sábado, 24 de mayo de 2014

CUENTOSBALCARCE de Enrique Spinelli


     Enrique Spinelli es más balcarceño que La Barrosa o el postre homónimo. Aunque desde hace unos cuantos años ande de paseo por La Plata. Su certificado de residencia espiritual son estos Cuentosbalcarce, de los cuales nos ofrece la segunda edición, ampliada.
Hechos y personajes del club Alas, donde “se vive en un presente continuo o, según los otros, en un pasado continuo. Como ya se ha dicho: en el Alas, el futuro ya pasó”.
Relatos creíbles de un ambiente inverosímil, como si los hubiera extraído de una experiencia cuántica, que mucho tiene de niñez feliz y adultez resignada.
 ¿Cómo no vivir eternamente en un lugar en el que los muchachos del Alas rara vez devuelven algo que les prestaron, pero al mismo tiempo prestan todo lo que poseen? ¿Cómo no hacerlo en una cancha en la que el pasto del potrero crece en el área y en el círculo central, y el agua se acumula en los laterales?
 Fútbol y palomas: pateo y vuelo, en una edición “de imprenta”, que ahora se integra al fondo editorial de Tinta China.
Los potenciales lectores pueden acercarse al correo del autor: enrike1964@gmail.com, o a su blog: www.cuentosbalcarce.blogsopot.com

EL TRUCO DEL ERUDITO - Por ALVARO DE LAIGLESIA

Nuestra literatura tiene que ingresar hoy mismo en una casa de socorro, para que la operen con urgencia de eruditis. La eruditis es a la literatura lo que la meningitis al niño: en ambas enfermedades, el paciente se entontece. Son muchos los lectores dotados de buen olfato que captan a distancia los efluvios del erudito y huyen de sus obras. Don José Gómez López, de cuarenta y dos años de edad, batió anoche el récord mundial de bostezos tratando de leer la última obrita de un erudito insigne. Pero no basta con la reacción de unos cuantos. Hay que llamar a siete cirujanos forzudos, meterlos en las imprentas, y azuzarlos para que acaben con la erudición a bisturitazos. Hasta esas minorías selectísimas, que soportan sin un quejido las largas pamemas de Cocteau, empiezan a dar esquinazo a la prosa retorcida de los supercultos.
¡Ya era hora de que algún escritor sin pelos en la pluma descubriese el inocente truco empleado por los eruditos para cosechar laureles en banasta!
El erudito es el hombre que mejor aprovecha el reverso de las hojas de almanaque. La erudición es una madeja de fechas, anécdotas y datos, que se perdería si no fuese por estos inteligentes. Todos saldríamos ganando con esta pérdida. Menos los eruditos.
El erudito se expresa siempre en lenguaje purísimo, y ésta es la causa de que no le entienda nadie. Porque la conversación, como el agua, necesita impurezas para ser potable.
Si el perro es el amigo del hombre, el Espasa es el hermano del erudito. Entre «patata» y «tubérculo farináceo», él se queda con «tubérculo farináceo». Usted y yo, lector, nos quedamos con «patata». Por eso nos llevamos tan bien y nos reímos tanto.
El erudito he aquí su truco rara vez inventa pensamientos propios. Cita los de los demás. Sus libros están llenos de citas. Lo mismo que en las operetas se intercalan números musicales con un leve pretexto, el erudito intercala citas apoyándose en cualquier palabra. Sus artículos se diferencian de los nuestros en que están salpicados de números romanos y de notas al pie, que sirven para embrollar el texto más todavía.
Pero estas «citas» tienen su técnica. Un erudito, al hablar de santidad, no menciona a las grandes figuras del santoral que todos conocemos. Eso nunca: busca y rebusca en sus archivos hasta encontrar un beato oscuro que vivió en el siglo xvn en un aldehuela croata. Al referirse a pintores, desdeña a Velásquez y a otros peces gordos, y elogia a un acuarelista húngaro que ilustraba pergaminos en el año de la nana. Ésas son las citas hermosas que le encumbran. «El arte escribe el erudito, como decía Polondrino Metacarpo, exquisito orfebre sueco (1431-1497), es...» (Y aquí una perogrullada de Polondrino.)
El erudito no hace demasiado caso de los buenos libros que alcanzan cuarenta ediciones en seis meses. Se recrea, en cambio, alabando las deliciosas calidades de un difuso ensayista austríaco que publicó hace tres siglos un folleto titulado: «De cómo fumar en pipa hallando en tal ejercicio sumo deleite». O glosa un poemita de cierto vate lapón, muy conocido en Djerbentfrrr, que dice, poco más o menos: «¡Oh, tú, hielo blanco y duro cual diente de lapona bella!» Una leve sonrisa irónica asoma a sus labios ante los dos kilos de «Lo que el viento se llevó». Como el en tomólogo en el campo, el erudito busca en las bibliotecas desconocidos y minúsculos insectos literarios. Busca en los museos cuadritos de un palmo, que a lo mejor se colgaron allí para tapar una mancha de humedad. Busca sutilezas impalpables, que hincha como globos en el aire de sus palabras. Glorias efímeras y pequeñitas, no más brillantes que un fuego fatuo, se inflan de nuevo en la prosa del erudito. ¿Quién le iba a decir al berzotas de Polondrino Metacarpo que, cinco siglos después, alguien repetiría sus pensamientos ramplones? ¿Sospechaba el autor del opúsculo «De cómo fumar en pipa» que sus cuatro garabatos pasarían a la historia?
Descubierto el truco del erudito, pidamos a la literatura contemporánea más fantasía y menos erudición; más artistas y menos eruditos. Más verdad y menos camelancia.

Extraído del libro: “EL BAÚL DE LOS CADÁVERES”

La moneda Por Ezequiel Feito

Tienes en tus manos la moneda roja
para cambiar en el paraíso
tus quebrados huesos por un cuerpo sano;
tu cara, deformada a golpes
y las rosas secas de las sienes
por belleza.

Tu leprosa pierna o tu amputada mano
por otra nueva,
y el vómito ácido de tus labios
por la santidad del viento fresco.

Todo con la más roja moneda
con la moneda cuya sangre nunca se coagula.

Cambia la piel de plomo, los párpados de azufre
y tus venas por donde corren los metales
por carne y sangre nueva.

¿Por qué sigues bebiendo el hierro de tu casa de cemento,
hombre que ríes y cavas la tierra
en busca de agua?

Cámbialo todo con esa moneda,
con la perfecta y roja
moneda de sangre.

Hablados Por Gerardo Barbieri (del libro “Furores”)

Mi voz
resiste los embates de la angustia
cuando creo ser el centro
de una oscuridad hecha de certezas.
Mi voz
-prisionera de pactos y convenciones resiste
el acoso del lenguaje
cuando el pavor crece
a la hora de comprender intimidades
a la hora de decodificar imágenes
que llegan del otro lado de las pantallas
-en un cataclismo de ruidos cuando
martillea la memoria
harta de registros -tallados con prejuicios y
trato de escapar
quitando de un grito la mordaza
de la prudencia.
Mi voz
que enmudece
a cuesta de las ambiguas sombras del significado
busca la palabra
que vive en sollozos
-abrazada a inconfesables aspiraciones,
dulces como flores desnudasen
bocas que se abren por azar
en bocas que se abren para hablar lo preciso
para preguntar
para intentar reparar lo deshecho
-que pueden herir en un canto
con vocales raptadas
con certezas que el tiempo modeló
que parecen hundirse ahí,
donde la calle llega a los cielos-.
Mi voz
para no repetir discursos ajenos
huye rumbo al silencio
y busca la poesía.

La luna Por Rafael Serrano Ruiz

Hilos de seda enmarcando
una pálida luz
reflejada en su bello rostro
por una alcahueta luna…

Entre sombras, tan solo insinuadas,
dos cuerpos en amorosa batalla
se esfuerzan en expresar
cuál de los dos es quien mas ama.

Manos que buscan, escudriñan…
ansiando ofrecer la dulce caricia
que expresar su amor complete…

El deseo es grande
y la entrega deseada.
Nada hay que los calme…
y en la lucha, se escorzan
en inverosímiles posturas
buscando la expresión
que satisfaga su locura.

El hombre en silencio
mira la luna…
no hay bello rostro…
ni reflejo de hermosura.
Sólo el silencio….
y… el recuerdo
de aquella ternura
que a pesar de los tiempos,
en su alma, siempre dulce…
y nunca olvidada
para siempre perdura….

Ayer, hoy y mañana Por Antonio Monzonís Guillén

Ayer...
reminiscencias de un pasado
en el tiempo andado,
volví a Moscú.
... y la nieve dio un respiro.
Hoy...
jóvenes sin frío
paseaban y hablaban.
...y la nieve reía.
Ahora...
juventud con alegría
gritaba y amaba.
... y la nieve se descompuso.
Sonaba...
un "Flash Mob" ruso,
bailaban y miraban la vida
de otra forma.
...y la nieve lloraba.
Pero...
ellos reían,
sensibilidad de su textura
y riqueza de sus pensamientos.

El ídolo Por Ezequiel Feito

Estoy ante una imagen muda
de yeso y de madera;
aquella que ni el sol puede
besar siquiera.
Aquella que los hierros y el cristal encierran,
que no ríe ni llora
por la miseria,
que no da la salud ni salva
de la guerra.

Estoy mirando sólo un reseco pedazo de materia.
una lujosa vanidad de fe vacía
que vive en su podredumbre, muerta.

Tumba que es una tumba.
Piedra que es una piedra.

Mientras allá lejos, sin cesar corre
un manantial de agua fresca.

Mujer mimo Por José Rodolfo Espasa Muñoz

Acurrucada sobre un frágil tajuelo de madera,
mientras posa la mano en su cajita de plata,
cuelga, sobre sus delgadas piernas, su inmóvil brazo.
Yo me paro frente a ella a la hora del crepúsculo,
cuando se desmayan los últimos colores de la tarde.
Y siento el rumoreo de su respiración lanzado al aire.
Si alguien le deja dos o tres monedas;
yo no la miro y me pregunto ensimismado:
¿Acaso se endurece y se oculta
por el hambre?
¿O es la intolerable cadencia de aquel nombre,
la que retumba en sus oídos y anega su alma,
bajo un desdichado vestido de alambre?
Yo también quisiera darle una moneda,
y sentir a mi corazón temblar alborozado.
Pero me resisto a que me mire de ese modo.
Cuando llueve, desde sus cabellos de acerados hilos,
dos rizos se descuelgan sobre sus rígidos senos.
Mientras tanto…
Yo sigo allí.
Mojado!
Mojados!
Hambriento!
Callado!
Rozando sus trenzas con mi mano.
Sé que tarde o temprano, me abrirá sus ojos.

Pesares Por Gerardo Barbieri (del libro “Furores”)

Con vos, sí
aún en medio de tus silencios
de tus retiradas
aún para cubrir, errante,
laberintos de apatía con palabras temblorosas
con evocaciones
y conjuros a pasadas noches
con fuego
que -alguna vez- fue mutuo.