sábado, 28 de julio de 2018

Acerca de la Vejez - Por Marco Tulio Cicerón - Selecciòn) (1ª parte)

          Tito, si pudiera ayudarte o lograra aliviar algo esa preocupación que te acongoja y que tienes clavada en tu corazón, ¿qué premio me darías?
Tito, ¿qué es lo que te preocupa día y noche? Por eso me parece ahora el mejor momento para dedicarte algún escrito sobre la vejez.
¡En efecto! Deseo que tú y yo mitiguemos este peso, común: la inminente llegada de la vejez. Con toda seguridad sé que tú, la vives con dignidad, y eres capaz de afrontar todos los problemas que conlleva. Cuando pienso en escribir sobre la vejez, siempre acudes a mi mente como la persona más digna de este don, del que nos podamos servir cada uno de nosotros. La preparación de este tratado ha sido para mí tal motivo de alegría que, no sólo he ahuyentado todas las molestias propias de la edad, sino que he
intentado hacerla más suave y llevadera. La filosofía nunca podrá ser suficientemente alabada por quien reafirme que puede afrontar todas las molestias de la vida sin ningún tipo de adversidad.
Para quienes creen que no hay posibilidad de alcanzar el bienestar y llevar una vida feliz, sin duda, la vida es dura en todas las etapas de la vida. Pero quienes consiguen todos los bienes en sí mismos, no les puede parecer malo lo que la exigencia de la naturaleza traiga. La vejez está siempre en primer plano. Todos se esfuerzan en alcanzarla y, una vez conseguida, todos la culpan. ¡Tanta es la necedad de la extravagancia! Suelen afirmar que la vejez se les echó encima mucho antes de lo que esperaban. En primer lugar: ¿quién les obligó a pensar de un modo tan absurdo?, ¿por qué la distancia entre la adolescencia y la vejez es más corta que la distancia entre la adolescencia y la infancia? En segundo lugar, ¿acaso sería más suave la vejez si se viviera 800 años en vez 80? Por larga que haya sido la vida, ningún consuelo habría podido suavizar la necia vejez.
Siguiendo el antiguo proverbio "los iguales se reúnen habitualmente con sus iguales" frecuentemente he intervenido en debates sobre este asunto con mis pares. Cayo Salinator, Espurio Albino, casi de mi edad, hombres que habían sido cónsules, solían quejarse de que ya carecían de placeres, sin los cuales pensaban ellos la vida no tiene sentido. Además se sentían menospreciados por los que antes acostumbraban a halagarlos. En mi opinión, se quejaban de lo que no había razón para ello y no de lo que realmente debieran quejarse. Si esto sucediera por causa de la senectud, lo mismo me debería pasar a mí y al resto de los ancianos, a muchos de los cuales yo he conocido en su vejez sin ningún tipo de quejas. Muchos ancianos afirman que ellos se han apartado serenamente de los vínculos de los placeres y sin desprecio de los suyos. La causa de todas estas lamentaciones está en el carácter de cada uno, no en la edad. Ciertamente la impertinencia y la falta de humanidad molesta en todas las etapas de la vida. Los ancianos moderados llevan la vejez de una manera aceptable.
Ni siquiera el sabio puede afrontar la vejez de manera llevadera en medio de la más profunda indigencia, pero para el necio, aún en la suma abundancia, no deja de ser gravosa. Las armas defensivas de la vejez, Escipión y Lelio, son las artes y la puesta en práctica de las virtudes cultivadas a lo largo de la vida. Cuando has vivido mucho tiempo, producen frutos maravillosos. La conciencia de haber vivido honradamente y el recuerdo de las muchas acciones buenas realizadas, resulta muy satisfactorio en el último momento de la vida.
Yo, pensando en mí mismo, encuentro cuatro causas que agravan sobremanera la vejez:
primera, porque aparta de la gestión de todos los negocios. segunda, porque la salud se debilita. tercera, porque te priva de casi todos los placeres. cuarta, porque, al parecer, la muerte ya no está lejos.
Reflexionemos, si os parece bien, sobre cada una de estas causas y cuán injusta es cada una. La vejez aparta de la gestión de todos los negocios. ¿De cuáles? ¿De aquellos que se realizaron con el vigor y las fuerzas de la juventud? ¿Acaso no son también obras seniles las que se realizan con la fortaleza de la mente pero con el cuerpo enfermo? Nada prueban quienes afirman que la vejez no se desenvuelve en los negocios. Es como decir que el timonel no hace nada sujetando el timón, puesto que mientras él permanece sentado en popa, unos se encaraman en los mástiles, otros corren de aquí para allá, otros queman los desechos. Es verdad que no hace el trabajo que hacen los jóvenes, sin embargo el timonel hace cosas mejores y de más responsabilidad. Trabajo que no se realiza con la fuerza, velocidad o con la agilidad de su cuerpo, sino con el conocimiento, la competencia y autoridad.

Palabras que no cesan - por Jorge A. Dágata

                En el año 690 de Roma, 64 antes de Cristo, Pompeyo  redujo Siria a provincia romana.  Un niño que vivía hasta entonces libre en el país conquistado, uno de tantos, fue llevado a la capital del imperio como esclavo. Tenía 12 años y su amo, Domicio, de la familia de los Publio, quedó admirado por el ingenio agudo y la réplica pronta de que era capaz la criatura que acababa de engrosar sus propiedades. El amo era oficial del ejército romano y disfrutaba de su nueva mascota, fértil en ocurrencias oportunas, además de hermoso y bien formado. Todavía no asomaba siquiera en la humanidad “civilizada” el menor cuestionamiento a la institución de la esclavitud.
Asomaba, si así quiere entenderse, en la inclinación de este amo, que como otros hizo dar al niño una educación esmerada y luego la libertad. Lo llamaban Syro, en recuerdo de su patria perdida, y por el resto de su vida añadió al suyo el nombre de Publio, adoptando la costumbre de la época entre los libertos, y también como gesto de gratitud.
Publio Syro (Publilius Syrius) recorrió Italia dedicándose a la composición de mimos, cuyo principal objeto era provocar la hilaridad parodiando a los personajes más relevantes del momento y el lugar en que actuaba. César le entregó la palma de triunfo en una competencia que mantuvo con Laberio, el mimígrafo más notable del imperio.
Desde entonces reinó sin rival en la escena hasta el fin de su vida, que las conjeturas prolongan hasta los primeros años del reinado de Augusto, esto es, hasta el año 725 de Roma, 29 antes de Cristo.
De su obra sólo queda una colección de Sentencias (Sententiae) y una serie de máximas morales. La palabra no cesa, como dice el título, porque entre las más recordadas hay una que nos toca bastante de cerca, aquí y ahora: “Iudex damnatur ubis nocens absolvitur”, donde quien quiera puede leer claramente: “El juez es condenado cuando el culpable es absuelto”.
Entre sus máximas (versos) se han descubierto intercalaciones posteriores. Las auténticas suman aproximadamente 700, de las cuales seleccionamos éstas:

-Espera de otro lo que tú le hagas.
-Ama a tus padres si son justos; si no lo son, sopórtalos.
-La desgracia nos pone de manifiesto si tenemos un amigo o solamente su imagen.
-Grato es el recuerdo de los males pasados.
-El dolor del alma es más grave que el del cuerpo.
-Sustraerse a las pasiones es vencer un reino.
-La paciencia es el puerto de las miserias.
-La fortuna es como el vidrio: brillante, pero frágil.
-Exigua es la parte de vida que empleamos en vivir.
-La paciencia muy cansada se convierte en furor.
-Hasta los que la infieren, odian la injuria.
-El amor que causa la herida, la cura.
-Todos preguntamos: ¿Es rico? Nadie: ¿Es virtuoso?
-El arco pierde su fuerza por la tensión; el espíritu, por la flojedad.
-No olvides jamás el beneficio recibido; olvida en el acto el que has hecho.
-Querer llegar a ser bueno es gran parte de la bondad.
-Nos interesan los demás cuando se interesan por nosotros.
-El dinero es tu esclavo si sabes emplearlo; tu amo, si no sabes.
-Dios mira las manos limpias, no las llenas.
-Más amigos granjea la mesa que la inteligencia.
-El que persigue dos liebres no coge ninguna.
 -Ningún hombre es feliz a menos que crea serlo.
-En mar tranquila todos son buenos pilotos.
-Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas.
-Un compañero alegre te sirve en el viaje casi de vehículo.

COSAS DEL CID Por Rubén Darío


A Francisco A. de Icaza

Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,
una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura como una perla. No se oyen en la hazaña
 resonar en el viento las trompetas de España,
ni el azorado moro las tiendas abandona
al ver al sol el alma de acero de Tizona.
Babieca, descansando  del huracán  guerrero,
tranquilo pace, mientras el bravo caballero
sale a gozar del aire de la estación florida.
Ríe la primavera, y el vuelo de la vida
abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano, le detiene un leproso.
Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo,
"¡Oh Cid, una limosna!", dice el precito."Hermano,
¡te ofrezco la desnuda limosna de mi mano!",
dice el Cid; y quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.

De Prosas Profanas (1896)