sábado, 3 de junio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - 1ª Entrega

Lectores: Nos proponemos, semana por medio, hacer llegar a ustedes la lectura de uno de los más lúcidos ensayos nacionales que haya hecho un escritor argentino. Marechal no sólo fue poeta, sino también escribió novelas, obras de teatro, cuentos, sainetes, apólogos, etc. Fue un verdadero escritor nacionalista, no en el sentido peyorativo que tiene eso hoy, sino en el verdaderamente patriótico. Un real nacionalista argentino, comprometido con su patria y no con mirarse “del ombligo para adentro”. La intencionadamente silenciada obra de Marechal surge recién hoy, después de 45 años de su muerte. Su doble adhesión, al naciente peronismo del 45' y al cristianismo, lo colocaron fuera de los círculos intelectuales de la época, tanto por una o por otra razón (nunca entendí ambos desprecios: por razones políticas o religiosas; quizás porque ambas signifiquen un compromiso con el “otro” del que hablaba tanto Marechal). Sólo un escritor valoró su obra en medio del silencio intelectual de su época: Julio Cortázar.
La Autopsia de Creso (1965), entra dentro del mismo año que su novela “El banquete de Severo Arcángelo” y con la cual comparte, todo el pensamiento y simbolismo Marechaliano; ambas son en sí una unidad inseparable, junto con el Poema del Robot, la Patriótica y la Alegropeya (todo esto culminará con “Megafón o la guerra”, una suerte de síntesis de los dos caminos que debe elegir nuestra país y sus individuos. El sentido nacional  humanístico  cristiano de estas obras (como en casi todas sus obras) es presentado bajo una alegoría “pedagógica” al decir de él. Este ensayo nacional fue editado por una oscura editorial : El barrilete, en 1965. 




a Carlos A. Velazco

1.- Amigo Velazco: el asunto de Creso, acerca de cuya entronización, y tiranía conversamos tantas veces a favor de mi lámpara, entrará hoy en este Cuaderno según el pie científico de una necropsia. En rigor de verdad, Creso no ha bajado aún a la tumba, sino que agoniza velozmente; por lo cual, y mejor que una necropsia, le convendría una biopsia in extremis. Pero su fin se halla tan próximo que, a mi juicio, no pasará la noche. Dios ejerce una Misericordia tan abismante como su Justicia y su Paciencia. Debo recordarle, ante todo, que la innoble figura de Creso no hace fluir ahora por vez primera la tinta ecuánime de mi estilográfica: ya la describí hace años en mi “Adán Buenosayres” (y en su Infierno de la Violencia), donde Creso aparece junto a los ladrones, como responsable del “robo universal” más tremendo que haya soportado el siglo. En estas páginas estudiaré la magnitud y natura de tan formidable asalto; y sobre todo sus consecuencias desastrosas, ya que nuestro buen hombrecito, detrás de sus fines, utilizó como armas la mistificación y la corrupción, de modo tal que, bajo su férula, no quedó ninguna institución, arte o saber humanos que sea hoy reconocible en su nobleza original.

2.- Necesito aclararle previamente que, bajo el nombre de Creso, me propongo describir al representante del Tercer Estado social, o al homo oeconomicus; al “burgués”, en suma, tal como lo define cualquier diccionario de la lengua. En rigor de justicia, Creso al. igual que los integrantes de las otras castas o estados, responde a una “función social” rigurosamente necesaria: responde a ella y no a otra, porque su naturaleza intrínseca o su “vocación individual” lo incorpora naturalmente a esa clase y lo declara idóneo para tal función. En consecuencia, lo que define a Creso no es una desmedida posesión de la riqueza corpórea, sino una “mentalidad” sui generis que le hace apetecer y buscar dicha riqueza. En tal sentido, hay millonarios que no son Cresos y hay Cresos que no tienen un centavo. Le diré más aún: el mundo presente, obra de la tiranía secular a que lo sometió Creso, está uniformado ahora por esa “mentalidad” que le imprimió el Hombrecito Económico en tren de universalizar su reinado. Y verá usted al fin que la solución integral de los problemas que hoy nos aflijan estaría en que todos y cada uno de nosotros advirtiéramos hasta qué punto esa “mentalidad”, nos ganó el ser y en destruir sus manifestaciones con métodos adecuados.

3.- Pero, ¿cuál es la función de Creso en el organismo social que integra? Es una función doble: a) ”producir” la riqueza material o sustento corpóreo del organismo; b) “distribuir” equitativamente la riqueza en todos los miembros del organismo social. Yo diría que tal es la “virtud” inalienable de Creso; y sobre todo lo es en la segunda parte de su función, la que lo declara específicamente un hombre oeconomicus, ya que la palabra Economía, en sus raíces originales, no tiene otro significado que el de “Justicia en la distribución”. Si Creso ejerce tal “virtud” con honradez, está bien sentado en la balanza; y el organismo social funciona en armonía, vale decir con salud. Desgraciadamente, Creso tiene un “vicio” que se manifiesta en oposición a su “virtud”: la sensualidad de la riqueza. Tal vicio lo inclina (o puede inclinarlo) a cierta “mística de lo material”, a convertir lo corpóreo en un dios y a usufructuar ese dios en su propio y excluyente beneficio. Para evitar ese riesgo, el Hombrecito Económico está controlado “normalmente” (vale decir en subordinación jerárquica) por dos frenos distintos: uno “interior” o espiritual y otro “exterior” o social. El freno interior es el que le opone su conciencia religiosa, le impide consumar el desequilibrio o pecado de una injusticia social en el orden económico. El freno exterior es el que le impone a Creso el “segundo estado” social, el de los Milites, cuya función no es otra que la de asegurar la defensa, el orden y la justicia en la organización humana.

4.- Y ya es tiempo, amigo Velazco, de identificar a los agonistas que obran en esta lamentable y a la vez risible tragicomedia. Son cuatro personajes llamados a cumplir las cuatro funciones necesarias al organismo social: Tiresias, el sacerdote, pontífice del hombre (o el que le “hace puente” hacia su destino sobrenatural); Ayax el soldado, que asegura, como ya dije, la defensa, el orden y la justicia temporales en la organización; Creso, el rico, llamado a producir y distribuir la riqueza material o corpórea que necesita el organismo; y Gutiérrez el siervo, pinche o ayudante de Creso en sus operaciones económicas. Las dos riendas que controlan a Creso en sus posibles desbordes están, pues, una en las manos de Tiresias, el cual, doctor y enseñante de los Principios Eternos, “legisla” su aplicación al orden temporal del organismo todo; la otra rienda está en las manos de Ayax el guerrero, que obra como “brazo secular” a fin de que sea cumplida esa legislación a la cual se halla sujeto él mismo.

5.- Ahora bien, para que llegara Creso a librarse de una y otra riendas y a constituir ese reinado suyo que anochece ahora y que lo puso a la cabeza de la jerarquía social, fue necesario que el Hombrecito Económico se “insubordinase” contra Tiresias el sacerdote y contra el soldado Ayax. Naturalmente, dada su naturaleza pusilánime, Creso no habría intentado ese motín si la jerarquía social no se hubiese resentido antes por una insubordinación de Ayax contra Tiresias, motivada por alguna debilidad culpable del mismo sacerdote. Porque también Ayax y Tiresias en oposición a sus “virtudes” especificas, tienen como posible un “vicio” en sus caracteres. El vicio de Tiresias (cuya función es la de ser el motor “intemporal e inmóvil” del organismo social, en analogía con la Causa Primera) suele inclinarlo al dominio de lo “temporal” y a su esfera de “agitación”, con lo cual invade la órbita del quisquilloso Ayax, que puede resentirse. Y el vicio de Ayax el soldado finca en el “orgullo de la fuerza” y en la “sensualidad del poder”, que suelen llevarlo a las guerras de conquista en su propio beneficio. Y Ayax, lanzado a tales fines, deberá sublevarse contra Tiresias, cuya función es justamente la de controlar y reprender al soldado en sus desbordes. Una vez triunfante, Ayax ha de explotar a Creso, de cuya riqueza material necesita, en apetito creciente, a fin de costear, sus lujosas campañas y sus no menos lujosas pasiones. No es mucho, pues, que el Hombrecito Económico, harto de impuestos y gabelas, comience a soñar en su propia rebelión contra el militarote, alentado por su codicia personal y el mal ejemplo de Ayax frente a Tiresias.

6.- Velazco amigo: esto que parece una fabulita no es tan simple como lo aparenta. Un filósofo de la Historia, provisto de aguda nariz, puede rastrear la cronología de tales insubordinaciones, como lo hizo René Guenon en su Autorité spirituelle et pouvoir temporel (Autoridad espiritual y poder temporal), circunscribiéndose a la primera y segunda casta sociales. Yo he dedicado mis ocios a la tercera; y voy a decir cómo ese hombrecito Creso llegó al poder mundial, qué hizo desde su trono y cuáles fueron y son las consecuencias de su tiranía. Me apresuro a reconocer honradamente que, dada la
insignificancia intelectual de Creso, los resortes astutos que obraron en su entronización deben imputarse, más que al Hombrecito Económico, a la “línea de fuerza” negativa o satánica, que parece acelerar el “descenso cíclico” en las ultimas centurias, la cual es hace patente no sólo en su “artería”, sino también en el “sarcasmo” de mala leche que trasuntan las acciones de Creso, aunque no se de cuenta él de su insanable ridículo.


7.- Se ha establecido ya definitivamente a la Revolución Francesa como el trance histórico que determina la exaltación de Creso al poder mundial. Aunque la intervención de Gutiérrez el servil en la revuelta de Creso añadió a los episodios algunas tintas de color “masivo”, y pese a la romántica declaración de los Derechos Humanos y sus consecuentes libertades, la Revolución fue una gesta de la burguesía en sus causas, en su desarrollo y en sus efectos ulteriores. Ya veremos cómo trató Creso al pobre Gutiérrez, no bien consolidó su reinado, ya qué se redujeron las famosas “libertades” tan cacareadas por el Hombrecito Económico. Es evidente que la gloria nada limpia de Creso triunfante es la de haber impreso “su mentalidad” a todo un mundo, en la más triste de las “nivelaciones por abajo” que haya conocido la historia. Y es también evidente que nuestro inefable Hombrecito no habría logrado ese triunfo ecuménico si “su mentalidad” no hubiera sido ya la del común de las gentes, mucho antes de la Revolución Francesa. Porque un líder o una mentalidad no triunfan en la historia si no encarnan o personifican un estado público de conciencia definido a veces con secular antelación. Pero ¿qué ingredientes conforman la “mentalidad” de Creso?