- ¿Dónde están mis zapatos? -
pregunté preocupado mientras los buscaba debajo de la cama. Eran mis zapatos
favoritos, de un verde azulado, los necesitaba para poder ir a entrenar. Sabía
que con la arterias clorosis de mi madre no los iba a encontrar, así había
pasado con cada uno de los pares de zapatos que yo compraba, ninguno duraba más
de dos meses en casa. Nunca sabía dónde terminaban, revolvía los rincones más
insólitos de la casa y no estaban, abría los roperos, los cajones, desarmaba
las cañerías, subía a los techos y hasta revisaba dentro de la aspiradora.
Nunca obtenía resultados. Tenía más de 50 pares de zapatos perdidos, que yo
haya contado.
- ¿Qué zapatos? - preguntó mi
mamá, algo extrañada.
Ella buscaba, pero
nunca encontraba nada, o cambiaba las cosas de lugar y después desaparecían
mágicamente de ese sitio.
- ¡¡¡¡LOS VERDE
AZULADOSSSSSS!!!!! - grité desesperado, viendo que ya estaba llegando quince
minutos tarde al entrenamiento. Todavía tenía que caminar 15 cuadras hasta
llegar a la cancha. Revolví una vez más el desorden de mi habitación, quizá los
zapatos estaban ahí tirados y yo no los había visto. Negativo. Opté por ir a
entrenar con los mocasines del traje que usé en la fiesta de 15 de una amiga.
Un mocasín y una pantufla. En la caja quedaba solo un mocasín, vaya a saber
dónde estaba el otro.
- Los zapatos rojos están arriba
del televisor de la cocina, tu padre los puso ahí - respondió mi madre. Fui a
ver y arriba del televisor solo había un corpiño de mi bisabuela. Vaya a saber
cómo terminó allí. Ni en mi más profunda borrachera iba a agarrarlo para
sacarlo de ahí, preferí ignorarlo y salir para mi entrenamiento, que ya
bastante tarde era.
Caminé las 15 cuadras y al llegar
noté que no había nadie en la cancha. Sólo estaba el profesor guardando las
pelotas, quien al verme me miró y enojado me reprendió: “Sexta semana que
llegas cuando el entrenamiento termina.¿Querés que te expulse?” Pedí disculpas
y volví a mi casa. Lo de siempre, mi mamá no cambió las pilas del reloj como me
dijo que había hecho.
Cuando llegué a casa, recordé que
al día siguiente tenía evaluación de
matemáticas, y tenía que hacer el
recuperatorio de geografía, que lamentablemente reprobé y necesitaba
recuperarlo porque estaba en riesgo de llevarme a diciembre la materia, esa vieja de mierda
no me banca y a toda costa me la quiere hacer llevar, pero voy a estudiar y
quiera o no, me va a tener que
aprobar.
Empecé con matemática, me
iba bastante bien así que solo tenía
que repasar, además el profesor era buena onda
y me iba a ayudar, como
siempre. Leí las teorías y algunos de los ejemplos que explicó y fui a buscar la carpeta de geografía, la encontré abierta y con unas hojas llenas de garabatos que había dibujado cuando era chico, no logré entender
cómo habían llegado allí, además de que hacía varios años se los había regalado
a mi vecina, que siempre insistía en que yo tenía que ser artista, pobre
viejita, venía de la prehistoria. Me dispuse a estudiar del libro para después
buscar la carpeta, leí los temas, llegó la noche, y me acosté temprano a dormir porque me sentía agotado.
A la mañana siguiente, mi mamá me
despertó con el desayuno, un té con una
deliciosa torta de chocolate que ella misma había preparado durante la tarde de
ayer. Observé detalladamente su cabello, lo tenía más corto, lleno de canas y
su rostro se veía algo arrugado, me
empecé a preguntar en qué momento había
envejecido de esa manera, ya que en la
última foto familiar que sacamos 6 meses atrás, era morocha, con un cabello
extremadamente largo y saludable, y
poseía una piel envidiable, suave, y sin imperfecciones, creo que el tiempo
pasó muy rápido, y mi madre era testigo y víctima de ello, estaba muy
cambiada. Se notaba a la distancia que
esas ganas de vivir que ella siempre
tenía habían desaparecido, y en vez de una sonrisa en su rostro, ahora había un
gesto desganado y cansado en su cara.
Estaba un poco más agresiva que antes, bastante diría yo, se la pasaba
diciendo que estaba cada día más torpe
y despistado. ¿Yo despistado? No
entendía por qué me decía eso a mí, si la que me perdía las cosas cada vez que
las tocaba era ella, yo suelo ser muy ordenado, y gracias al cielo nunca fui un chico torpe, desde
pequeño solía ser un niño astuto y habilidoso.
Luego de esa serie de
pensamientos, en los que no dirigí la palabra a nadie, decidí seguir repasando
mi lección de geografía ya que había estudiado mal y sentía que tenía la mente
en blanco. No me acordaba nada, ni
siquiera el título. Algo raro en mí,
siempre se me hizo fácil el estudio, leía una vez las cosas y las memorizaba
perfectamente, debía estar algo desconcentrado mientras estudiaba. Sí, seguro
era eso. Tenía motivos para estarlo, mi madre vivía perdiéndome las cosas y
nunca las podía encontrar nuevamente.
Mientras tanto yo seguía
preocupado por mis zapatos verde azulados,
mientras ella, totalmente despreocupada, se estiraba en el sillón
y miraba sus telenovelas brasileras. Esa era otra de las cosas en las que notaba el paso del tiempo, a mi madre nunca le gustaron esa clase de
novelas, decía que eran para viejas, para que se sienten a no hacer nada durante toda la tarde, y que encima después
vayan a la casa de todo el vecindario a contarle lo que pasó en cada novela, si
Pepito se casó con Menganita, pero Menganita amaba a Fulanito, y Fulanito no la registraba, a nadie
le interesaba. De no gustarles, mi
madre pasó a tener el culo pegado al sillón.
Otra de las cosas que parecía ser de siglos anteriores, el año pasado
cuando se compró en la tienda, era de
una seda roja brillante, era hermoso,
ahora estaba marrón, sucio, rasguñado, y con agujeros en algunas partes. Le cayó el tiempo encima a todo en esta casa. La alegría que siempre hubo en mi casa
se había transformado en un clima de asilo, de esos asilos donde no volaba una
mosca y solo había olor a viejo, y cada tanto se escuchaba algún quejido, o
alguna tos ronca de algún anciano.
Los cambios que había en mi casa eran increíbles, no sé cuándo pasó todo esto, hasta hace un
tiempo, nuestra situación económica era
buena, ahora, parecía que mi padre
jamás hubiese trabajado, no había nada de dinero en la casa, y siempre estaba sentado en el sillón con mi
madre, no mirando las novelas, pero sí
leyendo el diario y reprochándole que lo dejara ver el partido de Independiente. Rarísimo, mi padre era de
Boca, pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito. Quizás por algún motivo
había decidido cambiar de equipo. No entiendo, de todas maneras, cómo es posible
que pase tanto tiempo en casa, si siempre estuvo más de la mitad del día en su
oficina trabajando, tal vez lo despidieron y para no preocuparme, no me
dijo nada, siempre fue un tipo
reservado.
Mi padre también era otro al que
el tiempo le había caído encima, su
bigote había pasado a ser una barba
espesa y larga, con una gran cantidad de canas, la calva se le estaba empezando a notar, y ya no era tan higiénico como siempre lo
fue. No le importaba ir al baño con la puerta abierta, y ni hablar de tirar la
cadena cuando salía, me daba asco. Antes no me dejaba ni tocar el suelo sin
lavarme las manos luego.
-¡Ey! Despabílate un poco
querido - la voz de mi madre me
despertó de mis pensamientos.
-¿Qué pasa má? – respondí
totalmente desganado. No quería
hablarle.
- Ponete algunas zapatillas que
encuentres, ya que no hallas las tuyas
y anda a la casa de la vecina a pedirle azúcar. Se terminó y no me
alcanza el dinero para salir a comprar
algún paquete.
Me pareció extraño que no haya
dinero para un paquete de azúcar, entiendo que haya mucha inflación en estos
últimos años, pero no pensé que para tanto. Aunque quizá mi padre
verdaderamente esté sin trabajo, y no
llegue con el dinero para abastecernos durante todo el mes.
Me puse las pantuflas de mi
madre, que fue lo único que encontré, iba a la casa de al lado, así que no iba a decir nada la gente porque salí en
pantuflas, y si lo decían tampoco me
importaba. Nunca me importó lo que dijeran de mí. Sin embargo cuando miré con detenimiento las pantuflas también la
vi avejentada, era el gusto de mi vieja por la ropa, las pantuflas parecían
haber sido compradas en el siglo 15 antes de Cristo, no se sabía ni siquiera
cuál era de cada pie. Al entrar a la
casa de mi vecina observé en un rincón
de la mesa del comedor, mi carpeta de geografía, con la guía que tenía que estudiar
marcada y con los apuntes resumidos,
listos para estudiar. Arriba del
televisor estaba el león de peluche que me había regalado mi tía cuando tenía cinco o seis años, el
sillón rojo de seda estaba como nuevo en
una esquina del living. Decidí ir al pasillo, que terminaba en una habitación, donde había dos camas. Se veían bastante ordenadas y vaya sorpresa me pegué cuando vi que debajo de una de ellas se veía la punta de
uno de mis zapatos verde azulados.
Espantado, salí corriendo de esa casa antes de que la vecina llegase a
darme el tarrito de azúcar que había venido a pedirle. ¡ Qué chorra mugrienta es esta mujer por favor, con gente como ésta el país
está como está!, pensaba. Al
entrar a la casa, mi madre como
siempre, estaba mirando la novela
sentada en el sillón. Mi padre dormía. A los gritos y como pude le expliqué a
mi madre que había que llamar a la policía, que la vecina nos estaba robando,
que era una ladrona y que no se merecía
tener unos vecinos tan buenos como éramos nosotros, que si no la frenábamos
ahora, en un tiempo en vez de robar
objetos como zapatillas, iba a venir a golpearnos para robarnos dinero, si es
que ya no lo había hecho .
Mi madre me miró extremadamente sorprendida y asustada, como para no asustarse con la
clase de vecinos que teníamos. Luego de un rato recibí una respuesta. Con
bastante enojo por cierto.
- ¡¡PEDAZO DE IDIOTA!! A nosotros nadie nos robó el sillón, ni tus
carpetas, ni tus zapatos, ni nada. Los
vecinos no son unos ladrones como vos decís. Son gente trabajadora.
- Mamá, los vecinos nos están robando las cosas, y vos no te das cuenta porque tenés una
memoria espantosa y seguro ni te acordás de lo que estoy hablando.
Quizás habían vendido todas esas cosas, y yo no me había dado cuenta, y mi carpeta había terminado allá por
alguna equivocación y los vecinos no
eran unos ladrones como yo decía, pero seguro que mi madre ni se acordaba de las cosas que faltaban.
-¿MALA MEMORIA YO? Acá el único bruto, torpe, desmemoriado y
despistado sos vos. - respondió
completamente enojada. Y para demostrar
que yo tenía razón, llame a la vecina para que confiese su robo. Y
lamentablemente, fue ahí cuando comprobé que el de las arterias clorosis era
yo, el despistado era yo, y el
desubicado que vivió casi un mes en la casa de la vecina de 90 años, también
era yo.