sábado, 23 de septiembre de 2017

SERMÓN LAICO Por José Ingenieros (Extracto)

La inercia frente a la vida es cobardía. Un hombre incapaz de acción es una sombra que se escurre en el anónimo de su raza. Para ser chispa que enciende, reja que ara, fuego que templa, vendaval que arrasa, debemos con firmeza llevar el gesto hasta donde vuele nuestra intención.
No basta en la vida pensar un ideal: hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización. Cada ser humano elabora su propio destino; miserable es el que malbarata su dignidad, esclavo el que se forja la cadena, ignorante el que desprecia la cultura, suicida el que vierte la cicuta en su propia copa. No debemos maldecir la fatalidad para justificar nuestra pereza; antes debiéramos preguntarnos en secreta intimidad: ¿volcamos en cuanto hicimos toda nuestra energía? ¿Pensamos bien nuestras acciones, primero, y pusimos después en hacerlas la intensidad necesaria?
La energía no es fuerza bruta: es pensamiento convertido en fuerza inteligente.
El que se agita sin pensar lo que hace, no es un energeta; ni lo es el que reflexiona sin ejecutar lo que concibe. Deben ir juntos el pensamiento y la acción, como brújula que guía y hélice que empuja, para ser eficaces. Ahonde más el arado el labriego para que la mies sea proficua; haga más hijos la madre para enjardinarse el hogar, ponga el poeta más ternura para invitar corazones; repique más fuerte en el yunque el herrero que quiera vencer al metal. El primer mandamiento de la ley humana es aprender a pensar: el segundo es hacer todo lo que se ha pensado. Aprendiendo a pensar se evita el desperdicio de la propia energía: el fracaso es simple ignorancia de las causas que lo determinan. Para hacer bien las cosas, hay que pensarlas certeramente, no las hacen bien los que las piensan mal, equivocándose en la valuación de sus fuerzas; como un niño que, errando el cálculo de la distancia, diera en tirar guijarros contra el sol que asoma en el horizonte.
Nunca se equivoca el que ha aprendido a medir las cosas a que aplica su energía;
se arredra jamás el que ha educado su propia eficacia mediante el esfuerzo asiduo y sistemático. La confianza en sí mismo es una elevación de la propia temperatura moral; llegando al rojo vivo se convierte en fe, que hace desbordar la voluntad con pujanza de avalancha. Así ocurre con los genios: cumplen todo ideal que piensan, sin detenerse ante la incomprensión de los demás, sin perder tiempo en discutirlo con los que no lo han pensado. Los hombres sin energía no dejan cosa alguna de provecho, dudan y temen equivocarse, porque no han sabido pensar. Y nunca adquieren esa confianza en sí mismos y esa fe en los resultados que permiten ejecutar empresas grandes. La apatía del indolente y el fracaso de los agotados se incuban en la ignorancia y en la rutina; la eficacia de la energía finca en la cultura y en los ideales.
La incapacidad de prever y de soñar es el obstáculo que obstruye la expansión de nuestra personalidad. Educando la energía, enseñando a admirarla, se plasmarán los destinos de las naciones de América. Ninguna, gran raza fue engendrada por paralíticos y obtusos: no pueden marchar lejos los tullidos, ni contemplar los ciegos mi luminoso amanecer.

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