sábado, 19 de mayo de 2018

La sonrisa de la reina (del libro “China, una civilización milenaria” de Leonard Cottrell

       El episodio más romántico descrito por los cronistas chinos es el referido a una mujer, la favorita del Emperador Wu, "el tenebroso". Wu estaba enamorado de esta hermosa doncella, pero era incapaz de satisfacer sus caprichos. Ella gozaba con el sonido de la seda al desgarrarse, y para gratificar sus fantasías, Wu ordenó que se trajeran piezas del precioso producto y se mutilaran delante de ella. Sin embargo, aun así no sonreía, ni siquiera para su amante. Finalmente, el Emperador, loco de amor, buscaba un recurso que le ganara el favor de la doncella. En la época en que los Hsiung-nu, los bárbaros del norte, amenazaban a los estados Chinos, se acostumbraba encender antorchas para convocar a los señores feudales y a sus ejércitos. La concubina del Emperador lo persuadió de que diera la orden para encender los fuegos, así ella podría divertirse.
A través de toda China, desde Huang-ho hasta el Yangtze, desde la costa marítima hasta las estepas de Ordos, los centinelas trasmitieron a sus señores las señales de las antorchas. Los campesinos, levantándose de sus lechos, empuñaron  sus armas y marcharon al encuentro de sus batallones. Los jóvenes valientes se armaron también y partieron entre adioses. Se sacaron los caballos de los establos, rodaron los carros y se pulieron las monturas. Cuando la luz del amanecer iluminó las cimas de las montañas y se hicieron difusas las brillantes antorchas, decenas de miles de guerreros se hallaban en camino, marchando bajo sus estandartes de seda hacia la capital del Emperador, listos para presentar batalla a los temibles Plsiungnu, que si no eran sojuzgados, cruzarían la frontera débilmente defendida como una inundación devastadora.
Pero cuando llegaron a la ciudad capital, y los líderes se presentaron ante Wu, sólo vieron un soberano disipado con el brazo alrededor de su concubina. Y cuando ella, al informarles que la convocatoria real no era sino una broma real, vio la expresión en sus caras, rió por primera vez en su vida.
Y por última vez. Porque no demasiado tiempo después, cuando el padre de la legítima reina aspiró al trono de Chou e hizo alianza con los "Demonios" las antorchas se encendieron otra vez. Pero esta vez nadie marchó en ayuda del Emperador. Los Hsiung-nu se lanzaron a través de la frontera, destruyeron la capital del Emperador, lo asesinaron y arrastraron fuera de su harén. Fue así que, como expresó un poeta chino, "la sonrisa de la Belleza derrocó un Imperio."

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