sábado, 10 de marzo de 2018

La Casa del Juicio Por Oscar Wilde

Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el Hombre compareció desnudo ante Dios.
Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tú no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de tu vecino. Cogiste el pan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos; y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé, vertiste sangre inocente.
Y el Hombre respondió y dijo:
-Si, eso hice.
Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamantes. Tus ídolos no eran de oro ni de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mirra sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia.
Y el Hombre contestó, y dijo:
-Sí, eso hice también.
Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida de Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y has pagado el bien con el mal, y con la impostura la bondad. Has herido las manos que te alimentaron y has despreciado los senos que te amamantaron. El que vino a ti con agua se marchó sediento, y a los hombres fuera de la ley que te escondieron de noche en sus tiendas los traicionaste antes del alba. Tendiste una emboscada a tu enemigo que te había perdonado, y al amigo que caminaba en tu compañía lo vendiste por dinero, y a los que te trajeron amor les diste en pago lujuria.
Y el Hombre respondió:
-Si, eso hice también.
Y Dios cerró el Libro de la Vida del Hombre y dijo:
-En verdad, debía enviarte al infierno. Sí, al infierno debo enviarte.
Y el Hombre gritó:
-No puedes.
Y Dios dijo al Hombre:
-¿Por qué no puedo enviarte al infierno? ¿Por qué razón?
-Porque he vivido siempre en el infierno -respondió el Hombre.
Y el silencio reinó en la Casa del Juicio.
Y al cabo de un momento. Dios habló y dijo al Hombre.
-Ya que no puedo enviarte al infierno, te enviaré al Cielo. Sí, al cielo te enviaré.
Y el Hombre clamó:
-No puedes.
Y Dios dijo al Hombre:
-¿Por qué no puedo enviarte al Cielo? ¿Por qué razón?
-Porque jamás y en parte alguna he podido imaginarme el Cielo -replicó el Hombre.
Y el silencio reinó en la Casa del Juicio.

“Contate un cuento X” Mención de honor de Categoría D: “La rosa rota” Por Marcelo Mendiburu de Matheu

          La noche y el frío gélido se colaban por la negra boca de la ventana, sin vidrios del tren. Mi hija se acurrucaba contra mí como si su pequeño universo pudiera tomar calor del mío, el traqueteo de la formación actuaba como un sedante para el frágil cuerpo de la niña. Pronto sus ojos cansados se cerraron en un sueño profundo. El día había sido largo, pero pronto atravesaríamos las últimas paradas antes de llegar a Matheu, la pequeña ciudad que elegí para ver crecer a mi familia. Un lugar pequeño y tranquilo a la vera de la ruta veinticinco.
  Mayra dormía como solo los seres puros pueden hacerlo y yo perdido en mis pensamientos, apenas note la presencia de aquel hombre en el vagón casi vacío. Salió de la nada, como  si un fantasma se hubiera corporizado, sin decir una palabra se sentó frente a nosotros y pude observarlo bien. Su cara estaba cubierta de suciedad, el cabello desgreñado y largo se unía a una barba gris y maloliente. Su mirada estaba perdida en el marco de la abertura oscura, del vagón, como si terribles demonios, acecharan desde aquella siniestra entrada al hades. Un raído abrigo cubría la humanidad de aquel ser extraño, manchas indefinibles y pegajosas tapizaban la prenda. En sus sarmentosas manos el barro se había fundido como una segunda piel malsana. Los dedos de los pies asomaban de los múltiples agujeros de su calzado. Todo en él era la imagen de la degradación humana. Solo una maceta con una pequeña planta en flor era la única pertenecía de aquel hombre. La llevaba en sus palmas como si fuera el mítico santo grial.
Mi hija se revolvió en mis brazos y frunció su nariz, seguramente ofendida por la pestilencia de aquella criatura.  Y el vagabundo la miró. En sus ojos perdidos en el mar de la locura, un brillo nuevo encendió sus pupilas. Como quien despierta de un largo sueño aquel individuo fijó su mirada en la niña dormida en mis brazos. Pude ver como su cuerpo temblaba levemente. Sus facciones se suavizaron y creí ver tras su barba una sonrisa de dientes sombríos y opacos. Quizás solo fue una impresión. No lo sé. Una lágrima dejo surcos en la tierra que cubría la cara, y marchó altiva hacia el bosque ceniciento de su barba, donde se internó, perdiéndose para siempre. Él no dejaba de observar a la chiquilla y casi sin darme cuenta apreté a mi hija un poco más contra mí.
El sonido del tren anunciaba la proximidad de mi destino, un rayo cortó en dos el firmamento, iluminando por unos instantes un campo cubierto de arbustos, el retumbe ensordecedor  del trueno, rasgo las nubes fuera de aquel convoy. Pude ver como aquel mendigo lentamente se levantó ante mí, su mano se acercó a la dormida cabeza de Mayra y sin pensarlo lo tomé de la muñeca, arrojándolo  sobre el ajado cuero de los asientos. Mi instinto de padre surgió en ese momento. Dejé a mi princesa dormida y puse toda mi humanidad frente a aquel demente.
Él ni siquiera me vio, solo abrazó su flor y con un gesto extraño, señaló a mi bebé.
Un susurro casi imperceptible salió de sus labios, las luces de la estación se dibujaron en las ventanas del vagón marcando el final de mi viaje. Abrase a mi hija nuevamente y salí al pasillo de la formación, aquel andrajoso ser se interpuso en mi camino hacia la puerta, ofreciéndole a mi pequeña, que se había despertado en ese momento, la planta que llevaba. La niña sonrío y tendió sus manitas hacia el regalo. No sé porque lo hice, miles de veces lo he pensado y aun hoy, no tengo respuestas. Pero mi reacción fue instantánea, de un manotazo la maceta cayó al piso de la estación y se rompió en mil pedazos. Salí del tren, dejando atrás a aquel extraño personaje, sollozando lastimeramente sobre el andén, mientras de rodillas, levantaba entre sus dedos la tierra y pedazos de la planta caída.
Un solitario pasajero apuró el paso, en tanto las gruesas gotas de lluvia convertían en barro lo que fuera una rosa, en su apuro, aquel viajero ni siquiera se percató que tras de sí quedaba la flor rota.
Un taxi oportuno fue la salida de ese momento extraño. Al llegar a casa la calidez del hogar borró el momento y todo quedó en una simple anécdota. Una nota a pie de página de un día más, nada importante.
Pasaron algunos meses, un domingo cualquiera compré el diario zonal. Leí algunas notas de interés general hasta que una llamó mi atención. Había muerto un vagabundo, sin razón aparente, solo había muerto. Solía dormir en el andén de la estación Matheu. Se trataba de un hombre cuya familia pereció en un incendio, hacia algunos años, presumiblemente por un corto circuito mientras él volvía de trabajar en tren. Una foto de un hombre con su esposa e hija coronaba la noticia. Pude ver una pequeña abrazada a su padre, una pequeña casi igual a la mía. 
Las sonrisas eran alegres, de fondo una humilde casa de barrio obrero, y sobre las manos de aquella niña, una pequeña vasija con un roja rosa en ella. En un segundo todo fue tan claro, dejé escapar un largo suspiro. Mi esposa me miró extrañada, ¿Pasa algo? ,preguntó, le respondí que nada pasaba y me levanté del sillón. Encendí un cigarrillo, y le pedí a Mariela que saliera conmigo al patio donde jugaba Mayra .Miré a mi hija correr por el parque y tomé la mano de la compañera que elegí para compartir mi vida. Una melancolía profunda me invadió, recordando la mirada de aquel hombre. Imaginando su infierno. Mi mujer me miró en silencio, respetuosa del momento. Si nos quitan las razones de vivir, simplemente no lo hacemos. Estaba inmerso en mis cavilaciones cuando lo sentí, el ominoso sonido del tren alejándose llegó hasta mí en ese momento. Como un adiós, como un epitafio.

Fin.

“Llegó la hora de escribir un cuento” Menciones especiales del jurado para cuentos de la Escuela Especial Nº 502: “FACU ROTTE Y SUS AMIGOS” Por Daniel Alexander Alonso, Sebastián Rodrigo, Rojas, Sofía Montes de Oca, Gonzalo Valentín Jodar, Yanina Nélida Godoy

Había una vez un superhéroe que se llamaba Facu. Facu tenía en los ojos láser frío y si te miraba te dejaba congelado.
Facu todos los días iba al gimnasio para tener músculos grandes.
juntos fueron a la casa de la hechicera morena tai para pedirle plata para comprar un juguete para llevárselo al mago Rodrigo que cumplía 400 años. la hechicera se puso contenta y fue con ellos a elegir el regalo.
Un día, en el gimnasio, se encontró con el Guasón, otro superhéroe que tiraba bombas y cuchillos a todos los que lo molestaban.
En el kiosco encontró una varita, un gorro mágico y pociones de alegría. la hechicera compró la varita y se fue a la casa del mago Rodrigo a tomar mate y entregarle el regalo. El mago cuando vio la varita se puso muy contento.