domingo, 20 de enero de 2019

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría D: “Si tu te mueres” Por Nancy Gómez de Balcarce


Como nos aterra escuchar  o saber que de una u  otra manera la muerte es algo incontrolable,   es algo que nos acompaña desde que nacemos  sin saber cuándo se hará presente.
 Un día cuando tenía 8 años  le pregunté  muy serio a mi mamá: qué será  de mi si tú mueres A mi madre sus  ojos se le  llenaron de lágrimas , su corazón se oprimió en su pecho  y un suspiro lleno el cuarto. Respiró  profundamente para dar aire a sus pulmones y comenzó  diciendo:
 ”Cuando yo no esté en este mundo físicamente,  estaré en tu momentos  de alegría, tristezas, risas, logros, decepciones, y triunfos… Seré como un día de lluvia, tu estarás sentado frente a la ventana mirando profundamente en silencio, y encontraras paz en tu alma….porque ahí  estaré, en cada gota que cae y golpea el cristal  Al mirar ese paisaje que te dará satisfacción y admiración de ver algo tan bello y natural…yo seré la luz de los colores del campo. En la brisa suave de un día de calor de verano, sentirás la suave sensación de un beso  que te regalaré…Cuando camines descalzo sobre el verde césped, sentirás que caminamos juntos. Y aun cuando seas adulto, seguiré junto a ti como el sol que brilla, la lluvia que calma la sed, el viento que golpea tu cuerpo y murmura:   Sigue, sigue, no te detengas , estoy aquí … Sé que ahora te es difícil entender  estas palabras, pero cuando pasen los años recuérdame  porque quiero que sepas que tanto la vida como la muerte son parte de un todo ….Por eso hijo vive cada día ,sé feliz, aprende ,agradece ,sé solidario, sé tú un ser de luz y de amor ... Cierra tus ojos y veras que nunca me he ido , que soy parte de ti y tu mi mitad ,de lo que te deje  en tu camino llamado vida…. Abrázame y toma  mi mano ,es hora de vivir,  amor mío,  caminemos juntos, que la muerte aún no ha llegado…..
Hoy al pasar de los años  he crecido, madurado espiritualmente, aprendí  con cada día nuevo que hay esperanza de un mañana …. Soy padre y miro a mis hijos jugando tan inocentemente, respiro profundo y sonrió. Madre quería contarte que aun después de tu partida ,siendo un joven casi maduro de tan solo 20 años, siempre  al acostarme o al sentirme agobiado ….sentí tu aliento cerca de mi rostro  y al soplar un viento cálido escuchaba un  susurro a mi oído  que me decía: sigue ,sigue….Si me sentía solo, triste, desesperado, me sacaba los zapatos y calcetines…caminaba sobre el césped verde  y tú a mi lado , como siempre , juntos
  La vida continua  y he dejado a mis hijos un lema  “la vida y la muerte….están unidas, lo más valioso es vivir a pleno sin perder el sentido de ser feliz”



 





“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría D: “Nueva felicidad” Por María Elena Bauer de Balcarce


Los viernes iba a Mar del Plata, en El Rápido, a la tarde, porque a la mañana siguiente comenzaba la cursada de Locución, a las ocho. Dormía en un hotel barato muy cercano. A las catorce terminaban mis clases y regresaba a mi casa en Balcarce, sobre las cuatro de la tarde.  No me acompañaba nadie, ya que estaban todos ocupados.
Luego de un mes preparándome para viajar, oí el timbre. Abrí, saludé y al pasar me dijo: “¿Querés que te acompañe?”
-Ni loca. ¡Te vas a aburrir!
-No, tengo ganas de oír tus clases. Vamos en mi auto, y a un hotel mejor, no a esa pocilga donde descansas.
-¿Te parece?
-Sí, salimos a las seis de la tarde, vamos a otro hotel, cenamos, dormimos tranquilos y, a la mañana del sábado, desayunamos y te acerco al instituto.
- Bueno, me gusta el programa. Pero te advierto, son varias horas: voy a prueba de micrófono, a informativos, lectura de propagandas, a idiomas y, por último, prueba de voz y cuerpo. El profesor viene del Teatro Colón. Y ¿sabés? ¡Está re bien!
-¿A qué vas? ¿Por el profe?
-No, es un chiste.
Arrancamos en punto. Fuimos al hotel que eligió. Luego de cenar, sobre las diez de la noche, ya estábamos en cama porque había que madrugar. Pero antes, en el camino, le comenté que, una vez terminadas las clases, almorzaríamos, dormiríamos una siesta corta y, si el día pintaba lindo, quería ver vidrieras y hacer algunas compras.
-¡Hecho! Lo que quieras. ¡Si sabés que te hago todos los gustos!
El sábado amaneció brillante.
-Vamos que no quiero llegar tarde. Yo entro, me acredito y vos estacionas.
-¡Bueno! Pero voy a ir para ver lo que hacés.
-¡Bien!
Se inició el ritmo de cada tema. Me seguía a cada sala de clase. Se sentaba a un costado y, si aprobaban mi actuación, me guiñaba un ojo y levantaba el pulgar. Así hasta el final.
-¿Te gustó? ¡Ahora cumplí con lo pactado ayer!
Almorzamos, dormimos una siesta y a las cinco dijo:
-Vamos, ¿querés pasear por la peatonal?
-Dale. ¡Sabés que me gusta ver vidrieras!
Caminamos sin prisa. Y de golpe, viendo lo que me gustaba, paramos.
-¡Acá quiero entrar!
-Listo, comprá lo que te guste. Mientras me de la tarjeta…
Ya adentro, dos señoritas nos atendieron.
-¡Muéstrele a la señora lo que desee!
-Quiero probarme los dos trajes de vidriera y la blusa salmón.
-Pase al probador – dijo la empleada- y le alcanzó las prendas.
Me pruebo un traje con la blusa, salgo y digo:
-¿Te gusta?
Estaba sentado en un mullido sillón tomando café, ofrecido por la gerente, y yo paseaba por la pasarela.
-¡Sí! ¡Te queda bien! ¡Probate el otro también!
-¿Te parece?
-Sí, si te gustaron los dos.
Vuelvo al probador. Salgo con el otro traje y digo:
-¿Y?
-¡Fantástico! Comprá los dos y la blusa. Elegí algo más que te guste…
Vuelvo al probador y la empleada, con cara pícara, dice:
-¡Señora, aproveche! ¡No siempre se tiene un amante tan generoso!
Sonreí, salí al salón con mi ropa y vi las miradas cómplices mientras colocaban todo en elegantes bolsas y él pagaba. Dio las gracias y, al tomarme del brazo, dijo:
-¿Te vas contenta?
-¡Por supuesto! Yo no pedí tanto. ¡Hasta luego y gracias!
Ya en la acera, lo dejo un instante en la puerta, vuelvo a entrar y le digo a las empleadas:
-¿Vieron que flor de amante es mi querido padre?
Primero rieron, luego se sonrojaron.
En la puerta, ambos no parábamos de reír por lo chusma que habían sido. Pero esta escena sirvió de mucho porque ¡no olvido ese feliz día que sirvió para reencontrarnos como padre e hija, luego de la partida de mi mamá!

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría D: “El diccionario” Por Mariela Rendino , Balcarce


Me encanta leer, siempre estoy buscando algo nuevo para conocer por medio de los libros. Soy muy curiosa y trato de dar una explicación a todo lo que sucede a mí alrededor. Por eso, siempre cuando tengo una duda o no entiendo algo recurro al “mataburros”, como lo llama mi profe de Literatura.
              Hace unos días, leyendo una novela para el colegio encontré una palabra. No sabía su significado; por lo que decidí averiguarlo en el diccionario. Me sorprendí cuando no lo vi en la repisa de mi cuarto, junto a la enciclopedia de ciencias naturales que me había regalado mi abuela al cumplir 10 años. ¡Qué raro!, pensé; si la última vez que lo usé lo dejé allí. Bajé las escaleras corriendo hasta el escritorio de mi padre pero todo fue en vano. Lo esperé a que volviese del trabajo para preguntarle. Al  llegar a casa, le consulté dónde estaba.
-En el lugar de siempre-, me respondió cansado.
-No lo he hallado-, contesté insistente, pero me fui porque se me hacía tarde para ir al colegio. Incluso salí sin almorzar.  Entré directo a la biblioteca para buscar  esa palabra. Cuando llegué y me acerqué al estante, me di cuenta  que el diccionario no estaba. La bibliotecaria tampoco sabía qué había pasado con él. Ingresé a clase junto con mis compañeros y le comenté lo sucedido a mi mejor amiga.
-¿Por qué estás tan alterada?, ¡Tanta historia por un diccionario!!- comentó Agustina.
-Es que hace tiempo que lo busco y no lo puedo encontrar, me está preocupando demasiado- le aclaré bastante enojada.
-No pasa nada, ¡Ahora con internet lo tienes todo, lo googleas y listo!- me dijo con tono irónico.
              No me conformé con su comentario. Me retiré del colegio y regresé a casa un poco enfadada. La radio estaba encendida. A los pocos minutos, una noticia me llamó la atención: “La tecnología avanza cada vez más y los libros están desapareciendo”. Qué curioso. Cené y me fui a mi cuarto muy pensativa. Al otro día, desayuné un yogurt con cereales y me propuse salir a la calle a investigar lo que sucedía.
               Caminé hacia la plaza de mi barrio y a la gente que cruzaba le preguntaba: ¿Dónde  viste por última vez tu diccionario?, ¿Siempre lo usas?, ¿Es indispensable para vos?. Y me respondían: Ni me acordaba que tenía uno. Hace mucho que no lo uso. No sé si queda alguno en mi casa.
             Me agoté, la gente no me ayudaba y no sé si me servía de algo. Estaba cansada, caí desmayada en mi cama. Me dormí quince minutos y un ruido procedente del conducto de la ventilación de la calefacción me sobresaltó. Quizás tenía algo que ver con la desaparición de mi “mataburros”. Sonaba tonto pero, ¿quién sabe?. Me colé en el conducto y vi una tenue luz. Avancé hacia ella. Después de un buen rato, arrastrándome y llenándome de porquería, observé algo asombroso. Había un montón de conductos que llevaban a un mismo sitio. Lo más curioso fue ver unos extraños duendecillos con largas barbas, un poco raros. Eran muy graciosos. Estos seres arrastraban unos carritos llenos de libros. Los persiguí con mucho cuidado para no  ser descubierta.  De pronto, tropecé y caí a un pozo que parecía no tener fin. Pensé que moriré allí mismo, cayendo sin parar o, finalmente, aplastada, pero aterricé en una inmensa jungla,  cuya vegetación era palabras y el suelo hojas de libros. Vi letras, más palabras, páginas. Seguí  caminando y me di cuenta que todo estaba hecho con caligramas. Los árboles eran contornos de letras que formaban la palabra árbol, como así también las piedras, las nubes. En el interior de las figuras había adjetivos que calificaban a cada una de ellas.
               Todo era maravilloso, no podía dejar de asombrarme; cuando de repente me choqué contra algo. Los duendecillos se habían parado. Uno me lanzaba una mirada, como si me saludase. Estaba delante de un enorme libro - edificio. No sé, imagino que un edificio con forma de libro. La portada se abrió y el interior era una inmensa sala decorada con miles de palabras, y los duendecillos entraban e iban colocando los libros de los carros en estantes, identificados por sus nombres. Uno se llama Atlas, otros Mapas, Diccionarios. Qué alegría me dio cuando visualicé a los diccionarios. Los duendes guardaban allí todos los diccionarios del mundo. Observé también que otros llenaban las estanterías con libros de cuentos populares que ya no se contaban.
               Alguien me llamó, un hombre, con una voz suave y de tono honesto.
             – ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – me preguntó
-Soy Alicia- respondí. Estoy aquí porque han desaparecido todos los diccionarios del planeta, aunque vi que están desapareciendo más cosas.
– Entonces, ¿tú querías recuperar los diccionarios?- me dijo el duende.
-Supongo- respondí con timidez. Esto es muy impactante.
-Bien, entonces te explicaré el porqué de todo esto. El hombre, un señor mayor, muy parecido a los duendecillos pero más alto que yo, me contó que la gente antes usaba mucho los libros, leía, exploraba los mapas, diccionarios. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, todo eso se había perdido. No hacían falta mapas ni atlas, al ser reemplazados por el Google Maps. La gente estaba muy ocupada para leerles a sus hijos, y los jóvenes preferían salir y  escuchar música antes que abrir un libro y algunos pocos optaban por el wattpad. Por eso, se llevaban todo, fundando su propio mundo, al que solo se podría entrar si él lo autorizaba.
– ¡Pero a mí me gusta leer! Y busco en el diccionario, quiero seguir leyendo y explorar libros–, dije suplicante.
 –De acuerdo. Pondré una clave para entrar, y solo lo podrá hacer el que sepa descubrir la magia de los libros y únicamente en este espacio podrás apreciarlos de verdad-, aclaró el duendecillo.
     De repente hubo un destello. Esa luz que vi antes, ahora con más fuerza, hacía que cerrara los ojos. Cuando los volví a abrir permanecía en mi habitación, acostada en la cama. Me levanté corriendo para comprobar si estaban todos los libros. ¡Mi diccionario!, ¡Bien!. Ya puedo buscar esa palabra: “Transportar”. Eso es lo que yo hago, me transporto. Cada vez que leo un libro vuelvo al mundo de las palabras, donde todo cambia según lo que se lea, y me meto en otro lugar diferente, donde pasan días que apenas son segundos, donde nadie ni nada puede molestarme. Y, por suerte, tengo a mi “mataburros” al que  consulto en caso de necesidad.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría C: “El sueño de tener mi propia banda” Por Estefanía Montes Rosa alumna de EEPA 701


Camila era una niña en silla de ruedas a la que le encantaba la música. Desde pequeña,  escuchaba un montón de bandas de música, rock, jazz, pop, etc.A Camila le gustaba tanto la música que siempre decía:
-Algún día tendré mi propia banda de rock.
En la escuela, las niñas preferían hacer otras cosas, como saltar la cuerda. Las amigas le pedían que jugara con ellas, pero era muy difícil, porque no podía saltar. Así que siempre se quedaba en un rincón, escuchando música.
Había algunas niñas que se metían con ellas y le decías cosas muy feas.Camila se ponía muy triste cuando aquellas niñas se reían de su discapacidad motriz, pero siempre se ponía música, y eso la alegraba tanto que olvidaba las cosas feas que le decían.
Un día, Camila tuvo una idea y se la comentó a sus mejores amigos:
-¡Quiero tener mi propia banda de rock! ¿Quieren formarla conmigo?- les preguntó.
-Pero Camila, nosotros no sabemos tocar ningún instrumento- le contestaron.
Camila sabía que tenía un don especial y les prometió que conseguiría enseñarles a tocar instrumentos y a hacer las mejores canciones del mundo. Sus amigos la vieron tan entusiasmada que decidieron confiar en ella. Además, como para ella era tan complicado jugar a cualquier juego (y no jugaba nunca) esta era una buena manera de hacer cosas juntos.
La niña y sus amigas estaban super contentas con su banda de rock. De a poco, fueron ensayando y aprendiendo a tocar canciones divertidísimas. Pero un día, aquellas niñas malas se enteraron de lo que Camila y sus amigos estaban planeando.
-¡Ja,ja,ja! ¿Vas a tocar en una banda de rock? ¡Eso es imposible! ¡Camila es inválida! - se burlaban.
Pero Camila no les hizo caso y siguió peleando por su sueño. Hasta que un día, después de muchos ensayos con sus amigos, decidieron hacer un concierto en el patio de la escuela. Camila estaba muy nerviosa, pero allí estaban su familia, y también sus amigas dándole todo el apoyo.
-¡Vamos, Camila! ¡Demostrá lo que sabes hacer! - la animaban.
Camila y sus amigos comenzaron a tocar y todos comenzaron a bailar. ¡Lo pasaron genial! Fue un concierto divertido. Al fin todos aplaudieron un montón. Incluso las niñas malas, quienes se dieron cuenta de que Camila, a pesar de tener una discapacidad, tenía un don mágico para la música.
Camila dio así una lección a todo el mundo, y les enseñó que, a pesar de las limitaciones, es posible hacer grandes cosas si se pone el empeño necesario.
Después de unos días le llegó una carta invitándola a hacer un concierto en la plaza más grande de la ciudad. Había más de mil personas. Subió al escenario y, de repente, un cantante le cortó los cables para que no pudiera cantar, y le tiró un tarro con pintura encima. Todo por celos, maldad. Camila se sintió tan mal que pidió que la sacaran rápido de ahí. Entonces dejó su sueño. Y por cinco meses no cantó más. Hasta que apareció su mejor amiga y le dijo: ”No bajes los brazos. ¡Vos podés! Siempre voy a estar con vos. Date una oportunidad. ¡No arruines tu sueño! Entonces Camila llamó a su tío Miguel, que era su representante, y empezaron a hacer conciertos en todos los eventos y ciudades. Un día quiso cantar en el teatro Luna Park. Vendió un montón de entradas. Llenó el Luna Park, y hasta quedó gente afuera.Con el tiempo grabó muchos discos. Hasta la contrataron para tocar en el Madison.
                                                          Así Camila siguió viviendo su sueño.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría C: “Dolor en amor” Por Malena Bottega alumna de 5º año de la E.E.S y T Nº 1 “Lucas Kraglievich


Así como llora de felicidad una mujer que está pariendo a su primera hija, así como llora una mujer que está pariendo a su primera hija producto de una violación, así, se sintió mi mamá cuando me dio a luz. Así pero hace diecisiete años atrás…
              Hoy es 14 de agosto, y cumplo 17 años, la verdad no me emociona mucho festejarlo, pero lo hago para complacer a mi mamá y a mi abuela, me hacen una torta para que los veinte y ocho homosapiens que tengo como compañeros me canten el feliz cumpleaños y sacarme fotos con cada uno de ellos. Mi familia ama los cumpleaños así que después, como siempre, a la tarde, vienen mis amigas y familiares a tomar mate a casa.
             Mamá empezó a charlar con mis familiares, con su hermano que ve cada muerte de obispo y con mis primos. También vino su tía, Rosita le dicen. La conocí hoy, nunca antes la había visto en persona, siempre escuché que la nombraban en anécdotas, pero no es lo mismo. Cuando mi mamá la vio entrar por la puerta hizo una cara que nunca antes había visto en ella. Me sorprendí. Rosita habló con todos mis familiares. Charla va, charla viene, le tiro un comentario a mamá.
-¿Vos te acordás de cuando te fuiste a vivir al campo conmigo embarazada?
             Mi mamá asintió con la cabeza y se quedó callada. Más tarde, le hizo una seña para ir a fumar un cigarrillo al patio. Las seguí. Estaban discutiendo, vi a mi mamá tan enojada como nunca antes la había visto. Me sorprendí. Ella es muy alegre, no lo entiendo. Me acerqué a escuchar. Rosita le pedía perdón por tocar el tema del embarazo y ella sólo quería que se callara y se vaya.
              Rosita tomó sus cosas, dijo que tenía cosas para hacer en el centro, me dio un beso y se retiró. Mamá se quedó rara pero volvió a la normalidad en cuestión de minutos. Había un secreto detrás de todo eso.
             Mi cumpleaños terminó, eran  las tres de la mañana y ya tenía oficialmente 17 años. No me podía dormir, daba vueltas de un lado para el otro, daba más vueltas que una calesita, más vueltas que mi amiga con su novio, o su ex, ya ni sé qué son, imagínate. No podía dejar de pensar  porqué mamá se enojaría tanto. Siempre fui curiosa o chusma, aunque preferiría autodenominarme curiosa pero nunca tuve tanta intriga como para no poder dormir. Pensaba y pensaba, llegué a una conclusión: soy adoptada.
             A mamá no le habría molestado que nombrara el embarazo, pero sí de uno que nunca existió. Claro, soy adoptada. En definitiva, es algo normal hoy en día. “Es algo normal, es algo normal, es algo…” eran las únicas palabras que podía repetir en mi cabeza. Una y otra vez. No sé si lo pensaba o era un consuelo para no sentirme mal. Es algo normal, sí, pero no me lo esperaba.
             No estaba como para seguir durmiendo como si nada con un descubrimiento semejante, así que me levanté a tomar agua. Pasé por la habitación de mi mamá, y vi que dormía, ¿cómo me pudo mentir así? Llegué a la cocina y me serví agua. Mientras tomaba agua decidí buscar evidencias, digo, si es que soy adoptada lo tendría que decir la partida de nacimiento. Fui a la habitación vieja, de esas que están todas desordenas y sólo se guardan cosas.  Busqué y busqué hasta que la encontré. Hallé mi partida de nacimiento, ¡al fin!  El que busca encuentra, pero no siempre lo que está buscando.
             En la partida bien decía que ella es mi mamá biológica, fue como un alivio; la verdad. Me volvía loca la idea de pensar que no comparto sangre con ella y que me había mentido. Odio las mentiras, odio no ser lo suficientemente importante para alguien como para que me mientan, así que si, fue un alivio saber que mi mamá no me había mentido.
             En la caja donde estaba la partida, llena de tierra y olor a encierro, había fotos, en blanco y negro, y también a color, y un libro de aspecto extraño con sus páginas rotas como si alguien las hubiese arrancado, y cuando vi que estaba escrito a mano, comprendí que era un diario íntimo. El diario de mi mamá.
             ¿Qué es lo que tiene que hacer una chica de diecisiete años si encuentra el diario de su madre? Leerlo o no leerlo…esa es la cuestión, diría un viejo amigo, Shakespeare. No, mejor no lo leo. ¿O sí? Lo leí.
             Eran ya casi las cinco de la mañana del quince de agosto y seguí leyendo, y leí lo peor que una hija podía leer de su madre.
             Opté por irme a dormir porque ya era tarde y al otro día tenía que emprender un pequeño viajecito. Una vez ya descansada, me desperté a las diez en punto, me bañé y cambié, desayuné con mamá y le dije que tenía que acompañar a una amiga al velorio del papá de su novio en Monte Hermoso. Hizo una cara de desconfianza, pero me terminó creyendo. Agarré el bolso y fui a la terminal. Emprendí viaje a la casa de Rosita. A su casa del campo.
               Entonces llegué. Con mucha confianza abrí la tranquera, caminé ya no sé cuánto, y entré por fin a la casa. La verdad, tenía con que presumir su campo, pero para mi gusto faltaban animales para que le dieran un poco más de color. Claro que no abrí la puerta de la casa, sino que toqué dos o tres veces. Me hizo pasar y me convidó un té con tostadas y mermelada de tomate casera.
-¿Qué te trae por acá chiquita? ¿pasó algo de ayer a hoy? ¿me tengo que preocupar? –preguntaba y enseguida comenzaba a dramatizar la situación.
-No, Rosita, está todo bien en casa. Quise venir para que me saques un par de dudas. Dudas que no me dejen de atornillar la cabeza y necesito saber la verdad de la verdad, nada de verdad a medias Rosita, por favor, es una cuestión de vida, literalmente. Cuestión de mi vida. – dije remarcando el “mi vida” – ¿Qué pasó acá cuando mamá estaba embarazada de mi?
              A Rosita le cambió la cara completamente. Comenzó a tartamudear y no sabía en dónde esconderse. Las palabras que salieron de su boca fueron “¿Qué es lo que vos sabes?” Yo soy bastante directa así que fui al grano. Le dije que leí que a mamá la habían violado, justo un tiempo antes de quedar embarazada de mí, se lo dije mirándola a los ojos de mujer a mujer. Me ganó la emoción y mientras mis lágrimas corrían por mi cara, con una mano oprimiéndome el pecho, con la otra tratando de contener el pulso, y con la voz entrecortada le dije si yo, si mi vida fue resultado de una violación.
             Rosita no podía creer mi transparencia al hablar y en el poco tiempo que he estado con ella pude verla por primera vez vulnerable, también emocionada como si algo le doliera en el pecho igual que a mí, y me respondió. No sólo que leí lo peor que una chica puede leer de su madre, sino que escuché lo peor que una chica podría escuchar de sí misma. La habían violado, y sí, yo soy su resultado. Siempre creí que mi mamá había tenido un touch and go con alguien que después no se quiso hacer cargo y así me hicieron, pero nunca imaginé esto. No puedo creer tener los genes de un violador. ¿Cómo puede haber vida después de un delito semejante?
             Ella me seguía contando detalles que no me interesaban, y lloraba desconsoladamente. Yo estaba en shock, no derramé ni una gota de lágrima, y casi que no entendía lo que me decía. Me pidió perdón, muchas veces.
-Querida, tu mamá te está esperando afuera de la tranquera. La llamé porque me pareció lo mejor, perdóname. – dijo Rosita al rato.
             Sin decir ni una palabra, me paré, abrí la puerta y caminé hasta el auto. Me subí y por instinto abracé a mi mamá, tan fuerte como nunca lo había hecho antes. Ella rápidamente entendió que ya sabía. Y le pregunte por qué…
- Porque si, hija. Porque te amo y sos lo mejor que me pasó en la vida. 
             Ese mismo día, mamá me contó todo. Cuando le hicieron lo que le hicieron, mi abuelo, que en paz descanse, quería que se hiciera un aborto pero ni mi abuela, ni Rosita, y la más importante; mi mamá tampoco quiso. Era una deshonra para la familia quedar embarazada a tan corta edad y que la criatura no tuviera padre, así que se fue a pasar el embarazo al campo. Por lo que cuenta, yo viví ahí hasta mis dos años más o menos. Me había contado todo pero seguía sin entender ¿por qué me tuvo, por qué me podía querer como su hija, y por qué le gustaba tanto festejarme el cumpleaños?, era un recordatorio de lo peor que le pasó en la vida.
               Mamá sufrió mucho como para irle con estos planteos, así que me los guardé para mí, pero años más tarde crecí, y cuando fui madre lo comprendí. Comprendí que así como llora de felicidad una mujer que está pariendo a su primera hija, su primera hija producto de una violación (o producto del amor) así es como se siente la felicidad plena y comprendí que sí, que pude haber nacido producto de una violación, y no sólo que soy una persona más, sino que soy una persona más que convirtió el dolor en amor (como dice mi mamá).

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría C: “Despierta” Por Sofía Guillen, alumna de 5° año de E.E.S. Nº 1 “Antonio González Balcarce


Cada noche, ella se quedaba en la misma pose de siempre, tiesa, erguida frente a un espejo, callada, pero en su mente no había silencio. Las palabras de todos pasaban como flashes sin direcciones, rebotando por toda su cabeza, como si sus pensamientos le pertenecieran a alguien más.
Ella era una persona normal, estatura promedio, cabello rubio y largo, tez blanca, ojos café. En su mente se escuchaban ecos repitiendo siempre lo mismo: "gorda, fea”. No era gorda, todos tenían un leve peso extra, pero no para considerarla así; ella no era fea, pero nunca se consideró la persona más linda del lugar. Entonces ¿por qué las burlas? Nunca se los nombró como celos, aunque el maltrato era excesivo. En conclusión: ¿cuál era la necesidad?
Un día, se encontraba de nuevo frente al espejo, de nuevo las lágrimas corrían por sus mejillas, de nuevo estaba sola en la inmensidad de su hogar; sus padres visitando familiares…
Se había cansado, estaba agotada, estresada, con todo el peso del mundo inmerso en discriminaciones sobre su aspecto. Optó por tomar un nuevo rumbo. Su mente, destruida y corrompida por el dolor y el odio hacia esos seres de los cuales venían las burlas, provocaron que ella ya no fuera la misma. Su cuerpo se volvió el reflejo de su alma, un alma pequeña y marchita como sus sentimientos, ahogada en un mar de discriminación. En sus brazos, unas raíces negras brotaban de sus muñecas, y las venas de sus ojos se tornaban hinchadas y enrojecidas, dándole un aspecto aterrador.
Simplemente tomó uno de los perfumes de su madre y lo aventó contra el espejo, llenando de grietas esa pieza cristalina que tanto aborrecía; caminó a su cuarto con pasos firmes que resonaban por el vacío del lugar. Las voces se estaban callando…
En su cuarto rompió el espejo que se encontraba en su tocador, su espejito de mano y empezó una “remodelación” de su habitación. Tiraba cortinas, adornos, todas esas piezas coloridas en bolsas de consorcio, y de ahí ya les deparaba un destino…
Al día siguiente, ella ya se encontraba cambiada. Durante la noche cambió todo su aspecto. En su cabello tiñó mechas de su pelo dorado con la tintura negra de su madre; labial y delineador negro. Aún se encontraban en sus brazos esas raíces negras, las cuales se hacían más largas. Llegó a la escuela y apenas la veían se hacían a un lado, nadie se atrevía a dirigirle la palabra. Temblaban como ella en aquel tiempo…
Se sentía relajada, sin resentimiento de sus actos, ni de sus planes. Cambiar su aspecto no era cambiar su rutina; apenas llegó al salón de clases dejó su mochila en la típica silla desocupada y comenzó a leer. Hasta que apareció el primer victimario, y ahora también nueva víctima.
- Miren nada más, al fin se miró al espejo la rubiecita, y parece que su “nuevo aspecto” no cambia las tonterías que hace siempre – dijo él con el mismo tono burlón de siempre.
Este chico era el más suave, sólo palabras y maltrato a su material escolar, pero ella no sería suave solamente por ser éste el menor de sus problemas. Lo tomó del cuello con fuerza, quedando parada en la silla donde anteriormente se encontraba su mochila. No le quitaba el aire, pero lo mantenía quieto y atento a sus palabras.
- Miren nada más, parece que iremos de menor a mayor – Sostuvo ella.
En ese momento sacó de su bolsillo una navaja, y por cada movimiento que realizaba su primera víctima, ésta le apretaba un poco más el cuello cortando levemente su respiración.
Primera víctima terminada, partes de su cabeza quedaron calvas y otra con el cabello irregular. Una voz callada. Cuando lo miró, notó que en su cuello se habían marcado levemente las raíces de sus brazos, las cuales no lo dañaban, pero no le permitían hablar.
Sonrió, sin mostrar sus dientes, mirando a todos en el salón. Sólo un par de alumnos fueron los testigos de su primera venganza. Se quedó plácidamente en su asiento leyendo. Por primera vez no habían aventado su libro a la basura y sus cosas no estaban rotas o desparramadas por el piso.
Paso una hora, luego de las tareas vio de reojo sus brazos y con su mente confundida volvió a ver a la primera víctima. Las raíces disminuían por cada víctima que se encontraba y hacia callar. No sabía cuánto duraba o si tenía control sobre ellas, pero la tranquilidad recorría su mente en ese momento y eso la relajaba.
Segunda víctima hallada: un chicle había aterrizado en su cabello y las risas del lugar no se hicieron esperar. La profesora rápidamente se acercó y le retiro el chicle de la cabeza. Ella se dio vuelta y confirmo que era una del equipo de animadoras; ya la tenía captada. Se quedó esperando al recreo y como estaba previsto no fue solo un chicle, fueron tres en total en esa hora, todos retirados por la profesora. Empezó a comer unos de varios sabores de su bolso, preparando su jugada.
- Vaya linda, ¿te encuentras bien? – se acercó la animadora, entre las risitas de sus compañeras.
Sólo optó por leer y comer su chicle, en silencio.
- Te estoy hablando rubia, o la tintura te tapa las orejas – unas risas al unísono se escucharon rebotar en el salón.
Ella solo guardó su libro, tranquilamente se acercó a la capitana del equipo (también la francotiradora de chicles) y la miró de reojo de arriba abajo.
- ¿Te quejás de mí, mientras que vos venís obligada como una morita chillona?
- ¿Disculpa? Éste es mi uniforme – su rostro ruborizado de rabia era un poema. Como si éste no fuera un día atípico para todos, pensó.
Escena repetida, tomó a la capitana por el equipo del cuello haciéndola callar; sacó la bola de chicles, todos de distintos sabores de su boca y la aplastó en la cabeza de la animadora, desparramándolo por todo su pelo. Aún manteniéndola del cuello, sacó una lata de pintura en aerosol, color negro, la agitó con fuerza y pintó todo el uniforme, dejando por resultado uno completamente inútil y destruido.
- Bien dicho, es TU uniforme, original y hecho a tu medida, disfrutálo.
La soltó y miró sus brazos. Las raíces de nuevo bajaron, ella solamente sonreía.
Con el pasar de las horas todas sus víctimas fueron acalladas, todas las voces silenciadas. Ella sólo sonreía. Era feliz, ¿y cómo no? Por fin había logrado la hermosa venganza que por tanto tiempo había estado esperando. Se sentía tan extraña: su cuerpo se tambaleaba sin cesar; en su alrededor, las paredes, todo se estaba derritiendo y moviendo por sí solo; flotaban todos los muebles. Sentía como si estuviera por desmayarse, y justo ahí.
Se despertó.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría B: “El boceto” Por Jazmin Milagros Piriz , alumna de 4to año de la E.E.S. Nº 71 de Mar del Plata


Érase una vez una niña llena de imaginación. Su nombre era Julieta, y a pesar de ser pequeña, de su cabeza podían llegar a salir miles de ideas llenas de color y de vida. Creaba muchas cosas, principalmente dibujos. En ellos solía retratar tantos seres, tantos escenarios, tantos mundos... Era simplemente una maravilla.
Ella era feliz con lo que hacía, hasta podría decirse que les daba vida a sus personajes cada vez que los dibujaba; pero ella tenía un problema en especial... Su autoestima era realmente baja. Jamás había recibido una crítica hiriente, y era normal, era una niña después de todo, nadie se pondría a corregirle todos esos errores habituales en una persona de tan corta edad. Pero, como a todos nos pasa, ese momento hiriente siempre llega, ese momento en el que alguien rompe nuestras esperanzas.
             - ¡Qué feo! ¿Y así pensás ser dibujante? ¡Te vas a morir de hambre!
Julieta estaba creando un nuevo personaje, haciendo un boceto simple y con bastantes errores, pero a la vez, perfecto a su manera, cuando escuchó esas palabras venir de su hermana mayor.
– ¡Estás haciendo todo mal! No tienes el talento para esto.
"No tienes talento" esa frase resonó en la cabeza de Julieta. De pronto, se sentía triste, mal, pero no físicamente como podría estar acostumbrada a los pequeños golpes que se daba al jugar. No, ella estaba sintiendo que la lastimaban por dentro.
Julieta, miró por unos momentos aquel boceto que estaba haciendo, tan simple... Tan feo... Todo lo que ella había querido alguna vez de repente causaba desaprobación, todo por un simple comentario ajeno.
Ella lo intentó, una y otra vez, borraba el dibujo, comenzaba desde cero, y lo volvía a hacer, pero no importaba qué hiciera, sólo se enfocaba en aquellos errores que siempre estarían presentes. Quería buscar la perfección que jamás iba a alcanzar.
Agobiada, solo lograba angustiarse más y más, hasta que finalmente se rindió. Dejando aquel boceto sin terminar, cerró su libreta de dibujos, y la guardó en un cajón al fondo de su ropero, con la idea de no volver a abrirla nunca más.
Aquel “boceto”, aquel mundo sin terminar, se encontraba desconcertado por el repentino abandono que había tenido.
“¿Cómo era esto posible?” El personaje sin terminar de aquel triste mundo, se preguntó. Era consciente de todos los proyectos que aquella libreta de la niña contenía, todos estaban tan vivos, tan llenos de color... ¿Por qué él no era así?
En un mundo blanco, él no tenía nombre, no tenía personalidad, era simplemente un par de rayones en una hoja que jamás iban a llegar a nada. No tenía color, no tenía emociones, a excepción de una; la angustia. Esa tristeza profunda que su creadora había presentado antes de dejarlo en el olvido, esa tristeza que ahora él sentía al ver a su alrededor vacío.
El pequeño personaje sin identidad alguna, no hacía más que sentirse peor conforme pasaba el tiempo. Cada vez que veía a los otros dibujos juntarse, cada vez que los veía reír, sentirse felices, cada vez que los veía experimentar millones de emociones, se preguntaba por qué él no era como ellos, acaso... ¿Tenía algún propósito su creación?
Todo parecía indicarle que la respuesta era un simple "no".
Excluido, deprimido, agobiado, no soportaba esa sensación de dolor constante que tenía. Él solo quería ser alguien, quería sentirse vivo, quería aprender a sonreír.
Pasaron meses, años, y la esperanza de aquel personaje se iba desvaneciendo. Dejando atrás su etapa de negación, finalmente comprendió. Él realmente no estaba destinado para ser ese alguien que tanto anhelaba ser. Él no estaba destinado a tener un mundo, amigos, él no estaba destinado a sentir felicidad.
Entonces, comenzó a llorar, lloraba con desesperación.
¿Por qué era siquiera que jamás le habían dado una oportunidad?
Se sentía solo, vacío, no podía soportarlo más. A esas alturas, solo deseaba que quemaran aquel papel en el que su ser sin propósito se mantenía sollozando.
No se merecía sufrir así, o al menos eso pensaba. ¿Habría hecho algo malo, acaso…?
Sus palabras comenzaban a carecer de sentido, y poco a poco iba perdiendo su cordura. El llanto incesante, el dolor agobiante, parecía que no iban a detenerse jamás.
Pero luego, ocurrió algo. Algo casi nuevo, que hizo reaccionar al boceto en un instante; era eso a caso... ¿Luz?
Julieta estaba comenzando a preparar sus maletas. Después de tantos años ella se había convertido ya en toda una adolescente, y por cuestiones de mudanza, estaba incluso entrando en contacto con cosas que no habían sido movidas de lugar desde hacía un largo tiempo.
Entre aquellas cosas, en un cajón olvidado, al fondo de su ropero, una pequeña libreta colorida llamó su atención y, dejando todo lo que estaba haciendo, por pura curiosidad, fue a inspeccionarla.
Cada vez que pasaba una página, una pequeña sonrisa venía a su rostro; tantos caballeros, monstruos, seres mágicos, personas, princesas, y todo lo que cualquiera podría imaginarse estaba allí. Retratados con un estilo infantil, con un estilo que tenía varios errores, pero era perfecto a su manera. ¿Por qué a caso había dejado de hacerlos?
Si le hacía tan feliz...
Los recuerdos de su frustración vinieron a su cabeza cuando llegó a la última hoja que había utilizado.
Allí se encontraba un boceto triste y realmente vacío, que reflejaba de forma más que perfecta el cómo ella se había sentido en aquella ocasión.
Recordó, más no por ello se sintió nuevamente mal; ella ya había crecido, ya había formado su carácter.
– ¡No puedo creer que le haya hecho caso!
Fue lo primero que se dijo Julieta, al mirar aquel personaje sin acabar.
– ¡Si sos asombroso! – refiriéndose a su propio dibujo.
Olvidó de todo lo que estaba haciendo, y sacando  los útiles de la escuela, sonrió con alegría.
Lápiz, lapicera, colores...
A la vez que comenzaba a utilizar cada uno de estos materiales para el bien creativo, sentía algo especial, como si volviese a nacer. Era una felicidad potente que no había sentido desde que era una pequeña niña.
Aquel boceto, tras ver aquella luz que brindaba el exterior, se encontraba desconcertado. Sus pies, sus manos, su rostro. ¿Acaso estaban comenzando a tomar forma?
– ¡Si sos asombroso! –, escuchó por primera vez desde que había sido creado. De pronto, sus lágrimas cesaron, y algo aún más extraño comenzaba a suceder.
Sus ojos, su ropa, su cabello, su mundo... Todo lo que veía, todo lo que alguna vez había sido la nada misma, ahora estaba tomando una variedad de colores tan intensa que simplemente lo dejaron sin habla alguna.
Azul. Él aún podía sentir la tristeza.
Celeste. Miró al cielo, se sentía tan esperanzador, tan liberador...
Amarillo. ¡De pronto tenía su propia fuente de luz! Una bola extraña, que se sustentaba en el aire. Era tan cálido pero a la vez algo molesto, si se atrevía a verlo de forma directa.
Rojo. Verde. Violeta. Naranja... Cada vez que un color se posaba en él y en su mundo, una nueva emoción aparecía, y penetraba en el dibujo sin nombre: enojo, calma, pereza, felicidad...
No podía parar de mirarse a sí mismo. Por primera vez presenciaba tanto brillo, por primera vez se sentía tan vivo... ¡Él se sentía perfecto! ¡Era perfecto a su manera!
– Wow, voy a empezar a hacer esto más seguido... A lo mejor después le haga un hermano… Pero no tan fastidioso como la mía. – pensó Julieta en voz alta, mirando su obra con total orgullo.
– Qué colorido... ¡Creo que tengo el nombre perfecto para vos!
Aquel dibujo casi terminado, pudo notar cómo, sobre la frágil superficie de papel, unas letras comenzaban a aparecer.
– ¡Halo!
Exclamó Julieta con felicidad.
Halo, aquel anillo similar a un arcoíris, que es capaz  de aparecer incluso en la oscura noche siempre que esté acompañado de un pequeño rayo de luz lunar.
Ese era su nombre impuesto, ese era el nombre que finalmente lo había hecho alguien, ese alguien que tanto quería ser.
Halo finalmente se vio terminado. Había tanta belleza que no sabía siquiera a dónde dirigir la mirada. Todo era incluso mejor a como él jamás lo hubiera imaginado.
Una de sus nuevas emociones comenzó a manifestarse más que cualquier otra. Se sentía tan feliz, tan agradecido...
Contempló aquel paraíso que alguna vez había sido su infierno, y luego solo decidió sentarse, a esperar aquello que su creadora había mencionado con anterioridad.
– ¿Qué será un hermano?
Se le añadía la curiosidad y la emoción al momento. Sentía, por primera vez, que su vida tomaba un rumbo, que realmente tenía un futuro deseado.
Sintió, además, cómo su rostro comenzaba a formar una mueca algo extraña de forma casi inconsciente.
Y se permitió, por primera vez, una sonrisa plena de alegría.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría B: “Sombras del pasado” Por Anneke Wendel alumna de 2° año del Instituto Gral. Martin Rodríguez de Tandil


Estoy en esa etapa en la que si te dicen un chiste, puedes reaccionar de dos maneras: riendo a carcajadas sin parar o  enojándote para siempre. También estoy en esa edad, en la que defendemos nuestras ideas hasta las últimas consecuencias, aunque estemos diciendo algo erróneo, sin sentido y lo que es peor, que lo sepamos: queremos que nos escuchen sin importar qué, pero no queremos oír. Lo que nos interesa, desde mi punto de vista, es no demostrar que somos débiles en cuanto a mantener nuestra postura y nuestros pensamientos. Sí, hablo de la adolescencia o, como suelo llamarla, "la etapa que rompe amistades". Mi madre generalmente me cree en lo que digo, aunque no sé si es porque en verdad confía en mí, o porque quiere evitar una discusión. Pero lo que ocurrió aquel día, casi no lo cree ni mi propia mente. Para comprender el hecho, es necesario comenzar por el principio.
  Una tienda de frutas y verduras había llegado a mi pueblo. Dos días después de su apertura, mi madre me envió a buscar unas cebollas para el almuerzo y algunas frutas para la tarde. En cuanto entré a aquel lugar, noté un ambiente bastante tenso. No había nadie que me atendiera. Un par de minutos después sin que nadie apareciese, decidí golpear mis manos unas pocas veces, para descubrir si realmente había alguien. De inmediato una voz resonó en el lugar:
-¡No hay necesidad de hacer tanto alboroto, niño!--dijo un anciano como de unos ochenta y cinco, noventa años.
-Disculpe, señor. No pensé que sería tan...
-¡Basta ya! Ahora dime de una vez qué es lo que quieres.
  Luego de esta breve discusión, realicé mi pedido, y aunque no estaba muy conforme con cómo me había tratado aquel extraño personaje, no le dí mucha importancia: había algo en ese hombre que, aunque no sabía qué era, me resultaba extraño.
  El señor me atendió con desgano, por lo que tardó algo así como diez minutos en poner un kilo de cebollas en mi bolsa. Me cobró la mercadería y dijo:
-Listo. ¡Ya vete!
  Y eso fue todo. Ni hasta luego, ni buen día, ni nada parecido.
  Ya en mi casa, y luego de unas largas explicaciones de por qué había tardado tanto tiempo, siendo que la verdulería quedaba al lado de mi casa, dejé las frutas y las verduras en la cocina y me encerré en mi cuarto a pensar. Sí, de verdad ese episodio en la verdulería me había impactado. De acuerdo, lo que sabía por el momento era que, por lo que había visto y oído, era una persona bastante mayor, muy cascarrabias, sin buenos modales y un poco lento para atender. Era todo lo que sabía. Según mi parecer, si seguía atendiendo de esa manera el pobre señor no tardaría en quedar sin empleo.
  A partir de ese día, siempre que mi madre necesitaba algo de la verdulería, me ofrecía muy amablemente a ir por ella, aunque no recibiera los tratos adecuados y tardara una eternidad para regresar. Luego de un tiempo, era tal la responsabilidad que había adquirido, que hacía que las compras desaparecieran "mágicamente" para poder ir por más. Claro que no lo hacía todos los días para que mi madre no sospechara nada: tenía esa especie de necesidad interna, de tener que resolver algún misterio que en sí, nadie me había planteado, y de resolverlo, hacerlo por mis propios medios.
  Fui al lugar algo así como unas cuarenta y tres veces más, pero no obtuve nada de información. La única pista que consideré importante para mi investigación personal, era que todos mis vecinos aseguraban que antes de que ellos llegasen, él ya rondaba por el barrio: luego puso una verdulería, que proveía con su propia huerta, pero a fin de cuentas, nadie sabía su nombre, dónde vivía y mucho menos algún dato que me ayudara a conocer su vida. Era ese tipo de personas, que se limitaba a escuchar tu pedido con un dejo de enojo, y ciertas veces melancolía en el rostro. Preparaba tus vegetales y volvía a perderse en la oscuridad de su local, sin siquiera despedirse. Era algo lo suficientemente extraño, como para que despertara mi interés.
  Cuanto más trataba de averiguar algo de lo que le pudo haber ocurrido, lo que le estaba ocurriendo, o lo que le podría llegar a ocurrir, más se comportaba evasivamente. Se dedicaba a hacer su trabajo y nada más. Recuerdo que una tarde, luego de haber pagado y todo lo que debía hacer, intenté entablar una conversación comenzando por el tema que siempre nos salva:
-¿Qué clima, no?
-¡Ya te he atendido. Ahora vuelve a tu casa de inmediato! No tienes nada que hablar conmigo y yo no te debo explicaciones de nada, así que lárgate de una vez.
  Cabe aclarar que nunca más, en todo el tiempo que ha pasado desde aquella situación, le he vuelto a preguntar por el clima, y creo que, por ahora, no lo haré.
  Hacía ya un largo tiempo que venía intentando investigar algo más, pero todo lo que hacía era en vano.
  Volviendo al comienzo de la narración, recuerdo este hecho como si lo estuviese viviendo en este momento. Un día soleado, yo iba a hacer mis compras diarias a la verdulería, mirando el cielo ya que un antiguo avión alemán conquistaba los cielos de esa mañana. Ya a unos pasos del local, observé al anciano, que por primera vez estaba parado afuera, cómo se tapaba los oídos y cerraba los ojos, como si estuviese viviendo el último día de su vida. Podía observar en su rostro, aquella desesperación, y aunque no sabía a qué se debía aquel hecho, ya había tomado una decisión: él necesitaba ayuda, y yo se la brindaría.
  Fue así cuando me acerqué corriendo sin pensarlo dos veces y me quedé mirando al anciano hasta que el avión se perdió de vista, y fue así que comenzó a abrir poco a poco esos arrugados ojos, en los que aún se notaban rastros de dolor.
  Sin que yo dijese nada, pero como si hubiese interpretado mi mirada ansiosa y a la vez nerviosa, fue por primera vez que me dirigió la palabra correctamente:
-Soy oriundo de Polonia. Mi nombre es Vladimir Krocov, y fui un aviador que participó en la invasión alemana el primero de septiembre de mil novecientos treinta y nueve, y pese a que intentamos defenderlo con todo lo que pudimos dar, no quedó nada de mi pueblo. El invasor era muchas veces más fuerte que nosotros. Quedé solo: muerto en vida, sólo respiraba e intentaba sobrevivir, sin tener que recordar mi oscuro pasado. Si tengo que admitirlo, hubiese preferido que Dios me llevase a mí también, para no tener que sufrir de esta manera. En fin, esa es mi historia. Mi triste y amarga historia. Y así se retiró sin decir una palabra más. Al fin, había podido ponerme en sus propios zapatos y comprender lo que sentía.
  Nunca más volvió a ser visto. Ni por mí, ni por nadie. En cuanto a su huerta y a su local, poco a poco fueron desapareciendo, hasta llegar al punto de que cualquiera apostaría que nunca se cultivó nada ahí.
  Tiempo después, con mi madre fuimos al cementerio con un gran ramo de flores para repartir entre todas nuestras personas queridas: familiares, amigos, etcétera. Me encontraba caminando por los pasillos del lugar, cuando en un rincón ví una antigua sepultura, que estaba rota y sucia; en ella decía:
  "Vladimir Krocov, fallecido el cuatro de septiembre de mil novecientos treinta y nueve, cumpliendo su tarea como aviador".
  Sin duda, la cosa más revolucionaria para mi alma. Yo lo había visto sufrir, él me había hablado y yo lo había escuchado, y aunque nadie me crea, había sido un veintiocho de febrero de mil novecientos cuarenta y siete.
  Quizás necesitaba que alguien lo escuchara antes de irse, y cuando lo recuerdo, resuenan sus palabras en mi mente. Me considero a mí mismo, una persona muy afortunada de haberlo conocido y aunque sea difícil de comprender, permanece siempre en mis recuerdos.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría B: “Disparo a la conciencia” Por Giovana Varales, alumna de 4 año deL Instituto Bg. Martin Rodríguez de Tandil


Desde hace ocho años soy madre soltera, me ganaba la vida de una manera la cual ustedes sabrán si juzgar o no. Todas las noches iba a trabajar, dejaba a mi hijo con Jessi, una amiga que tengo desde que tengo memoria, para asegurarme de que nada le pase.  Junto a un amigo que conocí hace no más de tres años recorríamos las calles en su automóvil en busca de pequeños cuerpos de alma inocente que caminaran por la calle sin compañía y lleven consigo objetos de gran valor que con el pasar del tiempo se transformarían  en comida y ropa para mi hijo. No hacíamos ningún tipo de daño, sólo le quitábamos a los que más tenían para los que  lo carecen y quizás así pudiesen  valorar lo que tenían.
   Pero mi vida cambió por completo aquella noche en el barrio de Liniers, donde me crié. Cuando estaba por irme a trabajar un delincuente de aproximadamente cuarenta años, con la ropa rota, la cara destruida y el autoestima baja, me apuntó con un arma pidiéndome que le diera todo lo que tenía, de lo contrario dispararía.  Accedí y le di todo lo que había robado la noche anterior, tres celulares y cuatrocientos pesos que le había arrebatado a un grupo de chicos que se encontraban jugando a la pelota.
No tenía miedo ni tampoco estaba enojada, entendía a ese sujeto más que a nadie, me lo imaginaba con hijos y sin acceso a ningún trabajo digno, como yo.  Al poco tiempo llegó la policía y comenzó el tiroteo; una bala por acá, otra por allá hicieron que comience a tener miedo, sabía que ese día alguno de los que estaba allí no iba a contar el cuento. Y así fue como aquella bala del policía impactó en el pecho del delincuente dejándolo, a los pocos minutos, sin vida.
Desde ese día la conciencia me venció y ya no volví a robar nunca más, no quería dejar a mi hijo sin madre, huérfano, como seguro lo estaban los hijos de aquel hombre.  Ahora me gano la vida de manera justa, sirviéndoles a los comensales del restaurante al que alguna vez fui a comer con el dinero de un chico que transitaba solo en la calle. 

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría A: “El oso y las abejas” Por Manuela Ramírez Rangel de Cali, Colombia


Revoloteando en torno al colmenar, las abejas zumbaban cada vez más furiosas al comprobar que faltaba mucha miel de la que ellas habían fabricado. Eran como las tres de la tarde y a esa hora acostumbraban a estar de muy mal humor y más aún con el robo que estaban descubriendo.
A la distancia sentado pero alerta, un gran oso las observaba desde un montículo.
- A mí no me miren, porque yo no he sido-. les dijo.
- El único por estos parajes que acapara miel sin permiso eres tú-. zumbó una de las abejas mayores.
- ¡Es verdad! -, afirmaron otras más jóvenes como gimiendo de rabia.
- ¡Un momento! – rugió el oso poniéndose de pies .- No vengan otra vez con sus ataques en montonera sin tener pruebas de quien ha sido.
- ¡Quién más si no tú! Desvergonzado.
- Más respeto a mi categoría animal…
Las abejas siguieron revoloteando en torno al colmenar pero con más energía y ruido. El oso pensó que era prudente retirarse. Pero antes de hacerlo se le ocurrió un argumento habilidoso para convencer a aquellas pequeñas pero duras cabezas.
- ¡Veamos! - dijo el oso como un profesor persuasivo, armado de una rama en la mano para gesticular sobre lo que hablara .- ¿ acaso está destruido así sea parcialmente algún panal? ¿Hay pedacitos de celdas por el suelo?
- Es una jugarreta distractora. No lo escuchen-. Advirtió una de las abejitas.
El oso continuó: “Además, ¿alguna ve picaduras en mi nariz; o mis ojos u orejas están inflamados?”.
Las pequeñas voladoras disminuyeron el zumbido y algo desconcertadas lo miraron a él y a las colmenas.
-Diré lo que ha estado sucediendo: resulta que unos seres extraños de pieles gruesas y blancas, de cabezotas también blancas y de un solo ojo enorme de forma cuadrada, se acercan a  ustedes y con columnas de humo las hacen dormir hasta cuando ellos quieren. Normalmente sólo se retiran  cuando han recogido suficiente miel para ellos.
El silencio se hizo más profundo. Sintieron algo de miedo.
- Pero tú, con esa enorme masa de pelos y tu cuerpo abultado, puedes hacer algo por nosotras -, afirmó una de las abejas veteranas.
- ¿Cómo qué? – preguntó el oso desconfiadamente.
- Pues como enfrentarlos y expulsarlos de aquí, cuando se acerquen a nuestras colmenas.
- Já! -. exclamó el oso en forma de rugido de burla.
Las abejas lo miraron fijamente y aumentaron el zumbido.
-¡Está bien! Está bien…- gruñó agitando las palmas de sus manos como haciendo las paces.-Lo intentaré, pero nada prometo . Pero, ¿qué obtendré a cambio? – preguntó antes de retirarse
- El ser estimado como un buen vecino-, afirmó una.
- No es suficiente. Si recibiera una buena cantidad de miel…
- Eso es imposible. Todo está organizado en torno a nuestra reina madre.
- Entonces no habrá trato-. Aseguró el oso dando la espalda.
Una de las veteranas lanzó un fuerte zumbido, antes de hacer una última contrapropuesta : “Tendrás la miel que obtengas desde el pequeño agujero que hagas para introducir tu trompa en un panal. Sólo la trompa. No toda tu cabezota.”
-¿Cabezota? ¿Qué habíamos dicho del respeto a las otras especies…?
-Bueno! ¡Bueno..! – corrigió la veterana. -Cabeza! Como se debe definir y decir.
-Eso ya cambia las cosas…- gruñó amistosamente el oso- el agujero será el equivalente a mi trompa y no al de mi inteligente cabeza-, recalcó. Luego se llevó una de sus manotas al pecho como en señal de compromiso antes de retirarse.
Los días pasaron y las abejas siguieron su labor de llevar polen y néctar para procesarlo dentro de sus respectivas colmenas, situadas todas sobre una larga estructura que habían habilitado los granjeros.
Hasta que en una mañana, aparecieron los temibles seres envueltos en vestiduras blancas de enormes cabezotas y un solo ojo cuadrado, grande. Traían en sus manos unas lámparas ridículas que desprendían humo, de tal forma que a los diez minutos consiguieron que casi todas las abejas durmieran. Entonces, súbitamente apareció el oso agitando los brazos y lanzando fuertes rugidos. Los seres de blanco presas del pánico huyeron torpemente lejos del colmenar tirando por el camino los sahumerios.
Seguro y orgulloso de su triunfo el oso continuó lanzando rugidos y dando saltos cada vez más enormes, hasta que sin quererlo tropezó contra el parapeto que sostenía las colmenas de las que se desprendieron muchos panales contra el suelo. De ellos surgieron furiosas las abejas emprendiéndola contra el gran animal, picándolo por todos los sitios donde no tuviera pelos.
Indefenso el enorme oso no tuvo más remedio que emprender la huida sacudiéndose como podía la nube de abejas y dando grandes alaridos, los cuales en su lenguaje significaban algo así como : “¡No vale! ¡No vale! ¡Eso no fue lo pactado…!!!


Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría A: “Más allá de las pizarras” Por Génesis Alexandra Manzanilla Linares de Trujillo, Venezuela


Seguramente, te has preguntado ¿por qué son tan aburridas las pizarras? Pues, aunque la respuesta a la pregunta sea lógica: fueron hechas para trazar líneas, letras, dibujos o números ¿Quién sabe?, no siempre es así… ya que encierran un mundo mágico y maravilloso donde se esconde un secreto que no todos pueden observar.
Fer y su amigo Alex eran unos niños muy curiosos, en todo el sentido de la palabra. Un día, muy aburridos de su clase de matemáticas comenzaron a hablar sobre las pizarras, el profesor cansado de verlos conversar decidió que deberían tener un escarmiento así que fue en busca de la coordinadora. Mientras se dirigía a su oficina los curiosos niños se acercaron a la pizarra, y cuando la tocaron destellos de luz salían al contacto con sus dedos, ellos esperaban que algo ocurriese pero esas luces los habían dejado estupefactos y en un espabilar los chicos ya no se encontraban en el aula.
Después de viajar a través del destello llegaron a un mundo lleno de pizarras, cada una estaba escrita con temas cotidianos que se aprendían en clases, pero todas inexplicablemente giraban en sentido de las agujas del reloj, señalando los distintos caminos al mundo real. Los intrépidos niños empezaron a ver cada pizarra con detenimiento, se miraron con picardía y comenzaron a caminar por todo el lugar; alejándose del punto de partida para aventurarse por aquel mundo sin que nadie les impidiese nada, ya que sólo eran pizarras. Aburridos, decidieron hacer lo que más les divertía: travesuras, pero lo cierto es que comenzaron a pensar qué podían hacer realmente en aquel mundo tan mágico como desconocido para ellos. Así que decidieron borrar las pizarras, al hacerlo el reloj se detuvo, porque los grafos que tenía cada una lograban que el reloj se moviera al compás. Dejaron las pizarras como tabula rasa y el reloj siguió haciendo su trabajo como normalmente solía hacerlo, pero lo que nadie sabía y se imaginaba era que del otro lado de la pizarra estaba ocurriendo un caos, el maestro que estaba dando la clases de matemática, observó que misteriosamente sus cálculos eran transformados en obras de arte y otras en desfile de hormigas, ¡qué locura!, a cada profesor esto le parecía extraño y por más que intentaban una y otra vez modificarlas, no podían. Se paralizaron las clases mientras buscaban una solución. Mas allá de las pizarras Fer y Alex sin ninguna preocupación hacían desastres y tanto era que el mundo de las pizarras lo iban dañando. De repente ya no se encontraban solos, un crujido y gruñido había paralizado sus corazones. Vieron a un gigantesco ser conocido como Sharpie avanzando sigilosamente. Estaba furioso y con una mirada escudriñadora miraba a los niños que aún aterrados lo miraban.
El con voz de ultratumba les preguntó: “¿Qué han hecho?”. Con ganas de salir corriendo y con el corazón precipitado dijeron: “quisimos quitar lo aburrido de las pizarras” Sharpie, no lo podía creer: “lo que han hecho no está bien, por sus travesuras han cesado las clases y han contrariado el ritmo del reloj, porque las pizarras en este mundo tan extraño obedecen el mandato del mundo exterior, ahora, si ustedes no arreglan este desastre todo cambiará de manera drástica”- dijo amenazante.
Fer y Alex confundidos y asustados comenzaron a reconstruir cada grafo, línea, símbolo, número en su posición original, el tiempo se les hizo una eternidad, entonces el reloj tomó su verdadero ritmo, las pizarras comenzaron a reflejar lo que se escribía realmente.
Sharpie se les acercó nuevamente y ya más tranquilo agrego: “Bien hecho, han de saber que las pizarras no dejarán de ser un espejo que refleja la sabiduría de quien escribe o su mayor incapacidad”, hizo una pausa y continuo: “es hora de que salgan a su mundo” Al salir de la pizarra cayeron al piso del salón de donde nunca se habían ido, escucharon unos pasos que se aproximaban, era el profesor y la coordinadora. Fer y Alex reconocieron sus faltas ante la autoridad del colegio y fueron amonestados manteniendo en buen estado las pizarras. Al siguiente día cuando fueron nuevamente a clase se encontraron Fer y Alex solos frente a la pizarra, tocándola con su dedo índice pensaron abrir el portal para volver a ese mundo, pero ya no funcionaba ¿qué habría pasado? Fue solo un sueño o una maravillosa fantasía, no sabemos el tiempo que pasará para descubrirlo, pero cada vez que ven una pizarra escrita recuerdan al tenebroso Sharpie que vigila cada movimiento.

“Contate un Cuento XI” - Mención de Honor categoría A: “¿Escape?” Por Valentina Schwarz, alumna de 2º año del Instituto Bg. Martín Rodríguez de Tandil


No podía creerlo. ¿Por qué a mí? Me replanteaba una y mil veces qué había hecho mal para merecerlo. ¿Acaso era una basura? Los peores pensamientos sobre mi persona inundaron mi mente. Me sentía más sola que nunca. Si no hubiese discutido con mamá nada de esto hubiera pasado, pero yo siempre soy el problema. ¿Había hecho bien en escaparme? No lo sé, pero ya era tarde. Estaba en el medio de la ciudad, sin saber a dónde ir, y no se me ocurría  qué hacer. Saqué mi celular del bolsillo e intente hablar con papá, capaz que una vez en su vida me podría atender una llamada; pero ¡oh, sorpresa!,  no lo hizo. Mientras que intentaba comunicarme con la tía Mari se apagó el celular. Me puse a pensar la gravedad del asunto: estaba en el medio de una ciudad que conocía hace apenas una semana, sola, no sabía las calles y encima no me podía comunicar con nadie.
Cuestionándome la vida, comencé a caminar sin dirección alguna, llena de una mezcla de sentimientos; pero, entre todos ellos, predominaba la tristeza y furia. Los dejé de lado y seguí avanzando. Iba por la plaza y veía familias tan felices, tomando mate y jugando a la pelota, unidos. Se me venía a la cabeza mi hermana Rocío, pero ella tampoco se preocupaba por mí, no le interesaba en lo más mínimo. Al borde del llanto, saqué de mi mochila unos pañuelos y, de paso, revisé si tenía algo de plata. Había cincuenta pesos. Fui al kiosco y me compré una gaseosa. Había caminado mucho y  tenía bastante sed,  me senté en la vereda, al lado del negocio de ropa en el que habíamos comprado una remera con mamá dos días atrás. Mientras que veía los autos pasar, vi como una persona, comenzó a verme. No podía distinguir su sexo porque su cara estaba cubierta por un gorro negro y solo eran visibles sus ojo respecto a su físico,  era alto y se veía flaco. Sus piernas eran largas, pero tampoco lograba darme cuenta si era hombre o mujer. Pasaron cinco minutos y  empezaba a incomodarme mucho. Solo sacaba su celular por algunos segundos, como si quisiera ver la hora, y luego lo guardaba nuevamente, pero seguía vigilándome. Ya preocupada, decidí irme de allí y seguir caminando.
Me empezaba a sentir amenazada, como si cada auto y peatón me estuvieran observando. Supuse que solo estaba dejándome llevar por ese incómodo momento y que no pasaba nada, tal vez me observaba porque pensaba que era alguna persona conocida. Un poco más tranquila, empecé a relajarme, pero este sentimiento duró apenas siete cuadras porque cuando giré para ver atrás, la misma persona estaba siguiéndome. No quise alterarme, intentaba convencerme de que seguramente esta persona tenía que hacer el mismo camino que yo por alguna razón. Pero, ya estaba empezando a entrar a una zona de la ciudad donde no era transitada, y por allí no había ninguna parada de transportes, o por lo menos, eso me había dicho mamá. Alterada, comencé a buscar algún lugar donde pudiera permanecer un rato, y aclararme algo. Vi que a dos cuadras había una pizzería y pensé que allí podría guarecerme.
Me apuré para llegar, el problema era que si o si necesitaba consumir algo para quedarme ahí. Entré y pedí la carta, para ver si había algo que podría pagar con los treinta y cinco pesos que me habían sobrado cuando compré la gaseosa. Lo más barato eran los postres, pero no estaba segura de que podría comprar uno sin antes haber comido aunque sea una pizza. Le pregunté al mozo, y me dijo que no había problema, así que le pedí una bocha de helado de vainilla. Me faltaban cinco pesos, porque salía cuarenta, entonces le fui a preguntar a una pareja que estaba en la mesa de al lado, si por favor me los darían. No tuvieron problema y me preguntaron porqué estaba sola, si me sucedía algo. Me acordé que estaba ahí por una razón, y era para escaparme de esa persona. Cuando miré por la ventana, me di cuenta que estaba allí, sentada, nuevamente con celular. Los dos me miraron preocupados pero les dije que estaba todo bien y les agradecí. Me quedé pensando qué podía hacer; ya había terminado el helado y me tendría que ir de allí. Le pagué al mozo y me armé de valor, pero un segundo antes de salir del lugar, me pregunté por qué le había mentido a la pareja y no explicaba mi situación. Pero, volví a pensar lo de antes, ¿de qué me serviría? Si nadie se preocupaba por mí. Mi orgullo me ganó y no dije una palabra. Salí de la pizzería y vi que la persona no estaba. La tranquilidad que sentí en ese momento fue inexplicable.
Caminé solo media cuadra, y escuché que llamaban a alguien. Y sí, giré y allí estaba. Me agarró del brazo y tapó mi boca, yo intentaba pegarle para escaparme, pero era en vano, era demasiado fuerte. Llegó un auto con otras dos personas iguales mientras que me ataban los pies y manos. Entre dos, me introdujeron en el baúl. Este arrancó muy rápido, y estuve allí como por veinte minutos. Mientras lloraba, buscaba herramientas o algún objeto para salir, pero no había nada, estaba todo oscuro. Sentí que el auto paró, abrieron las puertas, y se acercaban. Me sacaron y entramos a un galpón gigante y descuidado. Cuando lo vi, me sentí en una película de terror, y las lágrimas volvieron a salir. Me llevaron a una esquina y soltaron las sogas que me sujetaban. Ni bien lo hicieron, intenté escapar nuevamente, pero también fracasé. Me ataron con cadenas y vi como sacaron un arma. Me apuntaron. Dispararon. Y, de repente, me desperté por el sonido de la alarma.
Otra vez más, lunes, la misma rutina. Ir al colegio y aguantar a mis compañeros; pero por lo menos, tenía literatura en las dos primeras horas de clase. Iba a contarle a mi profesora el gran sueño que había tenido y escribirlo para hacer un cuento con él.