sábado, 14 de octubre de 2017

A la madrecita que se fue... Por Arturo Capdevila

¡Dulce madrecita mía,
cómo eran tus manos bellas!
En la muerte, ¿qué serás...?
(Van pasando las estrellas...)

Dulce madrecita mía,
que fuste arrullo en mi cuna...
En la muerte, ¿qué serás...?
(Y va tan triste la luna...)

Te recuerdo como una
silenciosa claridad...
¡Madrecita...! (Y va mi pena
buscando la eternidad...)

Voces de América Por Héctor Fuentes

El filo de una espada se hunde en la tierra.  La herida no sangra porque el barro la acaricia, la recibe, la asimila.  El nuevo mundo está urdido con hilos fuertes;  hilos de manos unidas. Los salvajes no conocen el dinero, ni la cruz, ni el evangelio.
Desde lejos, desde España, vienen a descubrir una parte del mapa. El mundo civilizado se enfrenta al reinado del Dios del Trueno.
Los hombres vestidos despojan a los desnudos. La pólvora aniquila el arco y la flecha. Las carabelas hunden canoas. Civilización y barbarie. Barbarie en nombre de la civilización.
Pueblos originarios sin destino divino. Pueblos ancestrales sin pasado ni futuro. Europa despierta y América conoce la crueldad.
La historia la escriben los que ganan, pero la recuerdan los que la sufren. El mundo cambia y la naturaleza se transforma. Los reyes gobiernan desde la lejanía que impone el trono. Desde la altura del mundo hacen bajar sus órdenes. Echan a rodar las palabras por una pendiente que finaliza en un mundo de esclavos.
Siglos de libertad sucumben ante el avance invasor. Se impone un sistema de explotación en donde existía un sistema de colaboración. El viejo mundo persigue el oro y la plata, y para ello funda ciudades, virreinatos y templos.  El oro para que brille la corona. La plata para que refleje la grandeza.
De esta tierra hundida en el atraso, necesita solamente las manos, no le sirven los hombres. Por eso destruye sus creencias y prohíbe para siempre sus costumbres. Un hombre sin creencias vale menos que un hombre. Un hombre sin costumbres es una fuerza conquistada.
Los indios cargan en el lomo las riquezas de una tierra que ya no les pertenece. Y aunque se rebelan una y otra vez, caen aniquilados ante el yugo imperialista.
Túpac Amaru es el último cacique Inca. La rebelión de su pueblo le brilla furiosamente en la mirada. José Gabriel Condorcanqui enaltece en su cuerpo el grito vivo de todo un continente.
Los pájaros, las flores y las montañas, ascienden por el vértigo de su piel. La gesta de un pueblo se enarbola en la bandera de su cuerpo. Cuatro caballos tiran de sus extremidades para romperlo. Los verdugos gritan y sus puños se cierran. El espectáculo grotesco es presenciado por los altos mandos españoles. Quieren ver sangre. Y se incomodan porque en su lugar tropiezan con la entereza de un hombre libre. Una piedra en el zapato. Una arena en el ojo. Una advertencia desafiante.
Luego de su muerte viene la oscuridad y la lluvia. La oscuridad termina en la Revolución de Mayo y la lluvia lava las conciencias de los pueblos.
Un solo grito se aúna: Libertad. Libertad. Oíd mortales el grito sagrado.
Y los libres del mundo responden al gran pueblo argentino salud.
Una revolución es un sueño eterno. Mariano Moreno escribe las palabras que logran romper las cadenas. En su plan de operaciones trazó los designios de la patria. Hizo falta tanta agua para apagar tanto fuego.
Los realistas no saben que un hombre nacido en esta tierra es capaz de cruzar la cordillera. El ejército de los Andes se agazapa como un cóndor detrás de las altas cumbres. San Martín grita: “Seamos libres, que lo demás no importa nada”. Y el milagro sucede. Medio continente despierta a los ojos de sus verdaderos dueños. La América vuelve a cerrarse en el puño de sus Libertadores. Un capítulo se cierra. La patria grita su llanto de recién nacida.
El presidente Bartolomé Mitre crea el ejército. Bautiza aquel período como “Proceso de Organización Nacional”. Los indios Ranqueles sufren las consecuencias. Quince mil indios son asesinados por la llamada “Campaña del desierto”. Julio Argentino Roca y sus hombres reparten la tierra saqueada. Millones de hectáreas para pocas manos. Así nacen los latifundios, y así se funde los pueblos.
La riqueza es de un puñado, la pobreza se reparte entre la mayoría.
Mucho tiempo después, un presidente de facto, Jorge Rafael Videla, inicia el “Proceso de Reorganización Nacional”.
La desaparición de personas es un puente hacia el pasado. Indios, gauchos e intelectuales heterodoxos confluyen en un destino común. Pero la palabra, a través de los años, sigue contando su historia. Una historia que no se extingue, una historia en carne viva.

POR NUESTROS NIÑOS (Extraído del libro “Supérate” De Agustín Pastoriza, Ed Kapelusz, año 1932)

Era un pobre matrimonio obrero. El esposo trabajaba en una fábrica y la mujer realizaba todos los quehaceres domésticos, sin ahorrar esfuerzos ni cuidados para vivir con la mayor economía. Nació un niño; lo llamaron Juancito.
Fue la esperanza, la suave estrellita de luz que guiaría la vida de los sacrificados esposos. Desde que el niño vino, toda privación trocábase en felicidad. Al fin, era por él Pero a los dos meses, el padre murió. La madre, con su hijito, quedó sola ante la vida.
Esa mujer  era grande amando  con ternura entrañable al huerfanito; pero ahora sería sublime enalteciendo el amor con el trabajo diario, salvando intacto ese amor ante las penurias de la existencia.
Buscó ocupación. Pero ella no tenía oficio. Sabía coser, planchar, cocinar; pero poco, muy poco de todo, como una de esas buenas mujeres cuya única aptitud es la buena voluntad que ponían para hacer lo que pueden.
Ya desesperaba por su falta de capacidad para ganarse un jornal, cuando un día acertó a leer el aviso de un diario por el que un matrimonio pedía una nodriza.
Voló a ofrecerse. En efecto, en la casa, donde fue, le dijeron que necesitaban un ama para criar un niño, pero que le darían la ocupación con el compromiso de que no llevaría a Juancito. En cambio, obtendría licencia todas las noches para volver a su casa y atender a su hijo.
¡Pobre madre! ¡Abandonar a Juancito apenas de dos meses, durante todo el día, para no verlo hasta la noche! Pero ante la necesidad tuvo que resignarse. Enjugó silenciosamente sus lágrimas, acalló los arranques de rebeldía que le dictaba su gran amor, y desde el día siguiente, entró a servir de nodriza.
Muy temprano dejaba a Juancito en su pieza y se dirigía a cuidar al otro niño, al de sus patrones. Las vecinas, por comedimiento y caridad, solían a veces en su ausencia acercarse al niño abandonado. Le arrojaban una flor para que se distrajera, poníanle algún juguetito o lo recogían del suelo cuando se caía de la cunita.
Después, las mujeres del conventillo, viendo que el niño peligraba por esas caídas, optaron por tender una colcha en el suelo y allí dejábanlo atado de un piececito a la cuna.
Cuando por la noche regresaba la madre, el niño la recibía llorando, con un llanto entrecortado, hondo, desgarrador. . . Ella reclinaba su cabeza sobre el niño y lloraba silenciosamente.
Y en esa actitud, muchas veces la sorprendió la aurora del día siguiente.
Una vez Juancito enfermó.
Murió a los tres días. Una vecina oficiosa fue a llevar la triste noticia a la madre.
Esta, en un descuido de sus patrones escapó a su casa para ver por última vez a su hijo muerto, llevando en sus brazos al otro niño que cuidaba.
Al llegar contempló un cuadro que desgarró su corazón. Allí estaba Juancito, lívido por la muerte, con el cabellito ralo, faltado en partes; los ojitos entreabiertos y vidriosos, cual si hubieran congelado la última lágrima.
Tenía las manecitas achaparradas, encogidas, quizá cerradas en su último intento de acariciar a la madre. Los huesitos, casi visibles debajo de la piel, de un color amarillo sucio, hacían de aquel niño un doliente despojo humano.
La madre, horripilada, volvió la mirada hacia el otro niño que tenía en sus brazos, al niño de sus patrones, al que ella amamantaba y que estaba regordete y sonriente. ..
La madre enloqueció... Cuando el médico llegó, emocionado, pero venciendo con entereza su consternación, dijo a las mujeres que estaban presentes:
Señoras, cuiden a los niños. Cuídenlos mucho. Denles buenos alimentos y dispénseles todas las atenciones con inteligencia y corazón. Hoy la mortalidad infantil acusa cifras pavorosas. ¿Será porque no hay buenas madres? ¡Qué jamás la Patria ni la conciencia tengan que reprochárselo!

De tu mano mamá, como cuando era niña Por Nilda Scarvaglieri

Me duelen los años mamá, tus años, los míos.
Me duelen tus manos cansadas, me duelen mis canas...
Esta vejez que nos abruma y nos opaca
cada instante lleno de tristeza.
Cruzaremos la tranquera juntas, de la mano
como cuando niña me apretabas fuerte.
Cruzaremos la tranquera juntas y contigo me iré al cielo
que soñamos las dos.
En la noche escucho tus palabras, Nilda, corre, corre.
Como corríamos en la noche oscuras para evitar los golpes,
el fuego o lo que no sabíamos.
El miedo de perderte mamá, el miedo a perderte
pedía a Dios la muerte desde niña.
Pedía a Dios la muerte y Jesús enojado me retaba...
Eres tan sólo una niña.
Cruzaremos la tranquera, juntas mamá,
no te soltaré la mano y te apretaré tan fuerte
como vos a mi ¡Cómo cuando era una niña!
Nos llegó la vejez y aún estamos tristes.
No hubo muchas risas en el camino, no conmigo.
Conmigo no has reído, para que esperar más,
vamos juntas mamá... un cielo nos espera,
un cielo de alegrías, un cielo de paz.