lunes, 18 de noviembre de 2019

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoria E: adultos Ganador: “El guapo” de Alejandro Damian Lamela de Ciudad Autónoma de Buenos Aires

  La vida puede ser muy dura para esos que apenas nacen ya no le importan a nadie. Hay que ser muy guapo para bancarse esa realidad. Lo pensó una vez más mientras lo preparaban para el combate. Cuando uno no tiene nada (o casi) que perder, es más fácil soportar los golpes de la vida, y hacerse fuerte. La vida… eso es lo único que se tiene para perder. Así que hay que aferrarse a ella, con las uñas si es necesario, para que no se escape, la muy roñosa.
   Roña le estaba buscando ese hijo del mal que lo miraba al otro lado del patio, revoleando el cogote, entrando en calor para lo que vendría después. Se hacía el gallito, pavoneándose frente a la peonada, yendo de un lado al otro, como quien se cree mejor que cualquiera. Que siguiera así, dentro de un rato iban a jugar al gallito… y gallito ciego iba a quedar.
   Él no se pavoneaba. Él se erguía recto, fuerte, duro, como la vida. Él era El Guapo, y le hacía honor al nombre sin ningún changüí. Ya de muy chico había tenido que mostrar fortaleza, como el día en que surgió una disputa con uno de sus hermanos mayores que se hacía el vivo con su comida: se le plantó, lo fajó de lo lindo y el taimado terminó perdiendo un ojo, ante la vista impasible de su madre. Ahí fue cuando el patrón se dio cuenta que él tenía otras cosas para dar, que no era uno más. Ese mismo día se lo llevó, y lo empezó a preparar.
   Preparar para carnicerías como la que estaba a punto de empezar, en esos galpones perdidos en el medio de la provincia, en esas veladas nocturnas de combates ilegales cerca de los esteros, uno tras otro, tras otro, tras otro irían cayendo, hasta que sólo uno de los que peleaban se iría caminando sobre sus dos patas.
   Hasta ahora El Guapo siempre había salido caminado. Cuando la vida no te trata bien, o te hacés fuerte o le das de comer a la indiada. Tenés que demostrar que servís para algo más que el resto, que podés aportar otras cosas. Sangre, ferocidad, violencia, ira, muerte… él tenía mucho de todas. Lo dejó en claro cuando lo enfrentaron a otros más grandes y curtidos que él en los entrenamientos: siempre se los tenían que sacar antes de que les arrancara el cogote a los muy taimados. Se pensaban que porque era jovencito le iban a cortar las alas. ¡¡¡Pues no señor!!! Y se iban rotos, para que les emparcharan los agujeros por los que se les filtraba la vida a gotones.
   Agujeros. Buscó hacerle uno rápido a su rival de hoy, El Carnicero, pero no tuvo suerte, lo esquivó fácil y cuando se quiso acordar, él mismo estaba a la defensiva tratando de esquivar los golpes, moviéndose de un lado al otro, saltando y cambiando el paso para volverse imprevisible.
   Siempre funcionó eso: era veloz, era impetuoso, se los llevaba por delante a los que le ponían en los primeros combates, no le duraban nada, y muy de a poco fue saliendo de la inmundicia del fondo del rancho en el que jugaba de local, para ir visitando otras taperas donde reventarse la jeta con el matungo de turno, ese que siempre venía “invicto”, y se iba desplumado.
   Hoy chocaban dos invictos, el de larga data era él, el nuevito era el otro. Y mal que le pesara se estaba notando que la mano había cambiado. El muy maula era veloz y escurridizo: cada vez que El Guapo avanzaba, El Carnicero lo frenaba en seco con un cabezazo, y le llovían los golpes sin respiro.
   Siempre él había sido la sorpresa, como cuando fue de punto al festival ese en la Capital, a escondidas de la Ley, para variar. Se fue comiendo a los pebetes uno a uno, los dejó tirados a todos y si no ganó la final, fue porque llegaron los milicos y se llevaron a todos presos. Él y su entrenador corrieron y safaron de tener que abrir el pico y cotorrear en detalle sobre lo que hacían.
   El pico que le quería cerrar a El Carnicero se empezaba a ver borroso. Parecía que no, pero se fue dando cuenta de todos los golpes que había recibido por la sangre que iba salpicando la tierra. Los de afuera gritaban como condenados, ya se acercaba el final del combate: cuando los energúmenos se ponen así es porque ven que la sangre está hablando y que su ganancia o pérdida está a punto de aumentar. Y cuando se apuesta fuerte, se apuesta todo.
   Nadie apostaba más fuerte que él. Ya ahora, que tenía unos cuantos años de profesional en ese circuito mugroso de peleas clandestinas, sabía interpretar perfectamente cuando la mano venía dulce y hasta tenía tiempo de cacarear antes de liquidar la faena, lucirse un poco y subir el copete. Y cuando la mano venía torcida. Como hoy. Aunque se torcía siempre para el otro, y ahora se le estaba torciendo a él.
   Ya no veía. Capaz porque esa masa con sangre a sus patas era su ojo derecho, y el izquierdo no estaba mejor. El Carnicero lo estaba faenando de lo lindo. Pero él era Guapo, y se bancaba todas, hasta la derrota inminente. Juntó coraje, que de eso siempre tenía para dar, guardar y repartir. Se mandó para el frente con todo en un intento valiente enardeciendo a la negrada, que ya lo había visto pelear muchas veces, y esperaba esa corrida veloz del final para sorprender al otro y sacarle la victoria del buche. Pero se ve que El Carnicero también la esperaba, pegó un salto de la santa madre, le cayó encima del lomo y lo molió a golpes. El coraje, los huevos, las agallas habían quedado lejos a la distancia. Ahora reinaba el dolor y apestaba la muerte. En el charco de su sangre, respirando como podía, mientras las tripas se le escapaban, oyó que había nuevo campeón en la zona, y no era Guapo, era Carnicero. Y de yapa, escuchó:
   - ¡Qué malaria, don Tabaré! Le mataron al campeón, se le terminó la racha.
   - Y bueno, m`hijo, las rachas están para romperlas. Bastante me dio de comer el gallo éste. Y en un rato lo va a hacer una vez más. Se lo llevo a la patrona para el puchero… ja, ja, ja.
   La vida puede ser muy dura, para esos que apenas nacen ya no le importan a nadie. Hay que ser muy guapo para bancarse esa realidad.

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría D: alumnos de EEPA y CENS Ganador: “Lo que enseña un gran amor” de Laureano Ezequiel Loza alumno de 2° año de CENS 451


En una hermosa tarde de primavera (para mí, la estación más linda) viajé hacia donde mis abuelitos vivían, un lugar pequeño, pero con grandes personas.
             Mis abuelitos se amaban como la primera vez,  cuando se habían conocido, o con mayor intensidad. La de ellos era una historia digna de un cuento de hadas. Siempre llevaban una gran sonrisa en su cara, inclusive caminaban de la mano juntos y no se separaban por nada.
             Yo soñaba con encontrar a un amor así, una persona que llenara mi vida de colores, que alegrara mis días, que estuviera conmigo en las buenas y en las malas, que fuese la luz de mi existir, y que con sus caricias hiciera brillar mi vida.
              Cierto día de mi estadía, pregunté a mis abuelitos cómo hacían para ser felices y que nada los quebrantara. Entonces, mi abuelo me dijo:
- El amor, el verdadero amor, es aquel que permanece intacto con el tiempo.
             Mi abuelita sonrió tiernamente y miró a los ojos a mi abuelito diciendo: 
- Porque el amor es eso, envejecer amándose…
             ¡Esas palabras fueron tan inspiradoras, tan dulces para mí!. Yo me sentía feliz al lado de ellos, en un ambiente muy tranquilo y armónico, diferente a lo que sucedía en mi casa, donde mis padres sólo pasaban el tiempo discutiendo. 
             A veces, sentía que la magia del amor se había apagado en ellos, aunque trataran de disimularlo, yo ya estaba grande y me daba cuenta.
             Muchas veces fui feliz, pero otras, lloraba en mi cuarto pues mis padres no se acordaban de mí, no me llamaban ni siquiera para preguntarme cómo estaba. Para mi fortuna,  mi abuelita siempre me consolaba y me decía que seguro era porque estaban ocupados, trabajando, con muchas cosas que hacer.
             Un día, salí a caminar al campo y distraerme un poco, compré helado y me divertí mucho viendo a otros niños jugar. Pero cuando regresaba a casa recibí una llamada que cambiaría mi vida… Me decían que mis padres habían muerto en un accidente de tránsito, mientras discutían.
             En ese momento todo se derrumbó para mí y lo único que atiné a hacer fue sentarme en la calle a llorar desconsoladamente. Las personas pasaban y me miraban llorar, pero nadie se detenía, nadie imaginaba el enorme dolor que llevaba dentro. Hasta que un joven se detuvo, se sentó junto a mí y me preguntó por qué estaba llorando. Yo sólo le dije que se fuera, que no hablaba con desconocidos. Sin embargo, tanta fue la insistencia de aquél joven que logró que le contara lo que me había sucedido. Entonces se conmovió, me abrazó y luego me dijo:
- Ya no llores. Tus padres estarán en un mejor lugar, con Dios en el cielo; desde allí velarán por tus sueños y guiarán tu vida. Sólo hay que creer y tener fe.
   Luego, me llevó a mi casa. Mis abuelos le agradecieron lo que había hecho por mí. Parecía ser un extraño, pero me inspiraba confianza, tranquilidad.
             Así fueron pasando los días y tuve que hacerme fuerte para poder superar lo que me había pasado. Siempre recordaba a ese joven que me había dicho palabras muy sabias. Por cierto, no sabía nada de él, ni siquiera le había preguntado su nombre…
             Después de un tiempo, mis abuelitos me propusieron que continuara mis estudios en un colegio cercano, y yo acepté pues me encantaba aprender cosas nuevas y me ayudaría a mantener mi cabeza ocupada.
             Cuando iba caminando con mucha expectativa al lugar en el que se construiría el conocimiento, donde conocería gente nueva, casi sin fijarme tropecé con un joven que se dirigía al mismo lugar que yo.
- Me alegra que ya estés mejor- me dijo. Y enseguida reconocí su voz. La vida parecía querer volver a juntarnos, hacernos coincidir.
             Me reconfortó volver a escuchar sus palabras y le respondí con una sonrisa cuando me preguntó mi nombre:
- Victoria- le dije.
- Así como lo indica tu nombre, debes triunfar en la vida, luchar siempre y no dejarte vencer.
             Con el correr de los días en clase nos fuimos convirtiendo en amigos inseparables y podría decir que según mi deseo también en algo más que eso.
             Ese joven tenía algo especial. Era diferente a los demás, único. Sabía siempre lo que me pasaba y podía contenerme, me hacía compañía y me apoyaba.
             A medida que la relación crecía   había logrado convertirse en el hombre de mis sueños pero no podía decírselo porque temía perder su amistad. Me bastaba con que fuese mi amor platónico. Sin embargo, él se adueñaba cada vez más de mis más dulces anhelos y sentimientos.
             Entonces, decidí tratar de alejarlo de mis pensamientos y de mi corazón,  pero me resultaba imposible. A menudo me descubría con la mirada perdida pensándolo una y otra vez.
             Cierto día, mis abuelos comenzaron a preguntarme  qué había cambiado en mí … estaba diferente. ¡Claro!. ¡Me había enamorado!!! ¡Como ellos! ¡Me había enamorado!!!.
             En medio de este sentimiento nuevo para mí, por las noches recibía un mensaje que decía: “Dormiré temprano para soñarte más temprano aún”.
             Una mañana, el joven dijo que quería hablar conmigo y tomándome de las manos y de rodillas, como se hacía antes, me preguntó si quería ser su novia.
             Me juró amor eterno, me hizo dueña de todas sus ilusiones y ansias, luego me abrazó y me besó. Guardaré el recuerdo de aquel momento en lo más profundo de mi corazón.
             Mis abuelitos estaban contentos. Veían a aquel joven como alguien caído del cielo que había venido a hacerme feliz.
             Desde entonces nos hicimos inseparables. Caminábamos de la mano, compartíamos nuestros sueños e ilusiones, nos mirábamos por horas diciendo lo mucho que nos amábamos e intercambiábamos promesas de amor.
             Fuimos novios muchos años, ocho exactamente, los mismos que marcarían mi vida y mi existencia. Nuestro amor parecía bendecido; era como el de los cuentos de hadas.
          Una hermosa noche estrellada, Emmanuel me llamó, me citó en el parque junto al lago y me pidió matrimonio. Me dijo que era el amor de su vida y las lágrimas no tardaron en aparecer. La felicidad colmaba todo mi ser.
             El día de nuestra boda debía ser el más feliz de mi vida; sin embargo, sentía que algo oprimía mi corazón. Pensé que simplemente eran nervios, pero cuando iba para la Iglesia recibí una extraña llamada que me decía en un tono que más tarde entendería como despedida:
- Te amaré infinitamente. Mi amor por ti no conoce tiempo. Pase lo que pase siempre estarás en mi corazón.
             En el camino, cuando estaba próxima a llegar a la Iglesia, noté que algo sucedía ya que había gente aglomerada en la calle. Un dolor profundo, un presagio, un temor invadía todo mi ser al tiempo que comenzaba a ver aquello que no hubiera querido nunca. El carro en el que viajaba Emanuel, mi novio, mi futuro esposo, había tenido un accidente y él había muerto en el acto.
             Mi mundo se derrumbaba otra vez. Lloré junto a mi amado. Parecía estar viviendo una pesadilla de la que quería pronto despertarme. El mundo no era el mismo sin él: el sol no brillaba, la noche era oscura y mi interior estaba en penumbras.
             Cuando parecía que ya no había salida, que no valía la pena seguir, que el amor se había acabado, cuando había decido que ya no quería seguir viviendo, él apareció una vez más, para salvarme.
             Dicen que en la vida todos tenemos un ángel de la guarda, que nos acompaña siempre, que está justo detrás de nosotros sosteniéndonos, o a un costado llevándonos de la mano, o delante mostrándonos el camino.  Porque el amor verdadero, una vez que se conoce, nunca muere. Porque si no es en esta vida, tal vez sea en otra, pero ese amor inmenso siempre nos acompañará.
             De a poco, desapareció entre la nada. Pero me dejó la esperanza de ese gran amor, la ilusión, las ganas de seguir y de trascender esta vida con toda la fuerza de mi nombre. Sentí a Dios y viví con la fe que me transmitió que algún día nos volveríamos a encontrar, es decir, volvería a encontrarme con un gran amor.

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría C: jóvenes de 16,17 y 18 años Ganador: “ El amor después del dolor” de Emilia Netcoff, alumna de 4º año del colegio Santa Rosa de Lima


              Ese día no me lo olvido más. Me acuerdo de estar abrazándonos todos los chicos, sin necesidad de sentir dolor por el otro porque cada uno tenía el propio, con el alma rota, el corazón destrozado y los ojos hinchados, resultado de haber llorado horas y horas sin parar. Un chico como yo jamás se hubiera imaginado tener que vivir una desgracia como ésta.
             Ese velorio. Ese día soleado, pero gris de angustia. Los rayos del sol que quemaban,  pero al tacto eran fríos y sensibles sobre la piel. La muerte de mi mejor amigo, de mi hermano, mi compañero incondicional. Sólo pensaba en cómo la vida había sido tan injusta, con él, conmigo, con su familia, con   su hermana, con sus papás.
             Todos desconsolados en busca de respuestas, esperando recibir la noticia, que todo era mentira, que ese accidente no era real, que él seguía con nosotros, jugando un partido, tomando mates después de entrenar o mirando pelis con Cami y conmigo. Ahora ella estaba sola, asustada, perdida en el sufrimiento por tener que despedirse de su hermano mayor, el que la había cuidado siempre, desde el primer día. Eran inseparables; dos en uno.
             La noche después de la muerte me acuerdo de estar tirado en la cama, pensando sin parar en Nico. Me preocupaba qué fuera a hacer yo sin él. Amigos desde sala de 3 y 15 años de amistad, eso no se podía borrar y soltar de un día para el otro.
             A las semanas empecé a tratarme con una psicóloga que me hizo muy bien. Nico ya no era un recuerdo horrible y trágico, sino una persona que iba a recordar con una sonrisa. También me sumergí en la música. Se me hizo como un refugio llegar de la escuela y tomar la guitarra; a menos que tuviéramos Educación Física no la soltaba.
             Las terapias me habían dado un empujón enorme para salir adelante, pero obviamente había una parte que no alcanzaba nunca a sanar. Me lastimaba saber que Cami ya no contaba con la figura que le significaba su hermano, y verla salir del colegio sola todos los días me partía el alma. Por eso fue que me volví a acercar a ella, porque sé que si Nico hubiera estado acá, ahora, me pediría que la cuidara. Muchos hermanos mayores detestan que sus amigos, incluso, hablen de su hermana, pero este no era el caso. El solía decirme que si le pasaba algo quería que yo estuviera ahí con ella, pero ¿quién hubiera pensado que una tragedia iba a cruzarse en nuestras vidas? Nadie. Uno nunca piensa en que mañana te podés levantar y quizás alguien que ames ya no esté. Por eso siempre lo tomé como en broma. Ahora ya no nos estábamos riendo, así que me tocó ocupar ese lugar .Con Camí teníamos una buena relación por lo que no fue tan difícil buscarla.
             Un viernes, la esperé a la salida del colegio. Me pasó por al lado, me saludó con el mismo "adiós" de cada vez que me veía y siguió de largo hasta que levanté un poco la voz para decirle que se acercara. Caminó indecisa hasta el escalón donde estaba sentado y me miró esperando que algo saliera de mi boca. Un poco nervioso porque no hablábamos desde la semana siguiente a la muerte de Nico, le pregunté si no quería acompañarme a casa y tomar unos mates, no obstante me devolvió una expresión negativa. Me pareció raro porque Cami jamás rechazaba unos mates con nadie, pero decidí darle su espacio. A lo mejor no era el momento y no estaba lista para enfrentar los recuerdos del pasado.
             En la sesión con la psicóloga le comenté lo del viernes y me dijo que era lo indicado darle tiempo, pero que no creía que el hecho le hubiera dado igual, sino que seguramente estaba extrañada con mi intervención y que era probable que ahora, estuviera cruzándose por su cabeza y  esperando alguna explicación.
Luego de esa charla, me quedé varias noches desvelado pensando en qué hacer con Camila y cómo. Por fin, recurrí a mis instintos y pasé por la casa de Nicolás. Si era duro para mí, no me quería imaginar lo que sería para su familia.
             Las manos transpiradas del miedo y la incertidumbre palmearon para que alguien me abriera la puerta.  De repente, mis ojos miraban al papá de mi mejor amigo. Su cara pasó a expresar unas cinco emociones en menos de diez segundos: primero sorpresa, después confusión, alegría, cariño y una vez más, confusión.  Entonces me abrazó y me dijo lo contento y asombrado que estaba de verme ahí.
             Nos sentamos en el sillón donde solíamos pasar Nico y yo tardes enteras y conversamos del transcurso de mi último tiempo. Entonces, le pregunté por Camila. Por lo que me dijo, ella estaba haciendo un informe para el colegio (típico de su parte, de una chica responsable, inteligente y aplicada) pero de igual manera me llevó a su habitación. Toqué la puerta que permanecía cerrada y pregunté si podía pasar.
             La hermana de mi amigo me abrió la puerta. Muy tranquila, me miró, sonó un cálido “no esperaba verte por acá”  y me hizo pasar. Me senté en el borde de la cama. Antes de poder explicarle mi presencia me interrumpió, se disculpó por no aceptar mi invitación del viernes y se anticipó a explicarme que ése no había sido un buen día y que necesitaba volver a su casa. Después de que terminara empecé a resumir mi parte:
-Cuando se fue Nico también se fue una parte de mí con él, no sabía cómo seguir; fui a la psicóloga, pase días completos encerrado, con la guitarra, en silencio. Verte todos los días destrozada, volverte sola y no tener salidas como cualquier adolescente me daba impotencia. Siempre fuiste una con tu hermano y conmigo, y no hacer nada por vos era volverme indiferente a Nico, a vos y a tus papás. Nunca le haría eso a mi mejor amigo, así que si no te molesta me tomé el atrevimiento de devolvernos nuestra vieja relación.
             No se contuvo ni dos segundos para abrazarme. Le devolví la expresión con más fuerza y me contestó, antes de soltarme, que me extrañaba y que estaba muy agradecida con el gesto.
             A partir de ese día los dos nos unimos más que nunca; vernos ya era costumbre por lo menos una vez a la semana. Siempre hacíamos planes distintos, y el que no podíamos evitar repetir era el de visitar el silencio y la calma de los atardeceres en el borde del río, donde la ciudad se asomaba paulatinamente a la oscuridad de la noche y a la luz de la luna. Pero lo que hacía al momento más especial era la compañía de la guitarra y la voz de Camila resonando en cada melodía. Sentí que estaba recomponiéndome, sanando, y que era algo que hacíamos mutuamente, dejando que cada pedazo de mí que daba por perdido, volviera a su lugar.
             Y  fue entonces cuando me di cuenta que el amor que sentía por la hermana de mi mejor amigo, ya no tenía que ver con sólo ir en busca de su paz . Había algo más que, después de tanta tristeza, parecía devolverme la felicidad. Me había enamorado de la última persona que hubiera imaginado y estaba siendo verdaderamente increíble.
             Cuando me di cuenta ya estábamos transitando la última semana de clases. Con Cami quisimos cerrar el ciclo de mi último año regalándonos un buen festejo. La idea consistía en vernos a la salida de mi última jornada escolar, de la que aliviado me iba a despedir, (después de la muerte de Nico no logré formar ningún vínculo), almorzar en mi casa y desde ahí encaminarnos al muelle a pie.
             Nos sentamos a descansar sobre las últimas tablas de madera antes del río. Nos dedicamos a intercambiar anécdotas, historias y cualquier tema que surgía en el momento, en medio de algún recuerdo con Nicolás. Mezclamos nuestras risas hasta cansarnos y cuando fue así Camila se recostó a mirar las numerosas constelaciones mientras yo respiraba muy profundamente, cargando mis pulmones de ese aire distinto al de todos los días. No pude descifrar qué lo diferenciaba, pero me confundía entre la sensación de estar vivo y de ser el espectador de una película de ficción.
             Esa noche, en ese momento y lugar, junto a Cami, pude entender el sentido de la vida. Alcancé a ver cómo podía ser tan angustiante y difícil, pero, al mismo tiempo, tan reconfortante y satisfactoria.  Supe que siempre se nos puede venir el mundo abajo sin embargo tarde o temprano viene una recompensa, un aprendizaje que compensa, algo que te hace apreciar y agradecer el día que llegaste al mundo.. Y valoras todavía más cada sensación, experiencia o persona, que te recuerde el motivo de estar de pie y con el corazón a pleno latir. Nico fue una de esas y ahora Cami también. Porque…, qué es la vida sino una síntesis de instantes de felicidad, y aprender que, de un terrible drama, de una tragedia, también puede nacer el amor

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría B: jóvenes de 14 y 15 años - Ganador: “La guerra de la verdad”, de Anneke Wendel alumna de 3º año del Inst. Bg. Martin Rodríguez de Tandil


  - ¿Ya llegó? -preguntó el pequeño no bien regresó de la escuela.
  - ¿Qué es lo que debería de haber llegado? -respondió su madre.
  - La carta de papá. Todos los meses llega para estas fechas, pero al parecer en este se ha retrasado unos días...
  El rostro de la mujer palideció. El niño no parecía comprender el porqué de su reacción ante su inocente pregunta, pero de inmediato volvió con sus preguntas:
  - ¿Significa eso algo malo, mamá? ¿Qué le puede haber sucedido?
  - No, mi niño -dijo intentando que se pasara su desesperación- ya sabes cómo son las guerras: no cesan hasta que el último enemigo es derribado y haya abandonado el campo de batalla. Seguramente sólo ha estado muy ocupado, y no ha encontrado el momento adecuado para escribirnos: no tienes de qué preocuparte.
  Ambos se abrazan. El chiquillo estaba creciendo con la ausencia de su padre, pero estaba encariñado a las cartas que les enviaba cada mes. Sentía que cada palabra escrita en el papel, le quería transmitir algo más de lo que realmente decía.
  A la mujer, por el contrario, la llegada de los últimos días del mes, implicaban una serie de sentimientos difíciles de sobrellevar. Cada vez se le dificultaba más y más el hecho de lidiar con sus emociones.
  Se separaron. Era la hora de la cena, que por lo que parecía, sería lo suficientemente incómoda como para que ninguno de los dos no emitiese palabra: no sabían qué decir luego de la conversación de hace unos momentos.
  - ¿Ya has terminado?
  - Sí, mamá.
  - Espero que te haya gustado. Te veo muy cansado: prepárate para ir a dormir.
  - Está bien. Buenas noches.
  - Buenas noches, mi niño.
  El niño se retira. Ella sale inmediatamente al jardín: luego de lo que le había ocurrido, necesitaba tomar un poco de aire fresco, pero, aun así, no mejoraba. ¿Cómo se había olvidado?
  Entró rápidamente a la casa, y comenzó a buscar unos papeles en un antiguo baúl. Tomó una pluma, y comenzó a escribir. Su mano se deslizaba haciendo rodar e impregnar la tinta sobre el papel lentamente: procuraba que ese escrito no tuviese ningún error, debía de ser perfecto. En medio de su escritura, su nerviosismo, hizo que una gota de tinta negra, cayese sobre las palabras recién escritas. De inmediato, un borrón color oscuro se generó por sobre la hoja: ya no servía.
  Enojada y desesperada, tomó la copia y la desechó. Tomó otro pliego de papel con preocupación, y comenzó a escribir nuevamente. Ya eran las dos de la mañana, y aun no había terminado. Era tal el silencio que reinaba en la casa, que lo único que se oía era el correr de la pluma con tinta por sobre el papel. Sentía que el tiempo corría y corría, pero no lograba darse por satisfecha hasta que sus palabras fuesen consideradas por ella misma como correctas.
  Finalmente, logró acabar. Tomó su manuscrito y fue hasta su habitación  por un sobre blanco. Lo colocó dentro, y le aplicó una estampilla en una de las esquinas. Procuró que estuviese bien cerrado, y lo puso sobre la mesa de la cocina.
  Más tranquila, se preparó y se fue a dormir, aunque logró conciliar el sueño cerca del amanecer.
  - ¡Hijo, despierta! ¡Ha llegado una carta! Tal vez sea de tu padre.
  - ¿Sí? Está bien, déjame dormir un poco más e iré a leerla.
  La mujer se quedó desconcertada: era la primea vez que el niño reaccionaba de tal manera. No entendía cómo de un día a otro, su interés por recibir una carta proveniente de su papá se había aplacado así. Sin embargo, tuvo la suficiente fuerza para calmar su curiosidad, y logró esperar hasta que el pequeño se levantase.
  - ¿Y la carta? ¿Puedo leerla ya?
  - Sí, hijo. Está sobre la mesa.
  El chiquillo tomó el papel con ambas manos, y muy desganado comenzó a leer. No parecía tener en absoluto ansias por saber el contenido de ella.
  - ¿Y? ¿Qué es lo que dice?
  - Exactamente lo mismo que dice el papel desechado.
  Comenzó a sentirse mal.
  - Mamá, ¿puedes explicarme cómo es que tienes una copia de la supuesta carta de papá?
  ¿Había llegado el momento de confesar todo? Este secreto desde hacía años, ¿había llegado a su final?
  - ¿Puedes decirme?
  Hubo un silencio que duró algunos minutos.
  - Hijo, las cartas las escribo yo.
  Las facciones del niño, de golpe representaron un enorme desconcierto.
  - ¿Y mi papá? ¿Dónde está? ¿Está en la guerra?
  Una pequeña lágrima, comenzó a rodar por las mejillas de los dos.
  - Él nunca fue a la guerra. Te abandonó cuando apenas habías nacido.