sábado, 8 de septiembre de 2018

DOS ANÉCDOTAS MUSICALES DE BEETHOVEN

La Quinta Sinfonía

Las cuatro primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven fueron utilizadas en las transmisiones radiofónicas de la Segunda Guerra Mundial para fortalecer los ánimos, dado que en el código Morse tres puntos y una raya (esto es, tres notas cortas y una larga) equivalen a la «V», es decir, «Victoria».
El propio Beethoven tenía su pensamiento particular al considerarlas como «la llamada del destino». Explicaba que si el destino llamase alguna vez a la puerta, lo haría con esas cuatro notas.

Novena sinfonía en re menor, Op. 125, Coral

El 7 de mayo de 1824, en la ciudad de Viena, noche en la que tuvo lugar el estreno mundial de la Novena sinfonía de Beethoven, el compositor, que contaba entonces con 53 años de edad, dirigió frenético a la orquesta y los coros de una de sus partituras más monumentales.
Al terminar, se quedó totalmente quieto, con la cabeza baja y con algunos de sus cabellos ya con canas sobre la cara. Un violinista de la orquesta (Joseph Michael Böhm) tuvo que acercarse a él y darle palmadas en la espalda para que se diera cuenta que el público reunido gritaba vítores en respuesta al impresionante discurso sonoro de su Novena.
Beethoven no pudo escuchar las ovaciones pues estaba completamente sordo. Y las ironías de la vida son muy francas. ¿Cómo es posible que este hombre que desde hacía varios años había perdido el sentido del oído, haya creado una pieza musical de tal perfección y en la que conjuga por primera vez en la historia de la música, en una Sinfonía, a la orquesta sinfónica con una parte coral, con absoluta genialidad? Para esta parte coral, la elección del músico fue por la Oda a la alegría de Friedrich Schiller, publicada en 1786, y que Beethoven tuvo la firme convicción de llevar al ámbito sonoro desde 1793.
En 1812 concluyó, con pocos meses de diferencia, sus Sinfonías 7 y 8, pero tuvieron que pasar prácticamente doce años para que terminara de concebir su Novena sinfonía. Con su magnífico cuarto movimiento coral, y con todos los elementos que contiene la partitura, Beethoven nos legó una música que es la gran síntesis de su pensamiento, de su intensa lucha revolucionaria, la consecución de todos sus ideales que desafortunadamente ya no podía escuchar con sus propios oídos, pero que estaban en su ser con fenomenal intensidad.

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1
Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida. Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas. Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncillo se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable. Tu dádiva infinita solo puedo tomarla con estas pobres manitas mías. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio que llenar.

2
Cuando tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar. Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar. Sé que tú te complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzaría. Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quién soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi señor.

3
¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!. La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue, en un torbellino, adelante. Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz. Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodía; y grito vencido. ¡Ay, cómo me tomas el corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!

4
Quiero tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva sobre mí. Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsía, pues tú eres la verdad que ha encendido la luz de la razón en mi frente. Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú estás sentado en el sagrario más íntimo de mi alma. Y será mi afán revelarte a mis acciones, pues que sé que tú eres la raíz que fortalece mi trabajo.

17
Sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos. Por eso es tan tarde, por eso soy culpable de tantas distracciones. Vienen todos, con leyes y mandatos, a atarme a la fuerza; pero yo me escapo siempre, porque sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos. Me culpan, me llaman atolondrado. Sin duda tienen razón. Terminó el día de feria, y todos los tratos están ya hechos. Y los que vinieron en vano a llamarme, se han vuelto, coléricos. Sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos.

18
Las nubes se amontonan sobre las nubes y oscurece. ¡Ay amor!, ¿Por qué me dejas esperar, solo en tu puerta?. En el afán del mediodía, la multitud me acompaña; pero en esta oscuridad solitaria no tengo más que tu esperanza. Si no me enseñas tu cara, si me dejas del todo en este abandono, ¿cómo voy a pasar estas largas horas lluviosas?. Miro a la lejana oscuridad del cielo, y mi corazón vaga gimiendo con el viento sin descanso.


28
Firmes son mis ataduras; pero mi corazón me duele si trato de romperlas. No deseo más que libertad; pero me da vergüenza su esperanza. Sé bien qué tesoro inapreciable es el tuyo, que tú eres mi mejor amigo; pero no tengo corazón para barrer el oropel que llena mi casa. De polvo y muerte es el sudario que me cubre. ¡Qué odio le tengo! Y, sin embargo, lo abrazo enamorado. Mis deudas son grandes, infinitos mis fracasos, secreta mi vergüenza y dura. Pero cuando vengo a pedir mi bien, tiemblo temeroso, no vaya a ser oída mi oración.

29
Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. Día tras día, levanto, sin descanso, este muro a mi alrededor; y a medida que sube al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura. Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.

30
Sale solo a mi cita. ¿Quién es ese que me sigue en la oscuridad silenciosa?. Me echo a un lado para que pase, pero no pasa. Su marcha jactanciosa levanta el polvo, su voz recia duplica mi palabra. ¡Señor, es mi pobre yo miserable! Nada le importa a él de nada; pero ¡qué vergüenza la mía de venir con él a tu puerta!.

31
«Prisionero, ¿quién te encadenó?». «Mi Señor» dijo el prisionero. «Yo creí asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres dinero que era de mi Rey. Cuando me cogió el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor. Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro. » «Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable». Dijo el prisionero: «Yo mismo la forjé cuidadosamente. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible; que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, día y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe. Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenía agarrado».

35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes... ¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!

36
Mi oración, Dios mío, es esta:
«Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.
Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.»