sábado, 12 de abril de 2014

DESNUDOS Por Juan Ramón Jiménez

(Adioses,   Ausencia,   Regreso.)

Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
baja la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de luna, era tres veces bella.

Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso llorábamos sin vernos...
Cada  nota encendía una herida de amores...
-... El dulce piano intentaba comprendernos-.

Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo lo respondía de cosas imposibles...

CANTABA EL MOZO Por Francisco A. de Icaza

Cantaba el mozo y decía:
-"El querer es cosa buena,
porque dobla la alegría
y parte entre dos la pena..."
¡Pero nadie le quería!

INVITACIÓN AL HOGAR Por Baldomero Fernández Moreno

Estoy solo en mi casa,
bien lo sabes, y triste como siempre.
Me canso de leer y de escribir
y necesito verte...
Ayer pasaste con tus hermanitas
por mi casa, con tu traje celeste.
Irías a comprar alguna cosa...
Ganas tenía yo de detenerte,
tomarte muy despacio de la mano
y decirte después, muy suavemente:
- Sube las escaleras de mi casa
de una vez para siempre...

Arriba hay fuego en el hogar;
adereza la cena; tiende,
sobre la vieja mesa abandonada,
el lino familiar de los manteles,
y cenemos...
La noche está muy fría, corre un viento inclemente,
sube las escaleras de mi casa
y quédate conmigo, para siempre...

Y quédate conmigo, simplemente,
compañeros desde hoy en la jornada.
Llegó la hora de formar el nido,
voy a buscar las plumas y las pajas...
Tendremos un hogar dulce y sereno,
con flores en el patio y las ventanas;
bien cerrado a los ruidos de la calle
para que no interrumpan nuestras almas...
Tendrás un cuarto para tus labores,
¡oh, la tijera y el dedal de plata!
Tendré un cuartito para mi costumbre,
inofensiva, de hilvanar palabras...

Y así, al atardecer, cuando te encuentre,
sobre un bordado la cabeza baja,
me llegaré hasta ti sin hacer ruido,
me sentaré a tus plantas,
te leeré mis versos, bien seguro
de arrancarte una lágrima,
y tal vez jueguen con mi cabellera
tus bondadosas manecitas blancas.

En tanto pone el sol sus luces últimas
en tu tijera y tu dedal de plata.