sábado, 8 de noviembre de 2014

LA HERENCIA ROBADA De Anécdotas talmúdicas y de Rabinos famosos (Selección) Por el Rabino Dr. Simón Moguilevsky

        Una buena herencia le dejó Rab Biniamín a su hijo Rab Leví: Un terreno amplio, no lejos de la ciudad de Tzanz, donde el heredero eligió trabajar y vivir. Gracias a esa herencia, Rabí Leví encontró una forma acomodada y decente para subsistir.
No pasó mucho tiempo, y le sobrevino a Rab Leví una situación que le oscureció todo su panorama: Al concluir el año de duelo por su padre, recibió una notificación de parte del juez, la cual lo citaba a presentarse sin demora en el juzgado. Una vez allí, comprobó con consternación que un hombre no judío poseía un documento firmado por su padre, donde constaba la operación de venta del terreno que había recibido como herencia. Rab Leví no lo podía creer. De haber sabido que su padre vendió el terreno, se hubiera enterado.
Y por lo que se acordaba, su padre nunca estuvo en una situación económica tan comprometida que lo hubiera obligado a desprenderse de sus bienes. ¿No sería que este hombre lo había amenazado de alguna manera para que se efectuara la operación? Y si así fuese, no habría manera de comprobarlo.
Sin saber qué hacer, se dirigió al Rab de la ciudad, el Sabio y Justo Rabí Mitzanz. El anciano Rabí era reverenciado no sólo por sus Jasidim, sino por todos los miembros de las comunidades judías de entonces, y hasta por los no judíos, que lo conocían como un “Hombre de Di-s” muy respetado.”Yo iré contigo y haré las veces de tu abogado” dijo el Sabio a Rab Leví, ante la sorpresa de éste. Al hacer su entrada en el juzgado, todos se pusieron de pie para recibir la presencia del anciano Rabí. Hasta el propio juez se levantó de su asiento y ordenó a sus asistentes que le asignaran un lugar especial.
La ceremonia comenzó con la lectura del acta, en la que el señor no judío reclamaba la posesión del terreno que ocupaba Rab Leví, en virtud de haberlo adquirido del difunto propietario, para lo cual presentaba como prueba un documento firmado. El juez se dirigió a Rab Leví y le preguntó si estaba de acuerdo con esta declaración y en caso contrario, qué alegaba al respecto.”Su señoría: No creo que mi padre le haya vendido el terreno a este hombre; estoy casi seguro de que así no fue”dijo Rab Leví!”
“¿Tiene alguna prueba para sustentar esa aseveración?”, preguntó el juez. No. No tengo ninguna. Pero es imposible que haya ocurrido algo así. Y sospecho que...”.
“Permítame decirle” lo interrumpe el juez, “que lo que realmente valen no son las suposiciones, sino las evidencias. Usted, en este caso, sólo “cree” y “sospecha”, pero el demandante tiene en su poder un documento firmado de puño y letra de su padre, donde consta que el día 15 de septiembre del año antepasado le vendió su terreno por una suma bastante razonable. ¿Qué tiene que decir ante esto?”. Rab Leví se quedó en un impotente silencio. En ese instante, pidió la palabra el Báal Dibré Jaim, la que le fue inmediatamente concedida por el magistrado.
Se levantó de su asiento, y se dirigió al juez: “Quisiera que me permita hacerle unas preguntas a su señoría”.
“¿A mí? ¡Claro! ¡Adelante!” aceptó el juez. “Quizás conoció usted al difunto padre del señor Leví”. “Sí. He tenido la ocasión de conocerlo personalmente. Varias transacciones comerciales se hicieron con él, y he intervenido como juez en ellas”.”Y conforme a lo que usted sabía de su situación, ¿cree que hubo algún motivo que lo haya obligado a vender alguno de sus bienes?”
“¡No, no! ¡Definitivamente, no! Era un hombre de una posición acomodada. Y no creo que haya tenido alguna razón para desheredar a su hijo, a quien quería mucho. Pero ya le he dicho, Rabino, que no puedo guiarme por suposiciones”.
“De acuerdo. Déjeme preguntarle algo más: ¿Conocía usted su devoción hacia la religión judía del difunto?”
“¡Oh, sí! Lo recuerdo muy bien. Era un hombre muy aferrado a su ley. Por nada del mundo se me ocurre que pudo haber hecho algo en contra de lo que la Torá le indica”.
“No hace falta preguntarle, entonces, si piensa que el difunto pudo haber profanado el día sábado por alguna razón que no fuese peligro o emergencia”.
“En efecto. Está usted en lo cierto”.
“Ahora bien” y mientras esto decía, el Rab le extendió un calendario al juez, “¿Puede usted mismo fijarse a qué día de la semana corresponde la fecha del documento en cuestión?”.
El juez miró el calendario, y luego dijo: “Esa fecha cayó en día sábado”.
“Ahora quiero hacerle la última pregunta: Aunque usted no se base en suposiciones, ¿podría creer que el difunto realizó una operación comercial en nuestro Sagrado día Shabat, y que haya estampado su firma en el documento?”
Se produjo un murmullo en el recinto, mientras el juez se quedó unos segundos en silencio. Luego, se dirigió enérgicamente al demandante, y le preguntó:
“¡Quiero saber toda la verdad, ahora mismo! ¿Qué fue lo que pasó con este documento?”.
Ante el asombro de todos los presentes, el hombre bajó la cabeza y terminó por confesar que todo fue producto de un engaño. Un día vio un escrito con la firma del difunto y se le ocurrió la idea de falsificarla para inventar una historia. Sólo que ignoraba un detalle muy importante: el pueblo de Israel tiene un día en la semana en el que los cuida de todos los que quieren perjudicarlos. Es el día Shabat. La sabiduría del Sabio Rab Jaim Mitzanz, y la Mizvá de Shabat que cumplió toda su vida el difunto, salvó a su hijo de un despojo.
El día Shabat salió de testigo.

LA COLUMNA BARROSA Por Garabato

        Me dirán, los sentenciosos de siempre, que intentar un desarrollo de la cultura en Balcarce, además de inútil, es tan difícil que roza lo imposible.
Pues no estoy de acuerdo. Balcarce tiene su cultura, pero voy a referir una anécdota que viene al caso para demostrar que además de posible, es muy necesario desarrollarla al ritmo de todo lo demás, o por ahí.
Comienzo por señalar, aunque parezca traído de los pelos, que muchos de nuestros hogares tienen una mascota, por lo menos una. Un muy amigo mío me dijo el otro día:
-Che, Garabato: tengo un problema con el gato. (Mi amigo era poeta antes, cuando había, de ahí su costumbre de rimar).
-Mirá vos, qué suerte. Con los problemas que hay sueltos, el tuyo se reduce a la pobre gatunidad de la mascota. Sos un afortunado.
-No creas. Mi gato no es de los que de día anden en cuatro patas, aunque así lo veo cuando vuelve a casa, entrada la mañana, cuatro contra tres cada semana.
-Vago el michún y bueno, es su naturaleza, por lo menos será ratonero comenté para eludir la evidencia.
-Seee… Ratonero no, pero si hay cumbia es cumbiero, si hay rock es rockero y si no se baila lo que suene, sin un pero.
-La adolescencia… dije consolador.
Hice unas cuentas mentales de nacimientos y décadas y me quedé callado. Prudencia, que le dicen.
-Cómo pasa el tiempo, agregué al rato, por decir algo.
Mi amigo fue lamentando detalles de auto chocado varias veces, abuelidad sin nieto, hálitos que no pasarían la prueba de alcoholemia a un kilómetro, raspaduras y algo más, y viajes nocturnos de rescate al hotel enrejado de Favaloro entre 18 y 20, con otras menudencias que no recuerdo.
-Las malas juntas, fue mi vía de escape, porque sé que lo has educado, etcétera. No mencioné la malcrianza, por pura gentileza diplomática.
-Seee… Lo que me costó. Si supieras lo que cuestan tres carreras... Hizo un alto en la rima y completó: …empezadas.
No tengo nada contra rockeros y cumbieros. Es más, los escucho a todos y me gusta en particular el estilo de los Pibes Chorros, mientras están cantando y no ejercen su oficio declarado. Pero resulta que uno de estos días anduvo por el pago Pablito Lescano, que es como decir el Beethoven de los bailanteros, el Gardel de la cumbia, guitarreando en ese tecladito y las manos arriba y las pibas de acá y la flor bien regada y la piedra y la pastillita. (Lo de la pastillita, vale aclararlo, porque sigue su tratamiento desde la internación, ya grandulón y algo metódico el Pablito, fíjese como riega su jardín decorado con piedra. Los Pibes copian y pegan).
Pablito… Perdón: don Pablo ha enriquecido el ritmo colombiano con las letras de las villas, afortunado creador que cuando pasa por un lugar escaso (Balcarce) siembra unos pocos minutos de escenario y se cosecha una buena que ya quisiera Barenboin o quien sea.
Buen, esto de las culturas, ya se verá. Pero resulta que nuestra mascota hogareña (la de mi amigo) fue con la ilusión de levantar las manos y apoyar la contextura artística de su compañera más próxima, rítmicamente acompañado por la probada banda de don Pablo, que para eso había venido y se quedaría su ratito entre un tratamiento y otro de consejo médico, y una actuación y otra de conveniencia profesional.
Pero no. Pintó una secuencia entre los sapitos y no sé qué otros barriales, con mesas y botellas volando por el aire, puños y patadas, claro, algunos dicen con otros ingredientes, y antes de que el artista estrella pudiera enchufar sus aparatos, ya se había desencadenado una Tormenta tan Perfecta que el ambiente de la película quedaba en la onda de un paraíso cheto del Pacífico, palmeras oscilando a la suave brisa y todo eso. Chau, Balcarce, habrá dicho Pablito, me oirás otra vez, si te cabe una banda de cultura.
-¡En mi Balcarce!
Sí, señora, mientras usted dormía justamente apichonada en su nido, que ya no está en el Balcarce que solía, aunque no tenga mucha villa que cantar, por ahora.  Dé gracias que los Pibes, esa noche turbulenta…
En resumen, el gato de mi amigo no afloja en la búsqueda de cultura, olfatea y descarta hasta que va a parar donde su instinto le señala, infalible como el de bigotes y ronroneo. Su instinto, dije, me oyó bien. ¿No le suena a usted que entre el gato felino, mascota de su casa, y el otro pronto cuarentón, debiera existir alguna somera diferencia? La hay, porque uno sigue rodando por los techos mientras le da el cuero gatuno, y éste…
No hará falta, le pregunto ahora para cerrar porque ya es mucha lata por hoy, desarrollar poco a poco las culturas, así en plural si le gusta, para que el olfato encuentre señales que no lo conduzcan siempre para el mismo lado. Palos de aquí, palos de allá, ¿no será posible otra cosa? No será que algo dejamos sin completar, mientras abrimos calles y levantamos torres muy bonitas. Y termino, un poco caliente y qué: cuando se deja un vacío, algo lo llenará. He dicho.

Frases de R.L. Stevenson

- La dedicación perpetua que un hombre le da a su negocio, debe ser sostenida con
   una negligencia perpetua hacia muchas otras cosas.

- Un hombre no debe negar sus capacidades manifiestas, porque significa evadir sus
  obligaciones.

- La juventud es enteramente experimental.

- La política es quizá la única profesión para la que no es necesaria preparación.
- Todos somos viajeros en el yermo de este mundo, y lo mejor que podemos
   encontrar en nuestro recorrido es un amigo honesto.

- No juzgues el día por la cosecha que has recogido, sino por las semillas que has
   Plantado.

- Si un hombre ama su trabajo, por encima del éxito o la fama, es un elegido de dios.

- Lo importante no es llegar, sino ir.

LILÍ Por Ana María Broglio

        A mí la Lilí me gustaba desde que éramos chiquitos y un día se lo dije pero ella me contestó que no porque al padre le molestaba. Yo había entendido que le molestaba si tenía novio porque era muy chica y que por eso no podía salir para ninguna parte conmigo y por un tiempo prudencial, no insistí pero después, cuando se le empezaron a notar las tetitas debajo de la camisa, me pareció que ya estaba grande y se lo volví a decir.
        Se le llenaron los ojos de lágrimas y me gritó que el padre era celoso y que no la quería ver con nadie y que dejara de hablar pavadas de una vez por todas y ahí es donde yo empecé a darme cuenta, porque bobo no soy, de que algo raro pasaba y una tarde que estaba toda linda, en la puerta de la casa, casi una señorita, le dije que me explicara bien que no entendía lo que había querido decir y me preguntó si era tonto o qué y que no la martirizara más.
        Quedé desolado y dando vueltas las palabras por la cabeza, pensaba y pensaba y no le daba en la tecla ni loco. La Lilí me quería, de eso estaba seguro porque un día, sin que viera nadie, en el barco que dejaron al lado del ferrocarril, me dio un beso y yo nunca olvidé ese beso y me enamoré y me prometí que me iba a casar con ella, como Dios manda. Se lo dije y todo pero la Lili no aceptó- no puedo- respondió y se fue angustiada.
        Para ese entonces nosotros vivíamos en los terrenos expropiados, detrás de la estación, al lado, no sé cómo, había un barco abandonado, junto a las vías. Parecía un fantasma y un día le susurré al oído si quería que le mostrara el fantasma y ella se mató de la risa. Yo no creo en los fantasmas- dijo. Cuando el padre se descuidó, escapamos de la mano y le enseñé el barco y ahí es donde me dio el beso, de agradecimiento porque nunca había visto un barco y los barcos andan por la mar y no por las vías y vaya a saber cómo llegó a ese lugar.
        Cuando subimos, el sol se filtraba entre las grietas y el óxido y las sombras producían claroscuros atemorizantes .Había un cartel que advertía del peligro - Prohibido subir- decía pero nosotros desafiamos al miedo y nos trepamos por una escalerita de sogas, medio podridas que colgaba a un lado. No se rompió ¿qué se iba a romper si la Lili tenía las patitas más flacas que la soga?
        Fuimos varias veces, cuando nos casemos vamos a escondernos acá, prometí pero yo nunca la toqué, lo juro y lo recontra juro, sin embargo la Lili, quedó embarazada y dejó el colegio y no la volví a ver.
        Lloré a más no poder. Lo poco que dijeron cuando pregunté, fue que se había ido en el tren porque era una desorejada y no supe más de ella.
       La busqué, la sigo buscando y la espero, tal vez, una tarde de estas, regrese.