sábado, 25 de marzo de 2017

“Ese hombre, esa carta” Por Héctor Fuentes (De su libro “Rueda la pelota”)

         En una casa en San Vicente alguien escribe una carta. El ruido de las teclas golpea. Las entrañas del papel se manchan. El ruido del mundo golpea al hombre, que de vez en cuando despunta el violento oficio de escritor.
Golpea las teclas con las yemas de los dedos, con el alma. En cada repiqueteo nervioso de la Olympia se desbarranca una denuncia, se abren charcos de lluvias estancadas. Es un mar embravecido que se mueve y salpica rabia.
No sabe escribir de otra manera. Escribir es combatir, y la suerte ha sido echada. Escribir es mostrar la otra cara, la que ríe para adentro y negocia para afuera. Escribir es para él uno de sus oficios terrestres, un oscuro día de justicia, la batalla y la granada, el ser en carne viva que le dicta estremecido las palabras.
Una mujer lo alienta. Un país masacrado lo subleva. Un fuego le quema la sangre. El periodismo le quitó tiempo para escribir una novela, pero esto es otra cosa. Algo que él mismo intuía desde siempre: escribir con las palabras justas la indignación de todo un pueblo. Utilizar el filo del lenguaje como un estilete que corta la cáscara de la realidad. Hablarle de frente a los pobres, a los que están siempre debajo de todo. Debajo de un país que no comprenden, si acá tirás una semilla y crece, los cuatro climas, Argentina potencia.
Escribir golpeando una puerta. Escribir escribiéndose. Escribir jugándose la vida. Escribir y sembrar sospechas en el ojo de la tormenta.
El escrito lleva por título: “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Durante tres meses corrige el texto. Sabe que está ejerciendo un derecho prohibido: “sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”. Y así y todo, vuelve a sentarse frente a la máquina y golpea las teclas. Ahora ordena el borrador. Mide cada oración con la obsesión de un relojero. Piensa y escribe. Lucha y vuelve. Patria o muerte.
En otros tiempos, cuando alguien le dijo, “hay un fusilado que vive”, la vida lo puso contra las cuerdas. Las bocas de los inocentes gritaban verdades que los diarios rechazaban. Había que descifrar el enigma. La investigación decantó en un libro fundamental: “Operación Masacre”. La ficción se pasa del lado de la realidad. La realidad se narra con las herramientas de la ficción.
Pero ahora estamos en el año 1977. El país se hunde en una noche sin fondo. Los giros de la política económica impuesta por la dictadura, exterminan las esperanzas de millones de argentinos. Avanza el invasor imponiendo la receta del Fondo Monetario Internacional.
La vida no vale nada.
En una casa en San Vicente alguien escribe una carta. Corrige la puntuación. La lee en voz alta. Se mira las manos y se las pasa por la cara. Sabe que unir una palabra tras otra significa entrelazar un destino. Esas palabras viajan hacia el vórtice de las sombras, y sin embargo, aparecen límpidas, exactas, relucientes, manchando con tinta y sangre cada partícula blanca.
En una casa en San Vicente alguien escribe una carta. Ese hombre se llamó Rodolfo Walsh, y tuvo el coraje de enviarla.

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