sábado, 31 de agosto de 2019

LA MADRE TRISTE Por Gabriela Mistral

Duerme, duerme, dueño mío,
sin zozobra, sin temor,
aunque no se duerma mi alma,
aunque no descanse yo.

Duerme, duerme, y que en la noche
seas tú menos rumor
que la hoja de la hierba
que la seda del vellón.

Duerme en ti la carne mía,
mi zozobra, mi temblor,
en ti ciérrense mis ojos,
duerma en ti mi corazón.

EL AMOR QUE CALLA Por Gabriela Mistral

Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro,
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!

EL ARROYO Por Francisco Luis Bernárdez 1939

Este arroyo que me mira
Con inocencia de pájaro
Tiene los ojos azules
Del horizonte serrano.

Por ellos habla la tierra
Y el árbol está soñando,
Por ellos oigo la queja
Del firmamento estrellado.

Como el corazón herido
Por un dolor sin descanso,
Canta porque  está muriendo,
Muere porque está cantando.

Mitad sonora presencia
Y mitad sueño lejano,
Éste arroyo es nuestra vida,
Repartida en piedra y canto.

MIRANDO JUGAR A UN NIÑO Por Enrique Rodó (De “Parábolas)

       Jugaba el niño en el jardín de la casa con una copa de cristal que, en el límpido ambiente de la tarde, un rayo de sol tornasolaba como un prisma. Manteniéndola, no muy firme, en una mano, traía en la otra un junco con el que golpeaba  acompasadamente  en  la  copa.   Después  de  cada toque, inclinando la graciosa cabeza, quedaba atento, mientras las ondas sonoras, como nacidas de vibrante trino de pájaros, se desprendían  del  herido   cristal  y  agonizaban suavemente en los aires.
Prolongó así su improvisada música hasta que, en un arranque de volubilidad, cambió el motivo de su juego; se inclinó a tierra, recogió en el hueco de ambas manos la arena limpia del sendero y la fue vertiendo en la copa hasta llenarla. Terminada esta obra, alisó, con primor, la arena desigual  de los bordes. 
No pasó mucho tiempo sin que quisiera volver a arrancar al cristal su fresca resonancia; pero el cristal, enmudecido, como si se hubiera emigrado un alma de su diáfano seno, no respondía más que con un ruido de seca repercusión al golpe del junco.
El artista tuvo un gesto de enojo para el fracaso de su lira, Hubo de verter una lágrima, mas la dejó en suspenso. Miró, como indeciso, a su alrededor; sus ojos húmedos se detuvieron en una flor muy blanca y pomposa, que a la orilla de un' cantero  cercano,  meciéndose  en  la  rama  que  más  se adelantaba,  parecía  rehuir  la  compañía  de las hojas,  en espera de una mano atrevida. El niño se dirigió, sonriendo, a la flor; pugnó por alcanzar hasta ella; y aprisionándola, con la complicidad del viento, que hizo abatirse por un instante la rama, cuando la hubo hecho suya la colocó graciosamente en la copa del búcaro, asegurando el tallo endeble merced a la misma arena que había sofocado el alma musical de la copa. Orgulloso de su desquite, levantó cuan alto pudo la flor entronizada, y la paseó, como un triunfo, por entre la muchedumbre de las flores.
-¡Sabia, candorosa filosofía! - pensé. Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver al goce que perdió, sino que de las mismas condiciones que determinaron el fracaso toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad, de nueva belleza... 
        El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es necesario buscar  en derredor de donde entonces  estemos  una reparadora flor, una flor que poner sobre la arena por quien el  cristal se tornó mudo. . . 
 No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino sólo porque haya dejado de sonar.               Tal vez la flor reparadora existe. Tal vez está allí cerca. Esto declara la parábola del niño, y toda filosofía viril, "viril" por el espíritu que la anima, confirmará su enseñanza fecunda.

El Dios triste Por Gabriela Mistral

Mirando la alameda de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de su fuerza embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza;
su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
"Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso ¡inmenso!, pero te hallas herido".

EL NIÑO SOLO Por Gabriela Mistral

A Sara Hübner

Como escuchase un llanto, me paré en el repecho
y me acerqué a la puerta del rancho del camino.
Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho
¡ y una ternura inmensa me embriagó como un vino!

La madre se tardó, curvada en el barbecho;
el niño, al despertar, buscó el pezón de rosa
y rompió en llanto... Yo lo estreché contra el pecho,
y una canción de cuna me subió, temblorosa...

Por la ventana abierta la luna nos miraba.
El niño ya dormía, y la canción bañaba,
como otro resplandor, mi pecho enriquecido...

Y cuando la mujer, trémula, abrió la puerta,
me vería en el rostro tanta ventura cierta
¡que me dejó el infante en los brazos dormido!

La abeja Por Enrique Álvarez Henao

Miniatura del  bosque soberano
y consentida del vergel y el viento,
los campos cruza en busca de sustento
 sin dejar nunca el colmenar lejano.

De aquí a la cumbre, de la cumbre al llano,
siempre en ágil, continuo movimiento,
va y torna como lo hace el pensamiento
en la colmena del cerebro humano.

Lo que saca del cáliz de las flores
lo conduce a su celda reducida
y sigue sin descanso sus labores,

sin pesar, ¡ay!, que en su vaivén incierto
lleva la miel para la amarga vida
y el blanco cirio para el pobre muerto.

sábado, 24 de agosto de 2019

Una anécdota del Gral Manuel Belgrano (De Apuntes literarios e históricos del Prof. A.E. Noé)

Manuel Belgrano, uno de los más gloriosos generales argentinos y forjador en gran parte de la independencia de su patria, tenía una excentricidad: era el único militar que usaba en sus uniformes adornos de paño verde.
Tal hecho dio origen a que un soldado, travieso e ingenioso, le bautizara con el apodo de Cotorrita, sobrenombre que luego se hizo muy popular entre la tropa.
En una ocasión, Belgrano se sintió justamente alarmado por el auge que habían alcanzado los juegos de azar en el campamento, lo que daba lugar a frecuentes riñas y conflictos y resolvió prohibirlos. La orden era severa y nadie, al parecer, se atrevía a contrariarla. Sin embargo, el general desconfiaba...
Tenía el prócer la costumbre de recorrer el campamento, en tren de inspección, solo, sin escolta y aún de noche; y en una de esas incursiones realizada en una noche cerrada, observó un núcleo, una especie de mancha perfilada por un resplandor apenas perceptible.
Intrigado al principio, sospechó luego lo que aquella sombra y aquel resplandor pudieran ser; y dispuesto a verificar su presunción, fue acercándose al lugar con mayor cautela.
¡No se había equivocado! La mancha negra era un grupo de soldados entregados a la práctica del juego.
Para evitar que se viera la escasa luz de una vela fijada en el suelo, los jugadores, sentados los de la primera fila y de pie los de segunda, formaban una apretada rueda que impedía el paso de los rayos luminosos.
Notó el general que, al hacer las apuestas, se acercaba a la luz, entre otras, una mano más cuidada que las que suelen pertenecer a los soldados. Ello le hizo pensar que entre los jugadores debía encontrarse algún oficial. Decidido a averiguar quién era sacó de su bolsillo una moneda de plata, y acercándose aún más, dijo con fingida voz.
-¡ A la sota !
Pero sucedió que al estirar Belgrano el brazo para depositar la moneda, un soldado alcanzó a ver los adornos verdes de la bocamanga y dio la señal de alarma, gritando:
-¡ Cotorrita !
Una mano callosa apagó la vela. Deshízose el grupo como por encanto, y el general, solo y como si viera visiones, quedó un instante clavado en su sitio.
Después, a paso lento encaminóse hacia su carpa sabiendo de que en el campamento se jugaba, pero sin tener la menor idea de quiénes eran o pudieran ser los transgresores.

Oh capitán, mi capitán! Por Walt Whitman (Escrito en homenaje a Abraham Lincoln)

¡Oh capitán, mi capitán!
Terminó nuestro espantoso viaje,
el navío ha salvado todos los escollos,
hemos ganado el codiciado premio,
ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas,
ya el pueblo acude gozoso,
los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
mas, ¡oh corazón, corazón, corazón!
¡Oh rojas gotas sangrantes!
Mirad, mi capitán en la cubierta
yace muerto y frío.
¡Oh capitán, mi capitán!
Levántate y escucha las campanas,
levántate, para ti flamea la bandera,
para ti suena el clarín,
para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas,
para ti la multitud se agolpa en la playa,
a ti llama la gente del pueblo,
a ti vuelven sus rostros anhelantes,
¡Oh capitán, padre querido!
¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
Esto es sólo un sueño: en la cubierta
yaces muerto y frío.
Mi capitán no responde,
sus labios están pálidos e inmóviles,
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
el navío ha anclado sano y salvo;
nuestro viaje, acabado y concluido,
del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo,
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Mas yo, con pasos fúnebres,
recorreré la cubierta donde mi capitán
yace muerto y frío.

UNA VENGANZA DE FACUNDO QUIROGA Del libro “Del tiempo de ñaupa” de Rafael Cano



    El general Quiroga, dueño absoluto de los llanos, donde el paisanaje le profesaba veneración, en una de sus incursiones por la capital incorporó a sus tropas a un joven riojano, adversario político suyo y novio de la señorita Rincón.
Días más tarde ese joven desertó del campamento, por lo   que   fue   detenido   y   ejecutado   por  orden   del   general Quiroga.
La  triste noticia  se difundió rápidamente,  siendo  la última en conocerla la señorita Rincón.
Desde ese momento, ella vistió de luto y dedicó sus días a llorar en silencio la muerte de su prometido.
En esos años de guerra y delaciones no se tenía derecho a expresar una protesta contra el caudillo, por lo que la señorita Peregrina Rincón alimentaba secretamente un incontenible rencor hacia el verdugo de su dicha. .
. El 23 de junio de 1829 se libró en Córdoba la batalla de La Tablada, en la cual el general José María Paz se impuso en forma decisiva al Tigre de los Llanos.
No obstante la falta de buenos caminos y medios de transporte rápidos, la noticia de la derrota se supo al día siguiente en la ciudad de La Rioja, porfiándose en que el general Quiroga había muerto en la refriega. ..
Ante el asombro de propios y extraños, se vio cubiertos de flores los balcones de la familia Rincón y a su dueña que, ataviada con sus mejores galas, recorría los domicilios de sus amistades invitando al baile en que celebraría tan fausto acontecimiento.
A las diez de la noche se inició la danza en el gran patio familiar, con nutrida concurrencia... A las tres de la mañana, el baile se hallaba en su mayor animación; la dueña de casa obsequiaba a sus invitados con ricos vinos de la tierra, dulces, canelones y rosquetes.
Mientras tanto, perdida la batalla, el general Quiroga sólo pensó en el desquite, pero para ello se trasladó precipitadamente en busca de refuerzos a su ciudad natal, procurando así adelantarse a la noticia de la derrota...
Cuál no sería su sorpresa al enterarse de que ya se conocía el resultado de la batalla y que sus adversarios festejaban con un baile nada menos que su muerte.
Sin vacilar, encaminóse a la casa de la señorita Rincón.
Desmontó a pocos metros de distancia, y después de entregar las riendas de su caballo a los ayudantes, avanzó resueltamente.
Vestía chambergo negro de alas anchas, chaquetilla militar, bombachas, botas y espuelas. Deliberadamente dejó también su sable y pistolas y como única arma esgrimía su talero con cabo de plata.
Para evitar ser reconocido en el baile, echóse sobre la frente el ala de su sombrero y penetró por el zaguán hasta el patio, tomando asiento sin que fuera advertida su presencia. El bullicio y la animación reinantes contribuyeron para que no se reparara en aquel extraño convidado que permanecía silencioso. Los concurrentes, en cambio, no escatimaban las críticas a su actuación, censurando agriamente los robos y asesinatos cometidos por él durante su larga carrera.
En esas circunstancias, el doctor del Moral invitó a la señorita Peregrina Rincón a bailar una zamba, celebrando la muerte del tirano riojano.
Estas palabras enardecieron a los concurrentes, que empezaron a aplaudir con entusiasmo.
Quiroga presenciaba inmóvil aquellos desbordes de alegría, aunque entre los bailarines se hallaban varios a quienes había dispensado favores y consideraba amigos.
Al finalizar la primera vuelta de la zamba y cuando todos gritaban, al uso regional: “Una sin otra no vale”, Quiroga no pudo aguantar más y en actitud de desafío se adelantó hacia el centro del patio.
En alta voz, como cuadraba a su temple varonil, exclamó: “A todos ustedes debería correr a latigazos, pero no son dignos". Y observando el efecto que su presencia había causado, agregó: “¡Cobardes, ahora continúen el baile en honor mío!”.. . Ya se retiraba, cuando la señorita Rincón le interceptó el paso, gritándole: “¡Así me vengo yo de un asesino y verdugo de mi dicha!...”
El general Quiroga arrió su sombrero y sonriendo ligeramente, replicó: “Siento mucho, señorita, que sea mi enemiga, porque con mujeres como usted me sería fácil la revancha. . .”
Tras una breve inclinación de cabeza salió a la calle, donde le esperaban impacientes sus ayudantes.
En el silencio de la noche se oían ya lejanas las pisadas de los caballos, pero, sin embargo, los concurrentes al baile permanecían inmóviles y como clavados en el suelo por el terror.

sábado, 17 de agosto de 2019

MAQUINISTA Por Juan Carlos Pirali

Al sonar el silbato de partida
la señal de vía libre le da paso.
Maquinista de horarios extendidos.
Ferroviario sin mengua en el destajo.

Es el ángel guardián de los viajeros
a través de los pueblos y los campos.
Conductor de veloz locomotora
que dispara con ritmo endemoniado.

En su mente se mezclan las memorias
del transporte de hacienda, piedra y granos.
Añoranzas de andenes y galpones,
Despedida, llegada, adiós y abrazos.

Mutaciones de modas y sistemas.
El progreso trazó su rumbo claro.
El fogón productor de la energía
Es tan sólo un recuerdo del pasado.

Fundamento de vida entre dos rieles.
Tolerante de inviernos y veranos.
Un regreso que a veces se dilata
y un hogar que lo aguarda en el retardo.

Como en juego lo tocan “panaderos”.
Desprendidos mensajes de los cardos.
Siempre atento cual firme centinela
obediente en el rumbo que ha marcado.

Apegado a su oficio, bebió leguas,
en continuo rodar, sierras y llanos.
Al final de los viajes ha reunido
un montón de  almanaques deshojados.

CANILLITA Por Juan Carlos Pirali

Un estilo de vida desde niño
pregonero  “alboral”, lucha sin tregua,
compromiso adquirido con sí mismo
por un trozo de pan para su mesa.
Bautizado por Sánchez, Canillita,
proletario incansable en su tarea,
en urbanas esquinas, día y noche,
estaciones de tren, cine, barrera.
El vocero de “Crítica”, “La fronda”,
“Rico Tipo”, “Nación”, “El Tony”, “Prensa”,
mensajero de notas agradables
y causantes de angustias y tristezas.
Cotidiano quehacer  en el destajo
sin reloj para almuerzos y meriendas,
un mezquino jornal por tanto esfuerzo,
es el pago que da la recompensa.
Un lenguaje especial ronda en su mundo;
diccionario inicial de pobres letras.
Una infancia sin tiempo para juegos
y un dejar la niñez sin darse cuenta.
La inclemencia del clima no es escollo
ante el sol agobiante no se arredra,
y en invierno con fuerza de gigante
hace frente a la escarcha mañanera.
Una vida templada en el trabajo
¡Canillita! su nombre qué bien suena,
por su digna labor y su modestia
se ha ganado la gloria de un poema.

La imagen Por Rafael Serrano Ruiz

En la esquina de mi calle
una farola ilumina el lugar.
Luz amarilla, espectral.

El sereno, con su chuzo
marcando las horas va
¡Las doce en punto y sereno!
todo en calma en el lugar.

Una pareja se arrulla
en lo oscuro de un portal
Si, te quiero,
¡como lo puedes dudar!
Vamos …que se hace tarde…
lo tenemos que dejar.
Y entre besos y jadeos
abandonan el lugar.

Una farola en la esquina
Iluminada por gas…
imagen de un mundo antiguo
Que siempre perdurará…

El Jubilado Por Héctor Gagliardi

Le dijeron: «Se jubila»,
después lo felicitaron;
y más tarde organizaron
en la infaltable cantina,
el adiós de una comida
con pergamino floreado,
que a peso por invitado
firmaron con tinta china.

Fueron llegando empleados,
ordenanzas y peones
que colmaban de atenciones
al flamante jubilado...
Todos muy bien afeitados,
luciendo esos trajes nuevos
que se llevan al empleo
cuando ya están más usados...

Hizo su entrada triunfal,
como siempre, el de la foto;
saca a unos pone a otros,
autoritario y teatral,
para lograr al final
después de cinco fracasos
sacudir de un fogonazo
el techo del restaurant.

Después, a lucir las flores,
que estaban sobre las mesas
y al repetir mayonesa,
lo mismo que los ravioles,
se aflojaron cinturones
y entre solapas con talco
el pollo pasó de alto;
por postre: café y licores.

Le pidieron de que hablara
al que estaba designado,
discurso que fue cortado
por el ruido a cucharas,
que los mozos levantaban,
alegando indiferentes,
que venían de suplentes
y a las once terminaban.

El orador, como siempre,
derrochaba generoso
esos "seréis" y "vosotros"
que se escuchan tantas veces,
donde se ahogan las eses
por el peso del menú,
y terminan con "salú"...
«¡Qué la disfrute con suerte!»

Más tarde, al tomar de más,
sacando el jugo al cubierto,
el sucesor de su puesto
fue figura central...
Una miguita de pan
y después... un pan entero...
y al rato, sección "Interno"
se peleaba con "Central"...

Y entre vítores y aplausos
el jubilado aturdido,
salió con el pergamino
apretado bajo el brazo.
La calle tenía raso
y la luna era de harina
y la Recova escribía
las "emes" sobre el asfalto.

Sin saber lo que sentía
abandonado a si mismo,
rodaba por los abismos
que hacía tiempo presentía...
El Domingo... pasaría
ese día no contaba
pero el Lunes debutaba
como actor de la Rutina.

Sería ese jubilado
que hasta en su casa molesta,
tendría que hacer la siesta
aguantar a los de al lado,
ir a misa y al mercado
ayudar a su mujer,
pintar, podar y barrer...
y no fumar demasiado.

Conformarse con dolor
en ser otro "Don" del barrio,
y pasarse con el diario
leyendo en el corredor.
Y ser, para el vendedor
de colchas o de tomates,
el anónimo marchante
del nueve cincuenta y dos.

Pasó de activo a pasivo
en el mayor de la vida
al jubilarse se archivan
los desengaños sufridos....
Cruel desquite del Destino,
que al darle su independencia
se cobra en indiferencia
un descanso merecido.

Y apretado al pergamino
allá sigue el jubilado,
como un "ex" que ha diplomado
la ironía del Destino.
Un alerta de suspiros
trae el aire centinela
y parece una diamela
la luna mirando al río.

sábado, 10 de agosto de 2019

MOLA (Cuento de la nacionalidad yugu) De “EL PÁJARO MARAVILLOSO” - CUENTOS POPULARES CHINOS EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS BEIJING - Traducido del chino por Laura A. Rovetta


          Hace muchísimo pero muchísimo tiempo, el pueblo de la nacionalidad yugu atravesó el desierto de Gobi, junto con sus camellos, vacas y ovejas y pasando cenagosos pantanos, a través de la estepa, caminando caminando llegó desde el lejano Xinjiang hasta el pie de las montañas Qilian, en Gansu.
          Al pie de dichas montañas se daban buenas condiciones para el pastoreo del ganado. Los animales eran gordos y fornidos y los pastores estaban satisfechos. Sin embargo, bajo la montaña había una cueva de hielo donde habitaba un genio de la nieve. Este genio salía frecuentemente a hacer diabluras, trayéndole muchas catástrofes a los habitantes de la pradera.
         Cada vez que la gente veía levantarse una neblina blanca  de la cueva  de hielo, ya se sabía que el genio estaba enfadado. En menos de dos horas se levantará una tormenta de viento y nieve, que no parará en por lo menos diez o quince días. ¡Una gruesa capa de nieve cubría la pradera, los hombres no tenían leña para quemar, las bestias no encontraban qué comer y los terneros y los corderos se morían congelados al no poder soportar el frío!
         ¡Cuántas veces la gente le había prendido incienso al genio y se había golpeado la frente contra el suelo sin que éste se inmutara! Había un Mola que hervía de furia viendo las atrocidades que efectuaba el genio de la nieve. Una vez, Mola le preguntó a su abuelo:
- ¿Por qué no se elimina de una vez a este genio tan feroz?
El abuelo negó con la cabeza.
- Hijo, los recursos de este genio son muy amplios, ¡nadie se atreve a tocarlo!
- ¿Acaso no hay nadie en el mundo capaz de someterlo?
- Sólo el dios del sol. Pero éste vive en el mar Donghai. Hay que atravesar altas montañas y hacer un largo camino para llegar hasta él. ¿Quién podría aprender sus artes y tomar sus tesoros?
Mola escuchó las palabras de su abuelo, irguió el pecho y dijo con firmeza:
- Si de esa forma se consigue doblegar al genio de la nieve, aunque las montañas sean altas y el camino largo, yo quiero ir a pedirle al dios del sol que me enseñe sus artes y me dé sus tesoros.
Cuando la gente de la pradera se enteró de que Mola quería ir a buscar al dios del sol, fueron todos a despedirlo. Un viejo pastor de la orilla este le regaló un precioso caballo capaz de correr diez mil li al día. Una abuelita de la orilla oeste le obsequió una preciosa ropa impermeable. Un cazador de la montaña del sur le ofreció un carcaj con flechas milagrosas e infalibles. Una joven pastora de la montaña del norte puso en sus manos un látigo. Entre las ovaciones de la multitud el pequeño héroe se vistió con la ropa preciosa, se colgó el carcaj, montó el caballo y utilizó el látigo para dirigirlo. Así partió hacia el este, lugar de donde sale el sol, como un rayo en su montura.
El caballo corrió con su jinete por mil li de pradera y cruzó diez mil montañas nevadas. Cabalgando y cabalgando, de pronto se presentó un escabroso precipicio que les obstaculizaba el camino. El precipicio se denominaba “Filo de cuchillo” ya que llegaba a penetrar en las nubes. El precioso caballo sudaba a chorros tratando de rodear el precipicio. Pasarlo volando sería más difícil que subir al cielo. Mola estaba desesperado cuando de pronto, un pájaro cantó en su cabeza:
Hermano Mola, hermano Mola,
El caballo precioso puede atravesar el cielo
¿Por qué no utilizas tu látigo?
Mola tomó el que le había dado la muchacha y lanzó a aire un fuerte latigazo. Entonces se oyó como una explosión, al tiempo que el extremo del látigo se alargaba y llegaba hasta las nubes, llevando consigo al joven y al caballo, que de esta forma pasaron el precipicio.
Mola siguió hacia el este y quién sabe cuántos miles de li había cabalgado cuando apareció una selva, llamada “Selva del tigre negro”, porque allí vivía el espíritu de un tigre de ese color.
Cuando el tigre vio que en sus dominios entraba un desconocido lanzó un gran rugido y se tiró sobre el niño. El caballo se pegó el gran julepe y disparó en dirección contraria. El espíritu les pisaba los talones y ya los iba a alcanzar cuando se oyó de nuevo el canto del pájaro:
Hermano Mola, hermano Mola,
El espíritu del tigre no puede lastimar a un héroe
¿Por qué no usas tus flechas?
Mola sacó entonces el arco, colocó la flecha, se dio vuelta y apuntó al enemigo. Sólo se escuchó el tintín de la cuerda del arco y el último rugido del espíritu, que cayó muerto.
Mola volvió a dirigir a su caballo hacia el este y continuó cabalgando. No se sabe cuántos otros miles de li corrieron hasta llegar a las orillas del mar Donghai. A lo lejos se divisaba el palacio del dios del sol reflejado por los rayos rojos. Por el mar inmenso, las olas muy altas, el caballo relinchaba y relinchaba sin atreverse a pasarlo. En ese momento en que Mola estaba muy preocupado volvió a escuchar el canto de aquel pájaro.
Hermano Mola, hermano Mola,
Cuando los héroes encuentran peligros no temen
¿Por qué no usas tu ropa impermeable?
Dicho y hecho, Mola se vistió con la ropa impermeable y dirigió a su caballo hacia el mar. En eso vio que el agua se abrió en dos formando un camino y las olas se retiraron. El caballo pisó por allí y llegó cabalgando hasta el palacio del dios sol. Allí estaba sentada un hada de guardia, una discípula del dios. Muy joven, vestía de verde y rojo, y era muy hermosa. Cuando la muchacha observó que un desconocido se dirigía en su caballo hacia el palacio gritó: “¡Ah! ¡Con que entrando a la fuerza! ¡Mire mis armas mágicas!” Y echó al aire un águila que voló con intención de atrapar a Mola. Pero éste sacó el arco y las flechas y dio en el blanco. Así, el caballo siguió avanzando. La muchacha, asustada, se apresuró a entrar y ¡plaf! cerró la gran puerta. Mola se bajó del caballo y golpeó con el puño la puerta fundida en oro con incrustaciones de plata, al tiempo que gritaba:
Abre por favor, dios del sol
El pueblo de la pradera sufre catástrofes
Y quiero aprender tus artes y obtener tu tesoro
para doblegar al genio de la nieve.
Así estuvo gritando y golpeando la puerta durante tres días y tres noches, sin parar un segundo, hasta que se le hincharon las manos y le comenzaron a sangrar y, con la garganta destrozada, ya casi no podía hablar. Al fin, el dios del sol se conmovió y ordenó a la muchacha que lo dejara entrar. Esta abrió la puerta y llevó a Mola a ver al dios. El poderoso vestía un traje rojo, llevaba un sombrero de oro y se abanicaba el cuerpo con un abanico de ese mismo metal, de forma que los reflejos dorados salían de todas las partes del cuerpo, encandilando de manera tal que no se podían abrir los ojos.
- ¡Valiente niño! – exclamó sonriendo al tiempo que se mesaba su barba roja de tres chi de largo –. Ya sé cuál es la razón que te trae hasta aquí. Te voy a prestar una calabaza de fuego mágico y te enseñaré cómo manejarla. Cuando sometas al genio de la nieve, me devolverás la calabaza y yo te recibiré como aprendiz. – Y diciendo esto sacó de su cintura una calabaza radiante y se la entregó a Mola. Luego ordenó a la guardiana que le enseñara al niño las palabras mágicas para manejarla.
Mola agradeció al dios del sol y siguió a la joven hasta la puerta. Entonces notó que el pelo de su caballo se había vuelto blanco. Con un gran susto preguntó a qué se debía eso y la muchacha le contestó:
- Un día aquí equivale a un año en el mundo de los humanos. Hace cuatro días que llegaste, por eso tu caballo también ha envejecido.
Mola quedó muy inquieto y le pidió a la muchacha que le enseñara cuanto antes las palabras mágicas. Aunque no eran muchas, sí eran difíciles de recordar y las tuvo que repetir ochenta veces hasta que se le grabaron. Pero todavía le faltaba aprender las palabras mágicas para recuperar la calabaza después de usarla. Mola estaba muy intranquilo al pensar que había abandonado su casa por tantos años y de no saber qué nuevos desastres habría vuelto a ocasionar el genio de la nieve en todo ese tiempo. ¡Cómo deseaba partir ya mismo y terminar con ese maligno ser! Por eso, la memorización de las otras palabras le resultó aún más difícil. A duras penas, y después de repetirlas unas cuarenta veces, pudo recordarlas. Entonces se despidió apresuradamente de la muchacha y emprendió el camino de regreso.
Desde que el niño había partido, los habitantes de la pradera anhelaban día y noche que volviera pronto para que terminara con el genio malvado. Pero los años iban pasando uno tras otro y él no volvía. “¡Ay! Pobre Mola, tal vez ya no regrese nunca” – exclamaban todos.
Y Mola llegó apenas en el invierno del octavo año, lleno de tierra y caminando dificultosamente. Y es que el caballo con el que había partido ya estaba muy viejo y se había muerto de fatiga en la mitad del camino. El valiente rapaz no había temido a las altas montañas y al largo camino, siguiendo su marcha a pie.
Al segundo día de su llegada al pueblo natal, el genio de la nieve comenzó nuevamente a lanzar una niebla blanca, provocando una terrible tormenta de nieve. Mola se dispuso a poner en práctica las artes que había aprendido para someterlo. Con la calabaza mágica en la palma de la mano, se dirigió, desafiando al viento y a la nieve, al pie de las montañas Qilian. Los aldeanos lo seguían desde lejos con tambores, para animarlo. Mola caminó a grandes pasos hasta el pie de la montaña, dijo las palabras mágicas y la calabaza salió volando de sus manos. Entonces se vio un destello rojo y la calabaza, como una bola de fuego, voló precisamente hacia la cueva de hielo del genio. Al instante la cueva comenzó a arder. De esta forma, el cruel genio que durante tantos años había hostigado a la gente, murió en su cueva en medio de las llamas.
Cuando el genio expiró, las llamas todavía seguían vivas. Mola pensó en las palabras mágicas para recuperar la calabaza, pero se había olvidado completamente de ellas. El fuego seguía y seguía y ya habían pasado tres días con sus noches, pero todavía no se extinguía. Mola estaba requetepreocupado, ya que temía que las llamas se extendieran hasta los bosques y la pradera, ocasionando otra desgracia a los habitantes. Entonces tomó la decisión de arrojarse a las llamas para rescatar él mismo la calabaza. Así, se arrojó sobre la calabaza, hizo presión sobre la boca por donde salía el fuego y éste poco a poco se fue reduciendo. Pero el valiente Mola fue fundido por el fuego transformándose en una montaña de piedras rojas, que quedó levantada al lado de la pradera. Esa montaña de piedra siempre está muy caliente. Allí no crecen árboles ni ningún tipo de vegetación y las nieves de varios li a la redonda se derritieron por su temperatura. Al derretirse, hicieron crecer el caudal del río Baiyang y la hierba de la pradera comenzó a crecer más frondosa. Las vacas y las ovejas devinieron fuertes y gordas, la prosperidad reinaba entre los hombres. La nacionalidad yugo vivió entonces tranquilamente. Cada vez que un cazador va de excursión a la montaña o un pastor se dirige allí a cuidar del ganado, cuando ven a lo lejos la montaña de piedras rojas erguida hacia el cielo le ofrecen sus respetos muy conmovidos a Mola, el héroe hijo de la pradera que sometió al genio de la nieve.

sábado, 3 de agosto de 2019

POESÍAS DE HÉCTOR GAGLIARDI (1909 - 1984)


TARDE DE DOMINGO

La tarde que está aburrida 
quiere irse con el Sol, 
que a paso de caracol 
va iniciando la caída. 
La iglesia ve sorprendida 
su campanario en el suelo, 
y secándose en el Cielo 
hay una nube tendida.

El Sol, se aleja dorando 
la quietud de una azotea, 
donde una blusa flamea 
con las dos mangas colgando; 
el agua sigue goteando, 
mientras su sombra coqueta, 
forma una "eme" incompleta 
que el viento la está hamacando.

La noche, llega apurada.. 
viene siguiendo la huella 
que va dejando una estrella 
que saliera de avanzada, 
y levanta a la pasada 
las sombras que están caídas, 
y triunfan las Tres Marías 
en el Cielo dibujadas.

La calle, empieza a vivir; 
se iluminan las vidrieras, 
y las muñecas de cera 
nos vuelven a sonreír; 
aumenta el ir y venir 
de la gente que se apura, 
y una mendiga murmura: 
"ya no es hora de pedir".

En las puertas, las vecinas 
empiezan a conversar... 
no les urge cocinar 
porque hoy. al mediodía, 
los tallarines que había 
han sobrado casi todos, 
y se van haciendo solos 
puestos al "baño María".

Hay dos chiquillos que juegan 
vigilados por la madre, 
que está pensando que es tarde, 
y que el esposo no llega; 
pero, lo cruel de la espera, 
es que esta tarde, el marido 
le dijo que fue "al partido" 
gustándole las carreras.

Parejas de enamorados 
comienzan a desfilar... 
y oyen atrás murmurar 
a los que están asomados, 
por eso cruzan, callados 
esa "barrera aduanera" 
que de vereda a vereda 
comenta lo inspeccionado.

Ya se formó la reunión 
de muchachos en la esquina;
y de lejos se adivina,
que allí hace falta un crespón; 
es débil conversación 
lo que anoche fueron gritos, 
porque perdió el favorito 
a un paso de ser campeón.

El fracaso inesperado 
dejó un nudo en las gargantas, 
y un dolor que se agiganta... 
la vergüenza que han pasado. 
Han llegado despeinados, 
con su carga de tristeza, 
junto al dolor de cabeza 
por los goles aumentado.

La peineta de la luna 
se va clavando en el cielo... 
|Qué le importa "el tres a cero" 
que á los muchachos abruma! 
Va sorteando una por una 
las nubes en su camino.., 
si dar plata es su destino, 
ya nos deja su fortuna!. 

Brilla más el empedrado: 
quedó desierta la esquina
y el vigilante camina 
con su andar acompasado... 
observa todo callado, 
toca las puertas cerradas, 
y regresa a la "parada" 
con la sombra a su costado.


LA MAESTRA

Tan buena como mi vieja
y como ella nerviosa,
de las que agrandan las cosas
y que por nada se quejan;
Tenia entre ceja y ceja
esa cuestión del aseo
y en lo mejor del recreo
revisaba las orejas.

Decía que un pajarito
al oído le nombraba
los niños que conversaban
cuando salía un ratito;
Y si un grandote de quinto
armaba la tremolina,
parecía una gallina
cuando tiene los pollitos.

Nos tomaba la lección
siguiendo el orden de lista
y obligaba con la vista
a seguir con atención;
Yo era medio remolón
porque andaba por la “G”
y cien veces me chasquié
al preguntar de a traición.

Se pasaba todo el día
prometiendo malas notas
y que en vez de la pelota
estudiaran geometría
Era mujer...¡que sabia
de un golazo de boleo...!
por eso es que en el recreo
los muchachos se reían....

Pero un vez se enfermo
y mandaron la suplente
que enseñaba diferente
y hasta un día de “usted” nos trató;
Y nosotros ...¡que se yo!...
seria mejor maestra
pero fieles a la nuestra
declaramos el boy-cott.

Y cuando vino al grado
después de la enfermedad
nos pusimos a gritar
que casi la desmayamos
y cuando vio tantas manos
que la querían tocar
de floja se echo a llorar
y nosotros la imitamos.

Ah! Pobre maestra mía!
¡como estarás de vieja!...
revisame las orejas
soy un chico todavía.
No sabes con que alegría
quisiera volverte a ver:
no me vas a conocer
pero entonces te diría:

Yo ocupaba el tercer banco
al lado de la ventana
el que abría las persianas
cuando el sol no daba tanto
El que se ahogaba de llanto
el día que te dejo
y que nunca te olvido
y es por eso que te canto

Vos sos la dulce canción
de la edad que ya se fue
hoy he venido otra vez
para darte la lección:
Preguntame de a traición
maestra del cuarto grado
que cuanto me has enseñado
lo llevo en el corazón....


ABUELITA

Tiene la vista cansada, 
como cansado el andar,  
y ya se empieza a encorvar 
por los años agobiada: 
su cabecita plateada, 
que termina en un rodete, 
la peina tirante y fuerte, 
apenitas levantada. 

Se quiere meter en todo,
a pesar de que el doctor,
veinte veces le prohibió,
que trabaje de ese modo.
Pero encontró el acomodo,
de amasar para las hijas,
y los sábados se en fija
tiene harina hasta en los codos.

Visita que hace a la nuera, 
es visita de inventario; 
abre roperos y armarios 
y en todos lados husmea 
y la nuera que la espera 
esconde lo que compró 
porque peso que gasto 
origina una pelea 

A los yernos los defiende 
de las quejas de las hijas: 
que nunca han sido prolijas 
que al marido no lo atienden 
y el otro, que no la entiende 
se queda lo mas contento 
y no sabe que por dentro 
la abuela lo compra y vende 

Esta lista a cualquier hora 
a defender a sus nietos, 
que siempre salen absueltos 
con tan buena defensora, 
“porque los hijos ahora, 
se olvidan de lo que fueron” 
y al contar lo que le hicieron 
pasa a ser acusadora. 

Después, saca unas monedas 
que tiemblan entre sus dedos 
pero, al oír “caramelos” 
vuelve a cerrar la cartera, 
y mientras todos esperan, 
a los padres les pregunta. 
¡como a sido la conducta 
de una semana entera! 

Entonces, viene el revuelo, 
y al que dijo “la palabra” 
se le dibuja en la cara 
la “ve corta”de un puchero 
y llora con desconsuelo, 
pero entonces, la abuelita 
le suena la naricita 
con la punta del pañuelo 

Y se queda a almorzar 
quieren estar a su lado, 
y hay que comer apretados 
por no oírla rezongar 
y para desautorizar 
lo que la madre contó 
todo el mundo termino 
la sopa sin protestar. 

¡Abuelita cachacienta, 
que por riguroso turno 
vas visitando ese mundo 
que comprende tu existencia: 
tu disculpable impaciencia 
la justifica tu edad: 
es la vida que se va 
con su carga de experiencia 

Cuando veo tu figura 
siempre vestida a la antigua, 
que al bostezar te santiguas 
con tu creyente ternura 
me siento mas criatura 
y sin saber,¡abuelita! 
me dejas la monedita 
de tu infinita ternura.