sábado, 11 de noviembre de 2017

DESTINO Por César Bruto

Bervo de 3 sílaba, indicativo de la suerte que tiene cada cual en su vida, o sea su destinO, y nadie ni nadies puede vibir sin tener un destinO que lo empuge, a meno que sea un tarado o que no tenga respeto por la jente ni un poco de bergüenza. Un perrO, por egenplo, con ser perrO y todo tiene su destinO, pudiendo ser mimado y bien comido con buenos patrones, o ser un perrO flaco de hambre, pulguientoso y acabar su carrera en la salA de los condenadoS de muertE de la perrera, adonde me contó mi tío aquileZ que lleban a esos pobres angelito y los hasen oler un humo venenoso que les perfora los 2 pulmón, dejándoselos como esas camisetas viejas llenas de augero que mi vieja guarda para coserlas una arriba de otra, hasiendo de 2 camiseta rota una sana. Yo mismo, aunque no paresca, tengo el destinO de haberme venido periodista, contra la boluntá de mi viejo, que ya desde chico quería más bien mandarme a que le ayude a mi padrino en la feria, lo cual, a la final me parese quera mejor, porque adentro de la feria, entre rifle y rafla uno se puede haser una buena diaria, endemientras quen el diariO siempre lo andan mandando de una parte a otra, escribir aserca de todos los trópicos, barrer la escalerA, salir de viagE o sea de que a la larga uno se cansa para que un buen senior leptor se dea el gusto de ler todo el esfuerzo ese gastando meno de 20 sentavo y todavía le queda despué el diario para enbolver algún paquete o benderlo a tanto el quilo, como hase mi vieja con los papel viejo, las botellas vacías, los trapos rotos y las latas de aseite, porque haora todo se conpra ques lo mismo y no como antes de la guerrA del 14 que cuenta mi viejo que la vida estaba barata y cualquier padre se podía dar el gusto de tener veinte o 30 hijos todos bien comidos y con un ofisio para trabajar de grandes y traer la plata en casa pero haora la jente no seanima a cargar con más de dos o 3 o sea que si tiene la mala suerte de que le salgan fiacunes o de mala cabesa la casa se viene al suelo y ya nadies la puede lebantar lo cual no pasaba teniendo muchos hijos, primero porque en la cantidá se gana siempre y segundo porque teniendo 30 hijos, por egenplo, no inportaba que cuatro o 5 salieran ladrones, dos o 3 criminales y seis o 7 favoritos de la milongA; con el resto siempre había para parar la olla y a la larga todo se arregla cuando hay buena voluntá y algún abogado amigo que des una mano cuando llega la ocasión.

¿Te acordás el día que dejaste de ser chiquito? Por Héctor Fuentes

Estábamos tomando sol en la pileta, y mi hijo Joaquín, de tan sólo cuatro años, me sorprendió con esta pregunta:
Papá: ¿vos te acordás el día que dejaste de ser chiquito? Me lo quedé mirando. Al instante sonreí. Me repuse en silencio mientras un sinnúmero de imágenes pasaban por mi mente. No recordaba cuál era el día que había dejado de ser chiquito, pero en cambio sí podía contarle lo que significó para mí alguna vez haber sido un niño.
Entonces le dije: Recuerdo que yo era chiquito cuando llegaba fin de año y mi viejo me regalaba el  “Patoruzú de oro”. Era pequeño cuando miraba por televisión "Los Tres Chiflados" y a "Hijitus", acompañado por una taza de mate cocido. Era un niño cuando mi tía me sorprendió una mañana regalándome una gomera. Cuando mi casa de Ensenada se atestaba de mosquitos y debíamos prender un espiral. Ese olor es mi infancia. Y esa casa creo que la encontré el otro día en un sueño. Era un simple pibe cuando daba la vida por un partido de fútbol. Cuando jugaba a la bolita a tres quemas. Cuando juntaba figuritas y cambiaba el álbum lleno por una pelota de cuero número cinco.
Cuando una vez me subí solo al tren que pasaba a tres cuadras de mi casa. Cuando fui por primera vez al cine a ver una película de Bruce Lee. Cuando sentía galopar la alegría en un caballito de madera.
Pero vos me habías preguntado qué día había dejado de ser chiquito. Entonces te miro y pienso: ¿Cuándo se deja de ser chiquito? ¿cuándo empezamos a mirar el noticiero? ¿Cuándo preguntamos qué cosa es la economía? ¿Cuándo renovamos el documento? ¿Cuándo nos quedamos solos y elegimos por primera vez una canción? ¿Cuándo por fin nos sale el nudo de la corbata?
Claro, vos te reís de todas estas cosas que te digo. Entonces te miro y pienso: ¿no será un sueño este juego que me propusiste, en el que yo te explico que día dejé de ser chico, y vos me regalas este inmenso privilegio de ser tu papá?

Tres relatos de Enrique Spinelli

Bingo

Nunca había entrado a un bingo. Me impresionó, me impresioné. Primera impresión: sentí que estaba en una película de ciencia ficción. En segundos pasé de un paisaje gris de zona estación de trenes a uno que estalla en colores y sonidos. Estalla y estalla continuamente. Es todo muy raro, toda la gente está conectada a una máquina de colores, tranquila, ida de si pero hacia dentro de la máquina. La sala está llena de tipos de seguridad que cuidan de ó a esta gente ¿?
Cada máquina tiene un cuerpo conectado, sospecho que esto debe ser una especie de terapia intensiva. Estas máquinas dan soporte de vida. Espero que no se corte la luz. Acá, como en los criaderos de gallinas, no es de día ni de noche. Siempre es buen momento para apostar aquí y para comer en el criadero aviar.
Recorro las salas, todas están llenas de gente conectadas a máquinas. Su actividad es apretar unos botones, para indicar que están vivos. Cada tanto alguno se distrae o se muere y suena una alarma. Estos eventos se festejan. Sigo recorriendo y veo más y más gente conectada a máquinas. La situación me angustia. Yo me siento cada vez peor, pero la gente conectada parece estar al menos estable. Estable puede ser mucho.
¿Quién  tiene razón? Yo me la doy de pensador, pero la angustia me achata el pecho. Esta gente tiki tiki el botoncito, pueden pasar días así… ¡Ma sí! me siento frente a una máquina. Saco toda la plata que tengo en el bolsillo y llamo a la piba que ayuda a los viejos conectados (debe ser enfermera): -Señorita, no sé como es, pero por favor cárgeme todo esto en esa máquina. Me apoltrono y empiezo a apretar botonitos, decidido a darme máquina hasta que viva, hasta que ame o hasta que muera.



Dietética

A unas cuadras de mi casa hay una dietética donde atiende una pelirroja que me ha enamorado. Para llegar a su negocio debo cruzar una avenida. La senda peatonal es muy cruel, mi pie no entra en el ancho de la línea y la distancia que las separa corresponde a un paso largo, que dificulta cualquier maniobra. Si piso cada línea, mi pie sobresale de lo blanco, toca algo de asfalto y llego al otro lado sin ninguna posibilidad.
La colorada me trata displicentemente. Compro arroz Yamani. Voy en puntitas de pie, la gente lo advierte, y la colorada no me da ni bola. Compro arvejas partidas. Si camino de costado, poniendo totalmente mi pisada sobre la senda, me miran aún más y claro… la piba me trata como a un extraño. Compro harina de mandioca. Con zapatos de taco alto, la pisada entra perfectamente, pero no son mis zapatos. Me trata peor que nunca. Preparo unos zapatos de salón a los cuales les saco los tacos. Entrené caminando ligeramente inclinado hacia adelante, pisando casi plano pero sin apoyar el talón y llego al otro lado sin pisar asfalto y sin ser observado. Al arribar al terreno divino todo cambia.
De pronto todos los locales, todas las casas, son dietéticas con la colorada esperándome sonriente en la puerta. No hay más personas que yo y muchas pelirrojas, cada una en su dietética. Así no. Regreso aturdido, caminando calles de dietéticas, cruzando en esquinas de dietéticas, mirándome en vidrieras de dietéticas. Llego a mi casa que ahora linda con una dietética atendida por la pelirroja que me sonríe y sonríe como una cajera china. Busco mis llaves; doy una última mirada a mi barrio de dietéticas y advierto que del otro lado, pegada a mi casa, entre todas las dietéticas, hay una verdulería que atiende una bella morocha. Entro a mi casa y cierro puertas y ventanas.


Sueños con Katheryn 

El viejo Solís sostiene que somos el sueño de otro. Algunos son soñados por un dios, otros por una gorda tetona, o una viejita mala onda. Todo va en suerte. En Balcarce todos son soñados ahí mismo. Soñadores y soñados van cambiando para evitar el aburrimiento, que es la única muerte posible. Todos desean ser soñados por Alcoyana, quien inclusive despierto tiene sueños preciosos. El infierno es ser soñado por el usurero Juan T Garchau. Alcoyana dice que puede ser que seamos solo sueños, pero además soñamos (ver su Poema a Olga: "Soñé que estaba dormido, soñando contigo en un sueño…”)

En el barrio del Alas Balcarceñas, todos tenemos siempre el mismo sueño. Vamos caminando por la 20, todo está en gris menos Katheryn que tiene su vestido rojo.
Llegamos a su portal, nos saluda, nos da un beso, nos toma de la mano y nos lleva dentro de su casa, alcanzamos a ver la galería y puf, ahí todos nos despertamos. Todos tenemos el mismo sueño, pero todos soñamos cosas distintas. Cuando me despierto estoy convencido de que Katheryn me lleva para la quinta y me da unos besos entre los tomates. Elena afirma que es su hija, que se fue con un circo, que la lleva a la cocina a tomar unos mates. Pipo está seguro que es su mamá, que no conoció, que lo lleva al patio para ponerlo en una hamaca de mimbre. Soguita despierta siempre con una sonrisa; Katheryn lo lleva al fondo y le dice al oído el número que saldrá en la nocturna de Provincia. El número nunca sale, y Soguita sonríe porque tendrá que volver por otro…