sábado, 7 de abril de 2018

LA POLÍTICA EN ESPAÑA Por Jardiel Poncela (Cualquier parecido con lo que sucede hoy en Argentina es pura casualidad. El artículo es de 1930 y se publicó en el libro”Exceso de equipaje”)

A ROBERTO FLY, en 47,  Coward Road. EDIMBURGO   (ESCOCIA).
Madrid, 3  de agosto  de  1930.

Mi querido tío Robbie: No sé ya el tiempo que hace que te debo una carta hablándote de política. Pero encontrarás disculpable mi pereza en cuanto sepas que el calor se ha echado bruscamente encima y nos persigue como si quisiera cobrarnos una cuenta, matando todo intento de actividad.
Hasta hace poco disfrutamos una época de bochornos breves, de breves fríos, de lluvias y de temperatura revueltísima, y, coincidiendo con estos desórdenes atmosféricos, había gentes que esperaban que viniese la República. Pero, con inexplicable sorpresa por parte de ellos, lo que ha venido ha sido el verano. Confieso que no es igual; pero opino que resultará más beneficioso para la agricultura.
He aquí, pues, el verano, tío Robbie, un verano prematuro, según es lo clásico, pues en España ni las estaciones, ni los regímenes, ni los camareros llegan nunca a tiempo, sino que llegan demasiado pronto o demasiado tarde.
¡Si vieras! Ahora da gusto vivir en Madrid. La Naturaleza es una sinfonía de verdes brillantes. Los árboles se han vestido sus mejores hojas y las plantas se han vestido sus flores más fulgentes. En cuanto a las mujeres, en su afán de llevarle siempre a alguien la contraria, han hecho al revés que las plantas y los árboles. Quiero decir que se han desnudado todo lo posible. Y de esta suerte, nuestros gobernantes, que siempre han rendido culto fervoroso al eterno femenino, disponen de magnífica ocasión para proclamar por ejemplo  en sus discursos que la mujer española es la más española de las mujeres. ¡Poderosa influencia la que la mujer ha ejercido siempre en la política de España! No olvidemos aquí la existencia de una Reina que se negó a mudarse de camisa hasta tanto que el caballo de Gonzalo de Córdoba no hollase las callejuelas de Granada, ni olvidemos a las patriotas que arrastraron cañones en Madrid, Zaragoza y Gerona. Un pie de nuestra política ha estado siempre apoyado en la mujer, y por eso, cuando las Cámaras funcionaban creando verdaderas tribus de macroglosos, todos los Presidentes del Congreso y del Senado que fueron se apresuraron siempre a enviar cajitas de caramelos a las damas que resplandecían en las tribunas. Esto quería decir dos cosas: que la política española trabajaba con el pensamiento puesto en la mujer y que al Congreso y al Senado se iba a chupar, y así, el que menos chupaba, chupaba caramelos.
Pero quizás he llegado demasiado lejos y ahora temo a la crítica de los patriotas.
Porque, políticamente, España es un pueblo patriota.
Acaso aquí no importe ese patriotismo que se basa en trabajar lo más posible cada uno cu su oficio, ese patriotismo propio de pueblos sin imaginación. El nuestro es un pueblo de una imaginación frondosísima, donde todo el mundo tiene una comedia escrita y un libro de sonetos compuesto, y por tanto, nuestro patriotismo debe de ser otro. Y lo es. Nuestro patriotismo es un patriotismo político.
Para que adviertas claro la diferencia, tío Robbie, te ilustraré con un ejemplo. En los pueblos donde el patriotismo se basa en el trabajo de todos los ciudadanos, cuando dos de éstos se encuentran en la calle se preguntan:
- ¿Qué tal te va? ¿Cómo marchan tus negocios?
Mientras que en los pueblos, como España, donde el patriotismo se apoya en el trabajo de los gobernantes, cuando dos ciudadanos se encuentran en la calle se preguntan:
- ¿Qué tal te va? ¿Qué hay de política?
La política lo ha absorbido todo, lo absorbe todo. Nadie piensa en esa tontería de engrandecer la nación por su esfuerzo personal; nadie cree la simpleza de que está en sus manos la salvación del país duplicando el trabajo en su oficio y procurando hacer cada vez mejor aquello a que se ha dedicado.
Aquí la salvación y el engrandecimiento se esperan de la política. Los patriotas españoles, como tienen mucho miedo al ridículo, no quieren ser actores, sino espectadores. No quieren actuar ellos, sino ver cómo actúan

Los demás. Todos creen en la bondad de lo que no tienen y unos ponen su fe en la República, otros en el comunismo, otros en un socialismo puro, otros en un absolutismo. Y cada mañana, mientras envían un recado a la oficina diciendo que no pueden ir por estar enfermos, los patriotas piensan, poniendo los ojos en blanco:
- ¡Hasta que no venga la República!
- ¡Hasta que no venga el comunismo!
- ¡Hasta que el socialismo no nos rija! Etcétera, etc.
Por la tarde, los patriotas van al café. Todos los cafés de España están abarrotados de patriotas. En los cafés es donde extienden sus viscosas alas los políticos españoles.
Llegan los patriotas, tutean al camarero, piden café y exigen que se lo echen rebosando. Comentan la temperatura y el clima y por fin se hacen unos a otros la pregunta asquerosa de siempre:
- Bueno, señores..., ¿qué hay de política?
Es el momento en que tras un breve debate se llega a la conclusión de que las personas que están al frente del Gobierno no saben dónde tienen la mano derecha. Da lo mismo que sea liberal, conservador, amarillo o rojo. ¿Rige el país en aquel momento? Pues es un grullo. Para corroborar esta opinión, se habla de políticos muertos a los que en vida y cuando estuvieron en el poder se les llamó grullos también e incluso se les asesinó en plena calle, y asimismo se saca a colación a los políticos contemporáneos que se hallan en el ostracismo. Uno de los patriotas lleva la voz cantante:
- García López... No hay más esperanza que García. López.
Y todos asienten:
- Eso, eso, García López.
Sin acordarse de las monstruosidades que, años atrás, cuando gobernaba García López, dijeron todos en otro café semejante de García López y de García Sánchez, su respetable padre.
Un día se grita:
- ¡Hay que pegar duro! ¡Esto no lo arregla más que el que pegue duro!
Y eso mismo se grita otro día, y otro y otro. Por fin alguien empieza a pegar duro. Y se oye gritar en los cafés:
- ¡Muy bien! ¡Así!
Pero a la semana justa ya no se grita, sino que se ruge bajando la voz:
- ¡Esto es una vergüenza! Los pueblos no se rigen con el látigo. ¿Y la libertad? ¿Y el derecho de gentes? ¡No tenemos pundonor tolerando semejante cosa...! ¿Qué hace el partido socialista? ¿Y ese partido socialista... ?
Un día, con motivo de una huelga general, algunos socialistas se lanzan a la calle. Suenan tiros. Crepitan las ametralladoras en los barrios populares.
Y se oye decir en los cales:
- Pero ¿usted cree que esto puede resistirse? ¡Andar a tiros por las calles! ¡Interrumpir la vida ciudadana...! Para venir al café he tenido que dar un rodeo enorme... ¿Qué es lo que quieren esos fantasmones de socialistas?
Pero a las cuarenta y ocho horas los socialistas se rinden al Gobierno.
Y aquella tarde se vuelve a gritar en los cafés:
- ¿Eh? ¿Qué decía yo? ¡Son unas liebres! Aquí no hay más salvación que el comunismo...
He aquí el módulo de la política española, tío Robbie, en lo que ¡afecta a la intervención de la opinión pública. Sinceramente, ¿qué remedio le ves tú a todo esto?
Edimburgo-Madrid.

-Querido sobrino: sólo veo un remedio: cerrar todos los cafés y abrir todas las cabezas.  ROBBIE.

- Pero tu remedio es casi imposible, tío Robbie. A lo primero se opondrían los dueños de los cafés y a lo segundo los dueños de las cabezas. Seguiremos siempre así, ya lo verás. Es la raza.

Un abrazo de tu sobrino.  ENRIQUE.