sábado, 21 de septiembre de 2019

Prosapia Por Wimpi

Uno bien sabe que no es lo mismo un hijo de Congreve que un hijo de caballo de jardinera. Pero sabe, asimismo, que ninguno de los hijos de Botafogo sirvió para nada... De manera que la regla tiene sus excepciones. El pedigree -o linaje o prosapia, que se dice en nuestra especie- es otra de las cosas que se demuestran andando. Es de balde que el tipo proclame la ilustreza de su progenie, si no alcanza a destacarla en el gesto, en la palabra, en la tentativa, en el paso, en la intención. Tan difícil resulta mantener armónico y grave -con brillo y con gracia-el cuadro de una fineza, que la sola circunstancia de reconocer, quien lo ofrece, esa fineza, ya desluce y empastela.
La "calidad" trasciende del ángulo de una reverencia, de la naturalidad de una gallardía o de la salvación de una sonrisa.
La "clase" se manifiesta en el rechazo de las ventajas, en la mesura del denuesto, en la dignidad del desafío.
Siempre, los caballeros alcanzaron la espada que se le cayó al adversario, sin dejar de sonreír y tomándola por la punta.
Surge pues, una señoría, tanto de la entraña de un afecto como de la forma de un reto. El tipo no suele tener en cuenta nada de eso, empero.
Adopta dos actitudes clásicas ante la noción de aristocracia: o la niega terminantemente
-desde una actitud en la que se mezclan la incomprensión y el resentimiento- o trata de
aparecer como un ejemplo ilustrativo de aquella noción, remitiéndose al nombre de sus
antepasados. Y, a veces, neciamente, a la jerarquía de su empleo.
Hincha el pecho el tipo, como cuando se ajusta los tiradores y dice:
-Porque mi bisabuelo, que "ya era un señor..."
La gente cretina lo oye y opina:
-Familia muy antigua. "Viene" de los abuelos.
Como si las demás familias hubieran prendido de gajo.
Pero el tipo inteligente opina, antes bien:
-¡Pensar que este señor es como la zanahoria! Lo único que sirve lo tiene bajo tierra.
Ante la imposibilidad de conseguir no recuerda ahora uno qué cosa le aconsejó un amigo a cierto sujeto, realmente importante:
-Diles quién eres. Si les dicen quién eres, la conseguirás.
Y el otro repuso -justamente porque había llegado hasta acá, procedente de los abuelos, sin perder nada en el camino:
-Si tengo que decirles quién soy, entonces no soy nadie.

El hombre, la mosca y el sobretodo Por Wimpi (La calle del gato que pesca) Buenos Aires - 1978

El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan.
Pero en otras cosas, no se parece. Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis.
El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia temperatura.
La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace.
El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan -y los bifes, las papas, los choclos, el estofado- que han de servirle para mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas, su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se congele.  Y, luego, debe sacar de eso del dinero destinado a la adquisición de combustibles para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino que lo deja enfriar. Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone el sobretodo, ¡tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él!
Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre fría.

Madre en años luz: “El tiempo es una herradura” Por Héctor Fuentes

         Me gustaría verte detrás de las rosas. Sorprenderte en el banco de una plaza y acariciarte el pelo. Vislumbrar tu figura sobre el hechizo del poniente.
Pero estás del otro lado de las cosas, crujiendo tras los cristales fosforescentes. Bebiendo el hilo de la lluvia. Temblando en las hojas del otoño. Riendo en las veredas del infinito.
Hoy tengo ganas de hablarte, de cortar por un instante el hechizo de la muerte. Lo cortaría de un solo hachazo, fundiendo el acero irreversible contra mis ganas de abrazarte; contra mis manos de hijo agradecido; contra el hombre que forjaste desde el vientre.
Pero ya ves, nada me resulta fácil, y estoy hablando en secreto contigo.
Me deslumbra todavía el sonido de tu risa. Las campanas que tronaban desde el fondo de tu boca. Los mil grillos que soltabas explotando en carcajadas. El ida y vuelta de tus manos, que nunca descansaban.
Me gustaría verte detrás de las horas. Golpeando tu tambor de alegría, descorriendo el misterio de las sombras, apañando travesuras en los brazos, perfumando la casa con recetas de cocina. 
Pero estás del otro lado del tiempo, y yo solo soy un hombre simple que no puede detener el avance de las cosas.
Me gustaría encontrarte perdida entre la gente. Eligiéndote un vestido nuevo. Buscando el título de un libro. Haciendo cola en la entrada del cine.
Pero la vida es un nudo incierto, y a veces se deshilacha rompiendo el tiempo.
Todo el amor que me dieron tus manos lo recogió el atardecer para trillarlo contra la luz de mi ventana. El sendero quedó trazado, y por ahí andan otra vez los caminos. Caminos de tus pasos, pasos que abren caminos.
Tus manos están el aire, y tu voz es un aroma que desparrama el viento. La savia de tus deseos florece en la primavera. Canta el pájaro invisible la canción de tus pensamientos.
Maestra de niños y adultos. En los bancos de la escuela quedó inscripta tu enseñanza: todo eso en lo que creías, el país igualitario y justo que defendías. Siempre econtrabas la vuelta a la rueda que hace girar los días.
Un sueño brotó en tu frente, como una estrella prendida. Soltaste tu barrilete sin miedo a vivir la vida.
La melodía de tus canciones de cuna. El arrullo de tus manos. Un sol, un mate, una luna. La vida que pasaba por tu boca, como un chico que vende flores.
El preciso trazo de tu letra. La oración en sujeto y predicado. Tu delantal de maestra. La escarapela y la risa. Tus fragancias. Tus cosas.
Miles de horas pasamos acurrucados en tu cariño. Miles de sueños pasaron por nuestros ojos dormidos.
Madre: tu amor lo puede todo, hasta recomenzar lo perdido. Tu amor es un pájaro de fuego que parte hacia lo imposible.
Madre: el tiempo es una herradura clavada contra la higuera. Los niños juegan debajo, sin saber que los observas.