sábado, 25 de noviembre de 2017

“Contate un Cuento X” Ganadora de la Categoría C: Agonía - Por Ana Josefina Blanco Alumna de 5º año de E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

    Mis piernas temblaban, mi corazón iba a mil por hora, mi cabeza era un caos total y mi cuerpo ya no respondía a mis órdenes. Eso es todo lo que recuerdo después de ese evento desastroso que me desarmó completamente.
   Todavía recuerdo sus manos sobre mí, su voz gruesa y asquerosa, sus toscos movimientos y la forma en que me decía que me callara, que era una llorona y que no me estaba haciendo nada. Sus dedos puntiagudos como navajas me desnudaban y mi ropa caía rápidamente sobre la alfombra de aquel motel. Cegando todos mis sentidos entró en mí dejando paralizada mi alma y lastimado mi cuerpo. Tirones, empujones, movimientos torpes, destrozándome por fuera y por dentro, sin una pizca de misericordia o amor.
    Todo sucedió tan rápido y a la vez tan lento. Sentía los latidos de mi corazón agitados, pero mi cuerpo no tenía más fuerza de la que ya me proporcionaba y caí.
No sé cómo quedé inconsciente. Cuando desperté él ya no estaba. Me tambaleaba de un lado a otro sin entender qué había pasado, qué me había pasado. Había sangre por todos lados y un olor pestilente y amargo que no salía de la habitación y ni siquiera de 
     Salí de la habitación tropezándome con el mini bar al lado de la puerta. Corrí hasta respirar un aire no tan puro en el exterior. Desorientada, caminaba por la calle medio desnuda, helada, descalza y sintiendo que me iba a caer a pedazos. Nadie me miraba, pasaban sobre mí como zombis, sin registrarme, como si no les importara que yo estuviera semidesnuda, pensando que era una prostituta solamente… Sin rumbo caminé y caminé contemplando el mundo oscuro y frio en el que me encontraba, preguntándome por qué había pasado eso y por qué a nadie parecía importarle.
    No sé cuánto tiempo había pasado, perdí el sentido de la orientación ni bien llegué a ese hotel. Me preguntaba qué diría mi familia, cómo lo tomarían y qué harían conmigo.
Mientras pensaba y pensaba entré a un café y me senté, aunque nadie pareció notarme otra vez. Me quedé dormida unos minutos, exhausta de todo lo que había pasado pero volví a mi camino de nuevo, un poco más lucida y con la necesidad de llegar a casa.
   Vi como el sol aparecía en la gran ciudad y con esa luz esperanzadora todo se vio más claro. Llegué hasta la comisaria Nº 23 que estaba muy cerca de mi barrio, pero no me atreví a entrar por miedo a que me culparan por algo que no había ocasionado.
Llegué a casa, seguro eran las 6am debido al suave sol de mañana por lo que decidí dormir y cuando mis papás se despertaran les explicaría todo, por más vergüenza que tuviera. Al despertarme ya era mediodía y mis padres estaban en casa. Cuando subí a su habitación estaba mi mamá acostada llorando desconsoladamente. Supuse que era porque no me había visto así que me dirigí hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas, pero ella seguía llorando. Intenté calmarla hablándole, pero no me respondía. La miré con atención durante un momento, la examiné, encorvada con su melena negra desordenada y sus ojos rojos  cansados de llorar. La cama desordenada y el televisor prendido. pero a muy bajo volumen.
   De repente se me vino a la mente Andrea, mi hermana, y desee por todo lo que hay en el mundo que no le hubiera pasado nada allá en Cuba.
   Buscando respuestas bajé al estudio y vi a papá. Le pregunté qué pasaba, pero no dio indicios de escucharme; me acerqué más y lo vi que hablaba por el celular. Esperé y esperé… no terminaba nunca. Su voz era ronca, cansada, como si se hubiera desvelado toda esa madrugada de domingo.
   Sonó el timbre. Abrí y vi a Andrea frente a frente con la misma tristeza hundida en el alma, al igual que mamá. La abracé y sentí como se deslizaba mi cuerpo sobre el de ella, sin tocarlo y sin causar una mínima arruga en su ropa.
   Y ahí fue cuando empecé a sospechar. Corrí por toda la casa desesperada, buscando alguna señal, algo con que pudiera entender la situación. Pero nada. Salí al patio a ver a Doggie.Ni bien lo llamé me miró y huyó, con miedo, como si no me reconociera, como si no fuera yo.Entré por la puerta trasera de casa y me topé de repente con el espejo gigante que se encontraba en el pasillo de la sala. Mis pelos despeinados y llenos de barro, mis labios tapados con cinta, uno de mis ojos morados y una mejilla cortada. Mi remera sucia con barro también, mis manos y piernas atadas con precintos. Sin pantalones, sin dignidad, sin vida. Intenté entender. Fui con mamá otra vez, la abracé, le grité cuánto la amaba y nada. Entró Andrea y al verla lo supe. El noticiero de la una me lo confirmó. Estaba muerta.
    Caí sobre mis rodillas preguntándome ¿Por qué a mí?, ¿Por qué esto? ¿Qué hice? Todas estas preguntas se me cruzaron por la cabeza, pero ya era tarde, ya estaba sin vida, sin sangre que corriera por mis venas, sin oxígeno que llenaran mis pulmones y sin sueños que habitaran mi cabeza. Ya no había futuro para mí, solo oscuridad, una oscuridad desconocida de la cual no podía ser protegida ni salvada. Navegando en este mundo de los vivos sin ser uno de ellos, pero tampoco sin ser uno de los muertos, confundida en un limbo de tiempo y espacio.
 Y así terminé.
Es el día de hoy que veo a mis papás en mi tumba, hablándome aunque no estoy ahí. Mi lápida lleva un montón de placas de todos los que me amaban. Lo que más me duele es que no voy a poder vivir lo que era para mí, nunca voy a poder estudiar abogacía, nunca voy a poder juntarme con mis amigas de nuevo o  ir  a un asado familiar y nunca voy a poder volver a rozar los labios de Martín otra vez. Me destrozó la vida esto, y destrozó la de las personas de mi entorno. Además veo a mi asesino en las calles, impune a lo que hizo, a lo que me hizo. Y eso me da rabia. Una más sin contar, una más enterrada y una más asesinada. Sin voz y sin justicia.

Concurso Literario Narrativo “Contate un Cuento X” - Ganadora de la Categoría A: Perfume a lavanda - por Aixa Vilicich Alumna de 1º año del Colegio Santa Rosa de Lima

             Noah observó como las gotas de lluvia mañanera se deslizaban por la ventana del salón hasta llegar al marco. Dirigió su mirada deseando que hubiera algo más que podría usar de excusa para no prestar atención a lo  que estuviera diciendo el profesor de historia. Miró el piso, la pared, sus manos y el árbol que se podía ver por la ventana.
Finalmente, cansado, observó el reloj que estaba colgado arriba de la puerta. Todavía faltaban dos horas de historia. Dos horas de escuchar como el profesor hablaba sobre la revolución rusa. Dos horas de entretenerse con sus pensamientos. Dos horas sin saber qué hacer hasta que vio a la linda y rara chica de ojos color esmeralda que lo tenía curioso desde el principio del año, Sabrina.
   Se vestía con sweaters con patrones que hacían que su piel pálida se destacara como si fuera la luna en una noche despejada. Usaba jeans con detalles pequeños como una flor en el bolsillo o unas manchas de tempera seca.  Le gustaba verla en las mañanas con su trenza desprolija y sus zapatos rojos. No importaba que se pusiera, ella siempre usaba zapatos rojos,  pero no duraban mucho en sus pies, ya que cuando perdía el interés en la clase tomaba un libro y se sacaba los zapatos, quedando descalza con los pies apoyados en el banco de adelante que siempre estaba.
   Se dedicó a mirarla por el resto de la hora. Veía como movía su cabeza de un lado al otro mientras, con los pies descalzos en el banco vacío que estaba enfrente de ella, se sumergía cada minuto más en un libro de hojas amarillentas.
   Había algo en aquella jovencita que ni él sabía, algo que no lo dejaba sacar la mirada de ella, algo que le daba demasiada curiosidad. Sabrina se iba a la biblioteca de enfrente de la escuela todos los días, pero lo que más lo confundía a Noah era que los viernes se iba desesperada, como si estuviera obligada a llegar a la biblioteca y no había señal de ella hasta el lunes. El resto de la semana se iba calmada pero el viernes era como si fuera un fantasma. No la notabas en clase y se quedaba toda la hora viendo el reloj. No entendía qué hacía cuatro horas en la biblioteca. “Está leyendo. Es obvio”, pensaba Noah, pero la había tratado de seguir varias veces y lo único que hacía era esfumarse antes de que él le pudiera dirigir la palabra.
La seguía y a la vuelta del estante lleno de libros antiguos, ella desaparecía como si nunca hubiera existido. Y luego salía con un fuerte perfume a lavanda y una expresión de melancolía que se podía notar a kilómetros de distancia.
   Esa mañana era viernes, sin embargo Sabrina no parecía apurada y menos preocupada. Noah pudo ver como una pequeña lágrima rebelde se le escapaba  y antes de que pudiera seguir trazando su camino por la cara de esta, subió su mano y la seco con su sweater de rayas azules.
   Noah se preguntó el porqué de esa tristeza poco vista en Sabrina, no obstante antes de que pudiera seguir creando teorías poco probables, el timbre de salida sonó retumbando en todo el salón. Guardó todas sus cosas y decidió ver si Sabrina ya se había ido y en efecto, lo había hecho. Salió inmediatamente por el pasillo. Vio cómo su compañera se acomodaba un gorro de lana azul marino en el umbral de la puerta. Noah trató de apresurarse, pero la chica ya estaba cruzando la calle para ingresar a la vieja biblioteca.  Entró él también y tal como pensó, ella ya no estaba. Solo había un rastro de perfume a lavanda que ella usaba todos los días.
   Entre otro y muchos suspiros desesperanzados, dio unas cuantas vueltas por la cálida biblioteca. Era el comienzo del invierno y hacia demasiado frio. La biblioteca tenía un calor natural como si te estuviera esperando todo el día para que te des un descanso del cruel frío que te estaba esperando afuera. Fue hacia la sección de libros antiguos y ahí estaba, buscando frenéticamente algún libro en particular. Noah miró como las manos de la chica pasaban desesperadamente por las tapas de estas, esperando encontrar algo en especial. Sin aviso, Sabrina se dio vuelta para mirar a Noah. Tenía los ojos como cataratas. Las lágrimas no dejaban de inundar sus ojos verdes..
   Noah dudó en irse o quedarse,  pero no le dio tiempo a decidir ya que  estaba llorando en su hombro mientras sus brazos se colgaron de Noah como si fuera lo último del mundo. Sabrina lo estaba abrazando con una cantidad inimaginable de, tal vez, melancolía mezclada con amor o, tal vez, desesperanza combinada con soledad. Noah no podía distinguirlo. Luego de unos cómodos minutos, Sabrina se separó de Noah pero los dos sabían que si fuera por los dos podrían estar así toda la tarde. Noah se tomó unos segundo para apreciar el perfume de lavanda que había quedado impregnado en su campera.
- Lo siento mucho Noah - dijo en un susurro que apenas llegó a oír Noah.
- No tienes de que disculparte. Todos tenemos días malos.” - respondió también en un susurro. Sabrina solo le devolvió una sonrisa apagada. Y así se quedaron, los dos en el piso del estrecho pasillo de esa sección.
- ¿Por qué llorabas? -  preguntó sincero.
- Porque el invierno está comenzando… Porque hasta la flor más bonita se congela” -dijo suspirando.
- Pero ¿eso no es lo que todas las flores hacen?
- Hay algunas que le gustaría saber cómo es vivir debajo de una nevada liviana.
Con eso Sabrina se levantó pesada, como si le costara levantarse. Noah la siguió, sin saber a dónde iban. Pararon por la sección de libros viejos con páginas amarillas que tanto le gustaban a Sabrina. Tomó un libro de tapa blanca y sonrió con tristeza. Noah no habló,  solo dejó que ella hiciera lo suyo.
- Me tengo que ir Noah… Voy a  extrañar sentir tu mirada, la lluvia en la ventana, mis pies descalzos, la gente abrazándose, la biblioteca tan cálida como siempre, los libros viejos, como el profesor sonríe cuando respondemos una pregunta exactamente como él quiere, como las nubes ocultan el sol pero aun así hay gente que les gusta un día gris. Los pequeños detalles -  aseguró mientras hojeaba el libro y se detuvo en la página veintiocho.
- ¿A dónde te vas a ir?-  preguntó con tristeza en su tono.
- A casa - y con eso, Noah escuchó un ruido detrás de él. Giró su cabeza, pero no había nada asique dirigió sus ojos azules a Sabrina y  ella no estaba. Solo había un libro en el suelo de color lavanda. Observó a ambos  lados para ver si había alguna señal de ella,  sin embargo, no vio absolutamente nada. Recogió el libro del piso y lo abrió en la página que estaba ligeramente doblada. Era un libro de poemas. El autor era anónimo y estaba dividido en cuatro partes. Verano, otoño, invierno y primavera. La página veintiocho estaba en el final de invierno con un fuerte perfume a lavanda y Noah se sorprendió al ver un dibujo exacto de Sabrina. Y debajo decía:
  “Por qué hasta la flor más bonita se congela… Por qué hasta una lavanda de verano quiere vivir debajo de una nevada”