sábado, 1 de julio de 2017

LA AUTOPSIA DE CRESO Por Leopoldo Marechal - 3° Entrega

17.- Velazco amigo, Creso ya está en el poder: ya conocemos la mentalidad que el Hombrecito Económico ha de imponer luego a sus vasallos y a las instituciones que recibió en herencia. Y antes de continuar esta desopilante y trágica historia, bueno es decir que nuestro héroe arrojará también a la balanza una envidiosa “imitación” de las clases que le son jerárquicamente superiores, imitación que naturalmente, se traducirá en ridículas “parodias”. De igual modo él añadirá, lo que ya es terrible, la pasión de universalizar su “mística” de lo corpóreo (y deliberadamente uso aquí una versión “profanatoria” del vocablo mística). Ya preparada. la escena, veamos en primer lugar qué hizo el Creso triunfante con la función económica de su especialidad.

18.- Libre de los dos frenos que controlaban su “vicio”, se dio Creso a la tarea de eludir la segunda parte de su función societaria: la de la justicia distributiva. Dije ya que su viciosa pasión lo inclinaba irresistiblemente a ello, vale decir a tomar la riqueza por un dios y a usufructuar ese dios en su propio beneficio. No crea usted que se trata de una simple figura: en las iluminaciones que recibí al frecuentar (¡oh, muy poco!) el Banco de la Nación Argentina, descubrí la no inocente artimaña. Si, el dios de Creso ya estaba encarnado para él en el oro: el oro que ritualmente lucia en los altares de Tiresias, el oro amonedado que Ayax dilapidó con insufrible desdén, el oro macizo que tintineaba en los palacios y en las tabernas. Ya en el poder, se dijo Creso: “Mi dios es el oro y un dios no puede ni debe ser visible”. Ocultó entonces el oro en inviolables cajas fuertes que serian el sanctum sanctorum de la nueva deidad. Ahora bien, un dios necesita su residencia sagrada, vale decir su Templo;.y el Hombrecito Económico erigió esas duras y feas catedrales del oro que se llaman Bancos. Naturalmente, Creso no podía usufructuar a su ídolo si lo aislaba en absoluto de la feligresía. Se dijo entonces: “Haré imágenes de mi dios y las presentaré a los fieles”. Y Creso inventó el papel moneda. Claro está que, dada su inclinación a la parodia, Creso, no podía mover su artefacto sin algún ceremonial: Tiresias practicaba una liturgia religiosa y Ayax tuvo sus ritos caballerescos; era fatal que nuestro burgués introdujera sus “ritos económicos”. Y usted ve ahora, en cualquier institución bancaria, la serie de gestos , via crucis, firmas y sellados que hay que cumplir en los trámites del dinero, liturgia minuciosa obrada por un “cuerpo sacerdotal” cuya jerarquía se manifiesta desde los habanos de los Gerentes hasta las viseras de los fríos y biliosos Cajeros.

19.- Tal analogía o correspondencia de actos rituales no es única, ciertamente. Por ejemplo: el honor de Tiresias radica en su “santidad”; el honor de Ayax en la “justicia” de su espada; el honor de Creso está, como es lógico, en el “respaldo de su firma comercial”. Ahora bien, el Hombrecito Económico, en los primeros románticos días de su gobernación, se levantaba la tapa de los sesos cuando no podía él “hacer honor a su firma”, de igual modo que lo hizo el guerrero ante un deshonor de su espada. Más tarde Creso abandonó esos incómodos resabios de la belle époque; y optó por una quiebra legal, afirmado en una legislación que dictara él mismo a sus vasallos legistas. Hoy, en algunos casos extremos de su avidez, no trepida en organizar él su quiebra fraudulenta.

20.- Usted pensará, Velazco amigo, que mi Autopsia de Creso tiene más vueltas que sebo de tripa, como decimos los paisanos del sur. En realidad el Hombrecito se las traía, y su complejo anatómico es de fatigosa disección. Hasta él último párrafo lo hemos visto en su parodia de lo religioso: es todavía el Creso bien identificado en su persona y bien localizado en su sede, con un semblante y una cadena de oro en el chaleco muy visibles. Por malo que fuese dábamos en él como en una figura “responsable”. Lo más turbio sucedió cuando el Hombrecito Económico desertando la parodia religiosa, comenzó a parodiar lo “iniciático y oculto”. Amigo, si usted buscara hoy a los responsables de la economía mundial, ya no daría con el sólido y visible Creso de ayer, sino con Directores de Empresas (que son técnicos y no capitalistas) o con inocentes “tenedores de acciones” (que ignoran quienes, dónde y cómo trabajan su dinero). Verdad es que aún se conservan los “centros visibles o indirectos” de la Economía; pero ignoramos en qué Himalaya, se han establecido los “centros ocultos” del oro y quienes podrían ser los Grandes Maestres responsables que los manejan. De igual modo, y también en parodia de lo esotérico, se han multiplicado las ininteligibles “doctrinas económicas” o textos iniciáticos del oro al lado de las cuales el Zend Avesta y la Kabbala parecen a traslúcidos cuentos infantiles.

21.- Todo ello, según ve, acaba en una triste alquimia de la moneda o el dinero. ¿He dicho triste? Debí calificar de “satánico” ese juego de los valores económicos. Porque la moneda sólo tiene un valor “cuantitativo”, desnudamente abstracto. y “potencial”: un valor “fiduciario” (de fíducia, confianza, seguridad, fe). ¿Qué fía, o de qué da confianza ese valor de la moneda? Ese valor garantiza “en potencia” otro valor “en acto”: un valor “esencial o cualitativo”. Por ejemplo, cincuenta dólares (escribo en la era del dólar) tienen un valor “potencial” de cincuenta dólares, que traducidos por adquisición, al “acto” se transmutan en el alimento, vestido y la casa del hombre. Reúna usted, en imaginación, todas las monedas y billetes del mundo, y tendrá una cantidad “abstracta” que significa, en potencia, la satisfacción “concreta” de todas las necesidades humanas en el orden corpóreo. Al acaparar la riqueza, el Hombrecito Económico da en una locura criminal: es una “locura” pues, más allá de sus necesidades individuales, amontona él números abstractos y estériles en sí: y es “criminal”, porque la estéril “potencia” que acapara él significa, “en acto”, el pan, el vestido y el techo del pobre que no los tiene. Así miradas las cosas yo no vacilaría en sostener que la “propiedad es un robo”.

22.- Muchas veces he pensado que la insistente condenación del “rico” formulada por el señor Jesús alude, sobre todo, a esa estúpida cargazón numeral de Creso. En las instancias que Jesús le hace para que distribuya su riqueza entre los pobres es fácil advertir que lo invita y urge para que vuelva Creso a la función distributiva que le atañe, de tal modo que su “potencia de riqueza” se traduzca en un “acto de riqueza” por la virtud justificante del amor. Y es que, al despojar al pobre mediante su abuso del poder, el Hombrecito Económico, frente a la Divinidad, incurre en dos injusticias o “desequilibrios”. La primera injusticia de Creso trastorna y desbarata la “providencia” del Padre Celestial, cuya magnitud y justicia nos enseña su Hijo Unigénito en el Sermón del Monte: sí, el Creador provee de todo a sus criaturas; y todo andaría bien si Creso no prevaricara en el reparto y se quedase con el alimento de las avecillas y con la ropa de los lirios. Por otra parte Jesús, que así predicó en la Montaña, es también el “pobre absoluto”, vale decir la Humanidad en la plenitud de su miseria, que asumió Él enteramente con vías a la Redención; luego, el que le robó al pobre la ha robado a Jesucristo.

23.- La segunda injusticia es la que Creso promueve “contra sí mismo”. Dije ya que la división de clases en el organismo social no es arbitraria, sino que agrupa “naturalmente” a los hombres de acuerdo con la naturaleza individual de cada uno. Todas y cada una de las clases tienen, pues, además de un “ministerio” propio, una vía propia de “justificarse” (o hacerse justas) frente al Creador; y es la de practicar fielmente la rama de justicia que le asignó el orden. La única vía justificadora de Creso es la de proceder con equidad en el manejo y distribución de la riqueza: si así lo hace, aparece como justo ante la Divinidad, y “se salva”, teológicamente hablando; si no lo hace, proyecta su injusticia contra sí mismo, y teológicamente “se condena”. Amigo Velazco: alguna vez, ante un hombre de tal clase o tal otra que cumplía “justamente” su función societaria, ¿no le pareció a usted que tal hombre, además de su oficio, estaba practicando un “gesto ritual”? Porque, así vista, cualquier labor humana es un “sacrificio”, en la acepción etimológica de la palabra (factura o hecho sagrado).

24.- Ahora bien, entre las dos funciones de Creso, la productora y la distribuidora, se dio entonces una formidable “asimetría”, cuanto más retaceaba Creso al mundo la “distribución” de la riqueza, tanto más crecía en el Hombrecito Económico el afán de la “producción”, estimulado, no ciertamente por la solicitud amorosa del bien común, sino por la devorante apetencia numeral de nuestro héroe. ”Producir más para vender más”, tal fue su lema. Naturalmente, para ello necesitaba “forzar” el ritmo del trabajo humano cuya potencialidad encarna Gutiérrez el siervo. Amigo Velazco, durante mi niñez y mi adolescencia tuve la ocasión de medir en carne propia esa figura de la iniquidad que se llamó luego “explotación del hombre por el hombre”. Y tempranamente advertí (yo, el poeta) la doble estafa de Creso: estafaba él a los hombres en la distribución de la riqueza; pero también los estafaba en sus “tiempos del Hombre”, al someterlos a brutales jornadas de trabajo. Por aquellos días, y en mi doble oficio de trabajador manual y de poeta naciente, descubrí yo en el hombre dos tiempos necesarios: el “tiempo del buey” que dedicaba el hombre, bíblicamente, a ganar su pan con el sudor establecido, y el “tiempo del ángel”, que debería consagrar el hombre a la “contemplación” (y hablo de todos los hombres, cada uno en los límites de su posibilidad contemplativa). Fue junto a los telares de una fábrica donde pensé al fin que Creso le robaba también al hombre su “tiempo del ángel” y que lo hacia llevado por la demencia numeral que dije y cuya traducción a números realicé más tarde.

25.- Sucedió en el casino de Mar del Plata: el industrial X, sentado en una mesa de bacará, perdía esa noche cuatro mil pesos cada noventa segundos. Los mirones, entre los cuales me contaba, no salían de su asombro ante aquel magnate que con tanto desdén arrojaba los billetes de su cartera. Pero yo hice al punto el cálculo siguiente: los cuatro mil pesos “numerales” que dilapidaba X en sólo noventa segundos constituían por entonces el “salario anual” de un obrero corriente, vale decir trescientos días de su labor a nueve horas por jornada. Ese cálculo me hizo entender más adelante que la demencia de Creso al amontonar valores numerales no tenía otro fin que el de “jugar” con esos números (en la ruleta o en la Bolsa o en cualquier otro género de la especulación), lo cual valía tanto como jugar con el pan y la fatiga del hombre. Luego advertí que detrás de aquel juego culpable se ocultaba celosamente algo menos deportivo: una invasora sensualidad del poder. Si el poder de Ayax había residido en su acero militar, el poder del Hombrecito Económico se originaba en el dinero. Y otra vez lo paródico se me hizo evidente: ¿no lo hemos visto a Creso parodiando la “monarquía” de Ayax, al titularse Rey del Jabón o Rey del Petróleo y al iniciar “dinastías” fabriles con monarcas numerados? ¿Y no lo hemos visto utilizar grotescamente los emblemas de la heráldica señoril como distintivos de sus productos manufacturados?