sábado, 21 de julio de 2018

Causa Común Por Héctor Fuentes (De su libro “Rueda la pelota”)

        Cortar un pedazo de pan y compartirlo. Envolver con nuestro abrigo a un niño que tirita en la calle, muerto de frío. Mirar los ojos de un pordiosero, para devolverle la mirada de un hombre, y no la cruel indolencia de las bestias.
Despojarnos de la cultura egoísta; aquella que ve amenazas, donde en verdad hay pobreza y marginación.
Tomarnos de la mano y marchar juntos. Enlazarnos en la maravilla de formar una sola piel. Trascender las barreras que separan a los hombres hasta volver a sentir que el mundo es uno, y no tres.
Al fundirnos en la piel de nuestros semejantes, comprendemos que la vida es un estado de gracia. Todos necesitamos de todos. Y cada hombre, y cada mujer, sostienen entre sus manos la balanza perfecta que equilibra el universo.
La poesía tiene sentido en los ojos que se humedecen de emoción.  Sólo tienes lo que regalas. Todo regresa si lo das.
No teme quedarse vacío quien se entrega por entero. Sabe que toda el agua que el río junta, va hacia el mar. Comprende que toda la bondad que el hombre regala, se encamina hacia el cielo.
El muro de los lamentos está hecho con la piedra de la desigualdad. Un muro es una boca que no habla; unos ojos que no miran, unas manos que se cierran en un puño.
Esa nada insostenible nace de la indiferencia. Su padre es el egoísmo y su madre la crueldad. Entre los dos amamantan a un bebé regordete y glotón. Quien jamás entenderá que las cosas son hermosas, solo cuando se comparten.
El dolor de cien obreros despedidos se cura cuando se juntan. Las lágrimas, si se mezclan, no son amargas, son dulces. Las penas compartidas pesan menos en el pecho.
La música necesita del silencio. La noche del día. El hombre del arte, y el arte del hombre. Somos un cuerpo cuando hay alma y corazón. Cuando hay sueños y hambre. Cuando hay sed y alegría.
Si cantamos todos juntos ya no somos distintos, somos la voz de mil bocas que alumbran el viento.
Si lloramos todos juntos ya no somos sólo hombres, somos el cantar de una plegaria que se eleva más allá.
Una mancha de luz sobre el horizonte infinito.

Mi esposa duerme Por Ezequiel Feito

Para Delicia

I

Mi esposa duerme
el largo sueño de un hogar ordenado
cubierta por cálidas nubes que descendieron
del cielo a la pieza

Duerme, coronada su cabeza por brillantes estrellas
mientras que nuestra habitación se llena
de constelaciones desconocidas
que cuidan nuestro sueño.

Cuando duerme, la oscuridad nunca es completa
sino que la tenue luna pone en su cuerpo
una oculta santidad de lirios.

II

Duerme. Profundamente duerme, y hemos desaparecido
las niñas y yo, la gente y las plantas,
los vecinos, los amigos y toda la casa;
los platos, la heladera y el lavarropas;
la escoba, la cocina, la mesa y todo aquello
que la rutina de sus manos convertían
en un arte mágico y sencillo.

III

La miro y me pregunto, ¿dónde estaré ahora?
¿Seguiré aún estando en su corazón?
¿O en su sueño, al igual que todos,
habré desaparecido para siempre?

IV

Mi esposa duerme o muere. Estoy seguro
que en ella cabe toda la existencia del universo.

JARDÍN DE VERSOS PARA NIÑOS Por R. L. Stevenson (Selección)

A  MINNIE

La habitación roja con la enorme cama
donde sólo gente mayor se acostaba;
el cuarto pequeño en el que tú y yo
descansamos juntos en cierta ocasión
y, para casarnos de forma decente,
te pedí la mano como un pretendiente;
el cuarto de niños, que nos encantaba,
llenas las paredes de cuadros y láminas
y de hojas los huecos,
una habitación para no dormir
y escuchar las ramas y hojas del jardín
que sacude el viento...
y buena también para descansar
y aquellos grabados poder contemplar...
los de la batalla de Sebastopol,
con lanzas y espadas reluciendo al sol,
el pico escarpado,
los barcos hundiéndose, la oveja balando,
los niños felices, descalzos,
riendo encantados al cruzar el vado:
todas esas cosas desaparecieron
y la vieja finca hoy es de otros dueños;
presenta un aspecto distinto,
cobija a unos desconocidos.
Arrastra aún, de molino en molino,
el jardín de nuestra infancia el río;
¡pero los niños, ay, ya nunca
lo veremos desde la esclusa!
Más desde el tejo - aún está allí -
nuestras voces suelen salir
como si estuviéramos jugando
y aún las escucho preguntando:
"¿Está muy lejos Babilonia?"

Lejos, muy lejos, chiquitín,
está muy, muy lejos de aquí...
¡Pero aún más lejos estás tú en la colonia!
"¿Podré llegar a una vela?"
- eso decía la canción.
Yo no lo sé, puede que puedas,
aunque, escuchadme, a condición
de que si vas allí, no vuelvas.
La oscuridad eterna, ¿quién lo duda?,
caerá sobre colinas y llanuras
y apagará los astros y las lámparas
antes de que volvamos a la infancia.

Hasta la India lejana donde estás
estos versos te envío por el mar;
te llegarán, confío.
Porque ni tú ni yo hemos olvidado
aquellos muebles indios,
los huesos de antílope, las plumas de albatros,
las raras semillas, los extraños pájaros,
las cuentas y ajorcas, tantas baratijas,
los dioses  y sus sagradas campanillas,
las susurrantes caracolas retorcidas.
En aquel piso bajo todo era
sencillo y escocés, a su manera,
pero en cuanto subíamos a una silla,
aquello era el Oriente, ¡oh maravilla!
Consideremos todo esto una fábula;
podéis verme en aquella planta baja
y a Minnie sentada como un desafío
sobre aquel precioso mueble indio.
Sonriente y gentil, un escabel me quieres dar
que me resulta alto para hasta mí llegar.
¡Tiende hasta aquí tu mano, querida, y estos versos
tómalos en recuerdo de aquellos viejos tiempos!

LIBROS ILUSTRADOS EN INVIERNO

El verano se apaga, va llegando el invierno...
mañanas escarchadas, cosquilleo en los dedos,
petirrojos curiosos, asustadizos grajos,
y lo mejor de todo: los libros ilustrados.

Lo que antes era agua, duro como una piedra;
paseo por encima, junto con mi niñera;
pero el agua corriente, los arroyos, los lagos,
los encontramos sólo en libros ilustrados.

Las cosas más bonitas, los dibujos más nítidos,
allí están, esperando los ojos de los niños;
ovejas y pastores, árboles y cayados,
todo puede encontrarse en libros ilustrados.

En ellos vemos cómo son diferentes cosas:
los mares y ciudades, las montañas y costas,
y los duendes huyendo, y las hadas volando,
en las bellas imágenes de libros ilustrados.

¿Cómo podré alabaros, cantar vuestra belleza,
días maravillosos junto a la chimenea,
en un rincón del cuarto de jugar, abrigados,

leyendo en compañía los libros ilustrados?

Mi humanidad obrera Por Fernando Adrián Zapata

Mis horas de trabajo me colmaron
de un ímpetu flamante de experiencias;
palpitan mis adentros proletarios
con cánticos de justas persistencias.

Mis manos siguen, firmes, la jornada,
creando y produciendo plusvalía;
mi mente, en cambio, se alza, concentrada,
por cada anhelo que mi vida ansía.

Y todo el corazón que me sacude,
irriga sus relámpagos de fuego
en todo mi existir por lo que pude
lograr y por lo que lograré luego.

En esta transición estoy forjando
mis días de labores, tan vitales...,
...¡tan vívidas, de cantos solidarios,
por tiempos de justicias augurales!!!