sábado, 15 de julio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal 4° Entrega

26.- Aquel robo del “tiempo humano” disminuyó sensiblemente con la invención y el auge de la “maquinaria”. Si Creso no hubiera prevaricado y se mantuviese aún en el orden, entendería que el tiempo ganado por la máquina sólo puede tener: una utilidad inteligible: la de conseguir para el hombre una disminución en su “tiempo del buey” y una ampliación correlativa en su “tiempo del ángel”. Desgraciadamente, Creso vio en el maquinismo sólo una productiva y cómoda manera de “substituir al hombre por la máquina”; y las reacciones de tipo social que provocó el hecho atañen a la Historia y no a esta operación de la Medicina que ahora estoy practicando con bastante soltura. Para concluir este párrafo, y antes de pasar a materias de un orden más sutil, diré que Creso, lanzado a una “hipertrofia” de la producción, necesitaba urgentemente aumentar el volumen de sus ventas. En sus tiempos normales, el Hombrecito Económico producía, verbigracia, las diez mil polainas que le requerían otros tantos “amateurs” de la ciudad. Pero, al fabricar un millón de polainas, Creso debía elevar a ese mismo número la cantidad de los usuarios. ¿Cómo lo hizo él? ¿Impuso tiránicamente una ley de la “polaina obligatoria”? No, amigo: Creso es un hombre de natural cautela, y su dictadura fue siempre disimulada bajo disfraces al parecer inofensivos. Lo que impuso él` a la ciudad fue una doctrina de la “polaina necesaria”, valiéndose de la “publicidad”, que ascendió gradualmente a la categoría de Musa y de Ciencia, y que hoy, merced a los novedosos objetos lanzados por la técnica industrial, “fabrica” la necesidad de los mismos, a posteriori, en una suerte de formidable invasión psicológica.

27.- Velazco amigo, perdóname usted las minucias de tan agradable disección; y sígame ahora en la tarea de averiguar cómo abordó Creso las libertades, o mejor aún, de qué modo y en qué medida se hizo “liberal”. Sabido es que la Revolución Francesa, en su proclamación de los Derechos del Hombre, reclamó las “libertades” necesarias al ejercicio de tales derechos. No hay duda que la tiranía de Ayax en su gravitación secular, exacerbó ese anhelo de las libertades expresado con tanta vehemencia lírica por los tribunos de la Revolución. Ahora bien, el hombre en su justo y eterno reclamo de las libertades, pone toda la fuerza de su compositum dual, vale decir que las reclama como “individuo” y a la vez como “persona”. Sintetizando en modo simplista la noción de semejante dualidad, yo le diría que las referencias del hombre, mirado como “individuo”, lo singularizan en su “corporeidad”, y que mirado como “persona”, lo universalizan en su “espiritualidad” trascendente. Verbigracia: el derecho a la subsistencia corporal es un atributo del “individuo”, y el derecho a las libres operaciones del alma es un reclamo de la “persona”. Bien. Pero: ¡atención! Uno y otro aspecto del hombre son difícilmente separables. Advierta usted, por ejemplo, que la forma corporal es el “soporte” ineludible de todo el compositum humano: alegue usted y disminuya el derecho a la subsistencia corpórea del hombre, y todo el compósitum se hará trizas; niéguele usted al hombre los derechos de su “persona” y su natura corporal se ha de reducir a un mero “soporte de la nada”. Y permítame que otra vez recuerde a mis amigos los existencialistas.

28.- Enfrentado con esas invocaciones a la libertad (formulado por la misma Revolución que lo exaltó al poder), Creso adoptó una estrategia bastante política: se hizo liberal. Como el Hombrecito Económico, dada su naturaleza, nunca digirió muy bien aquello de la “persona trascendente”, resolvió conceder a sus vasallos todos los derechos de la “persona” (que al fin y al cabo no le costaban ni un céntimo) y reservar para sí mismo el derecho a la corporeidad, vale decir al acceso y posesión incontrolados de la riqueza material y de sus símbolos. Así lanzó él sus tristemente famosas doctrinas del “liberalismo económico”, la “libre empresa” y otras libertades útiles para enriquecerse a sí mismo “contra natura”, es decir contra la salud del organismo social a que pertenece; y en este último tenor de las cosas, la demencia de Creso aparece como “suicida”.

29.- Naturalmente, limitado el común de los hombres a defender su existencia corporal ante un Creso endemoniado, y en una lucha que devora lo mejor de su voluntad y de su tiempo, las cacareadas libertades de la “persona” se reducen a un simple ramillete lírico, y en alguna (entra las que hacen ruido exterior) a una mera “libertad de pataleo”. Lo malo de la cuestión es que, tras de meternos a todos en esa triste Olimpíada de los Garbanzos, el excelente Creso, a base de sugestiones e incentivaciones, intentó hacernos creer que el de la vida era un “derecho” a conquistar o ganar en su sistema económico, teoría en sí perversa y maliciosa en nuestro burgués, ya que, lanzado el hombre a la existencia por una Voluntad superior que lo trasciende, claro está que el de vivir es un “deber” y no un derecho. Y es un deber literalmente “metafísico”, puesto que la razón de su existencia es la de realizar en este mundo una serie de posibilidades físicas y metafísicas, en su doble carácter de “individuo” y de “persona” justamente. Amigo Velazco, el día en que los hombres vuelvan a entender sus vidas, no como un derecho a conquistar sino como un deber a cumplir, todas las revoluciones inspiradas en esa noción han de ser absolutamente legitimas y el orden que construyan o reconstruyan será “ortodoxo”.

30.- Insistiendo en nuestro apetitoso cadáver, le diré que, socialmente ubicado entre Tiresias y Ayax, arriba y el pobre Gutiérrez abajo, Creso ejerció su tiranía según dos estilos diferentes, pero que se complementaban en sus diferencias: tiranizó a Gutiérrez por la vía “directa” y los medios coercitivos del hambre; pero Tiresias el sacerdote y Ayax el soldado, huesos muy duros de roer, obligaban al Hombrecito Económico a utilizar vías “indirectas” de sujeción. En realidad, y por grande que fuese su locura, Creso no intentó “dominar” al sacerdote y al guerrero, sino “inclinarlos” a su favor, soslayadamente, y en pro de su reinado económico. Si lo consiguió fue merced a dos circunstancias favorables: a) el estado evidente de postración o decadencia en que habían caído el sacerdote y el guerrero, si se los miraba con relación a las funciones específicas de cada uno, a las que debieron cumplir sin distracciones, a las que “justifican”, precisamente; su razón de ser Tiresias el sacerdote y Ayax el soldado; b) el hecho de que uno y otro, por contagio, hubieran adquirido a su vez la inclinación a lo corpóreo, tendencia, que según dije, Creso divulgó en todo el organismo social antes de su reinado. Consideremos brevemente las dos “atonías”; la de Tiresias y la de Ayax.

31.- Es indudable que la ortodoxa posición y conducta de Tiresias frente al Hombrecito Económico se deducen casi “estruendosamente” del Evangelio que lo llamó al sacerdocio (ya me referí a la abominación “crística” del hombre rico y a las verdades que la fundamentan).Se me ocurre pensar ahora que, integrando Creso (y muy devotamente al principio) una comunidad cristiana, le abría sido fácil a Tiresias, cuando aún estaba en hora, frenar metódicamente la pasión acumulativa de Creso, reducirlo al orden social, y en última instancia, “excomulgarlo”, vale decir excluirlo simple y llanamente de la comunidad, con toda la eficacia que la excomunión tuvo en otros días y que Tiresias aplicó algunas veces al soldado Ayax en rebelión, pero jamás a Creso en acto de pillaje. Amigo Velazco, resulta melancólico, además de sorprendente, advertir cómo la doctrina Evangélica se va “minimizando” y diluyendo, en su contenido terrible, casi desde la finalización de los años “apostólicos”. Tengo a veces la sensación de que Tiresias el sacerdote, lanzado a la obra de construir una Iglesia de Jesucristo, se “distrajo” en las exterioridades del Templo, en su también necesaria “secularidad” o en los menesteres políticos de la Institución, todo ello con menoscabo de la doctrina, vale decir del “alma” que debió y debe informar el cuerpo de una iglesia. Tal vez -me digo a veces- la “distracción” de Tiresias debióse a la parte activa que Ayax (Emperador o Rey o Príncipe) tuvo en la expansión de la Iglesia cristiana; porque Ayax actuando según su ministerio en lo “secular”, tiene la fácil inclinación de verlo todo en secularidad militante.

32.- Ahora bien, la “buena nueva” de nuestro admirable Redentor, su novedad absoluta, está en el anuncio del Reino de los Cielos, que ha de darse al final del ciclo, y en una “metodología” del amor, cuya práctica es la llave de acceso al Reinado Celeste, basado en el amor de Dios al hombre, del hombre a Dios y del hombre al hombre, dicho método tiende, por la virtud unitiva del amor, a conseguir en la tierra una imagen de la “unidad” que ha de reconstruirse en el Reino, sobre cuya “inminencia” insiste el Cristo yo diría que dramáticamente. Atentar contra esa legislación amorosa es atentar contra el Verbo Encarnado y poner “en demora” su plan redentor. Porque, amigo Velazco, no es difícil advertir que la tiranía de Creso está llevando a los hombres, no a la “unidad por el amor”, sino a una suerte de “atomización por el odio”. La falta de Tiresias o su distracción terrible, consistió en absolver a Creso las “setenta veces siete” del perdón crístico, en lugar de reintegrarlo a la justicia de su función social de modo que también Creso pasara por “el ojo de la aguja”. Y a veces me pregunto si no fue una de las “tibiezas” que Jesucristo amenazó con vomitar de su boca.

33.- Y Creso, naturalmente, medró al amparo de tan cómoda benevolencia. Llegó incluso a distinguir y separar en sí mismo dos individualidades independientes: la del “hombre de negocios” y la del “ciudadano pío”, de modo tal que ni el “ciudadano pío” molestase al “hombre de negocios” ni el “hombre de negocios” molestase al “ciudadano pío”. Yo padecí en mi barrio a un Creso de tan flexible conciencia: un industrial que sistemáticamente negó a sus obreros el pan y el sol de cada día. Sin embargo, ese hombre se confesó todos los sábados, comulgó todos los domingos, volvió todos los lunes a su iniquidad, fue tenido por columna de su iglesia y murió, naturalmente, como un cerdo.