sábado, 29 de septiembre de 2018

Quehaceres - Por Héctor Fuentes

    Con el bollo de sábanas entorpeciéndole las manos, Clara me invitó a tender la cama.
Hundí el señalador en la página trescientos diez, y suspendí la novela hasta nuevo aviso.
Por el ventanal del living se filtraba una luz débil y rojiza. Era una tarde de sábado donde habíamos compartido la limpieza y el aseo de toda la casa. Durante más de tres horas nos dedicamos con amor de franciscanos a fregar pisos; sacudir alfombras; remover manchas y acondicionar los cuartos.
Se nos había escapado la tarde entre guantes de goma, lavandinas, perfumes para pisos, franelas y trapos. Los quehaceres domésticos nos atropellaron con su cántico de orden y bienestar. Ahora todo olía a limpio, pero todavía faltaban cosas por hacer.
Nunca comprendí porqué me disgustaba tanto hacer la cama a deshoras. Un peso como de muerte me subía por los brazos, para encerrarme en el pasillo de una incomodidad infinita. Pero así y todo, me dispuse a contribuir arrastrando el acolchado y las frazadas. 
Entonces nos pusimos a los lados de la cama, y elevamos hacia el techo las sábanas. El globo se fue desinflando, y pronto pudimos encajar los elásticos hasta calzarlos con firmeza debajo del colchón.
Es una cosa seria el armado de la cama. Hay que tirar con justeza sin hacer demasiada presión, porque entonces todo se revuelve y hay que volver a empezar. Las pelusas se juntan de un día para otro, y hay que ver la cantidad de cosas que se pierden entre las sábanas. Desde una moneda, hasta una media; desde un repasador incongruente, hasta la acechanza del control remoto del televisor. 
La tarea requiere un mínimo de concentración que  culmina cuando las almohadas se enfundan y el cubrecamas hace caer el telón. Debajo permanecerá oculto el prodigio. Esa tierra fértil que remoja las semillas con sus algodones de sueño. 
Prolijamente Clara pasó una mano alisando rugosidades y ondulaciones. Sus manos de porcelana sobrevolaron el territorio, donde un cielo diminuto se traga los huesos del cuerpo y los suspende contra una línea de tela.
Yo hice lo mismo del costado opuesto. Cuando llegó el momento de hacer volar la otra sábana, se produjo un pequeño accidente: chocamos las cabezas, y quedamos los dos mirando hacia abajo. Mientras nos reíamos pasándonos una mano por la frente, vimos un reflejo en la profundidad de la sábana recién alisada. Nos miramos sin entender; aunque ya no pudimos apartar la mirada. Allí abajo algo se movía como un pez en el agua. El rectángulo de la cama nos atrajo hacia una profundidad desconocida. De pronto tambaleamos y caímos hacia adentro; fuimos desmoronándonos lentamente en una ciénaga sin borde ni tiempo.

Las manos de Clara me tomaron del pelo, y yo alcancé a rozarle apenas la cintura. La sábana se nos vino encima refregándonos las narices con el olor fresco de la tela que se nos pegaba contra la boca y los ojos.
Caer es volver a la ingravidez de las plumas. Es danzar sobre el aire una ráfaga de trueno y viento.   
El agujero crecía y nos devoraba. Era como nadar de noche sintiendo en cada brazada el peso justo de las estrellas; la gravitación de las olas galopando en un caballo de espuma. En la maravilla abierta bajo nuestros pies, un aliento subía desde el fondo, y nos entrelazaba en un juego de mordeduras y labios entrechocados. Nos trituraba en un vaivén de uñas y pelos que crujían sobre la boca del abismo.
El remolino giraba en su tromba y en cada movimiento, vencía nuestros torpes manotazos de ahogados.

De pronto relumbró la risa de Clara y toda la música quedó prendida en el aire. El ritmo acompasado cedió a la melodía, y el soplo de un gemido hizo estallar la canción. La obertura inauguró un túnel por donde pisamos la arena y un poco más allá, el mar. El ímpetu de la marea movió las anclas destrabando el velamen de la sangre. Los espejos reflejaron el otro lado de las cosas envolviendo la luz en un ovillo sin fin.  Fue entonces cuando tocamos fondo.
El colchón cerró su tapa y nos devolvió de un tirón a la superficie. Caímos hacia arriba, como venidos del espacio.

Con el bollo de sábanas entorpeciéndole las manos, Clara me invitó a tender la cama. Me costó abandonar la novela entreabierta en la página trescientos diez. La historia contaba la aventura de una pareja tendiendo la cama a deshoras.

EL PÁJARO MARAVILLOSO - (Cuento de la nacionalidad mongola) De “Cuentos populares chinos” Ediciones en lengus extranjeras Beijing

          Dicen que dicen que tiempo atrás en el bosque que bordea las montañas del norte había un maravilloso pájaro inteligentísimo y despierto que incluso sabía hablar.
         Emperadores, ministros y potentados de muchos países habían enviado gente para atraparlo y algunos incluso fueron ellos mismos, pero nadie pudo conseguirlo. Sin embargo, el pájaro no se movía nunca de la rama de un pino milenario, siempre trinando y trinando.
         Cuentan que aquellos que tanto iban y venían en busca del pájaro terminaron por dejar un camino en la montaña.
         He aquí que la historia del maravilloso pájaro llegó luego a oídos del rey Yiertegeer, del este, quien pensó: “¡Qué pájaro tan terrible! Dicen que nadie ha conseguido atraparlo. Pero de todos modos yo lo lograré!” Y dicho esto se dispuso a partir.
         El rey llegó hasta el bosque de que hablábamos, hasta que se detuvo bajo las frondosas ramas de aquel pino milenario. Pero el ave no se asustó ni escapó sino que se dejó atrapar. El rey quedó loco de alegría. Cuando iban en camino de regreso, el pájaro le habló: “¡Respetado rey! Me ha atrapado sin ningún esfuerzo. No obstante, en el camino de regreso no debe exhalar grandes suspiros, ni quedarse en silencio y cabizbajo; de lo contrario me escaparé en un abrir y cerrar de ojos. Por lo tanto, sea como sea, en la marcha siempre tiene que ir hablando alguno de los dos.”
         - Está bien  le contestó el rey , entonces cuenta tú alguna cosa.
         - Bueno, le contaré al rey una historia  repuso el pájaro . Cuentan que había un lugar donde vivía un buen cazador con un buen perro. En cierta ocasión el cazador salió de excursión con su perro y de pronto se encontró una carreta repleta de riquezas en pleno valle. La carreta estaba rota y detenida en ese lugar y su dueño se hallaba sentado mostrando su preocupación. Los hombres intercambiaron algunas palabras formales y se sentaron juntos a fumar un cigarrillo. El de la carreta dijo:
         - Hermano cazador, yo quiero ir hasta la aldea que queda más adelante para conseguir alguien que arregle la carreta. Te pido por favor que te quedes aquí con tu perro a cuidarme la carreta.
         - Bien  aceptó el cazador y el otro hombre muy contento atravesó la montaña.
         El cazador esperó hasta la tardecita y como el dueño de la carreta no volvía pensó: “Mi vieja madre está mal de la vista. Es posible que desde la mañana no haya probado bocado”. Le habló a su perro:
         - Quédate aquí cuidando hasta que regrese el dueño de la carreta. No dejes que se roben nada. Yo regreso a hacerle la comida a mi mamá . Y se marchó.
         El perro, fiel al mandato de su amo, se ocupó de cuidar que el buey que tiraba de la carreta no se apartara del sitio y al igual que un sereno, estuvo todo el tiempo dando vueltas de aquí para allá alrededor del vehículo.
         El propietario de la carreta pasó por muchas aldeas hasta que por fin hacia la medianoche encontró quien la reparara. Cuando volvió, se dio cuenta que el cazador no estaba mientras que el perro se había quedado a cuidar fielmente la carreta. El hombre se dijo que aquél era en verdad un animal muy bueno y lo premió con algunas piezas de plata, ordenándole que se fuera. En ese momento el cazador estaba justamente en la puerta de su casa esperando el regreso de su mejor amigo. Nada más ver a su amo dejó en el suelo la plata que traía en el hocico. El cazador se enfureció, rezongándole: “Te he dicho que cuidaras bien de que no robaran nada y tú sales robando piezas de plata”. Y terminó matando a palos al buen can.
- ¡Ay! ¡Qué descuido tan grande! ¡Matar por error a un perro tan bueno!  exclamó el rey.
- Ha suspirado  dijo el pájaro, y en un abrir y cerrar de ojos se le voló de las manos.
El monarca se reprochaba a sí mismo: ¿Cómo pude olvidarme de que no tenía que suspirar? Entonces desanduvo el camino y atrapó por segunda vez al pájaro en la rama del vetusto pino. El ave comenzó a hablar:
- Bueno, ahora te relataré otra historia. Se cuenta que había un lugar donde una mujer tenía un buen gato. Un día, la mujer tenía que ir a traer agua del pozo y le dijo al felino: “Cuida bien al bebé que está en la cuna”. Después de que la mujer salió el gato se tiró al lado de la cuna espantando las moscas y los mosquitos. De repente, desde la puerta apareció un ratón grande con toda la intención de morderle la oreja al niño. Muy enfadado, el gato se dispuso a atrapar el ratón. Pero en ese mismo momento otro tan grande llegó a todo correr y de un mordisco se llevó la oreja del bebé, quien comenzó a llorar del dolor.
El gato, que estaba persiguiendo al primer ratón, se pegó el gran susto y volvió corriendo al cuarto, mató al roedor en la puerta, llegó hasta la cuna y se puso a lamer la oreja del niño que manaba sangre. Cuando llegó de vuelta la mujer y vio aquello no pudo contener su indignación. “Te mandé que cuidaras al niño pero tú, malvado, le has comido la oreja”. Hablando así, dio al gato una golpiza que lo dejó muerto. Pero tan pronto dio vuelta la cabeza notó que había un ratón muerto atrás de la puerta, con la oreja del niño entre los dientes. Al darse cuenta de su error comenzó a llorar.
         - ¡Ay! ¡Pobrecito!  volvió a exclamar el rey y no más hacerlo el pájaro ¡zás! se le voló de las manos.
         El rey desanduvo por tercera vez el camino, llegó hasta el pájaro y lo volvió a atrapar en el mismo lugar de siempre. Luego emprendió el escabroso camino de regreso a través de la montaña. En la marcha el pájaro le volvió a contar un cuento.  Hubo una vez un año de grandes sequías  comenzó el ave astuta  y un hombre llamado Aerbai abandonó la zona afectada por la hambruna. El sol apretaba recio en el camino y el pobre tenía la garganta tan seca que ya no podía caminar, por lo cual se sentó bajo una alta roca a esperar la muerte. De súbito escuchó un “glu, glu, glu,” o sea el ruido de agua goteando: descubrió así que el líquido bajaba de lo alto de la gran roca. Sin caber en sí de alegría Aerbai sacó inmediatamente su tazón de madera para recibir el precioso líquido. Cuando logró no sin dificultades llenar el tazón y ya se lo estaba llevando a los labios, apareció de pronto un cuervo que con sus alas le volcó el recipiente. ¡Este maldito pajarraco me ha derramado el agua que Dios misericordioso me ha obsequiado gota a gota!  exclamó furioso, y recogiendo una piedra persiguió al cuervo hasta que lo mató. Nada más llegar hasta el lugar donde había ultimado al cuervo descubrió que un poco más adelante salía agua de la grieta de una roca. Una vez más se puso muy contento, bebiendo hasta hartarse. Pero cuando volvió a donde había estado sentado y recogió su paquete, levantó la cabeza y descubrió una gran serpiente que dormía encima de la roca, en tanto de su boca manaba un líquido. ¡Ay! Quiere decir que el “agua” que yo había juntado era el veneno de esta serpiente y el cuervo me salvó la vida  pensó el hombre con lágrimas de arrepentimiento.
         - ¡Ay!  exclamó el rey - ¡Pobre cuervo! ¡Sacrificó su vida para salvar a otro!
         - ¡Otra vez ha fracasado!  gritó el pájaro y volvió a echar vuelo.
         - Se acabó, realmente no hay manera de atrapar a este pájaro  pensó el rey y regresó a su palacio.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Acerca de la Vejez - Por Marco Tulio Cicerón - Selecciòn) (3ª parte)

        La ancianidad es llevadera si se defiende a sí misma, si conserva su derecho, si no está sometida a nadie, si hasta su último momento el anciano es respetado entre los suyos. Como en el adolescente hay algo de senil, también en el anciano hay algo de adolescente, lo reconozco. Quien siga esta norma podrá ser anciano de cuerpo pero no de espíritu. Tengo ahora entre mis manos el libro "Los Orígenes" donde recopilo todos los recuerdos de la antigüedad. Precisamente ahora acabo de recopilar los discursos más importantes de los asuntos judiciales que yo defendí. Ahora me ocupo del derecho de los augures, pontificio y civil, pero todavía estudio con mucho interés la literatura griega. Y, a la manera de los pitagóricos, recuerdo por la noche todas las acciones realizadas a lo largo del día para ejercitar la memoria. Estos son los ejercicios del ingenio, los ejercicios de la mente. Trabajando con el máximo esfuerzo en estos asuntos, no echo de menos las fuerzas físicas.
También estoy siempre a disposición de los amigos, voy con frecuencia al Senado y, de vez en cuando, aporto propuestas muy meditadas y largo tiempo observadas, no con las fuerzas corporales, sino con las del espíritu. Si yo no estuviera en situación de poder realizar estas cosas, desde mi lecho me recrearía pensando en lo que no podría ejecutar. Pero, según la conducta observada a lo largo de mi vida, puedo llevarlas a cabo. Quien
vive en medio de estos afanes y trabajos, no sabe en qué momento le puede sorprender la vejez. La vida va transcurriendo sin darse uno cuenta, no se quiebra de repente, la lámpara de la vida se va extinguiendo poco a poco, día y noche.
Entramos en el tercer reproche que se le tacha a la vejez: que dicen que carece de placeres ¡Oh preclaro privilegio de la edad, si ésta en verdad nos arrebatara lo que es el principal vicio en la juventud! Escuchad el viejo discurso del Aretino Arquitas: Decía que ninguna peste tan fuerte había sido concedida a los hombres por la naturaleza como el placer corporal, pues los deseos desenfrenados incitan sin control al goce. De ahí las traiciones a la patria, de ahí las revoluciones políticas, de ahí las entrevistas clandestinas con los enemigos. Decía, en una palabra, que ningún crimen, ninguna acción parece mala con tal de conseguir lo que el placer desea alcanzar. En verdad el abuso, el adulterio y toda clase de crimen no son provocados por ninguna otra incitación que no sea por el placer del cuerpo. Ni la naturaleza, ni ninguna divinidad habrían podido conceder al hombre nada más prestigioso que la mente. Contra este regalo y don divino no existe ningún otro enemigo más que el deleite del cuerpo.
En efecto, donde domine el deseo y la lujuria, no hay lugar para la templanza. De ninguna manera la virtud puede permanecer firme y segura en el reino del deleite corporal. Para que esto pudiera ser comprendido mejor, aconsejaba imaginar a alguien obligado a experimentar el placer corporal todo lo máximo que se pueda conseguir, y pensaba que nadie, en ese estado, puede controlar la mente y pensar algo sensato, pues el goce, a medida que es más intenso y duradero, ofusca más la lucidez mental.
¿Por qué cuento esto? Para que comprendáis que si no podemos rechazar la lujuria, ni con la razón, ni con la sabiduría, se ha de estar inmensamente agradecidos a la vejez que se encarga de que no gocemos de lo que no nos conviene. En efecto, el placer impide la reflexión, es enemigo de la razón, de la mente. Ofusca, por así decirlo, los ojos del alma, y no tiene ninguna relación con la virtud.
Así pues, ¿por qué son tan numerosas las razones para hablar del placer? Porque en ningún caso es un vituperio para la vejez, por el contrario, es la mayor alabanza. La vejez no busca el placer con excesivo deseo. Se abstiene de los banquetes, de las indigestiones, de las frecuentes orgías, por tanto de la embriaguez, y de los insomnios. Sin embargo si algo debe adjudicarse al placer, ya que difícilmente nos resistimos a sus caricias es el poder disfrutar con sus contertulios porque la vejez se abstiene de los desmesurados banquetes. Pues como decía el divino Platón: "el placer es el incentivo de todos los males, ya que éste arrastra a los hombres como el anzuelo a los peces".
Sinceramente, yo no sólo disfruto del deleite de la conversación, con los de mi edad, que ya quedan pocos, sino también con los de la vuestra y con vosotros. Tengo que estar agradecido a la vejez que ha acrecentado en mí el interés por la conversación y ha dejado en segundo puesto el beber y el comer. Por lo tanto no comprendo por qué la vejez ha de ser insensible ante esos placeres, si esto también deleita a otros. De ningún modo se debe considerar que he declarado la guerra al placer, el cual, tal vez, sea una característica natural. A mí en verdad me agrada presidir el banquete, costumbre instituida por nuestros mayores. También me agrada el brindis, que, según los antepasados, lo pronuncia el "princeps" con la copa en la mano. Con copas pequeñas y apenas salpicadas de licores, al frescos en verano, al sol frente al fuego en invierno, como en el "simposio" de Jenofonte. Estos placeres suelo disfrutarlos en mis posesiones de Sabina, conversando todo cuanto podemos, hasta altas horas de la noche y los completo cada día en reunión con mis vecinos. Pero no me diréis que es muy grande en los ancianos esa especie de deseo por los placeres. Al contrario, yo creo que ni siquiera se apetecen. Nada es molesto si no se desea. Sófocles respondió correctamente cuando alguien le preguntó si en esa edad gozaba de los placeres de Venus: "¡Los dioses me guarden, ciertamente huí de ellos libremente como de un tirano, posesivo y salvaje!" En
efecto puede ser quizás odioso y molesto carecer del placer del amor, sin embargo una vez satisfecho hasta la saciedad, es mejor su carencia que su goce, aunque quien no lo desea no carece de él, por lo tanto es mejor, creo yo, no desearlo. Según hemos dicho, la juventud goza de los placeres intensamente. Se disfruta primero de las pequeñas cosas, después de los mismos placeres que la vejez, aunque no con la misma intensidad.
El que está en la primera fila disfruta más del espectáculo, pero también disfruta el que lo ve desde la última. Del mismo modo que la juventud disfruta de los placeres más de cerca, también los ancianos disfrutan lo suficiente observándolos desde lejos.

Cuando éramos niños Por Mario Benedetti

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Soneto filosófico Por Manuel del Palacio

¿Quién eres, ángel, que ante mí apareces,
como en nublado cielo blanca aurora,
y al corazón, que desengaños llora,
paz y consuelo y esperanzas ofreces?

Yo te he visto en mis sueños muchas veces
juguete de ilusión fascinadora,
y vive en mí tu imagen seductora,
y con tu puro aliento me estremeces.

¿Eres, quizá, la sílfide hechicera
que amada de las nubes y las brisas
llevarme quieres a su azul esfera?

Flores hollando vas por donde pisas...
¿Quién eres? ¡Soy, señor, la lavandera,
y vengo a que me pague las camisas!

Para un Liberal - (Anónimo)

¿Quieres ser liberal? Ten entendido
que has de traer muy bien compuesto el pelo,
gran corbatín, y cual el mismo cielo
de las lucientes botas el bruñido.

Con las damas serás muy atrevido;
habla de la creación con grande celo,
y para gozar placeres sin recelo,
echa la religión luego al olvido.

Siempre constitución y ciudadanos;
siempre la ley resonará en tu boca;
a los serviles llamarás villanos,

pancistas pitancines, gente loca;
y serás sin empeño ni cohecho
un gran liberalón hecho y derecho.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Quiero ser Doctor Por Alejandro Díaz Valero

Cuando estuve enfermo
me fui al hospital
y un doctor muy tierno
atendió mi mal.

Con mucha paciencia
y gran vocación
aplicó su ciencia:
¡Tan bueno el Doctor!

Cuando sea mayor
voy a salvar vidas,
quiero ser doctor
de la Medicina.

Médico Por Alejandro Díaz Valero

Se que estamos en los días difíciles de estos últimos años.
donde solo se encuentran angustias, penas y dolores,
Mas mi alma se llena de gozo, al saber de esas personas,
que con dedicación y esmero… llegan a ser doctores,
Esfuérzate valiente galeno, para vencer del cuerpo aquel daño
y así tus conocimientos… crecerán, peldaño a peldaño…
Hay un mundo de esperanzados que han depositado su fe en ti,
por amor de Dios, no los defraudes… y se con ellos feliz…

MÉDICO QUE PARA UN MAL QUE NO QUITA, RECETA MUCHOS Por Francisco Gómez de Quevedo y Villegas

La losa en sortijón pronosticada
y por boca una sala de vïuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el "Denle a cenar poquito o nada".

La mula, en el zaguán, tumba enfrenada;
y por julio un "Arrópenle si suda;
no beba vino; menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños, ni pintada".

Haz la cuenta conmigo, doctorcillo:
¿para quitarme un mal, me das mil males?
¿Estudias medicina o Peralvillo?

¿De esta cura me pides ocho reales?
Yo quiero hembra y vino y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.

POEMA DE AMOR MEDICO Por Celso Espinoza Ramírez

Si de niña te hubiese conocido
con certeza madura y consiente
habría querido ser pediatra
medicarte pastillas de esperanzas
tratarte con fantasías en jarabes de ilusión
que sueñes así con cielos copados de golondrinas
y descubras lo bello del amor.

Hubiese querido ser tu doctor de cabecera
acompañarte en presencia y en ausencia
cuando el capullo de tu cuerpo germino vida
ver como te convertías de niña a mujer
enseñarte a descubrir tu esencia
auscultar tu cuerpo y mente completa
para traspasarte en secreto develado
que no hay recetas para olvidar al bien amado.

Con afán y ternura eterna de cigarra
habría sido gustoso tu partero
recoger vida de tu propio vientre
y darte un beso tierno en esa cara.

Que daría por ser ese embrión que te conoció desde adentro de tu cuerpo
que te tuvo a ti tantos meses como madre, cuna y nido
que se alimentará a cada hora de tu lozano pecho
se convertirá en el motivo de tus desvelos
y en el dueño inocente de tu regazo y lecho.

Hubiese querido atenderte durante toda tu vida 

estar a cada minuto intentando lo imposible 
con exóticas mandrágoras y alquimias 
sanar tu corazón y los vacíos de tu alma 
y con algún elixir sagrado o inventado 
hubieses podido verme como el hombre a tu lado.

Pero fue imposible conquistar tu corazón
jamás te negaste al amor
pero al amor que tu tenias y no al mío
fuiste tan noble que preferiste vivir de la esperanza
te alimentaste día a día del recuerdo y de la ilusión de un regreso que no sería
cada tarde acompañabas el ocaso y tus ojos se perdían en el mar.

Cuantas veces me disfrace de atardecer para deslumbrarte 
cuantas otras me convertí en recuerdo para engañar tu memoria 
pero siempre tu mirada estaba perdida y no me veías 
pero nunca falle, nunca me ausente a tu hora de silencio taciturno 
y aunque de nada sirvió ofrecerte mi pasión y candor 
sé que al menos aprendiste bien como era el amor.

Así como decidiste esperarlo a el 
yo también esperare por ti 
y cuando veas tu ultimo ocaso en agonía 
yo seré quien firme tu muerte 
tomare tu mano y con un beso exhalaré mi propia vida 
te llevaré por un nuevo mar, te enseñare un nuevo atardecer 
y si en vida mi amor no pudo ser 
tengo la esperanza de que en la muerte me podrás ver.

MEDICO - PACIENTE DOLOR Por Dra. Malena Pino Sangueza

Los tres reunidos en un mismo itinerario
Juguetes del tiempo, de la esperanza y del delirio
Con el cuerpo quebrantado con fe, porque la vida no le arrebate
La decisión del curarlo sobre el médico abate

Con la mirada triste, como huérfano sin nombre
¡Que pronto alivie su dolor! - Espera el hombre
Que solo espera un ápice de salvación
En lo posible del alma angustiada la liberación

Porque mientras exista salud. La vida es vida
Y quien no lucha no es digno de la vida
Ama y no esperes el bien, que amar es vida
Recuerda que la gloria va escondida

A la voluntad entrega su existencia
A la sabiduría y a la ciencia.....
Un segundo en lo infinito, en un segundo esta la vida
Misterio difícil de entender que se acepta y no se olvida

Es bueno tener la protección honesta de un médico amigo
Que la incomprensión o la insensibilidad de un enemigo
Nunca se doblegue ante el mal la frente
Porque es de espinas la senda del creyente

¡Benditos sean! A los que Dios les lego la noble misión
Te bendiga el humilde a quien socorres en tu mansión
Que vierta el amor misteriosa esencia del consuelo
Y que las sublimes plegarias de gratitud lleguen al cielo.

¡GRACIAS SEÑOR!

sábado, 8 de septiembre de 2018

DOS ANÉCDOTAS MUSICALES DE BEETHOVEN

La Quinta Sinfonía

Las cuatro primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven fueron utilizadas en las transmisiones radiofónicas de la Segunda Guerra Mundial para fortalecer los ánimos, dado que en el código Morse tres puntos y una raya (esto es, tres notas cortas y una larga) equivalen a la «V», es decir, «Victoria».
El propio Beethoven tenía su pensamiento particular al considerarlas como «la llamada del destino». Explicaba que si el destino llamase alguna vez a la puerta, lo haría con esas cuatro notas.

Novena sinfonía en re menor, Op. 125, Coral

El 7 de mayo de 1824, en la ciudad de Viena, noche en la que tuvo lugar el estreno mundial de la Novena sinfonía de Beethoven, el compositor, que contaba entonces con 53 años de edad, dirigió frenético a la orquesta y los coros de una de sus partituras más monumentales.
Al terminar, se quedó totalmente quieto, con la cabeza baja y con algunos de sus cabellos ya con canas sobre la cara. Un violinista de la orquesta (Joseph Michael Böhm) tuvo que acercarse a él y darle palmadas en la espalda para que se diera cuenta que el público reunido gritaba vítores en respuesta al impresionante discurso sonoro de su Novena.
Beethoven no pudo escuchar las ovaciones pues estaba completamente sordo. Y las ironías de la vida son muy francas. ¿Cómo es posible que este hombre que desde hacía varios años había perdido el sentido del oído, haya creado una pieza musical de tal perfección y en la que conjuga por primera vez en la historia de la música, en una Sinfonía, a la orquesta sinfónica con una parte coral, con absoluta genialidad? Para esta parte coral, la elección del músico fue por la Oda a la alegría de Friedrich Schiller, publicada en 1786, y que Beethoven tuvo la firme convicción de llevar al ámbito sonoro desde 1793.
En 1812 concluyó, con pocos meses de diferencia, sus Sinfonías 7 y 8, pero tuvieron que pasar prácticamente doce años para que terminara de concebir su Novena sinfonía. Con su magnífico cuarto movimiento coral, y con todos los elementos que contiene la partitura, Beethoven nos legó una música que es la gran síntesis de su pensamiento, de su intensa lucha revolucionaria, la consecución de todos sus ideales que desafortunadamente ya no podía escuchar con sus propios oídos, pero que estaban en su ser con fenomenal intensidad.

OFRENDA LÍRICA Por RABINDRANATH TAGORE (Selección)

1
Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida. Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas. Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncillo se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable. Tu dádiva infinita solo puedo tomarla con estas pobres manitas mías. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio que llenar.

2
Cuando tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar. Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar. Sé que tú te complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzaría. Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quién soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi señor.

3
¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!. La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue, en un torbellino, adelante. Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz. Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodía; y grito vencido. ¡Ay, cómo me tomas el corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!

4
Quiero tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva sobre mí. Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsía, pues tú eres la verdad que ha encendido la luz de la razón en mi frente. Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú estás sentado en el sagrario más íntimo de mi alma. Y será mi afán revelarte a mis acciones, pues que sé que tú eres la raíz que fortalece mi trabajo.

17
Sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos. Por eso es tan tarde, por eso soy culpable de tantas distracciones. Vienen todos, con leyes y mandatos, a atarme a la fuerza; pero yo me escapo siempre, porque sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos. Me culpan, me llaman atolondrado. Sin duda tienen razón. Terminó el día de feria, y todos los tratos están ya hechos. Y los que vinieron en vano a llamarme, se han vuelto, coléricos. Sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos.

18
Las nubes se amontonan sobre las nubes y oscurece. ¡Ay amor!, ¿Por qué me dejas esperar, solo en tu puerta?. En el afán del mediodía, la multitud me acompaña; pero en esta oscuridad solitaria no tengo más que tu esperanza. Si no me enseñas tu cara, si me dejas del todo en este abandono, ¿cómo voy a pasar estas largas horas lluviosas?. Miro a la lejana oscuridad del cielo, y mi corazón vaga gimiendo con el viento sin descanso.


28
Firmes son mis ataduras; pero mi corazón me duele si trato de romperlas. No deseo más que libertad; pero me da vergüenza su esperanza. Sé bien qué tesoro inapreciable es el tuyo, que tú eres mi mejor amigo; pero no tengo corazón para barrer el oropel que llena mi casa. De polvo y muerte es el sudario que me cubre. ¡Qué odio le tengo! Y, sin embargo, lo abrazo enamorado. Mis deudas son grandes, infinitos mis fracasos, secreta mi vergüenza y dura. Pero cuando vengo a pedir mi bien, tiemblo temeroso, no vaya a ser oída mi oración.

29
Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. Día tras día, levanto, sin descanso, este muro a mi alrededor; y a medida que sube al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura. Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.

30
Sale solo a mi cita. ¿Quién es ese que me sigue en la oscuridad silenciosa?. Me echo a un lado para que pase, pero no pasa. Su marcha jactanciosa levanta el polvo, su voz recia duplica mi palabra. ¡Señor, es mi pobre yo miserable! Nada le importa a él de nada; pero ¡qué vergüenza la mía de venir con él a tu puerta!.

31
«Prisionero, ¿quién te encadenó?». «Mi Señor» dijo el prisionero. «Yo creí asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres dinero que era de mi Rey. Cuando me cogió el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor. Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro. » «Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable». Dijo el prisionero: «Yo mismo la forjé cuidadosamente. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible; que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, día y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe. Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenía agarrado».

35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes... ¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!

36
Mi oración, Dios mío, es esta:
«Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.
Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.»

sábado, 1 de septiembre de 2018

RAPTO CON FINAL FELIZ - Del libro “Causas Judiciales” de Juan Carlos Pirali

Una de las causas más antiguas tratadas en el Departamento Judicial de Dolores, data del año 1855 y está relacionada con el rapto de una joven en el partido de Pila. Hay que recordar que ese distrito llegaba en esa época hasta las quintas y chacras de Dolores.
El 7 de septiembre del citado año, el Juez de Paz y Comisario del partido de Pila, D. Francisco Letamendi, le informaba mediante oficio al Juez en lo Criminal del Departamento Judicial de Dolores, Dr. Felipe Coronell, que el alcalde del Cuartel 1°, D. Fernando Molina, había entregado en ese juzgado al individuo Mauricio Correa, presentándose posteriormente el vecino D. Antonio Gallo, entablando una demanda criminal contra el detenido por el rapto de su hija Dionicia, con quien -según el denunciante tenía sucesión y que había sido sacada de su casa por el acusado en la noche del domingo 2 de septiembre, y conducida con su hijo a la casa de su hermano político Pedro Rivero en el pueblo de Dolores. También afirmaba Gallo que Correa había faltado a la promesa de casamiento hecha a ella y a sus padres.
El Juez de Paz de Pila remitió al detenido a disposición del Juez del Crimen de Dolores.
El 19 de septiembre, Dionicia compareció ante el juez Coronell y dijo que en la noche del 2 de septiembre, de acuerdo con Mauricio Correa la declarante salió de la casa y caminó hasta el corral, donde la esperaba el padre de su hijo, quien montándola en ancas de su caballo, la condujo hasta Dolores y la dejó en la casa de D. Pedro Rivero. Agregó que el motivo de abandonar su casa fue por la negativa de sus padres, a que la declarante llevara a Dolores un hijo que tenía con Correa para cristianarlo y hacerlo ver.
Ante la pregunta sobre cuánto hacía que tenía relación con Correa, la joven Dionicia expresó que dos años, que sus padres eran sabedores y que le permitían a Correa quedarse en la casa.
El 26 de septiembre de 1855 el juez Miguel Navarro Viola falló en este caso y mandó sobreseer y poner en libertad a Correa.
Como colofón de este proceso, el 26 de noviembre de 1855, el cura párroco Domingo Alemán, casó en la iglesia de Dolores, a Dionisia Gallo, natural de Santiago del Estero, de 19 años de edad y a Mauricio Correa, natural de Córdoba, de 22 años de edad.

POEMAS DE EDGAR ALLAN POE (SELECCIÓN)

ELDORADO (1849)

Brillantemente ataviado, un galante caballero,
viajó largo tiempo al sol y a la sombra,
cantando su canción, a la busca del Eldorado.

Pero llegó a viejo, el animoso caballero,
y sobre su corazón cayó la noche porque en ninguna
parte encontró la tierra del Eldorado.

Y al fin, cuando le faltaron las fuerzas, pudo
hallar una sombra peregrina.Sombra,le
preguntó¿dónde podría estar esa tierra del Eldorado?

«Más allá de las montañas de la Luna,
en el fondo del valle de las sombras; cabalgad,
cabalgad sin descansorespondió la sombra,
si buscáis el Eldorado....».


EL LAGO (1827)

En la primavera de mi juventud, fue mi destino
no frecuentar de todo el vasto mundo
sino un solo lugar que amaba más que todos los otros,
tanta era de amable la soledad de su lago salvaje,
rodeado por negros peñascos y de altos
pinos que dominaban sus alrededores.

Pero cuando la noche tendía su sudario sobre
ese lugar como sobre todas las cosas, y se agregaba
el místico viento murmurando su melodía,
entonces, ¡oh, entonces se despertaba
siempre en mí el terror por ese lago solitario!

Y sin embargo ese terror no era miedo, 
sino una turbación deliciosa, un sentimiento 
que ninguna mina de piedras preciosas podría inspirarme
o convidarme a definir, ni el amor mismo, 
aunque ese amor fuera el tuyo.

La muerte reinaba en el seno de esa onda
envenenada, y en su remolino había una tumba
bien hecha para aquel que pudiera beber en ella 
un consuelo a su imaginación taciturna, 
para aquel cuya alma desamparada pudiera haberse
hecho un Edén de ese lago velado.

Aquello que se atreve a volar - Por Héctor Fuentes (De su libro “Rueda la pelota”)

          La libertad tiene el poder supremo de transformarlo todo. Es apenas una brisa. Un cambiar de rumbo. Un silencio que se antepone al principio y al final de toda música.
Cuando la sentimos flotar en el pecho, volvemos a ser una hoja a merced del viento. La nada y la incertidumbre desaparecen. Solo vemos el comienzo de una travesía.
Quien elige, conquista. Quien apuesta, gana o pierde, pero sale siempre fortalecido.
Quien es libre no teme; porque sabe que esa misma libertad le abrirá caminos nuevos. De pronto nacerán bifurcaciones impensadas. Correrán arroyos zigzagueantes. Espléndidos lugares aparecerán desde la nada. Toda la tierra se renueva cuando un labriego valiente la socava con su pala.
La invisible trampa del mundo, hecha de rutinas y de complejos mecanismos, se desploma si la miramos con ojos nuevos. Y los ojos, para poder mirar, tienen que aprender a buscar.
El aire se lleva de la mano aquello que se atreve a volar. La tierra castiga con el polvo a las criaturas que se arrastran por temor a caminar.
Para abrir el camino hay que romper la lógica. Una decisión es una forma de trastocar el todo. Al estar convencidos de nuestra propia fuerza, empezamos a cambiar el curso inexorable de la historia. Porque, aunque lo olvidamos, tenemos el derecho de ejercer nuestra libertad, eligiendo a cada paso un camino distinto.
Finalmente, cuando somos lo que soñamos ser, nos sentimos en paz. Y esa paz es profunda, como es profunda la sonrisa de un niño.
El aire fresco nos despierta del letargo. Los músculos propulsan el movimiento. Paso a paso, sin prisa pero sin pausa, nos acercamos a la tierra que nos prometimos.
Allí nos espera un nuevo comienzo, porque la libertad, al igual que la belleza, se inscribe sobre un pergamino infinito.
La estela de un cometa ilumina esporádicamente la noche. Es una mancha que se expande. Su cola brilla al momento que se desintegra. Desde abajo la observamos. Nos quedamos mudos dibujando su trayecto en el aire. Disfrutando, secretamente, la audacia de su libertad.

ACUSADOR ACUSADO Del libro “Causas Judiciales” de Juan Carlos Pirali

         En 1828 el pequeño pueblo de Dolores en la provincia de Buenos Aires, fue escenario de un hecho que conmocionó a los habitantes del incipiente poblado, debido a sus características violentas que presagiaban un grave final.
Don Laureano de la Piedra era un comerciante que había llegado de Santiago del Estero, instalándose con una pulpería en esa población, donde debía soportar continuos acechos de indios y de paisanos, quienes con prepotencia solicitaban aguardiente y después de haber bebido se retiraban sin pagar lo consumido.
Con lógica preocupación, el pulpero se presentó ante el Juez de Paz del partido, D. Gregorio Villanueva en la tarde del 7 de marzo de 1828, para dar cuenta del último incidente ocurrido en su negocio. Al respecto, expuso que hallándose una partida de indios acompañados por un paisano, a quien no conocía, que en voz alta decía: "Todos los del pueblo de Dolores son unos picaros ladrones, esta noche verán si son baqueanos para pelear". Además, repetía que ninguna justicia lo iba a aprehender, mientras hacía servir aguardiente para animar a los indios, quienes mandaron a buscar a los que habían quedado en las tolderías, lo cuales llegaron, y junto con los que estaban allí y el paisano, se retiraron con rumbo a otra pulpería.
Ante esa denuncia, el Juez de Paz se ocupó del caso e hizo detener al "paisano", comprobándose que se trataba de Paulino Martínez, natural de Buenos Aires de unos treinta años. De acuerdo con averiguaciones, éste había sido baqueano del ejército en tres campañas del general Martín Rodríguez, y además, había estado de capataz en una estancia de D. Pedro Escribano en Chascomús. El detenido tenía muy buena relación con los indios pampas y conocía perfectamente el idioma de ellos.
El juez Villanueva remitió a Martínez bajo segura custodia a la autoridad superior de Buenos Aires, embargándole todos los bienes que poseía en un terreno cercano a Dolores: un rancho, un corral de palo a pique, 750 vacunos, 172 ovejas, 17 chanchos, 14 gallinas y 476 yeguarizos, también le hizo pagar una multa de 400 pesos por haber producido daños su ganado en sembrados de la zona.
El juez de Buenos Aires que intervino en la causa era el Dr. Insiarte, ante quien declaró el acusado. En su defensa dijo Martínez que cuando fue detenido estaba en la capilla de Dolores, cerca de donde tenía su rancho y agregó, que en la noche anterior había ido a la pulpería de de la Piedra a comprar yerba, y que allí se había entretenido con unos indios que habían llegado del lado del Tandil, con los cuales compartió varias copas de aguardiente y debido a estar muy embriagado, no recordaba que había pasado después.
A la pregunta del juez Insiarte, si sabía quién lo había aprehendido y por qué razón, contestó Martínez que lo había detenido el Juez de Paz de Dolores, y que ignoraba el motivo, además declaró que cuando se recobró se hallaba en el cepo del Juzgado.
Martínez era un hombre que tenía buenas relaciones e influencias entre las autoridades políticas y militares de la Capital, a las que recurrió para tratar de salir de la difícil situación en que se encontraba, y gracias al apoyo que encontró de parte de sus "amigos", el 5 de septiembre de 1828 el juez Insiarte convencido de la inocencia del acusado, ordenó su libertad el desembargo de todos sus bienes, declarar nula la multa que había pagado y al mismo tiempo, procesó al juez Villanueva por abuso de autoridad, con lo cual, éste pasó de acusador a acusado.

FUENTE: Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires "Ricardo Levene".