sábado, 19 de noviembre de 2016

El pez remoto por Héctor Fuentes

"El verano es para estar en el agua".
Eso fue lo que dijo el vendedor de la pileta. "Usted la arma en un periquete", me aseguró. "Siga las instrucciones del manual", volvió a indicarme señalando el papel que sobresalía de la caja. "Siempre en el sentido de las agujas del reloj".
Cargué la caja en el baúl del auto, y me fui convencido de que había hecho una buena compra.
Después de almorzar, decidimos poner manos a la obra. Andrea me ayudó a desembalar la caja. Toda mi vida había estado hipnotizado por su hermosura. Hacía años que estábamos juntos, y sin embargo, un rayo inquietante seguía relampagueando entre nosotros. El brillo de su mirada seguía interpelándome. Como si aquellos ojos adivinaran el reverso, la zona oscura, lo inexplicable.
Sus manos blanquísimas empezaron a ensamblar caños y plásticos valiéndose de las directrices del instructivo. Junto a la prepotencia de mi fuerza bruta, elevamos la lona a la altura de la cintura, y pronto estuvimos listos para conectar la manguera y dejar correr el agua.
De a poco el nivel fue creciendo, hasta que los pies empezaron a chapotear y la barriga de la pileta asomó su hinchazón. El agua ocupó todo el espacio, y quedé sumergido en un pequeño lago artificial. ¿Qué más podía pedir?
Comencé a relajarme. El vaivén del agua me bamboleaba suavemente. Con el rabillo del ojo observaba la cúpula del cielo. Un avión a chorro cortaba el azul perfecto manchándolo con su flagrante espuma. Después, una bandada de pájaros se dispersaba en puntitos negros, hasta perderse sobre el umbral del horizonte. Los ojos se me iban cerrando. Entonces jugaba a mirar entredormido.
De pronto creí escuchar la voz de Andrea, y luego vi sus hombros temblando contra la toalla. Ahora un aire fresco mecía apenas el agua, y se movía como un espejo ondulante. La tarde caía y el sol era un punto naranja; una cáscara quemada por los restos del día.
El aleteo casi inaudible de una abeja se pegó contra el cristal del agua. Abrí los ojos sobresaltado y seguí entusiasmado su danza concéntrica, los aros que se rompían como humo. Admiré el acabado de las alas, su pedacito de cuerpo suspendido en la trampa. Al cabo de un instante, ahuequé la mano y la arrojé fuera del agua. En el aire recobró la vida, y ascendió impetuosa sobre la cresta de los árboles.
Ahora un colibrí picotea el árbol de las campanitas. Su cuerpo tornasolado se queda paralizado en el pozo del aire. Impulsado por su pico ebrio, se mueve entre las hojas. Busca el néctar, el corazón de las flores. Bebe y se desplaza. Avanza y retrocede.
color que busca se le niega y entonces emprende la retirada. Ya nada queda de aquel poeta de las plantas. Sólo un zumbido brumoso. Un lejano repiquetear de alas.
Caigo en el sueño como alguien que se resbala. La modorra se mete por las uñas y me vence los ojos. Sube el caracol de sueño la pared descascarada.
Soy la pantalla donde la película se proyecta. El habitante de un solar, de un rectángulo abierto sobre la faz de la tierra.
Mi cabeza oscila y la función empieza.
El   chillido   de   la  radio; vuela la tarde. Mi vecino sintoniza la spika comulgando con el fútbol. Tiene la costumbre de sentarse en la reposera y atropellar el aire con el estruendo del partido. Logra despertarme.
La luz cae sobre el agua como pájaro muerto. Pega su hachazo de lumbre sobre la línea plomiza. En el parpadeo vislumbro una aleta donde emerge mi mano. Estoy soñando, supongo. Y la aleta desaparece. Hundo los remos y mi balsa recomienza. Entonces el sueño cruza la orilla. La frontera se borra y toda la música se abisma. En el caos primigenio se cifra la vida. Los soles en ronda, la luna dormida.
Confusos aullidos me llegan desde lejos. La esfera celeste invierte los mapas y el paisaje cambia.
Ruidos e imágenes se suceden con vértigo: un hacha de piedra, la quilla de un barco, ciudades en llamas, la primera rueda.
El espiral se retuerce como una serpiente y alumbra períodos de esplendor y de muerte. Todo pasa en un segundo con la velocidad de un trueno.
Intento mover las piernas, pero en su lugar, una cola fantástica se propulsa y flamea.
Siento el cuerpo liviano. El hielo en la sangre. La piel que se rompe en infinitas escamas.
Me desplazo como pez en el agua.
En el cielo inmenso un pájaro extinto despliega sus alas.

Otra cosa es con guitarra (CUENTO CRIOLLO) Por J. M. LACUCCI.

He sabido que los tartamudos cuando cantan tienen la voz normal.
Un chacarero de la provincia de Santa Fe, que había levantado una parva de pasto en un potrero alejado casi una legua de las casas, tenía un hijo tartamudo en grado sumo.
Ese día el muchacho andaba de recorrida por el campo cuando vio que la parva que hemos citado estaba ardiendo.
Salió a toda carrera en su caballo para las casas, desmontó de un salto y corrió a la cocina, donde su padre, terminadas las tareas del día, departía con algunos vecinos. Pero quería apurarse tanto para explicar lo que ocurría y estaba tan agitado, que ni el padre ni ninguno de los presentes podía entender palabra de lo que tartamudeaba el muchacho.
Al fin, el padre le cortó el tropel de monosílabos alcanzándole una guitarra y diciéndole:
- Decilo cantando, hijo.
El muchacho se sentó, templó la guitarra y arrancó:
Se te quema, viejo,
vidalita, la parva de pasto...
Oírlo y salir corriendo fue todo uno; pero en todo este tiempo la parva había sido reducida a cenizas.

Tomado de Fogón de las Tradiciones, de "Don Pampa Viejo".

Pasado... aún presente Por Nilda Norma Scarvaglieri

Querer borrarte de mi mente para siempre
y no poder siquiera en un momento...
Mi obsesión es más grande que la muerte.
Querer borrar y no sentir dolor ni sufrimiento,
más siento otra vez el golpe en mi rostro
y latigazos en mi cuerpo...
Querer borrar el pasado y parte de una vida,
que quizás... es de muchos actualmente.
Pesadilla y locura te traen a mi mente.
Y en mi cuerpo herido,
sus llagas hoy sangran nuevamente.
Querer borrarte de mi mente para siempre
y no poder siquiera un momento.
Mi obsesión es más grande que la muerte.
Aún sigo aquí... ¡Pues estoy viva!
Aún sigues aquí...pasado... aún presente.

INDEPENDENCIA PERSONAL Por I. Sánchez Ramos

En cierta fábrica de calzado había un capataz inteligente y bondadoso, llamado Oscar.
El patrón llamóle un día y le dijo:
- Hoy vendrá un empleado del gobierno a preguntar cuántos botines se hacen diariamente, para calcular el impuesto. Diga usted que se fabrican 60 pares.
- Señor contestó el obrero, de los talleres salen, día por día, ciento treinta...
- ¿Y qué importa? replicó el dueño. Se trata de pagar lo menos posible.
- Importa mucho, señor; yo tendría que mentir.   .
-  ¡Vaya con los remilgos! Elija: ¡o hace lo que le mando o va a la calle!
- Me voy, señor. Puedo darme el gusto de cumplir con mi deber. No tengo deudas con usted; poseo algunas economías; jamás cometí acciones indignas y conozco bien mi oficio. En cualquier otra fábrica hallaré trabajo. Soy independiente, hasta el punto de no verme obligado a cometer feas acciones.
Y tomando el sombrero, se encaminó a la puerta.
El dueño, admirado del carácter del obrero, se opuso a que se fuera.

Del libro de lectura “Albricias” de Gaspar Benavento, año 1957

Pampa Gaucha (FRAGMENTO) por PEDRO INCHAUSPE.

Cuando la noche lo toma
sin un refugio seguro,
no ha de ser gaucho cabal
el que se sienta en apuro.

Basta con desensillar
y hacer cama del apero,
que es lindo dormir a campo
velado por el lucero.

Para evitar extravíos
conviene sobremanera
en la dirección del rumbo
orientar la cabecera.

Mas en el pozo de sombra
de la noche y el sopor
debe escucharse el silencio
con un sentido avizor.

Que un palito que se quiebra
o un livianísimo roce
puede anticiparle un riesgo
al que esos trances conoce.

Y al despuntar la mañana
pegarle fuerte al amargo,
que así se retempla el cuerpo
de la humedad y el letargo.

Luego, otra vez en camino,
los ojos en lontananza,
poner en la Providencia
la suma de su esperanza.

Pues sabe el más descreído
que cuando Dios dice ¡ amén!
por brava que sea la empresa
 ha de sacarlo con bien.