sábado, 11 de febrero de 2017

“Llegó la hora de escribir un cuento” Edición 2016 - Mi ángel protector - Por Ayelén Natalia Servidio, alumna de la EP. Nº24

          Había una vez una niña llamada Isabel. Un día estaba jugando en el jardín de su casa cuando de repente vio unos ojos muy hermosos que la miraban de detrás de un arbusto. Pensó que era su padre, entonces le dijo:
-Papá ¿qué haces allí detrás de los arbustos? Se acercó divertida y vio que allí no estaba su padre sino que era un animalito de ojos muy grandes y dulces, parecido a un conejo. Su pelaje se veía suave y parecía sonreír cuando la miraba. Isabel se asombró tanto de lo que había visto que fue corriendo a contarle a su padre que en ese momento estaba en la cocina lavando los platos del mediodía.
-¿Estás segura que viste un animalito así, Isabel?-le preguntó su padre.
-Claro papá ¡Y es muy lindo! ¡Vamos a verlo!
El padre dejó lo que estaba haciendo y fue con su hija al jardín, pero cuando llegaron al arbusto, no había nada.
La niña miró al padre con ojos llorosos y él le hizo una sonrisa y volvió a la cocina. Isabel quedó triste mirando el arbusto. ¿Dónde estaría el animalito? ¿Lo habría imaginado?
Con una mezcla de tristeza y enojo, fue a su cuarto, se tiró en la cama y se durmió pensando en esos ojos tan grandes y dulces.
A la noche, cuando la madre ya había vuelto del trabajo, habló con el padre que le contó lo ocurrido con Isabel en el jardín. Ella se preocupó porque pensó que Isabel estaba tan sola porque que vivían muy alejados de algún vecino, y que por eso comenzaba a inventar amigos imaginarios.
Todos los días, Isabel corría al jardín y pasaba las tardes jugando junto al arbusto y luego les contaba a sus padres los juegos con el animalito. Entonces ellos, preocupados, pensaron que por un tiempo Isabel debía alejarse del jardín de su casa, pasar más tiempo adentro, leyendo, mirando tele, haciendo cosas que la alejaran del arbusto y del animal imaginario.
Ya no la dejaban salir a jugar y poco a poco Isabel fue entristeciéndose, dejó de tener apetito, hasta que un día cayó enferma, con mucha fiebre. Cuando la acostaron en la cama y llamaron al médico, la niña repetía sin cesar:
-Por favor…déjenme jugar con mi animalito…Él es mi único amigo…
Su salud empeoraba día a día y la fiebre no bajaba. Pero los padres seguían pensando que la niña estaba obsesionada entonces cerraron las ventanas de su cuarto y pusieron cortinas gruesas y pesadas. El médico les dijo que si continuaba así deberían internarla.
Una mañana de mucho sol, la mamá decidió correr las cortinas y abrir las ventanas de la habitación de Isabel. Al otro día, la niña estaba mucho mejor y la fiebre había bajado mucho. Pasó otro día y ya Isabel se levantaba de la cama y la fiebre había desaparecido.
Ese fin de semana, Isabel estuvo muy bien y se alegró cuando el médico le dijo que ya podía volver a la escuela.
Aprovechando que Isabel estaba en la escuela, la madre comenzó a limpiar su habitación. Cuando se acercó a la ventana, le pareció ver unas pequeñas huellas, como de animalito, que se dirigían a la cama de su hija…
El llanto de la mamá, mezclado con asombro y temor, fueron escuchados por el papá que se encontraba en la sala. Cuando él llega a la habitación, vio a la mamá arrodillada a los pies de la cama y, junto a ella entre las sábanas corridas, dos grandes y dulces ojos que los miraban y parecían sonreír…

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