sábado, 14 de enero de 2017

“Llegó la hora de escribir un cuento” Edición 2016 - El oso polar Por Agostina Soledad Larregain, alumna de la EP Nº 24

En un viejo y horrible castillo de una montaña helada, se ocultaba un viejo y enorme oso polar. Se decía que antes de ocultarse era amigable y amoroso con la gente del pueblo cercano. Era muy grande, como tres osos juntos y todos decían que era el protector del pueblo. Hasta que un viernes de luna llena, un grupo de jóvenes lo atormentaron con insultos, burlas y tirándoles piedras, sólo por diversión, hasta dejarlo casi ciego y con cicatrices en todo su cuerpo. La demás gente del pueblo nunca supo de esto. Entonces, el oso se entristeció primero y se enojó mucho después. Nunca más quiso acercarse a las personas y se ocultó en el castillo.
Los viernes de luna llena, el oso recordaba lo que le habían hecho y, como venganza, salía a los caminos y se divertía asustando a las personas y causando accidentes, corriéndolas y haciendo gruñidos horribles llenos de venganza. La gente nunca entendió que le había pasado.
Un día, cuando la luna llena estaba tapada por grandes nubarrones de tormenta, la gente decidió salir al camino y enfrentar al oso, porque no podían seguir así. Cuando el oso vio a la multitud, descubrió también a los jóvenes que lo habían atacado, entonces, con una furia que nunca nadie había visto, corrió como loco y amenazó a los jóvenes que cayeron al suelo suplicándole perdón y relatándoles a las personas lo que ellos le habían hecho al oso. El oso, a punto de arrancarles la cabeza, se contuvo y salió corriendo hacia el castillo rugiendo enfurecido y triste a la vez.
La gente del pueblo, comprendió por fin por qué había cambiado tanto el comportamiento amigable y amoroso de su oso protector, entonces el jefe del pueblo, echó a los jóvenes para que nunca jamás volvieran al pueblo.
El oso llegó muy mal al castillo. Ya era viejo y ese disgusto le había causado un gran dolor en el corazón, entonces  cayó en la entrada, sin poder levantarse. De sus ojos cansados y tristes salían lágrimas que se congelaban al rodar por su hocico. Sentía mucho mucho frío. Sabía que ese sería su final y se lamentaba de estar lejos de las personas que tanto lo habían querido alguna vez.
Pasadas las horas, cuando ya la nieve casi había cubierto su viejo cuerpo y apenas un poco de vapor salía de su boca, escuchó voces y sintió que lo levantaban con sogas y lo ponían en un carro…
A los dos días, cuando despertó se vio rodeado de la gente del pueblo, que lo habían cuidado, alimentado y lo acariciaban con ternura. Todos le pidieron disculpas por lo que los jóvenes le habían hecho y le pidieron por favor que volviera a ser el protector del pueblo. El oso lloraba de alegría y ahora hacía gruñiditos de amor. Sus últimos años serían de mucha felicidad junto a las personas que tanto quería.

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