el cuidado, muéstrate distante, haz caso
omiso
de las millas, y detrás de tu sonrisa, como gatos,
vendrán a ronronear las metáforas, cada una un
orgullo,
una espléndida bestia de oro que llevabas oculta,
convocada ahora en cosechas de sabana
vuelta elefante agamuzado que estremece
y atrona y desencaja para que la mente pasmada,
contemple la belleza pero perciba el defecto.
Luego, visto el defecto, como lunar en la más bella,
apresúrate a reconocer, entero, el Todo.
Hecho lo cual, finge no guardar ningún
conocimiento;
con paso de pantera ve adonde duermen las
verdades minadas.



TENEMOS EL ARTE PARA QUE LA VERDAD NO NOS MATE


¿Sólo conoces lo Real? Cae muerto.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos el arte para que la verdad no nos mate.
Para nosotros el mundo es demasiado.
Después de cuarenta días el Diluvio sigue.
Las ovejas que pastan allá lejos son chacales.
Ese tictac en tu cabeza es de verdad el Tiempo
y vendrá por la noche a sepultarte.
El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba,
y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras.
necesitamos que el Arte enseñe a respirar
y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía
del Diablo
y la edad y la sombra y el coche que atropella,
y al payaso con máscara de Muerte
o la calavera que con corona de Bufón
a medianoche agita cascabeles
de óxido sangriento y matracas gruñonas
que estremecen los huesos del desván.
Tanto, tanto, tanto... ¡Demasiado!
¡Destroza el corazón!
¿Y entonces? Encuentra el Arte.
Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas.
Baila. Prueba el poema. Escribe teatro.
Más hace Milton que Dios, aun borracho,
para justificar los modos del Hombre con el Hombre.
Y el divagante Melville se toma en serio la tarea
de encontrar la máscara bajo la máscara.
Y la homilía de Emily D. señala el basurero
de nuestras anomalías.
Y Shakespeare envenena el dardo de la Muerte
y la herramienta de un arte de enterrador.
Y Poe construye un Arca de huesos
porque ha presentido un diluvio de sangre.
La muerte es una dolorosa muela del juicio;
extrae esa Verdad con las tenazas del Arte
y emploma el abismo en donde estaba
oculta en las sombras con el Tiempo y las Causas.
Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón
con la boca de Yorick demos gracias al Arte.

HIMNO AL DIOS MERODACH SALMO ACADIANO (300. A. C.)

¿Quién escapará de tu poder?
¡Tu voluntad es un eterno misterio!
Tú lo demuestras en los cielos
y en la tierra.
Mandas al mar y el mar te obedece.
Mandas á las tempestades
y las tempestades se calman.
Mandas al sinuoso curso del Éufrates,
y la voluntad de Merodach
detendrá sus avenidas.
¡Señor!¡Tú eres santo!
¿Quién es semejante á ti?
Merodach, tú eres enaltecido
entre todos los dioses.

EL TOCADO DE UNA MUJER Por Lucilio

Gran porción de cabellos bien rizados,
De pomadas, y afeites de tu aprecio,
Y de dientes y chismes encerados.
Te ha costado adquirir a muy buen precio;
 Lo que en resumen forma una careta.
Por el coste de tanta chuchería.
Más cuenta te tendría
El comprar una máscara completa.

LOS TRES AMIGOS Por JUAN HÉRDER.

Tuvo un hombre tres amigos,    
Y no es gran cosa tener
Tres seres a quien hacer
De nuestra dicha testigos.

Yo no sé por qué razón
Mientras a los dos quería,
El tercero no tenía
Gran sitio en su corazón.

Pues fue acusado una vez
De un crimen: y aunque inocente,
Tuvo necesariamente
Que presentarse ante el juez.

No era bien, por vida mía,
Ir solo; así lo creyó
Y a sus amigos rogó
Que le hiciesen compañía.

El primero, con razones
De más o menos valer
Se excusó por no tener
En su casa desazones.

El segundo, al tribunal
Aunque reacio llegó;
Mas sin entrar se volvió,
Temeroso de algún mal.

El otro, que fue aquel día
Con el que menos contara,
Por ser su amistad muy rara
Y de poca simpatía,

Entró con él; y de un modo
Habló con tanta elocuencia,
Que el juez, viendo su inocencia,
Le absolvió al punto de todo.

Y no tan sólo perdón
Obtuvo, sino que el juez
Creyó que era aquella vez
Justicia un buen galardón.

Y así, juzgando en conciencia,
Galardonó al acusado:
Que el juez se siente obligado
Cuando es mayor la inocencia.

Tiene el hombre, a no dudar,
Tres amigos de interés:
¿Cómo se portan los tres
Cuando el hombre va a expilar?

El dinero es el primero
Que en el sepulcro le deja;
Porque allí no se maneja
El no ser con el dinero.

Los parientes en tropel
Le acompañan con dolor,
Hasta que el enterrador
Se enciende a solas con él.

El otro amigo, el que cuida
De su afecto en un mal paso,
Aquel de quien no hizo caso
En los trances de la vida,

Aquel que con consecuencia
No le causa nunca enojos
Y entorna al  morir sus ojos,
Es, una recta conciencia.

CANSANCIO Por H. W. LONGFELLOW (Traducción de Olegario V. Andrade.}


¡Oh! pequeños pies que en giro errante
Iréis por largos años
Al través de esperanzas y temores;
Que a padecer iréis, al abrumante
Paso de vuestra carga, mil dolores;
¡Yo que me acerco a la postrer posada
Donde tiene la paz su dulce asiento,
Pienso en vuestra jornada,
Y fatigado el corazón me siento!

¡Oh! pequeñuelas manos, que el destino,
Ya débiles, ya fuertes,
Para el mando os reserva o la obediencia;
¡Yo que postrado al fin de mi camino,
Trabajé tanto tiempo en mi existencia
Con mis libros y pluma—y generoso
Al hombre consagré mi pensamiento,—
Pienso en vuestra faena pesaroso,
Y fatigado el corazón me siento!

¡Oh tiernos corazones, que agitados
En febril impaciencia
Palpitáis presurosos sin que nada
Sus deseos limite inmoderados!
¡Mi corazón, que en la vital jornada
Por tanto tiempo ha ardido,
Su fuego oculta ya bajo pasiones
Que en cenizas la edad ha convertido!

¡Oh pequeñuelas almas! blancas, puras,
Límpidas cual los rayos
Que caen del cielo, su divina fuente,—
Ya próximo a romper las ligaduras
Del mundo halagador—¡mi sol poniente
Cuan rojo me parece cada día,
Ya envuelto entre la niebla de los años,
Y cuan triste mi alma y cuan sombría!

EL POETA Y EL RATON Por Aristón

Ratoncillo: si viniste
Buscando pan, ve a otra parte:
Pobre morada es la mía.
Vete, pues, donde tu hambre
Aproveche las migajas
De suculentos manjares,
Higos secos y las sobras
Del festín de mesas grandes.
Si tus dientes en mis libros
Llegan al fin a clavarse,
¡Infeliz de ti! Es orgía
Que un fin funesto ha de darte.

LA VID Y EL ABETO Por Teodoro Koerner

Orgulloso hasta las nubes
Te elevas, la vid decía
Al abeto cierto día,
Mas sin gracia y recto subes.
Aspira el soplo del aura
A tu sombra el caminante,
Mas sus fuerzas lo bastante
Mi zumo en breve restaura.
En el otoño el contento
Soy del hombre en su mansión,
Y reanimo el corazón
Del anciano macilento.
Dijo la vid, y un suspiro
El mudo abeto lanzó.
—Es verdad, le contestó;
Tus cualidades admiro.
Mas la paz que en dar no tardo
A aquel cuya vida es triste,
Nunca dársela pudiste:
¡En su ataúd yo le guardo!