sábado, 8 de abril de 2017

MAXIMAS DE ROCHEFOUCAULD

- La oportunidad nos da a conocer a nosotros mismos y a los demás.

- En las enfermedades del alma se padecen recaídas, lo mismo que en las del cuerpo; por eso, muchas veces nos parece estar curados, cuando sólo se trata de una crisis o de un cambio de enfermedad.

- Sucede con las buenas cualidades lo mismo que con los sentidos; son incomprensibles é inconcebibles para los que carecen de ellos.

- Un hombre de talento podrá amar como un loco; pero jamás como un tonto.

CONTATE UN CUENTO IX - Mención de Honor Categoría C: “LA BESTIA” Por Octavio Casimiro, alumno 6º año de E.S.y T Nº 1 “Lucas Kraglievich”

I - He aquí “La Bestia”

Los indios del norte lo llamaban “amaracón” que en su idioma quiere decir “la bestia”. Decían que era  enorme, más grande que una persona, capaz de matar a un oso solo con apoyarle la punta de sus garras. Habitaba en medio del profundo bosque. Nunca salía de día. En su espalda, un arco de pelos erizados como púas. Ojos negros y aterradores, como su pelaje. A su paso solo dejaba muerte y destrucción. Por las noches emitía un aullido aterrador, como si su cuerpo fuera poseído por un ente siniestro. Los que habían sobrevivido  a su encuentro se podían contar con los dedos de una, pero estos quedaban con serios traumas por la impresión de ver a tal fiera.

II- El primer encuentro

Luego de llegar junto a los indios desde Bs. As., supe sobre la bestia. Decidí ir a buscarlo para estudiarlo y ver de qué animal se trataba. Siempre me habían interesado desde pequeño las historias de bestias terroríficas y esta me pareció la oportunidad perfecta de revelar una leyenda. Por las dudas iba equipado con un Winchester antiguo que un nativo me vendió por $500.
Dos indios, llevando hachas, fueron los que me condujeron hasta la entrada del bosque donde habitaba “La Bestia”. Llegamos justo antes de anochecer. Las copas de los árboles se alzaban cuatro metros sobre nuestras cabezas. Ni bien entramos, estuvimos a oscuras iluminados apenas por unas antorchas con un poco de alcohol que nos alumbrarían unas horas. Nos fuimos adentrando a lo que parecía ser el corazón del bosque. Había pasado por lo menos una hora cuando lo sentimos: un movimiento brusco entre los árboles. Seguimos avanzando, cada uno mirando para un lado cubriéndonos las espaldas. Decidimos descansar, reemplazándonos por turnos. Uno de ellos tomaría el primero mientras nosotros descansábamos. Me pareció lo mejor. Desperté dos horas después alertado por un grito. Uno de ellos no estaba y su amigo estaba petrificado del miedo. Logré que volviera en sí y le pregunté qué había pasado. Su mano se levantó y solo atinó a responderme apuntando hacia la oscuridad.
Unas pequeñas luces se veían desde las penumbras. El indio, ahora con más movimientos que antes, demostraba su preocupación e impaciencia por salir de allí.
-Tenemos que irnos, tenemos que irnos- repetía  -La bestia ataca como fantasma. Bestia mala-. Entonces salió a correr en una dirección errónea. Intenté detenerlo, pero fue inútil. Recordé entonces las luces en lo oscuro. Volteé y ya no había nada. Luego de unos minutos puede escuchar un grito.Estaba aterrado, mi cuerpo y mi mente ya se hacían a la idea de ser devorados. Comencé a caminar con una antorcha en mi mano, buscando encontrar una salida. De pronto, un sonido fuerte seguido de un aullido me sobresaltó. A pesar del susto, me acerqué al lugar de donde provenía el sonido. Encontré a la bestia aullando de dolor debajo de una rama que había caído desde un árbol. Su cuerpo era tal cual me lo había descripto: enorme y negro. Pude ver que su pata estaba atrapada en una pesada rama. Decidí acabar con la vida del animal con mi Winchester. Preparé y apunté, con mano temblorosa, hacia su frente. Pero un pensamiento me vino a la mente al igual que un sentimiento. ¿Sería capaz de matar a este animal? ¿Ser tan poca cosa de matar a un animal mientras está atrapado e indefenso? Bajé el arma, puede sonar a locura, pero decidí ayudarlo. Me acerqué poco a poco. Repentinamente erizó sus pelos y mostró sus afilados dientes entre sus fauces. Tomé la rama entre mis manos mientras la bestia me clavaba su mirada. Al segundo intento pareció entender lo que intentaba hacer y se calmó. Cuando logré quitar la rama, el feroz animal se levantó rápidamente. Aún con dificultad para caminar paró en seco, unos metros frente a mí. Noté en sus ojos, negros como la noche, un cierto agradecimiento. Luego de un momento solo dio media vuelta y se fue.
Volví con los indios luego de tres horas de buscar y recorrer el oscuro bosque. Por momentos me sentí observado ¿Acaso el animal me estaría siguiendo? Eso era probable, pero pensé que si me volvía a ver muchas veces el animal huiría. Antes de emprender la vuelta pude notar que una parte del pelo se había quedado en la rama. Al mostrar el trozo de pelo, la mayoría salió aterrada en busca del chaman. El médico brujo quería que quemara el pelo. Temía que el animal volviera por él.  Le dije que era una muestra de pelo para la “ciencia”. En realidad quería conservar el pelo del animal como un recuerdo.
III- El reencuentro

Luego del encuentro con “la bestia”, los indios me miraban diferente, como si fuera ajeno a ellos. Hasta yo me sentía diferente, más fuerte, más decidido. Además había encontrado una lastimadura en mi pierna, pero no recordaba haberme golpeado. Una tarde, él reapareció.
“La bestia” había salido en pleno día. Los indios corrieron espantados en el momento en que lo vieron llegar. Yo no atiné a moverme. Lo único que escuché decir fue “amaracón”,  “amaracón”, “amaracón”. Lo vi llegar con dificultad, parecía lastimado. Su pata seguía sin curarse. Con dificultad, me acerqué lento hasta él. No mostró resistencia. Como si fuera un perro bajo sus orejas, se sentó en el suelo y estiré hacia adelante la pata herida. Pedí a los indios una gasa para curar al animal. Ellos estaban aterrados, presos del miedo. Lo único que hizo que se movieran fue cuando grité y “la bestia” pegó un ladrido ensordecedor.
Curé al animal. En eso apareció el chamán de la tribu. No había logrado conocerlo debido al desprecio que tenía por las personas ajenas a la tribu. Se fue acercando hacia la bestia, pero le corté el paso temiendo que tratara de lastimar al animal.
 -La Bestia ha encontrado a su compañero- dijo. En un principio no entendía a qué se refería. Entonces me contó la historia del origen de “la bestia”

IV- La bestia y su historia.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo un indio había logrado lo que se creía imposible: había amaestrado a un lobo. El animal, una bestia enorme, se había hecho parte de su familia. Ambos, hombre y animal, salían juntos a cazar, pescar o solamente a descansar. Un día los españoles llegaron. El indio partió con su familia hacia el bosque, el cual conocían perfectamente. Los españoles encontraron a la familia. El indio, justo antes de recibir un disparo, le ordenó al lobo correr y protegerse en el bosque. Cuando pasó el peligro, el animal regresó y halló al cuerpo ya sin vida de su amo , su *compañero.
Dicen que el lobo les pidió a los dioses del cielo reencontrarse con su amo. Lo dioses aceptaron pero con la condición de que él debía proteger el bosque y a sus animales hasta que su amo volviera. Dicen que cuando amo y animal se reencuentren, la unión será tan fuerte que sentirán lo mismo, si uno es lastimado el otro compartirá su cicatriz. Desde entonces el lobo ha cuidado del bosque esperando a su amo, a su compañero. Hasta hoy.

V- En busca de la verdad

Al terminar de escuchar la historia quedé asombrado. ¿Sería eso posible? Lo que me contó no tenía lógica. Aunque, en el bosque, cuando el lobo me miró, sentí algo extraño. Como si hubiera estado esperándome por largo tiempo. Al revisar mi herida, noté que se veía bastante mejor. De pronto, una idea recorrió mi cabeza. Si la historia era real, “la bestia” sentiría lo mismo que yo. Decidí quitarme la venda y hundir mi dedo en la lastimadura. Acerqué el dedo lentamente y cuando grité por el ardor “la bestia” emitió un aullido de dolor. Era cierto. El lobo y yo estábamos unidos.
Decidí quedarme a vivir con los nativos. Tenía dos buenas razones. Si me iba, el lobo querría venir conmigo y un lobo en la ciudad podría ser peligroso. La otra  razón era que quería quedarme. La unión entre  nosotros me parecía extraordinaria.
Le tomé cariño al animal. Solo se dejaba acariciar por mí. Decidí llamarlo “Lobo”, porque “la bestia” seguramente le recordaría su pasado.
Han pasado ya veinte años desde mi encuentro con Lobo, ambos ya estamos algo viejos, pero tenemos el mismo espíritu de antes. Me casé y logré formar una familia. Lobo es ahora más tranquilo, solo con los chicos. Me ha salvado muchas veces, tantas, que si contara cada una de nuestras aventuras no terminaría este relato.
Lo único que sé es que jamás olvidaré ese día. “La bestia y yo” “yo y la bestia” al final…“Yo soy la bestia”