sábado, 17 de junio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - 2° Entrega

     8.- Dije ya que la conforma cierta inclinación irresistible y delectable hacia lo material o corpóreo, inherente a su misma naturaleza y al carácter de su función. Más allá de la frontera que limita su envoltura corpórea con su alma, el excelente Creso manifiesta una “racionalidad” sui generis. No es la noble Razón humana que bien ejercida y en toda su amplitud es capaz de alcanzar las verdades eternas, aunque indirectamente y en su concepto: la Razón del Hombrecito Económico es un arrabal o suburbio de la misma, una facultad “minimizada” que solo actúa en el orden práctico de la materia o en la región subliminar de la mente con lo corpóreo: la “racionalidad” de Creso no puede ir más allá del bon sens que se universalizó después como atributo de la mentalidad burguesa. Por consiguiente, y ante lo divino y sobrenatural, Creso tiene la sola vía de una Fe a oscuras bien que suficiente: si anda en ella, obra según la doctrina que le enseñaron, Creso es un “justo” y Tiresias lo bendice. Pero Tiresias no es un optimista con respecto a ese hombrecito que, por su naturaleza y función, vive in sensibus y se abandona enteramente a la ilusión de lo que se toca, se mide y se pesa; que si medita (y es raro), se pierde o en los zarzales de la “duda” o en las noches del “escepticismo”; que si le dan alas, gritará sus dudas metafísicas o sus escepticismos en insolentes negaciones o en ironías blasfematorias; que si no medita (y por fortuna es lo normal), se hace sólido en una “indiferencia” de leño; y que asiste a los ritos de su iglesia como a una obligación de carácter social, o como a una Junta Directiva en que vagamente se gestiona el para él no menos vago “negocio del alma”.

9.- Tal es la mentalidad que divulgó Creso antes de su reinado y que universalizó después hasta sus últimas consecuencias. Justo es decir que no fue Creso el iniciador o promotor de tan formidable desequilibrio (no es cuestión de cargarle a él todo el muerto que nos ocupa). Fue Ayax el guerrero quien, al levantar su mano parricida contra Tiresias, inauguró el camino de las insubordinaciones, ya que abrió la primera “brecha” (la más honda) en la unidad hasta entonces monolítica de la organización social. Amigo Velazco, la salud del cuerpo social depende, como la del cuerpo humano, de la “armonía solidaria” en que se cumplen sus funciones vitales, de acuerdo con un orden o equilibrio que dicta la propia “necesidad” (y así lo vio Shakespeare en la segunda escena de Coriolano). Toda enfermedad del cuerpo, si bien lo mira, no es más que una ruptura del equilibrio en que se ordenan sus funciones; por eso el arte de la medicina se reduce a combatir el desorden y a restablecer el equilibrio roto. Ahora bien, ¿qué desorden introdujo Ayax al rebelarse contra Tiresias?

10.- Ayax desacató su “autoridad espiritual” de sacerdote, lo cual era ya funesto para la jerarquía equilibrante que dije. Pero lo más “injusto” (y difícilmente remediable) fue que, negando a Tiresias en su autoridad, Ayax abría un rumbo posible al menosprecio, duda o negación de la “ciencia sagrada” que poesía el sacerdote y que, abarcando el destino “sobrenatural” del hombre, ordenaba también una “metodología” tendiente a lograr ese destino a partir de la sociedad terrestre y en su misma organización. ¿Cómo se dio el primer soslayamiento de tan vital doctrina? La lección metafísica de Tiresias es “revelada” y por tal de origen “no humano”: también es “no humana” en su noción del hombre trascendente, cuya realización metafísica le exige la superación de su “individualidad humana” en otro plano de la existencia universal, y en última instancia su reabsorción en el Principio Eterno que ahora se le revela como su Fin. Soslayada o puesta en duda esta doctrina en sus aspectos “no humanos”, es fatal que la noción del hombre se mutile y circunscriba, desde el motín de Ayax a su solo aspecto “humano”, cuya exégesis y exaltación producirá en adelante todas las ilusiones “humanistas” que sabemos. Y añadiré Velazco amigo, que así negada en su Principio y en su Fin sobrenaturales, la existencia del hombre acabó por ser entendida cono un deporte ininteligible y hasta “nauseabundo”, al cual somos lanzados no sabemos por quien ni cómo ni para qué, según lo dicen y lloran los existencialistas de hoy. Claro está que, para ello, era necesario correr otras etapas en esa maratón del hombre descendente, ya que su descenso implica una mutilación gradual operada en el “entero” de su natura ontológica.

11.- Por ejemplo: circunscrito en una conciencia de sí puramente “humana”, el hombre limitará sus posibles de conocimiento al que le proporciona la Razón, facultad de orden estrictamente humano: de tal suerte, soslayará primero y negará después como posible todo “saber por la revelación” y por las facultades trascendentes (en verdad “supraracionales”) que integran el compositum humano y que “se retraen” si no se las ejercita. Es evidente que el Humanismo lanzado por Ayax se dio, en lo intelectual, a las proezas de la Razón ejercida, no ya en las explicaciones de la “verdad revelada” (como lo hicieron los filósofos medievales), sino en el redescubrimiento y exégesis de los filósofos paganos, cuyas especulaciones (admirables, ¿quién lo niega?) son precisamente frutos de la sola Razón humana ejercida con rectitud y en toda su posibilidad. Este “soslayamiento” de la verdad revelada en pro de la facultad razonante se consuma en el Renacimiento y en sus humanistas; y el Renacimiento está signado por el Príncipe, vale decir por Ayax. No es aún el racionalismo, el cual aparecerá más tarde bajo la influencia de Creso y de su “mentalidad”, la cual implica, según dije, un ejercicio “minimizado” de la Razón.

12.- Entregado sin freno al solo ejercicio de su individualidad humana concebida como un “fin” en sí, Ayax la hizo desbordar con imperio en un individualismo egoísta que también se fue generalizando. Porque toda casta social que reina fuera del orden jerárquico tiende a universalizar sus características, y lo consigue sobre todo en lo que tienen de “negativo”. Ahora bien, la furia individualista de Ayax, al obrar sobre Creso por modo tiránico y en las “finanzas” que tanto le duelen, es lo que decidirá la sublevación del Hombrecito Económico y la consiguiente defenestración de Ayax. No bien lo consiga, el Hombrecito Económico reinará por su cuenta y establecerá su propia dictadura.

13.- Veamos ahora cuál es el talante de Creso al asumir el poder. En la era de Ayax, y a favor del clima reinante, nuestro economista se ha librado ya del freno interior o religioso que controlaba sus naturales apetitos: lo religioso, en adelante, será para él una “costumbre social”, si ya no cree; y si cree aún, tendrá la oscura vigencia de una “superstición”, en el sentido etimológico del vocablo. Simultáneamente Creso ha ido adquiriendo la soltura individualista de Ayax; y su individualismo, al desbordar en lo económico naturalmente, aumentará sus apetencias y le hará tirar por la borda el segundo aspecto de su función social, el de la justicia distributiva. Por otra parte, Creso no sólo ha recibido las “taras” ajenas, sino que también ha contagiado las suyas propias al organismo social, en una preparación de larga data que no es difícil de rastrear en la historia y que facilitó su acceso al poder. Es útil recordar, verbigracia, que el Renacimiento inicia ya la era de los banqueros internacionales (¡oh, ese lujoso Giovanni Arnolfini de Lucca!, ¡oh, ese Jacobo Fucar y sus tenedores de libros!).

14.- Pero es en el orden intelectual donde, aunque parezca risible, Creso influya con bastante antelación en lo porvenir histórico, al imponer su racionalidad “inferior” a las especulaciones filosóficas. Y a mi juicio, Renato Descartes es el paradigma de la mentalidad burguesa en tren de filosofar por su cuenta riesgo. Este primer líder del racionalismo burgués, cuyo representante último ha de ser Carlos Marx, parte de la “duda”, que, según dije ya es una inclinación de Creso hija de su natural “desconfianza”. Merced a la duda, que ha de utilizar a guisa de “método”, Descartes arroja por la borda no sólo el ya descuidado lastre de la Revelación, sino todas las filosofías anteriores cristianas o paganas y entonces, náufrago en el piélago de una agnosia integral, da con la tabla salvadora, el ilustre cógito ergo sum. Lo que realmente salva él en su cógito es la certidumbre de su propia naturaleza racional: en lo sucesivo le será dado sostener fuera de toda duda que Descartes “es un hombre”. ¿Cree usted que valía la pena tan ostentoso naufragio?

15.- Amigo, lo que importa es el lugar en que nuestro filósofo recoge la tabla. Y la recoge, según entiendo, en la frontera exacta de su “modalidad anímica” y su “modalidad corpórea”. Desde aquel punto crítico y ya montado en la tabla, Descartes ve la forma “dual” del compositum humano: un cuerpo y un alma. Lo riesgoso era que, para una mente dubitativa y sedienta de corroboraciones experimentales como la suya, el primer término del binomio (el cuerpo) resultaba ser el más evidente y el más fácil de reducir a “experiencias”. Y me digo yo aún si el otro término (el alma) se le impuso a Renato como un sentir muy sincero en él, o como una concesión prudente a lo teológico que aún gravitaba con fuerza, o como un imperativo de la “simetría” (Descartes era geómetra), o como una segregación de la misma corporeidad, según lo entendieron más tarde los psicólogos. ”El cerebro -nos dijo cierta vez un profesor de la Escuela formal- es una glándula que segrega ideas”. Y lo aplaudimos a rabiar: ¡Éramos tan jóvenes!

16.- Lo cierto es que el famoso dualismo cartesiano apareció más cómo una invitación a la Física (cuyo dominio es el mundo corporal) que como una instancia concomitante de la metafísica. Y sus consecuencias en el devenir ulterior del hombre lo confirman demasiado. También resulta indudable que el triunfo y divulgación de tan pobre doctrina no hubiera sido posible si ella no hubiese reflejado un nivel intelectual preexistente y común a la mayoría de los hombres de la época. Vayamos a un “antecedente” más próximo: los llamados “filósofos de la Revolución Francesa” (que dio a Creso una victoria decisiva) son de origen burgués en su mayor parte y de mentalidad burguesa todos. Ellos cavaron y sembraron el terreno recibido, bien que ya con una diferencia de actitud muy visible: si en Descartes el proceso arranca de la “duda” y traduce una simpática dramaticidad, en los filósofos de la Revolución ya no existe la duda, sino la firmeza de una “convicción” a puño cerrado que se manifiesta por una ironía suficiente (como en Voltaire) o por un desnudo cinismo (como en Rousseau). Así triunfa la Revolución de Creso; y erige a la razón como a una diosa laica. No es la Razón que antaño ejercitara el buen Aristóteles en su Metafísica, sino la razón de Creso, minimizada como dije, por su natural estrechez de sesera.