Un águila real,
con rápido vuelo
se subió a la cima
de un áspero cerro
al pie de la cumbre
en un prado ameno,
un feroz león
estaba durmiendo.
La águila de lo alto
quiso conocerlo
y hacía el prado airosa
se dirigió luego.
El león al ruido
despertó soberbio,
y alzando al instante
su dorado cuello
irguió su melena
con gala y denuedo
y de rey vestido
se mostró al momento.
Revolvió la cara
con aire y despejo,
y, con la cabeza
le hizo acatamiento.
Acercóse aquélla
con pasos severos
y entablaron ambos
su razonamiento.
Este se redujo
a hacer menosprecio
de los brutos y aves
con denuestos feos
diciendo que estaban
en el universo,
las especies de ambos,
bajo sus imperios
vanidad fundando
en sus nacimientos.
Pero un corderito,
que había estado oyendo
toda la parola,
sin ser visto de ellos,
(allá para sí)
prorrumpió diciendo:
No hay duda en que sois
por vuestros abuelos
de aves, y de brutos
monarcas excelsos,
pero si tenéis
tan perversos hechos,
que el hurto y rapiña
es vuestro elemento,
la grandeza vuestra,
ni en chanzas la quiero,
pues soy de dictamen
por lo que penetro,
que el lustre, y realce
de más alto precio
es el que uno adquiere
por sí, siendo bueno.
En la fabulita
nos dice el cordero
que jamás hagamos
gala con exceso
del blasón y gloria
de nuestros mayores
que heredado habernos
y que procuremos,
con nuestra conducta
y procedimientos
adquirirla nueva
por nosotros mesmos.
¡Bienvenidos! Este blog de literatura está abierto a todo tipo de lectores. Quienes lo hacemos no tenemos otra motivación que el de compartir la lectura de las obras de escritores de todos los tiempos, así como también las de aquellos que se inician y también merecen difusión.
domingo, 14 de agosto de 2016
AL CENSOR EN BUENOS AIRES Por DOMINGO DE AZCUÉNAGA.
Señor censor; mí amigo, usted no sabe
En el berenjenal que se ha metido.
Si nos lava la cara, es mal querido
De todo pensador discreto y grave
Si escribe la verdad, en cuanto cabe.
Es de todo un pedante .aborrecido;
Con que así, opino, que el mejor partido
Es meterse en su casa bajo llave.
Y aunque digan algunos rodaballos
Que es usted algo escaso de meollos,
No desperdicie el tiempo en impugnallos
Porque todos sabemos que hay criollos
Que se ponen a hacer el papel de gallos
Sin que puedan hacer papel de pollos.
En el berenjenal que se ha metido.
Si nos lava la cara, es mal querido
De todo pensador discreto y grave
Si escribe la verdad, en cuanto cabe.
Es de todo un pedante .aborrecido;
Con que así, opino, que el mejor partido
Es meterse en su casa bajo llave.
Y aunque digan algunos rodaballos
Que es usted algo escaso de meollos,
No desperdicie el tiempo en impugnallos
Porque todos sabemos que hay criollos
Que se ponen a hacer el papel de gallos
Sin que puedan hacer papel de pollos.
FÁBULA SÉPTIMA: El mono y el tordo Por DOMINGO DE AZCUÉNAGA.
Metióse un mono en un trigal ya seco
del cañón de la mies a hacer flautillas
presumiendo tocar, por verlo hueco,
mil maravillas.
Con sus uñitas lo rasgaba astuto,
y soplándolo ansioso, procuraba
el hacerlo sonar, pero el cañuto
nunca sonaba.
Sin sacar de las cañas una avena,
haciendo de su afán cumplido alarde,
porfiado se mantuvo en su faena
toda una tarde.
Pero un tordo parlero, que su encono
había estado viendo, con gran flema
desde un sauce, le dijo: señor mono,
deje ese tema.
No desperdicie el tiempo en tal apuro,
las mieses trate Ud. con carantoñas,
¿no advierte, que ya está el alcacer duro
para zampoñas?
Nadie piense sacar provecho alguno
de aquellos, que pasaron con holganza,
el tiempo, conveniente y oportuno
de su crianza.
del cañón de la mies a hacer flautillas
presumiendo tocar, por verlo hueco,
mil maravillas.
Con sus uñitas lo rasgaba astuto,
y soplándolo ansioso, procuraba
el hacerlo sonar, pero el cañuto
nunca sonaba.
Sin sacar de las cañas una avena,
haciendo de su afán cumplido alarde,
porfiado se mantuvo en su faena
toda una tarde.
Pero un tordo parlero, que su encono
había estado viendo, con gran flema
desde un sauce, le dijo: señor mono,
deje ese tema.
No desperdicie el tiempo en tal apuro,
las mieses trate Ud. con carantoñas,
¿no advierte, que ya está el alcacer duro
para zampoñas?
Nadie piense sacar provecho alguno
de aquellos, que pasaron con holganza,
el tiempo, conveniente y oportuno
de su crianza.
FÁBULA PRIMERA El toro, el oso y el loro Por DOMINGO DE AZCUÉNAGA.
En un monte fragoso,
mil bramidos un Toro dando estaba,
y oyéndolos un Oso,
desde un bosque, a saber por qué bramaba
se acercó diligente, y, con agrado,
le dijo: ¿por qué bramas? ¿qué te ha dado?
No tengas a desdoro,
el decirme, si te hallas desvalido.
Amigo (dijo el Toro)
ya que estás de mi pena condolido,
ampárame en mis males que, aunque graves,
se harán con tu socorro más suaves.
Yo me siento agitado
de un formidable torozón, de suerte
que, a no haber tú llegado,
hubiera reducídome a la muerte.
Pero ya que viniste, solicito
que me busques de Sen un manojito.
No tengo inteligencia
en la planta que pides; mas confío
hacer la diligencia,
cerca de aquí, con otro amigo mío.
Esto responde el Oso, y se encamina
hacia el bosque a traer la medicina.
Llegó, y halló cogiendo,
a un herbolario, plantas en el soto;
dijóle: pues comprendo
que, en materia de yerbas, tenéis voto,
dadme la sen para uno que, afligido,
allí de un torozón queda tendido.
Ofrecióse a buscarla
el herbolario, y como no la hubiese,
ni fuese dable hallarla,
le dio otra equivalente, con que fuese
a remediar el mal que molestaba
al enfermo, por quien se interesaba.
Llevó el Oso la yerba,
y presumiendo el Toro hallar remedio,
comióla, aunque era acerba,
sin causarle lo amargo el menor tedio;
y al momento le dio tan grave insulto,
que no quedó de él más que el triste bulto.
Descendió al bosque el Oso,
y viendo al malhechor, enfurecido,
le dijo-, hoy, engañoso,
con darte muerte, el premio merecido
tendrás, pues fuiste causa que el doliente,
muriese con tu yerba equivalente.
Pero un anciano Loro,
que estaba sobre un álamo parado,
y vio expirar al Toro,
le dijo al Oso, viéndolo irritado:
¡Del rústico herbolario el hecho extrañas,
porque estás entre selvas y montañas!
Pues sabe que, en las cultas
ciudades, estos mismos disparates,
con iguales resultas
se ven. Con que así, amigo, no lo mates,
porque no hizo otra cosa, el herbolario,
que dar un quid pro quo* de boticario.
mil bramidos un Toro dando estaba,
y oyéndolos un Oso,
desde un bosque, a saber por qué bramaba
se acercó diligente, y, con agrado,
le dijo: ¿por qué bramas? ¿qué te ha dado?
No tengas a desdoro,
el decirme, si te hallas desvalido.
Amigo (dijo el Toro)
ya que estás de mi pena condolido,
ampárame en mis males que, aunque graves,
se harán con tu socorro más suaves.
Yo me siento agitado
de un formidable torozón, de suerte
que, a no haber tú llegado,
hubiera reducídome a la muerte.
Pero ya que viniste, solicito
que me busques de Sen un manojito.
No tengo inteligencia
en la planta que pides; mas confío
hacer la diligencia,
cerca de aquí, con otro amigo mío.
Esto responde el Oso, y se encamina
hacia el bosque a traer la medicina.
Llegó, y halló cogiendo,
a un herbolario, plantas en el soto;
dijóle: pues comprendo
que, en materia de yerbas, tenéis voto,
dadme la sen para uno que, afligido,
allí de un torozón queda tendido.
Ofrecióse a buscarla
el herbolario, y como no la hubiese,
ni fuese dable hallarla,
le dio otra equivalente, con que fuese
a remediar el mal que molestaba
al enfermo, por quien se interesaba.
Llevó el Oso la yerba,
y presumiendo el Toro hallar remedio,
comióla, aunque era acerba,
sin causarle lo amargo el menor tedio;
y al momento le dio tan grave insulto,
que no quedó de él más que el triste bulto.
Descendió al bosque el Oso,
y viendo al malhechor, enfurecido,
le dijo-, hoy, engañoso,
con darte muerte, el premio merecido
tendrás, pues fuiste causa que el doliente,
muriese con tu yerba equivalente.
Pero un anciano Loro,
que estaba sobre un álamo parado,
y vio expirar al Toro,
le dijo al Oso, viéndolo irritado:
¡Del rústico herbolario el hecho extrañas,
porque estás entre selvas y montañas!
Pues sabe que, en las cultas
ciudades, estos mismos disparates,
con iguales resultas
se ven. Con que así, amigo, no lo mates,
porque no hizo otra cosa, el herbolario,
que dar un quid pro quo* de boticario.
*Cambiar una cosa por otra, dar algo a cambio.
TRES DÉCIMAS ANÓNIMAS QUE CIRCULARON EN EL TIEMPO DE LAS INVASIONES INGLESAS
Décimas
Hubo cierto señorón
que todos saben quién es
muy valiente en los cafés
muy cobarde en la ocasión;
que abandonando un cañón
sin armas ni voz ni fama
corría como una gama
y si me preguntan quién
yo le conozco muy bien
mas no sé como se llama.
INGREDIENTES PARA SACAR LA QUINTAESENCIA DEL MARQUES
DE SOBREMONTE
Un quintal de hipocresía,
veintidós de fanfarrón
y cincuenta de ladrón,
con quince de fantasía,
dos mil de collonería,
mezclarás bien, y después
en un gran caldero inglés
con gallinas y capones
extractarás los blasones
del más indigno marqués.
A LAS CAPITULACIONES QUE PRESENCIO DON JOSÉ IGNACIO QUINTANA
No en la capitulación
supieron lo que se hacían
porque ésta la disponían
tres gallinas y un capón;
ya de Quintana el blasón
es preciso aquí acabar
y le deben preguntar
para que se satisfaga:
¿el que de miedo se caga
dónde lo hemos de encerrar?
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